domingo, 23 de enero de 2022

Socialismo y envidia

La adhesión a las diversas formas de socialismo va en aumento. De ahí que podemos saltar, con la imaginación, al futuro, para vislumbrar lo que habría de acontecer si tal ideología mantuviera su vigencia. En principio, todo socialista pretende recibir bienes o dinero de otros a través del Estado; casi nunca lo espera para dar algo propio, es decir, son socialistas para recibir, pero no para dar. Esta actitud va en la misma dirección de aquella asociada a individuos que sólo suponen poseer derechos, pero nunca deberes u obligaciones. De ahí que una "humanidad socialista" seguramente sucumbiría ante la masiva ausencia de cooperación entre seres humanos.

Quienes carecen de iniciativa suficiente y de voluntad para trabajar, pero sin renunciar a recibir los beneficios correspondientes en caso de poseerlos, ven en el socialismo una ventaja indiscutible por cuanto tal sistema anula toda forma de proyecto personal para aceptar sólo los proyectos colectivos. Es un caso similar al de la organización de un almuerzo para varias personas cuyo costo será cubierto de acuerdo al siguiente criterio: De cada uno según su capacidad monetaria, a cada uno según sus deseos de comer.

Esta manera socialista de distribución de deberes y beneficios resulta poco efectiva por ser obligatoria, ya que anula la voluntad de cooperación de los que más tienen y producen y acentúa la vagancia de los que menos trabajan. Si tal forma de distribución fuera voluntaria, no sería tan ineficiente, si bien, en el largo plazo, produciría efectos negativos similares.

Debido a que el socialismo se caracteriza por la abolición de la propiedad privada, provoca una gran concentración de poder en quienes dirigen al Estado, por lo que los individuos excesivamente egoístas y ambiciosos, encuentran en el socialismo el medio ideal para la conquista del poder.

Se puede, entonces, encontrar dos tipos psicológicos de socialistas: el que sólo aspira a ocupar un lugar secundario en la sociedad y el que aspira a ocupar un lugar de preeminencia. Respecto del primero, Ludwig von Mises escribió: “No vale la pena hablar demasiado del resentimiento y de la envidiosa malevolencia. Está uno resentido cuando odia tanto que no le preocupa soportar daño personal grave con tal de que otro sufra también. Gran número de los enemigos del capitalismo saben perfectamente que su personal situación se perjudicaría bajo cualquier otro orden económico. Propugnan, sin embargo, la reforma, es decir, el socialismo, con pleno conocimiento de lo anterior, por suponer que los ricos, a quienes envidian, también, por su parte, padecerán. ¡Cuántas veces oímos decir que la penuria socialista resultará fácilmente soportable ya que, bajo tal sistema, todos sabrán que nadie disfruta de mayor bienestar!”.

También el socialismo es esperado, a pesar de sus fracasos, por quienes aspiran a un cambio en su monótona vida. El citado autor agrega: “El socialismo, para nuestros contemporáneos, constituye divino elixir frente a la adversidad; algo de lo que le pasaba al devoto cristiano de otrora, que soportaba mejor las penas terrenales confiando en un feliz mundo ulterior, donde los últimos serían los primeros. La promesa socialista tiene, sin embargo, muy diferentes consecuencias, pues la cristiana inducía a las gentes a llevar una conducta virtuosa, confiando siempre en una vida eterna y una celestial recompensa. El partido, en cambio, exige a sus seguidores disciplina política absoluta, para acabar pagándoles con esperanzas fallidas e inalcanzables promesas” (De “El liberalismo”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1994).

Respecto de la mentalidad de los tiranos que ejercen el control total y absoluto desde el Estado, debe tenerse presente que, por lo general, el poder se busca para sentirse superior al resto, especialmente cuando internamente se sospecha de cierta inferioridad que es necesario compensar. Riccardo Bacchelli escribió: "Una de las ambiciones de Herodes era la de ser amado por aquellos a quienes oprimía; cuando con la opresión había logrado el fin que se proponía, ello no le bastaba, y no estaba conforme hasta que se hubiera persuadido de que la víctima le estaba agradecida, contenta, entusiasmada, enamorada de él y del todo presa de su admirable ascendiente. Para satisfacer también esta extravagancia Itamar se vio obligado a fingir una devoción y admiración y entusiasmo que estaba muy lejos de sentir, y que fingía con muy poca habilidad" (De "La mirada de Jesús"-Editorial Sur SRL-Buenos Aires 1957).

Al contemplar el socialismo una ventaja para los menos aptos para el trabajo y, especialmente, para los envidiosos, se llega a la conclusión de que, con el socialismo, en lugar de establecer una adaptación cultural que favorezca la supervivencia de la humanidad, se promueve en realidad una adaptación contracultural para favorecer al envidioso.

Siendo la envidia la actitud por la cual se sufre debido a la felicidad ajena, y se goza por su sufrimiento, manifestándose a veces en forma de burla, resulta ser una predisposición negativa para todos; envidia y burla son las componentes del odio. José Ingenieros escribió: "Siendo la envidia un culto involuntario del mérito, los envidiosos, son, a pesar suyo, sus naturales sacerdotes".

"Shakespeare trazó una silueta definitiva en su Yago feroz, almácigo de infamias y cobardías, capaz de todas las traiciones y de todas las falsedades. El envidioso pertenece a una especie moral raquítica, mezquina, digna de compasión o de desprecio. Sin coraje para ser asesino, se resigna a ser vil. Rebaja a los otros, desesperando de la propia elevación".

"La familia ofrece variedades infinitas, por la combinación de otros estigmas con el fundamental. El envidioso pasivo es solemne y sentencioso; el activo es un escorpión atrabiliario. Pero, lúgubre o bilioso, nunca sabe reír de risa inteligente y sana. Su mueca es falsa: ríe a contrapelo".

"El envidioso activo posee una elocuencia intrépida, disimulando con niágaras de palabras su estiptiquez de ideas. Pretende sondar los abismos del espíritu ajeno, sin haber podido nunca desenredar el propio. Parece poseer mil lenguas, como el clásico monstruo rabelesiano. Por todas ellas destila su insidiosidad de viborezno en forma de elogio reticente, pues la viscosidad urticante de su falso loar es el máximun de su valentía moral".

"A pesar de sus temperamentos heterogéneos, el destino suele agrupar a los envidiosos en camarillas o en círculos sirviéndoles de argamasa el común sufrimiento por la dicha ajena. Allí desahogan su pena íntima difamando a los envidiados y vertiendo toda su hiel como un homenaje a la superioridad del talento que los humilla" (De "El hombre mediocre"-Editorial Época SA-México 1967).

1 comentario:

agente t dijo...

Alguien describió muy bien al rencor, principal fuente de alimento del socialismo, cuando definió a la indignación moral como un dos por ciento de moral, un cuarenta y ocho por ciento de indignación y un cincuenta por ciento de envidia.