domingo, 11 de julio de 2021

Empresarios, asalariados y desempleados: un ejercicio de sentido común

Por Carlos Alberto Montaner

Los políticos norteamericanos suelen decir que sólo hay tres promesas electorales capaces de seducir a los votantes: job, job and job. Trabajo, trabajo y trabajo. No parece haber nada más importante para la sociedad que ganarse la vida, algo, por otra parte perfectamente razonable. Sin embargo, hay tres perspectivas sobre el trabajo:

. La del empresario que, en busca de su propio beneficio, ofrece un puesto de trabajo con el objeto de crear o aumentar bienes o servicios que propone al mercado.
. La del que tiene ese puesto de trabajo ya creado, desea mantenerlo, y pretende, a su vez, sacar el mayor rendimiento por los servicios que presta.
. La del que necesita trabajar y anda a la busca de una oportunidad laboral.

Lamentablemente, estas tres perspectivas casi nunca se armonizan racionalmente. Suele haber conflictos, y esos conflictos obligan a tratar de establecer prioridades de manera que las soluciones que se ofrezcan sean las más convenientes o menos dañinas. Una sociedad que comprenda cuál es la mejor forma de articular los intereses de las personas con relación a la creación, mantenimiento y obtención de empleo será mucho más hábil para generar riquezas que acaben por beneficiar al conjunto. Veamos este asunto desde los tres ángulos señalados:

Las premisas sobre la empresa:

Establezcamos, pues, una cadena de axiomas que nos permita entender lo que nos conviene y lo que nos perjudica. Consignemos, primero, once premisas difícilmente discutibles sobre quien ofrece un puesto de trabajo, esto es, sobre la empresa y el empresario.

Premisa 1: Sólo se genera riqueza en las empresas, es decir, en las organizaciones que crean un producto o un servicio para el consumo de unas personas distintas de quienes produjeron esos bienes.

Premisa 2: Esas organizaciones pueden estar constituidas por una persona, por dos o por doscientas mil, como la General Motors. Y aunque no es exactamente igual en todos los países, se puede afirmar que el 90% de los asalariados del planeta trabajan en pequeñas y medianas empresas que no llegan a 50 trabajadores.

Premisa 3: Para poder subsistir, las empresas están obligadas a tener beneficios y a invertir constantemente en bienes de capital o en alguna forma de investigación que les permita mejorar lo que ofrecen. Si las empresas no obtienen beneficios, sencillamente desaparecen y, con ellas, los puestos de trabajo de los asalariados.

Premisa 4: De donde se deduce que a cualquier sociedad le interesa que haya muchas empresas que obtengan beneficios, aunque sólo sea para que generen empleo.

Premisa 5: Cuando hay muchas empresas exitosas que compiten, se produce una puja al alza de los salarios. Los trabajadores ganan más.

Premisa 6: Sensu contrario, cuando las empresas, de una manera crónica, no obtienen beneficios o incumplen sus obligaciones perjudicando a otras empresas, o cuando se endeudan inútilmente obteniendo capital que no devuelven a los sectores financieros, también perjudican al conjunto de empresarios, pues, a menor capital disponible, y a mayor cuotas de obligaciones impagadas, inevitablemente se corresponde una mayor tasa de intereses para todos.

Premisa 7: Ergo, es un inmenso disparate -en el que suelen incurrir políticos y sindicalistas- oponer capital y trabajo como si se tratara de elementos adversarios. Capital y trabajo son, simplemente, elementos complementarios de la producción.

Premisa 8: El sector público, que no está sujeto a la competencia del mercado, y que navega bajo la cómoda bandera de que "el Estado siempre es menor de edad, y, por lo tanto, hay que protegerlo", en realidad no crea riquezas, sino que consume una parte de las riquezas creadas por las empresas del sector privado.

Premisa 9: Esto teóricamente pudiera no ser así, como cuando el sector público se convierte en empresario, pero la experiencia demuestra que el Estado es un pésimo empresario que suele gastar mucho más de lo que produce, con lo cual afecta al conjunto de esa población que tiene que aportar la diferencia. Es decir, perjudica a todas las empresas, les limita sus beneficios y les impide crear fuentes de trabajo.

Premisa 10: A veces el Estado-empresario consigue obtener beneficios, pero esto sólo suele ocurrir cuando operan monopolios y asignan precios leoninos a sus bienes y servicios. La Tabacalera o la Telefónica son buenos ejemplos españoles. Las consecuencias las pagan los consumidores, distorsión que afecta al resto del mundo.

Premisa 11: Si aceptamos estas once premisas, la lógica nos precipita a admitir que la prioridad de cualquier sociedad es estimular la creación de empresas en el sector privado que obtengan beneficios para poder ofrecer trabajo a toda la población en edad y disposición para laborar.



Salarios

Desde esta perspectiva, y asumiendo como ciertas las anteriores reflexiones, puntualicemos esquemáticamente lo que significa el salario para cualquier empresario:

. El salario que devengan los trabajadores es un factor que se agrega al costo de los materiales de producción, y en muchos casos es el componente básico de ese costo.
. Si el salario es muy alto con relación a los que paga la competencia, ocurren dos fenómenos contrarios a la salud de la empresa: el producto creado se encarece notablemente, con el riesgo de ser barrido del mercado por otro producto más barato, nacional o importado, o bien desaparecen los beneficios de la empresa, ésta no puede adquirir bienes de capital, investigar y crecer, y mucho menos contratar nuevos empleados.
. Por el contrario, si los salarios son muy bajos, los trabajadores buscarán otros empleadores y la empresa tendrá que sufrir las consecuencias de su mala política de remuneración. De la misma manera que existe un mercado para los productos, como sabemos, hay también un mercado laboral. Y si algo está perfectamente establecido, es que las empresas que mejor funcionan, y que más crecen, son aquellas capaces de contratar a la mejor gente y mantenerla en sus puestos de trabajo.
. Cuando los salarios se "indexan" con el aumento del costo de vida, ignorando la realidad del mercado y los precios de la competencia, lo que generalmente ocurre es un aumento de la inflación que acaba por reducir la capacidad adquisitiva del asalariado. El peor enemigo del asalariado es la inflación.
No se puede "abrir" la economía y aceptar la competencia que trae la globalización si no se flexibiliza simultáneamente el mercado laboral. Cuando esto se olvida se condena a las empresas a no poder competir.

Es una verdad de perogrullo que todo el sistema económico es elástico. Los precios están siempre en movimiento y se afectan por una multitud de factores casi siempre incontrolables: hallazgos científicos, desarrollos tecnológicos, cambios demográficos, sucesos políticos o simples accidentes naturales.

Y si la economía es elástica, y si los precios están sujetos a esos inevitables bandazos, ¿no resulta evidente que la rigidez en la fijación de los salarios conspira contra la supervivencia de las empresas? Creo que el ejemplo no muy lejano de lo que les sucedió a las empresas norteamericanas de transporte aéreo Eastern y Pan American son suficientemente elocuentes.



Asalariados

Para el asalariado sus prioridades parecen ser claras: obtener la mayor remuneración posible de su trabajo, así como cierta seguridad en el empleo.

Sin embargo, con frecuencia las decisiones que adopta son contrarias a la defensa de sus propios intereses, lo que aconseja advertir lo siguiente:

. Si se quiere seguridad en el empleo, nada conviene más que ser un buen trabajador en una empresa boyante que obtenga buenas ganancias. Ningún empresario se desprende de un buen empleado si su negocio rinde beneficios.
. Si el salario o los beneficios marginales que obtiene el trabajador -seguro médico, vacaciones prepagas, etc.-son insostenibles en épocas de ciclos recesivos, la inevitable consecuencia final será la pérdida del puesto de trabajo. Un salario o unos beneficios marginales que se alejen del mercado laboral son la mayor fuente de inseguridad.
. Si esos salarios o esos beneficios marginales son muy altos, aun cuando las regulaciones jurídicas impidan el despido, estos factores provocan inevitablemente una disminución considerable en la contratación de nuevos trabajadores. Esta es una de las razones por las que en España el desempleo ronda el 20%, mientras en Estados Unidos se mueve en torno al 5%.

Cuando el sindicalismo organizado olvida estos principios básicos, perjudica considerablemente la causa de los propios trabajadores, provoca inflación, destruye el poder adquisitivo de los salarios y genera un alto índice de desempleo.

En un mundo donde la competencia parece acentuarse, la mejor forma que tienen los asalariados de prosperar es el aumento de la productividad y la constante elevación de la formación profesional. La manera más inteligente de aumentar el salario no consiste en tratar incesantemente de obtener más dinero por realizar la misma labor, sino en producir más o aprender nuevas destrezas para desempeñar nuevas tareas mejor remuneradas.

De ahí que los convenios de trabajo sectoriales suelen ser un costoso disparate. Tomemos, por ejemplo, el sector metalúrgico y asumamos que los sindicatos obtienen "la conquista laboral" de cierto salario mínimo, cinco semanas de vacaciones anuales, quince pagas al año -en lugar de las doce naturales- y una penalización a la empresa de cuarenta y cinco días de salario por año trabajado en caso de "despido injustificado". El cuadro descrito, por cierto, es común en la Europa de hoy.

¿Resultado? Se le han impuesto las mismas condiciones de contratación a una gran fundición que acaso cuenta con cuatro mil empleados y una facturación enorme, que a una pequeña fábrica de ventanas de aluminio, con setenta y cinco empleados y una realidad económica totalmente diferente. Y frente a esto lo que sucede, naturalmente, es que la empresa débil no puede cumplir con las exigencias generales, mientras que la fuerte, siempre y cuando la economía experimente un ciclo de crecimiento, sobrevive sin grandes dificultades, pero suele caer en picada cuando llega una época de recesión.

Lo lógico, pues, para defender los intereses reales de los trabajadores, dentro de lo que es posible y conveniente, consiste en no recurrir a convenios de trabajo colectivos de carácter sectorial, siempre basado en supuestos abstractos, sino remitirse a la realidad concreta de cada empresa, y ahí pactar unas condiciones razonables. De lo que se trata es de no matar a una gallina que a veces pone huevos de oro, a veces de plata, a veces sólo alcanza a poner huevos de hierro y -a veces- sufre periodos de esterilidad.

Hay que desterrar la noción de la conquista social como algo obligatorio y permanente. Hay coyunturas en las que son posibles ciertas remuneraciones y privilegios y otras situaciones en las que sólo se puede salvar el puesto de trabajo renunciando a las famosas "conquistas sociales".



Desempleados

¿Qué le conviene más a la persona desempleada, sea un joven que busca su primer trabajo o una persona que ha perdido el suyo?

. Le conviene un tejido empresarial amplio, complejo y competitivo, preferiblemente rico, capaz de ofrecer múltiples oportunidades de trabajo.
. Le conviene un clima jurídico de contratación en el que los empresarios se arriesguen a abrirles las puertas a nuevos trabajadores, entre otras razones, porque podrían prescindir de ellos con relativa facilidad si cambiaran las circunstancias económicas, o si el nuevo empleado no armoniza bien con su centro de trabajo.
. Le conviene un mercado de trabajo en el que los salarios no hayan sido artificialmente aumentados, porque ese factor le va a hacer mucho más difícil la obtención del empleo.



Para combatir el desempleo

No hay duda de que hay que encarar seriamente el tema del desempleo, pero antes de llegar a ello conviene desmontar una curiosa idea que ha terminado por abrirse paso en los círculos políticos: la idea de reducir el número de horas para que trabajen más personas.

. La idea de reducir el tiempo que cada persona trabaja para que trabajen más personas no parece muy sensata.
. Esa propuesta parte de la base de que el trabajo es un factor estático, cuando se trata de un elemento dinámico que crece o decrece en función de la producción y el mercado.
. Al margen de la dificultad que entraña para una empresa reducir el periodo de trabajo para contratar a más personas, si la producción y la productividad fueran las mismas (probablemente se reduzcan) todo lo que se lograría sería dividir el mismo salario entre más personas.
. Para que los políticos que defienden esta posición vean lo absurdo de la idea, una sencilla manera de analizarla sería plantear la creación de dos parlamentos. Uno que sesione a la mañana y otro por las tardes. O dos jefes de gobierno. Uno de lunes a jueves y el otro de jueves a lunes.
. El trabajo no debe ser creado por actos de gobierno, sino como consecuencia de la realidad del mercado y la imaginación espontánea de los empresarios. La historia demuestra que la construcción artificial de puestos de trabajo, lejos de expandir la economía, lo que hace es empobrecer a las sociedades.

A partir de estas reflexiones sobre los empleos, el salario y la seguridad, ¿cómo combatir, en suma, el flagelo de la falta de oportunidades laborales, la inseguridad y las permanentes tensiones económicas? La respuesta está dicha al principio de estos papeles: fomentando la creación de empresas. ¿Y cómo se logra ese milagro? Poniendo en práctica por lo menos las siguientes seis medidas:

1. Eliminando la penalización económica de la contratación. El empleo no debe conllevar carga fiscal. Eso es un disparate. Cuando al salario del trabajador se le añade la llamada carga social que debe abonar el empresario (un 43% en España, un 60% en Argentina), esto se hace a costa de destruir el empleo potencial y encarecer la producción.

2. Flexibilizando totalmente las condiciones de contratación y despido, de manera que las empresas puedan adaptarse a una economía cambiante que con la globalización tiende a hacerse mucho más dinámica y fluctuante.

3. Disminuyendo considerablemente los impuestos sobre los beneficios. Más allá del 20% parecen ser perjudiciales para el conjunto de la economía. Una alta tasa de impuestos sobre beneficios impide la inversión y la creación de puestos de trabajo.

4. Desalentando los convenios sectoriales de trabajo, de manera que cada empresa pueda pactar libremente las condiciones de contratación que le permitan prevalecer en el mercado.

5. Eliminando el salario mínimo para que los trabajadores jóvenes y sin experiencia puedan, al menos, aportar la ventaja comparativa de su menor costo para aprender y entrar en el mercado laboral con el objeto de ganar experiencia. Poner los mismos requisitos para todos los trabajadores, sin tener en cuenta la experiencia, es lo que explica que entre los jóvenes menores de veinticinco años se duplica el número de desempleados en Europa.

6. Derogando regulaciones que impiden o dificultan la creación de empresas o el libre ejercicio del comercio en las ya establecidas.

Podrían añadirse otras veinte consideraciones de diversa naturaleza, pero bastaría con tomar en cuenta esta media docena de medidas para ver cómo se produce de manera casi inmediata el alivio del desempleo, aumenta la seguridad y se rebustece la economía general. Puro sentido común.

(De "Los desafíos a la sociedad abierta"-Fundación Libertad-Ameghino Editora SA-Buenos Aires 1999)

1 comentario:

agente t dijo...

Las llamadas conquistas sociales lo son sólo de una parte de la sociedad, la de los empleados fijos de grandes compañías, no del conjunto social. Por lo tanto, son privilegios que se mantienen a costa de la mayoría. Pero sus propagandistas mantienen su bondad con la promesa implícita de que es posible su extensión progresiva a cada vez más beneficiarios, y el alma popular lo cree, ciertamente tal es la importancia del factor esperanza unido al de ingenuidad.