jueves, 14 de enero de 2021

Los malones vs. La civilización

En varias ocasiones, la izquierda política en el poder ha derrumbado estatuas de personajes históricos que han contribuido al engrandecimiento del mundo o de su nación, como son los casos de Cristóbal Colon y del general Julio A. Roca, respectivamente. Gran parte de los aborígenes del centro y sur argentino vivían del robo, del rapto y del asesinato, impidiendo la conformación de un sistema republicano y de un país moderno, gozando en la actualidad de una admiración similar a los terroristas de izquierda de los años 70, ya que también vivían del robo, del rapto y del asesinato, esta vez intentando destruir al “sistema capitalista” para imponer el socialismo.

Quienes se opusieron tanto a los malones indígenas como al terrorismo de izquierda, son calumniados y denigrados, no sólo por los excesos o acciones ilegales (supuestos o verdaderos) que pudieron cometer, sino principalmente por defender la integridad de la nación y evitar la instauración de la barbarie como forma de vida.

MALONES HASTA FINES DEL SIGLO

Por Ángel Rivera

En el último cuarto del siglo XIX, en la República Argentina no se ha resuelto aún el problema de los indios, que merodean ferozmente cerca de las principales ciudades. Un sesudo artículo de El Nacional, del 12 de abril de 1864, dice: “La República Argentina, que aspira a cruzar su vasto territorio con vías férreas, y alienta a los capitales extranjeros con su palabra y su acción, no tiene comercio porque es impotente para dominar unos cuantos centenares de pampas desorganizados. Ésta es una triste verdad, que en vano se ha de tratar de seguir ocultando. Periódicamente, la provincia de Buenos Aires sufre una invasión que disminuye sus riquezas y le arrebata algunos productores”.

“La industria que necesita un campo más vasto que el que actualmente ocupa, se detiene aterrorizada delante del desierto, porque sabe que más allá están la muerte y la ruina. No hay vapor que nos llegue del interior de los ríos sin que nos traiga la noticia de alguna invasión en las provincias de Santa Fe, Córdoba, San Luis, Mendoza o Salta. Y todos sabemos que esas invasiones, repetidas casi diariamente, y siempre impunes, no solamente importan una disminución de valores en los que la sufren, sino que importan la paralización del comercio con diez pueblos del interior, porque la inseguridad de los caminos impide el cambio entre los pueblos”.

Basta recorrer los periódicos de la época para comprender que el articulista no exagera. Abrimos, al azar, La República del 18 de noviembre de 1870, es decir, seis años después del editorial mencionado, y leemos: “Hace pocos días que los indios han invadido el río Quequén Salado, en la costa sur de la provincia, llevándose las siguientes haciendas; de don Francisco Gorozo, 1.500 vacas; de don Crisanto Farías, 1.500 vacas; de don Victorio de la Canal, 1.650 vacas; de don Rufino Canales, 700 vacas; de don Modesto Funes, 500 vacas; de don Juan Cabrera, 500 vacas; de don José Leguizamón, 700 vacas, yeguas y caballos”.

Pero los daños, desgraciadamente, no se limitan a la pérdida de ganado. El periódico, en efecto, trae a continuación la siguiente lista de muertos: “Don Modesto Funes, degollado y quemado; don Julián Oviedo, don N. Ferreyra, don Carmelo Ortiz, don Domingo González, un soldado y un sargento de la división de Pilliahuincó”. Y un poquito más abajo sigue: “Se encontraban estas haciendas situadas al interior del río Quequén Salado, a siete leguas de los Tres Arroyos, donde está la división al mando de don Ciriaco Gómez, y son las mismas que no quisieron llevar los indios en el mes de junio, cuando de los Tres Arroyos robaron 55.000 vacas. Tomen nota de esto los señores diputados, que se ocupen de dar la Ley de Tierras, poniéndole contribución y precio enorme a una cosa que está en poder de los indios”.

Dos años después, en 1872, leemos en La Prensa del 21 de marzo: “Algunos estancieros del oeste están levantando un censo que les permita conocer justamente el número de cautivos que lleva Culfucurá. Algunos de ellos calculan ese número en más de 500 cautivos. En efecto, en 1857, los caciques Coliqueo y Raninqueo, con 700 indios, invadieron hasta los alrededores del Pergamino y sólo permanecieron algunas horas. Esta invasión llevó 40.000 vacas, 20.000 yeguas y 120 cautivos”.

Y en 1882, en la primera presidencia de Roca, volvemos a encontrar noticias de malones. La Prensa del jueves 8 de junio reproduce un parte del comisario de Lincoln, en el que, entre otras cosas, dice: “El día 30 del mes próximo pasado, como a las doce del día, tuve aviso que una partida de indios, en número de 50, más o menos, había penetrado en la sección 17ª., y en el acto armé a los soldados a mis órdenes y un número regular de vecinos, con los cuales me puse en campaña al obscurecer. A las 12 de la noche llegué al establecimiento del doctor don Manuel Romero, donde habían llegado los indios, llevándose a un niño cautivo y toda la caballada y hacienda yeguariza”.

“Pasé enseguida al establecimiento del doctor Cabral. Entre este establecimiento y el de Romero se había establecido últimamente una población, donde había seis individuos. Todos ellos habían sido asesinados. El cuadro que presentaban era horroroso. Los indios, después de haberlos atado, los desnudaron y les dieron de puñaladas, dejándolos por último de una manera tal, que da, respecto de los autores del hecho, la idea más acabada de la maldad abominable que los distingue. Todos los cadáveres fueron enterrados por el subcomisario. Del establecimiento habían llevado los indios todo lo que encontraron a mano y hacienda yeguariza”.

Sólo en los últimos años del siglo, los indios dejan de ser una amenaza, y entonces es posible criar vacas y sembrar trigo sin peligros. Porque hasta estas pacíficas tareas, causas de nuestro engrandecimiento material, eran verdaderas proezas en los tiempos heroicos de la patria.

(De “Tiempos heroicos” de Ángel Rivera-Editorial Kapeluz SRL-Buenos Aires 1945).

1 comentario:

agente t dijo...

Un aspecto de la historia de Argentina de la que no había oído hablar nunca. Y no será por no ser significativo y destacable.