jueves, 24 de diciembre de 2020

Religión: Mérito en la conducta vs. Mérito en la creencia

Entre las debilidades que muestra la religión, se advierte el predominio neto de lo cognitivo sobre lo moral. La competencia entre las diversas religiones, o entre las variantes de una misma religión, se establece, no respecto de cuál produce en sus adeptos una mejor respuesta ética, sino una mayor creencia, o una más ajustada a lo que se supone que Dios pretende de nosotros o a lo que indican los Libros Sagrados.

En dicha competencia se observa la descalificación del adversario atribuyéndole el seguimiento de una religión falsa, o de una secta hereje, o por ser un no creyente, pero nunca esa descalificación tendrá en cuenta la respuesta ética del individuo descalificado, o bien se le asociará cierta perversidad en función de su “creencia errónea”, o de su “no creencia”. De la misma manera, el ateo se burlará de toda creencia no accesible a la observación directa, ignorando también toda respuesta ética posible.

La religión de lo emocional ha sido desplazada totalmente por la religión de la creencia o del razonamiento en base a tales creencias, dejando un tanto de lado la realidad. Es decir, para la mayoría de los religiosos, la referencia a adoptar no es la realidad sino lo que un Libro Sagrado dice (interpretaciones subjetivas de por medio), mientras que para el ateo la referencia tampoco es la realidad sino el mismo Libro Sagrado, pero adoptado con la finalidad de burlarse y de denigrarlo.

El científico, por el contrario, tiende en un principio a adoptar como referencia a los mayores exponentes de su ciencia. Si bien resulta conveniente lograr una formación científica leyendo libros escritos por las personalidades destacadas de una rama de la ciencia, apenas el científico intenta establecer un trabajo de investigación original, no tendrá otra opción que pensar en base a la propia realidad, incluso, a veces, tratando de evitar la influencia mental de los autores que favorecieron su formación.

El cristianismo promueve el surgimiento del “hombre nuevo”, vinculado al Reino de Dios, o gobierno de Dios a través de la ley natural. Así, el mandamiento de Cristo respecto del “amor a Dios”, implica adoptar como referencia la realidad junto a sus leyes naturales, evitando adoptar como referencia lo que diga cualquier ser humano, para eludir una posible dependencia mental del individuo respecto del ideólogo. Sin embargo, la mayor parte de las experiencias religiosas implican un gobierno mental del predicador sobre quien opta por la comodidad de aceptar esa dirección mental, ignorando el gobierno de las leyes naturales, o leyes de Dios.

El mandamiento del “amor al prójimo”, que nos sugiere (u ordena) lograr una predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, no es una sugerencia desligada de la ley natural, sino que se basa en la empatía emocional, y resulta ser la principal ley de supervivencia y de adaptación del ser humano al orden natural. De ahí que, la adopción de tal actitud, sea prioritaria a todo tipo de creencia, constituyendo la esencia de la religión moral.

Puede advertirse que dicha ley natural puede ser observada y acatada en forma independiente de toda creencia filosófica o religiosa. De su acatamiento depende que un individuo adopte una postura compatible con la religión moral, mientras que su rechazo o su desconocimiento implican una posible distorsión de la religión moral (religión cognitiva) o bien una forma de ateísmo.

Desde este punto de vista, religioso es el que acata las leyes morales asociadas a la ley natural, mientras que el crédulo, el supersticioso o el ateo, que no las acatan, mostrarían una postura moral similar. Es decir, produce un mismo efecto no saber leer que saber leer y no leer nunca nada.

Por lo general, se considera que el milagro es la prueba de la existencia de lo sobrenatural y de Dios, quien interrumpiría o cambiaría momentáneamente una ley natural. Desde la religión natural, por el contrario, el milagro es una contravención respecto de esas leyes y la creencia en milagros se opone un tanto a la idea de adaptación al orden natural, siendo el ser humano quien debe adaptarse a las leyes de Dios y no ser Dios quien se adapte a los deseos humanos.

Mientras que, desde el punto de vista de la religión natural, el mandamiento de Cristo acerca del “amor a Dios” tiene un carácter cognitivo y el del “amor al prójimo” un carácter ético, en la visión teísta se le otorga al amor a un ser perfecto e ideal un carácter moral, mientras que el amor al prójimo se lo interpreta según la comodidad y los gustos de cada creyente. Es oportuno señalar que mucho más meritorio es el amor destinado a seres imperfectos y reales que a un Dios perfecto e imaginario.

Si la visión teísta del mundo no produce los resultados esperados y si las profecías sugieren un cambio importante en el cristianismo, no queda otra alternativa que el paso del teísmo (religión revelada) al deísmo (religión natural). En este caso, al adoptar la ley natural como referencia, se llega a una religión moral objetiva que resulta compatible con la ciencia experimental (ciencias sociales).

El posible inconveniente que se advierte ante todo cambio, estriba en dejar un tanto de lado las ideas y creencias arraigadas. Aun cuando sea evidente el pobre resultado que en la sociedad produce la religión tradicional, pocos estarán dispuestos a abandonar creencias que son partes esenciales de su personalidad individual. Estaríamos en una etapa similar a aquella en que se presenta Cristo intentando cambiar una religión paganizada por una auténtica religión moral.

El paso esencial consiste en la aceptación de que el Dios personal, o que se parece a un ser humano, es una adecuada simbología para establecer el pensamiento religioso, aunque en realidad vivimos en un universo regido por leyes naturales invariantes al que nos debemos adaptar. Ronald Dworkin escribió: “Debemos volvernos a la filosofía para encontrar candidatos más interesantes a un dios impersonal. Paul Tillich, un teólogo alemán muy influyente, dijo que la idea de un dios personal sólo podía entenderse como un símbolo de algo más, y, quizá, debemos entender ese algo como un dios impersonal” (De “Religión sin Dios”-Fondo de Cultura Económica-Buenos Aires 2015).

Paul Tillich escribió al respecto: “La manifestación de ese fundamento y abismo del Ser y del sentido crea lo que la teología moderna denomina la experiencia de lo numinoso. Esa experiencia puede darse y se da, en la gran mayoría de los hombres, junto con la impresión que ciertas personas, acontecimientos históricos o naturales, objetos, palabras, pinturas, melodías, sueños, etc., ejercen sobre el alma humana, provocando la sensación de lo santo, es decir, de la presencia del «numen»”.

“Por medio de tales experiencias vive la religión y trata de mantener la presencia de esa profundidad divina de nuestra existencia y la comunidad con ella. Pero como esa profundidad insondable de lo divino es «inaccesible» a todo concepto objetivo, se la tiene que expresar por medio de símbolos. Uno de esos símbolos es el Dios personal. La opinión general de la teología clásica, en prácticamente todos los periodos de la historia de la Iglesia, es que el atributo de «personal» sólo puede aplicarse a lo divino en sentido simbólico o analógico, o si simultáneamente se lo afirma y se lo niega…Sin un elemento de «ateísmo» no puede profesarse el «teísmo»”.

Puede decirse que la secuencia que conduce desde la religión tradicional hacia una “conversión” a la religión natural, incluye tres etapas:

a- Considerar al Dios personal como una simbología
b- Admitir la existencia de leyes naturales invariantes
c- Adoptar la actitud o predisposición del amor al prójimo (empatía emocional) como el objetivo concreto para alcanzar con nuestra conducta cotidiana.

Como los procesos más importantes, asociados a la vida y a nuestra adaptación al orden natural, se logran mediante “prueba y error”, es posible que se dejen de lado objetivos tales como lograr la “perfección humana” por vía de la creencia en un ser perfecto y, posiblemente, simbólico. Por el contrario, toda meta asociada a la religión natural ha de estar asociada a nuestra capacidad para compartir penas y alegrías ajenas como propias, que es la base de toda sociedad verdaderamente humana.

De la misma manera en que las monarquías no constitucionales y los totalitarismos, caracterizados por gobiernos personalistas, fueron y son reemplazados paulatinamente por el gobierno impersonal de las leyes (democracia liberal), las religiones basadas en la creencia en un Dios personal, que todo lo decide según su arbitrio, tienden a ser reemplazadas por religiones basadas en la existencia de una ley natural invariable. Las ventajas y desventajas de ambos tipos de gobierno se advierten en forma paralela.

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