miércoles, 22 de enero de 2020

Deísmo y liberalismo

En las diversas posturas ideológicas se observan coincidencias parciales y también desacuerdos; las coincidencias las unen pero finalmente son los desacuerdos los que las separan. Así, un nacionalista católico coincide con un liberal respecto del rechazo del socialismo, sin ponerse de acuerdo en otros aspectos. También, dentro del propio liberalismo, unidos por la común prioridad libertaria, surgen divergencias importantes, principalmente en cómo llegar a ella y en cómo introducirla en la sociedad.

La palabra "libertad" es utilizada por los sectores liberales con un sentido preciso: la autonomía que desliga a todo individuo de una posible dependencia, material o mental, respecto de los demás. De ahí que ese objetivo implique una oposición absoluta a toda forma de esclavitud y a todo sistema totalitario. Sin embargo, para llegar a aquella situación óptima, se requiere de la presencia de la aliada natural de la libertad, que es la responsabilidad (poco mencionada, por lo general). De ahí que una libertad no condicionada por ciertos límites básicos, impuestos por normas éticas, puede conducir al caos y al libertinaje.

La idea de libertad, en el sentido indicado, es propia de la tradición judeo-cristiana, por cuanto el objetivo del Reino de Dios sobre el hombre implica el gobierno de Dios a través de las leyes naturales, que se opone a todo gobierno del hombre sobre el hombre. De ahí que resulte un tanto sorprendente la existencia de "liberales anti-cristianos", por cuanto ambas posturas apuntan hacia un objetivo similar, o al menos bastante coincidente.

Debido al excesivo poder que en una época logró la Iglesia Católica, la idea de libertad quedó bastante desvirtuada, por lo que varios pensadores cristianos buscaron "refugio" en el deísmo, esto es, la religión natural que supone la existencia de un Creador que, luego de "establecer las reglas del juego" (leyes naturales) dejó de intervenir en los acontecimientos humanos y cotidianos. Tal religión, sin milagros ni revelación, adoptó la ética cristiana dejando de lado la intermediación de la Iglesia. Varios de los pensadores deístas eran partidarios del liberalismo, surgiendo así el viejo conflicto entre catolicismo y liberalismo.

Tal proceso fue descrito por Mariano Grondona, quien escribió: "Hobbes, científico además de filósofo, reconoció la influencia de Galileo. Locke expresó por su parte el Cosmos según lo veía Isaac Newton (1642-1727), un Cosmos no ya «incesante» en virtud de la ley de inercia sino armónico y ordenado gracias a la ley de gravedad. Newton, que formuló esta nueva ley en 1686, imaginó a las esferas bajo las normas o leyes que había dictando un sabio Legislador. No hay casi distancia entre esta idea y la idea de «ley natural» en Locke".

"Nacía en ese mismo tiempo el deísmo que, por contraposición al teísmo, no imaginaba un mundo constantemente interferido por la Divinidad sino un mundo al que la Divinidad, luego de dictarle sus sabias leyes, había dejado en libertad. El deísmo se convirtió en sistema en los escritos de uno de los precursores de la ética liberal, Lord Shaftesbury (1671-1713), llegando a través de Hutcheson a ejercer plena influencia sobre Adam Smith y su Teoría de los sentimientos morales, publicado en 1759" (De "Bajo el imperio de las ideas morales"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1987).

El deísmo promovió, no sólo la independencia mental respecto de la Iglesia, sino de las supuestas intervenciones cotidianas de Dios, adquiriendo el hombre una libertad de elección que requería de responsabilidad respecto de sus acciones y de las subsiguientes consecuencias. La idea de libertad, junto a la responsabilidad respectiva, quedó establecida íntimamente por un autogobierno censurado por la propia conciencia moral. Grondona escribió al respecto: "En Kant, la conciencia moral se convierte en el centro del universo humano, desplazando a la Naturaleza, a Dios y a la razón especulativa. La fuerza del espítitu moderno reside en el hecho de que, a partir de él, el ser humano ya no cree depender de elementos externos a él. Su libertad es su independencia".

"Sin embargo, no bien se ha producido su liberación, surgen dentro de él mismo una ley, una regulación, un control aún más severo que los anteriores. A la Naturaleza se la podía eludir o mediatizar mediante el ingenio, con Dios se podía tratar con la oración; la razón especulativa podía discurrir como ideología al borde del noúmeno...¿cómo soslayar empero a la conciencia moral?".

"Dueño de sí, el hombre está ahora obligado ante sí. Ha descubierto su propia dignidad, su propio valor. Si lo ignora, se disminuye a sí mismo. La libertad lo «fuerza» a comportarse a la altura de su propio valor, sin consideración alguna a premios o castigos exteriores. El puritanismo es despojado, a partir de Kant, de sus conexiones sobrehumanas. Sólo queda el hombre frente a sí mismo, responsable de su destino y poseedor de dignidad".

El deísmo significó un avance importante en materia de religión moral, ya que el teísmo generalmente degenera en un vulgar paganismo mediante el cual, se supone, que lo que le sucede al "creyente" depende esencialmente de su adhesión a la religión elegida y no tanto del cumplimiento de los mandamientos bíblicos. Sin embargo, tal avance se opacó desde el siglo XX cuando el ateísmo activo conquistó una gran cantidad de adeptos, caracterizándose tal postura por la creencia en un universo son sentido ni finalidad.

Considerando que todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes, es posible asociarle un sentido y una finalidad, si bien nuestra adaptación al orden natural es la única alternativa efectiva, ya sea que tal sentido sea favorable o desfavorable a la supervivencia de la humanidad. Grondona escribió: "El deísmo, situándose en una posición intermedia entre el teísmo y el ateísmo, ofreció a muchos pensadores modernos una suerte de reaseguro o confianza global: mientras ellos se internaban en el mundo inquietante de la investigación científica, lejos del dogma y el encanto de las religiones tradicionales, los consolaba creer que finalmente Alguien ha dado al mundo sus leyes fundamentales".

"Muchos de los filósofos modernos, inevitablemente «seculares», invocaban sin embargo a Dios en el preciso momento en que intentaban pensar e investigar por su cuenta los temas hasta entonces reservados a la religión. Pensaban en su laboratorio; rezaban en su dormitorio. Al «teísmo» no se opuso en la práctica el ateísmo, sino la síntesis deísta, dadora al mismo tiempo de fe y de libertad. Con un pie en su fe en Dios legislador, los investigadores modernos pudieron poner el otro pie en lo desconocido".

"Una vez que esta conexión se perdió, una vez que al deísmo lo sucedió el ateísmo, también golpeó a los pensadores el desconcierto ante un Universo al parecer absurdo. Sólo les quedó entonces la exaltada fe en el Superhombre (porque «Dios ha muerto») de Friedrich Nietzsche, la digna angustia (porque el hombre es «un ser hacia la muerte») de Martin Heidegger o, simplemente, la náusea de Jean Paul Sartre: «El hombre es una chispa entre dos nadas»".

El liberalismo tradicional, asociado a la conciencia moral y el autogobierno, poco tiene que ver con el "liberalismo" predominante en la actualidad, cuando se supone que una economía libre trae una "ética incorporada" y que, luego de instalada la economía de mercado, las virtudes humanas renacerán espontánea y milagrosamente, sin necesidad de establecer previamente una mejora ética generalizada. Tal mejora requiere de la ética natural que tiene como sustento la empatía emocional proponiendo una inicial predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias.

2 comentarios:

agente t dijo...

La libertad necesita de normas éticas y también positivas para su prevalencia porque, tal como dijo el recientemente fallecido escritor británico Roger Scruton, es lamentable la estrechez de una visión economicista cuando se trata de enfrentarse a la hegemonía ideológica de la izquierda pues no es suficiente que el magnífico instrumento en que consiste la libertad no venga acompañado de valores que le den sentido, los del conservadurismo más destilado: verdad, bondad y belleza.

Una sociedad de economía libre, además de Estado de Derecho, separación de poderes y elecciones periódicas necesita un marco cultural y social específico más allá de lo puramente económico o político, tal como la existencia de un Estado-nación y la lealtad de sus ciudadanos hacia él y hacia sus compatriotas, o una institución familiar basada en un matrimonio que no sea sólo un contrato más o menos fácil de romper sino que suponga un compromiso solemne y sincero de fidelidad y apoyo mutuos que conformen la real existencia de un destino compartido que pueda dar seguridad física y emocional a los hijos en él habidos.

Bdsp dijo...

De acuerdo.....