domingo, 7 de abril de 2019

Supervivencia y neuronas espejo

Para favorecer la supervivencia de los integrantes de la humanidad, e incluso de una parte del reino animal, la evolución biológica ha priorizado la comunicación entre individuos y ha materializado vínculos concretos entre ellos. Este es el caso del proceso empático, que nos permite sentir lo que otros sienten, conocer intenciones ajenas y vincularnos afectivamente para llegar a conformar una sociedad.

La comunicación empática favorece la fortaleza del grupo, ya que su predominio evita la autodestrucción provocada por el odio y el egoísmo de sus integrantes, ya que la ausencia de empatía genera situaciones que tienden a debilitar el grupo arriesgando su supervivencia. Esto puede comprobarse fácilmente observando familias, incluso empresas comerciales o industriales, que se autodestruyen cuando existen débiles vínculos de cohesión.

Cuando Guglielmo Marconi acude al correo italiano para ofrecerles la telegrafía sin hilos, o radiotelegrafía, no despierta interés alguno. Entre tanto, la marina británica advierte el enorme potencial militar al disponer de un medio de comunicación entre sus barcos; efectivo incluso para grandes distancias, favoreciendo de esa manera la “supervivencia” de sus naves en caso de conflictos armados. De ahí que “comunicación” y “supervivencia” deban ir siempre juntas. Wolfgang Wieser escribió: “Los elementos de un sistema deben «comunicarse» entre sí, deben desarrollar interrelaciones regulares coherentes. Esta necesidad de comunicación es fundamental e igualmente importante para sistemas físicos, biológicos o sociológicos. Sin comunicación no hay orden, sin orden no hay totalidad” (De “Organismos, estructuras y máquinas”-EUDEBA-Buenos Aires 1962).

El descubrimiento de las neuronas espejo permite disponer de un fundamento biológico de la empatía, mientras que la empatía resulta ser el fundamento de la ética biológica, o natural, que permite vincularnos afectivamente a los demás compartiendo penas y alegrías ajenas como propias. Silvina Catuara Solarz escribió: “La respuesta empática resulta de la integración funcional de diversos componentes que han sido superpuestos capa sobre capa a lo largo de la evolución como si de un juego de muñecas rusas se tratara. En su núcleo está el mecanismo de percepción-acción, que induce en el observador un estado emocional similar al de la persona observada. Su expresión más básica es el contagio emocional en el que las neuronas espejo cumplen un papel fundamental”.

“Las capas externas de la muñeca, como la preocupación empática y la adopción de la perspectiva ajena, se construyen sobre la base del núcleo y requieren la regulación emocional, la distinción yo-otro y la cognición. A pesar de que las capas exteriores de la muñeca dependen del funcionamiento prefrontal, siguen estando fundamentalmente vinculadas al mecanismo central de percepción-acción” (De “Las neuronas espejo”-Editorial Salvat SL-Barcelona 2019).

En cuanto a las neuronas espejo, puede decirse que son aquellas que se activan tanto en la recepción de información como en el comando de una acción. Mientras que existen neuronas sensoras (similares a los sensores eléctricos de luz, temperatura, calor, etc.) y también neuronas motoras (que ordenan la contracción de un músculo, por ejemplo), las neuronas espejo poseen ambos atributos simultáneamente. De ahí que se activan tanto cuando alguien observa cierta acción en otra persona como cuando la misma acción es realizada por la persona en cuestión. La citada autora agrega: “Las neuronas espejo tienen la asombrosa capacidad de transmitir impulsos eléctricos no solo durante la ejecución de una acción particular, sino también durante la percepción de la acción llevada a cabo por otra persona”.

En el libro mencionado aparece el gráfico de un macaco (animal en el que se observó primeramente tal comportamiento) sosteniendo una piedra con una mano y mostrando la activación de determinada zona de su cerebro. A la par, se muestra al mismo animal observando la mano de un hombre que sostiene también una piedra, activándose la misma zona del cerebro del animal. Como dato curioso puede señalarse que, durante los estudios con animales, se invirtieron los papeles tradicionales entre científicos y animales: “En fin, los monos, sentados en sus butacas, se habían convertido en espectadores de las «monerías» y del entretenimiento que les ofrecían los experimentadores con sus batas blancas”.

Este proceso de activación de neuronas, no sólo se produce ante la observación directa de acciones de otros individuos, sino también al escuchar sonidos asociados a esas acciones; surgiendo, además, la posibilidad de conocer las motivaciones o intenciones vinculadas a esas acciones: “El resultado de esta primera fase de la investigación fue verdaderamente impresionante. Un descuido involuntario en el estudio del sistema motor había llevado al descubrimiento de que las neuronas premotoras se activan cuando el sujeto realiza una acción y también cuando el mismo sujeto observa a otro realizarla. Como si la estuviera reproduciendo en su cabeza. En la mayoría de las ocasiones (aunque no en todas), ese sistema espejo se activaba por igual ante acciones distintas pero vinculadas al mismo objetivo, así que lo que el sujeto reproducía en su cabeza estaba relacionado con la intención de la acción más que con su ejecución. Por último, para que el proceso se desencadenara no era necesario que el sujeto viera la acción completa, y ni siquiera que la observara: tanto la visión parcial como otros estímulos sensoriales (oído) producían el mismo resultado”.

La esencia del lenguaje radica en la asociación de palabras a ciertas imágenes surgidas de la realidad, ya sean imágenes de objetos concretos o bien de acciones realizadas por el hombre. Si detenemos nuestra atención en la palabra “morder”, es posible que de nuestra memoria surja una difusa imagen de alguien ejecutando tal acción, por lo cual existiría la posibilidad de que ciertas neuronas espejo se activaran en forma semejante a lo que ocurre en situaciones en que se observa alguien mordiendo una manzana, por ejemplo. Y esto es precisamente lo que encontraron los investigadores al descubrir que las zonas del cerebro asociadas al lenguaje incluyen neuronas espejo. La citada autora escribe al respecto: “Si las neuronas espejo intervenían en la comprensión de las expresiones lingüísticas a través de la recreación interna de sus representaciones sensoriomotoras, como sucedía con la comprensión de las acciones observadas, entonces debía poder observarse una coincidencia entre las regiones corticales activadas en ambas condiciones experimentales. Es decir, entender el sentido de la expresión «patear una pelota» pasaría por reproducir internamente las sensaciones perceptivas y motoras vinculadas a esa acción”.

“Durante el experimento, la corteza premotora del hemisferio izquierdo se activó de manera congruente cuando los participantes observaban movimientos de los pies, las manos y la boca y cuando leían frases relativas a dichos movimientos. Por ejemplo, había una región específica que respondía por igual a estímulos relacionados con la acción de morder pero de naturaleza distinta: cuando se utilizaba la palabra «morder» en sentido descriptivo y literal (como en la expresión «morder un melocotón»), cuando se integraba en una expresión con significado metafórico (como en la frase hecha «morder más de lo que puedes masticar») y cuando se veía a alguien comiendo (observacional). Estos datos significan que las neuronas espejo del área premotora desempeñan un papel en el procesamiento conceptual de los estímulos verbales y pictóricos y sirven de nexo común entre la información sensoriomotora y la lingüística”.

También tales neuronas permiten la imitación y la emulación, que resultan ser las bases de la educación tradicional y del proceso de adaptación cultural al orden natural y al orden social. Ello se debe a que el conocimiento adquirido por la humanidad es acumulativo, transmitiéndose de generación en generación, con los aportes y errores introducidos por cada una de ellas. “El concepto de aprendizaje por imitación o «vicario» fue introducido por el psicólogo Albert Bandura en su teoría del aprendizaje social en 1977, en contraposición a la idea de «aprendizaje activo», en el que se requiere que experimentemos personalmente las acciones. Esta teoría establece que además de los factores psicológicos, como la motivación, la atención y la memoria, el ambiente ejerce un efecto clave en el aprendizaje a través de una combinación de factores sociales y culturales que modelan la conducta. De acuerdo con este concepto, el aprendizaje por imitación sirve para asimilar los valores y las normas sociales de cada cultura”.

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