miércoles, 9 de enero de 2019

Vínculo de unión entre los hombres

La moral natural resulta ser una ventaja evolutiva; de lo contrario, no podría el hombre vivir en sociedad. Y al no poder vivir en sociedad, no podría existir. La supervivencia del hombre está ligada a la supervivencia de la sociedad. Paul Gille escribió: “La moral es un fenómeno de la vida social: en otros términos, las primeras nociones morales datan y se derivan de las primeras sociedades”. “No puede ser de otro modo: no hay evolución, ni siquiera formación humana sin sociedad, y no hay sociedad posible sin una moral, es decir, sin un sistema de convenciones entre individuos reunidos para ayudarse mutuamente en la lucha –imposible de sostener aisladamente- para la conservación y mejora de la vida, contra las fuerzas naturales y los organismos vitales concurrentes”.

Si la moral es esencial para la unión entre los hombres, el vínculo de unión propuesto por las distintas éticas ha de coincidir con el fundamento de las mismas. Así, el vínculo de unión entre los hombres, según el cristianismo, ha de ser el amor, ya que mediante tal actitud compartimos las penas y las alegrías de los demás como propias. Simultáneamente, el amor es el fundamento de la ética cristiana. El autor citado agrega: “La asociación es, pues, una condición de vida para el ser humano, y al mismo tiempo le obliga a contar con otro y le impone obligaciones generales cuyo conjunto constituye la moral, considerada así como la resultante de toda sociedad o como el mismo lazo social. En cuanto hay asociación, ipso facto nace una moral rudimentaria; el hecho social engendra el hecho moral” (De “Historia de las ideas morales”-Editorial Partenón-Buenos Aires 1945).

Las sociedades utópicas se caracterizan por dejar de lado los vínculos afectivos para reemplazarlos por vínculos materiales, como es el trabajo. Pero tal reemplazo no está exento de dificultades por cuanto los aspectos afectivos del hombre forman parte de su naturaleza humana y tarde o temprano se tornan incompatibles con el vínculo artificial establecido. Henri Lefebvre escribió acerca del marxismo: “Las relaciones fundamentales de toda sociedad humana son por lo tanto las relaciones de producción. Para llegar a la estructura esencial de una sociedad, el análisis debe descartar las apariencias ideológicas, los revestimientos abigarrados, las fórmulas oficiales, todo lo que se agita en la superficie y llegar a que las relaciones de producción sean las relaciones fundamentales del hombre con la naturaleza y de los hombres entre sí en el trabajo” (De “El marxismo”-EUDEBA-Buenos Aires 1973).

La sociedad comunista, que es el ideal socialista, resulta ser esencialmente una sociedad similar a una colmena o a un hormiguero, de ahí que las distintas utopías colectivistas pueden considerarse como distintas imitaciones, quizás inconscientes, de sociedades establecidas por algún tipo de insecto. Paul Gille escribió: “Las abejas trabajan, economizan en común, consumen en común durante la mala estación; en una palabra, ponen en práctica y les va bien, la divisa comunista: «De cada uno según sus fuerzas; a cada uno según sus necesidades»”.

Lo que resulta sorprendente es que un “pequeño detalle” como el mencionado no sea advertido por muchos sociólogos, incluso consideran a Karl Marx como uno de los “fundadores” de la sociología. Puede decirse que desde la sociología, tratando de describir al individuo, se comienza a indagar a partir de la sociedad, mientras que desde la psicología social, tratando de describir la sociedad, se comienza a indagar a partir del individuo. De ahí que la primera transite por una etapa filosófica mientras que la segunda transite por una etapa científica. Se dice que “mientras el científico necesita lápiz, papel y una papelera, el filósofo solamente necesita lápiz y papel”.

También resulta sorprendente que se afirme que la humanidad, como colmena u hormiguero, ha de constituir algo así como “el fin de la historia”; como la última etapa de una evolución social que fue precedida por la esclavitud, servidumbre, capitalismo, etc. Este absurdo implica que la meta de la evolución del hombre ha de ser el hombre-abeja o el hombre-hormiga. En realidad, Marx se apresuró al enunciar la futura caída del capitalismo para darle lugar a la utopía socialista disfrazada de “ciencia social”. Michael Harrington escribió: “Marx y Engels confundieron el surgimiento del capitalismo con su declinación” (De “Socialismo”-Fondo de Cultura Económica-México 1978).

Desde el socialismo se sugiere al hombre abandonar sus ideales propios para someterse a los proyectos colectivos concebidos por los ideólogos. El colectivismo resultante requiere de la pasividad y la uniformidad de los insectos, cuyas mínimas diferencias se deben a que son orientados por instintos antes que por afectos o razonamientos, como en el caso del hombre. De ahí que la generalizada lucha contra el individualismo ha de estar orientada, en definitiva, a la exaltación de la igualdad inherente a los insectos. “Algunos sociólogos, despreciando la naturaleza psicológica, psíquica, del fenómeno moral, tienden a reducir toda la moral a la ciencia de los hechos sociológicos, a la ciencia objetiva de las costumbres. Para esos objetivistas exclusivos no es ya cuestión de conciencia, de deber, de bien, de sanción íntima, sino de leyes sociales, de costumbres, de ritos, de relaciones económicas. Las razones de nuestros actos no están ya en nosotros, sino en el medio en que evolucionamos y cuya presión invencible sufrimos. La conciencia es un eco, ya no una voz. Yo interrogo a la conciencia –dice un crítico- y la sociedad responde”.

“Habría, en consecuencia, un fatalismo moral análogo al fatalismo histórico de Marx, y más aún al fatalismo psicológico que parece haber triunfado, provisionalmente al menos, en el pensamiento científico actual. Se reconstituiría la conciencia moral con sus determinantes sociales. Y la moral ya no sería asunto de conciencia…la «ciencia moral» desaparece ante la «ciencia de las costumbres»”.

“El alma de la moralidad, sin embargo, es la autonomía. Ser moral es tomar de sí mismo, espontáneamente, el principio de sus decisiones. Y una concepción que, en apariencia, desdeña la iniciativa individual, que parece ver en la conciencia una resultante pasiva, un efecto y no una causa, suscita inmediatamente las más naturales sospechas” (Paul Gille).

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