lunes, 17 de diciembre de 2018

El ateismo destructivo

En la actual etapa de crisis que afecta a gran parte de la humanidad, resulta evidente que hay sectores que están a favor de la destrucción de la cultura occidental, algunos en su defensa y otros indiferentes. También entre los ateos encontramos al contemplativo, o filosófico, que adopta esa postura sin intentar perjudicar la cultura a la que pertenece, y al ateo activo que trata de favorecer al proceso que busca destruirla.

Entre los principales actores del ateismo destructivo encontramos a los promotores del “marxismo cultural”, que apoya todo tipo de propuesta que vaya en contra de la moral natural. Esta moral, que sugiere amar al prójimo como a uno mismo, lo que implica compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, consiste en un proceso psicológico y social basado en la empatía, y que compartimos con la mayor parte de los mamíferos; resultando ser una ventaja adaptativa que el proceso evolutivo nos proveyó en vista a asegurar nuestra supervivencia. De ahí que la ética asociada a los mandamientos bíblicos, no es otra cosa que una propuesta de adaptación cultural que actúa en el mismo sentido que la adaptación biológica previa.

Si bien en las épocas del Antiguo y del Nuevo Testamento no se hablaba de adaptación cultural, evolución o empatía, sino de designios de Dios, el origen de la ética bíblica es el mencionado, ya que actualmente disponemos de conocimientos suficientes para así suponerlo con cierta seguridad.

Las interacciones sociales, desde el punto de vista de la Psicología Social, son orientadas por dos tendencias principales: cooperación y competencia. La cooperación social, necesaria e imprescindible para la supervivencia de la humanidad, viene materializada por un desarrollo empático suficiente, es decir, por nuestra predisposición a compartir penas y alegrías ajenas, bajo una predisposición favorable al cumplimiento de los mandamientos bíblicos. Como tales mandamientos son extraídos de la propia naturaleza humana, y son comunes a todos los hombres, resulta absurdo que algunos ateos nieguen su validez intentando negar la validez de la religión que los promueve.

El rechazo de la religión, y de la ética asociada, se debe en gran parte a las desviaciones y debilidades de la propia religión, cuyos difusores se preocuparon más por transmitir misterios y aspectos poco accesibles a la razón que promover una mejor adaptación al orden natural, o a la voluntad de Dios en el lenguaje y la simbología religiosa. El ateismo moderno ha ido surgiendo al amparo de las debilidades y falencias de las diversas religiones. Daniel Rops escribió: “En la actualidad es una actitud muy cómoda la de limitarse a condenar al ateismo. Obrando así los cristianos pronto quedarán reducidos a una escasa minoría encerrada en un bastión, acorralados por todas partes, a una especie de judería. Ha de comprenderse que el ateísmo es la consecuencia absolutamente lógica de la libertad que el cristianismo reconoce al hombre”.

“El ateísmo es una de las esenciales posibilidades de esa libertad. A nuestro tiempo le ha sido dado el captar la conciencia más viva, más punzante, de la misión primordial que corresponde a la elección humana de la orientación de la libertad. Por ser libre, verdaderamente libre, el hombre tiene derecho a negar a Dios. La presencia del espíritu en un mundo humano depende esencialmente de la opción del hombre. En cierto sentido, el mismo ateísmo demuestra que el hombre es capaz de encontrar a Dios”.

“Entonces, ¿qué significa el proceso, que la historia nos presenta, de una ateización progresiva del mundo y especialmente de Occidente? Tendemos todos a creer que se trata de una degradación fatal, cosa no muy segura. El universo medieval, que en muchos aspectos nos parece admirable y encarna auténticos valores espirituales, en otros aspectos aparece como un tiempo verdaderamente intermediario, una especie de adolescencia cuyos principios cristianos se hallaban lejos de transformarse todos en caridad y en fraternidad humanas debido a demasiados compromisos temporales”.

“La rebeldía del ateismo, que coincidió en el siglo XVI con el afianzamiento perentorio de la razón humana, ha sido una reacción contra lo que había de insuficiente y peligroso en las fórmulas de una cristiandad demasiado política. Esta rebeldía ha ido demasiado lejos al rechazar con lo que tenía de desaparecer otros elementos que habían de subsistir. El ateismo ha tenido lugar, pero ese ateismo no ha sabido darle a esa civilización las bases sobre las que se hubiera podido establecer en paz; la angustia general y creciente ha sido su consecuencia. Esto es tan cierto que para colmar el enorme vacío dejado por lo Divino la humanidad moderna crea nuevos ídolos: el hombre, la clase, el Estado…”.

“El cristiano que, después de onda reflexión, llegue a pensar en esto no considerará al ateismo como una simple negación, como una escandalosa repulsión, sino como la consecuencia de errores de los que él no es sólo responsable; quizá también, más que como un error, como un exceso” (Del Prólogo de “La fe de los ateos” de Paul Rostenne-Fomento de Cultura, Ediciones-Valencia 1970).

La masiva difusión de la ideología de género y del relativismo moral, es uno de los síntomas evidentes del predominio del ateismo en la actualidad. Debido a que las leyes naturales que describe el científico son las mismas leyes de Dios que considera el religioso, el ateismo se identifica así con la anti-ciencia, ya que ignora toda ley natural asociada a la biología, la genética o la psicología, lo que directa o indirectamente implica negar también toda sugerencia ética de carácter religioso.

El principal rechazo a la religión ha surgido siempre del marxismo, que ha ayudado a “reinterpretar” los Evangelios de tal manera de usar a la Iglesia Católica como apoyo ideológico adicional para difundir el ateismo marxista, es decir, una ideología que promueve la destrucción y abolición de todo lo que implique civilización occidental.

Resulta llamativo advertir el rechazo total hacia la religión que se observa especialmente en las redes sociales, en donde numerosos ateos se burlan y descalifican a quienes insinúan algo relativo a la religión. Ignoran, por supuesto, que ya desde el siglo XVIII, en la época del Iluminismo, se propuso la religión natural, sin milagros ni revelaciones, que resulta enteramente compatible con la ciencia experimental. Tal religión pone énfasis en la ética natural y en la moral que surge como respuesta a esa ética.

Las bases de la civilización occidental podrían sintetizarse de la siguiente forma simbólica:

Civilización occidental = Ética natural (cristianismo) + Democracia política + Democracia económica

Pero no son sólo los sectores marxistas los que buscan la destrucción de tales bases, sino que también algunos sectores autodenominados “liberales” (en realidad “marxistas de mercado”) que adoptan actitudes burlescas y despectivas hacia toda forma de religión. Tales sectores, que por lo general comparten la idea marxista de que sólo a partir de la economía se han de mejorar todos los aspectos de la sociedad, desconocen que la economía de mercado requiere de una ética preexistente, para que favorezca la cooperación social requerida para la producción, el consumo y los intercambios en el mercado. En realidad son pseudo-liberales que son incapaces de advertir que el éxito de la economía de mercado descansa precisamente en la ética que ellos desprecian sólo por provenir originalmente de la religión judeo-cristiana. Ignoran incluso las recomendaciones de importantes ideólogos liberales, como Wilhelm Röpke, que han advertido la necesidad de partir de un adecuado nivel moral para que en la sociedad tenga éxito una economía liberal.

El liberal auténtico, por el contrario, tiene siempre presente el espíritu de la Sociedad Mont Pelerin, cuyo objetivo no fue sólo aplicar la economía de mercado en los diversos países, sino en tratar de salvar la civilización occidental que estuvo en serio peligro bajo la aparición de los totalitarismos del siglo XX. Tal tipo de economía era necesaria para un fin superior y quienes se burlan de alguna de las bases morales de la civilización occidental, poco o nada tienen que ver con el liberalismo.

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