sábado, 1 de septiembre de 2018

Fortaleza y debilidad de la democracia

El sistema político y económico propuesto por el liberalismo, la democracia, promueve la división de los poderes públicos como también la división del poder económico. En un caso recurre a las elecciones periódicas mientras que en el otro caso recurre al mercado. Se apunta, en un marco de libertad, a cierta igualdad de posibilidades potenciando las metas individuales sin oposición a las metas colectivas. La democracia constituye una innovación, relativamente reciente, que es promovida por quienes se adaptan a ella y rechazada por quienes tienen aspiraciones políticas o económicas que van más allá de la libertad inherente al sistema. Jean-Françoise Revel escribió: “Tal vez la democracia haya sido en la historia un accidente, un breve paréntesis que vuelve a cerrarse ante nuestros ojos. En su sentido moderno, el de una forma de sociedad que consigue conciliar la eficacia del Estado con su legitimidad, su autoridad con la libertad de los individuos, habrá durado algo más de dos siglos, a juzgar por la velocidad con que crecen las fuerzas que tienden a abolirla”.

“De este modo, tanto en el tiempo como en el espacio, la democracia ocupa un lugar de los más reducidos, porque a fin de cuentas la duración de unos doscientos años que yo evocaba sólo se refiere a los escasos países en que apareció, muy incompleta todavía, a finales del siglo XVIII. En la mayoría de los demás casos, los países en que hoy sobrevive la democracia no la han adoptado sino hace menos de un siglo, hace menos de medio siglo, en ocasiones hace menos de un decenio” (De “Cómo terminan las democracias”-Sudamericana-Planeta-Barcelona 1983).

La fortaleza de la democracia radica en los resultados logrados por las sociedades que cumplieron el requisito necesario para que en ellas pudiera surgir: una actitud predispuesta a la cooperación social. La debilidad radica en que la libertad inherente al sistema es utilizada por quienes pretenden destruirla. Son los totalitarismos, precisamente, los “virus” que aprovechan las posibilidades ofrecidas por la democracia, como las elecciones libres o la libertad de expresión, para destruirlas desde fuera. Ha sido el marxismo, principalmente, quien apunta a su destrucción, como también actúan en el mismo sentido los diversos populismos; respetan las leyes electorales, cuando les son favorables y sabotean a los gobiernos de turno cuando pierden el poder. Revel agrega: “Indudablemente, la democracia habría podido durar, si hubiera sido el único tipo de organización política en el mundo. Pero congénitamente no está hecho para defenderse de los enemigos que, desde el exterior, aspiran a destruirla: sobre todo, cuando el más reciente y el más temible de esos enemigos exteriores, el comunismo, variante actual y modelo acabado del totalitarismo, consigue presentarse como un perfeccionamiento de la democracia misma, aun siendo su negación absoluta”.

“La democracia, por su manera de ser, mira hacia el interior. Por vocación está ocupada en el mejoramiento paciente y realista de la vida en sociedad. El comunismo, por el contrario, se orienta, por necesidad, hacia el exterior, porque constituye un fracaso social, es incapaz de engendrar una sociedad viable. La Nomenklatura, conjunto de burócratas-dictadores que dirigen el sistema, sólo sabe emplear sus capacidades en el expansionismo. Es más hábil y más perseverante en ello de lo que la democracia lo es en defenderse. La democracia se inclina a desconocer, a negar incluso, las amenazas de que es objeto, por lo mucho que le repugna tomar las medidas idóneas para darles réplica. Sólo despierta cuando el peligro se vuelve mortal, inminente, evidente. Pero entonces, o ya no le queda tiempo para poder conjurarlo, o el precio que ha de pagar por sobrevivir resulta abrumador”.

“Al enemigo exterior, antaño nazi, hoy comunista, cuya energía intelectual y cuyo poder económico están completamente orientados a la destrucción, se añade, para la democracia, el enemigo interior, cuyo lugar está inscrito en sus mismas leyes. Mientras que el totalitarismo liquida todo enemigo interior y pulveriza todo principio de acción de su parte gracias a medios simples e infalibles por antidemocráticos, la democracia no puede defenderse más que con mucha suavidad. El enemigo interior de la democracia juega con ventaja, porque explota el derecho al desacuerdo inherente a la democracia misma”.

“Con habilidad bajo la oposición legítima, bajo la crítica reconocida como prerrogativa de todo ciudadano, oculta el propósito de destruir la democracia misma, la búsqueda activa del poder absoluto, del monopolio de la fuerza. En efecto: la democracia es ese régimen paradójico que ofrece a quienes quieren abolirla la posibilidad única de prepararse a ello en la legalidad, en virtud de un derecho, e incluso de recibir a tal efecto el apoyo casi patente del enemigo exterior, sin que ello se considere una violación realmente grave del pacto social”.

“Llegamos así a esta curiosa situación en la sociedad que convencionalmente llamamos Occidente: situación en la que quienes quieren destruir la democracia parecen luchar por reivindicaciones legítimas, mientras que quienes quieren defenderla son presentados como los artífices de una represión reaccionaria. La identificación de los adversarios, interiores y exteriores, de la democracia con unas fuerzas progresistas, legítimas y, lo que es más, con unas fuerzas de «paz», tiende a privar de consideración y a paralizar la acción de los hombres que no quieren más que defender sus instituciones”.

Al intento de destrucción premeditada de la democracia, que las ideologías totalitarias sustentan como principal objetivo, se le agregan los diversos embates que surgen como consecuencia necesaria de la corrupción propia de la política, que se acentúa en épocas de severa crisis moral. Este es el caso de la Argentina, país en el que la mayoría de la población admite con todo cinismo la intención de robar al propio Estado en caso de estar en una situación favorable. Algunos indicios aparecen en las encuestas realizadas al respecto. “Un 58% de los argentinos piensa que ser honesto no trae éxito en nuestro país. El dato, clavado como una espada en el corazón, surge a partir de una encuesta nacional de Gallup….La corrupción es, hoy, el SIDA de la democracia” (De “No robarás” de Gustavo Beliz-Editorial de Belgrano-Buenos Aires 1997).

Teniendo presente el pobre nivel moral predominante, a nadie debe extrañar que en el gobierno nacional se llegó a instalar una verdadera asociación ilícita para saquear al Estado (kirchnerismo). Para colmo, aun con las declaraciones de funcionarios y empresarios intervinientes en el saqueo, más de un cuarto de la población sigue apoyando incondicionalmente a los jefes políticos de tal asociación. San Agustín escribió: "¿Qué son las bandas de ladrones sino pequeños reinos? También una banda de ladrones es en efecto una asociación de hombres, en la que hay un jefe que manda, en la que se reconoce un pacto social, y el reparto del botín está regulado por acuerdos previamente establecidos. Si esta asociación de malhechores crece hasta el punto de ocupar un país y establecer en él su sede, sometiendo pueblos y ciudades, asume el título de reino. Título que le es asegurado no por la renuncia a la codicia, sino por la conquista de la impunidad".

Otro de los errores frecuentes que se cometen, especialmente en los países latinoamericanos, es la periódica aparición de políticos “salvadores de la Patria”, que creen que la historia recomienza con ellos y que por ello deben iniciar su gobierno “desde cero”, ignorando todo lo que hicieron en el pasado los demás gobernantes. Rafael Caldera escribió: “Junto al populismo, el caudillismo acecha en el fondo de la conciencia colectiva para plantear los desafíos a la gobernabilidad democrática. Se ha tratado de investigar el origen de la tentación caudillista hasta en las poblaciones indígenas y la tradición ibérica de los conquistadores. Lo cierto es que existe cierta facilidad en aceptar la presencia de gobiernos unipersonales, en los cuales todo el aparato administrativo y burocrático es una maquinaria al servicio de una sola mano. Basta que el caudillo diga una palabra, toque una tecla, para que todo el mecanismo funcione en la orientación que le ha impuesto”.

“Otro de los grandes desafíos para la gobernabilidad en el país es el mito de Sísifo…Condenado Sísifo a levantar una gran roca, para llevarla desde el fondo del abismo hasta la montaña, cuando ya iba a coronar su labor, la roca caía nuevamente en el abismo y tenía que volver a comenzar el trayecto, repetir lo mismo varias veces seguidas. Los gobernantes venezolanos –y muchos latinoamericanos- han incurrido en hacerse actores del mito de Sísifo: nada de lo anterior sirve, hay que empezar de nuevo la construcción del país y sus instituciones” (De “Los desafíos a la gobernabilidad democrática”-Grupo Editorial Singular-Caracas 2014).

1 comentario:

Edgardo Maffía dijo...

Socrates decía que la democracia era una deformación de La República. Nuestros políticos (Ninguno rescatable), se llenan la boca para hablar de "Democracia"; pero omiten mencionar que si el voto de 'La Hiena' Barrios anula el de Favaloro, es porque algo no funciona.
En Atenas, había un Ciudadano cada 50 personas. Era lo más parecido a la Aristocracia.
Una manera de desterrar los populismos; que reclaman "derechos" y omiten Obligaciones y lastran el sistema republicano con las prebendas -irreversibles- que obtuvieron, es darle prestigio al Ciudadano.
Una manera de hacer que la condición de "Ciudadano" sea más valiosa, sería exigir tener completo el Ciclo Primario de Enseñanza.
Los políticos (Demagogos naturales) llamarían a esto "Voto Calificado", ya que mancomunadamente propugnan la ignorancia de los votantes. Pero ateniéndonos a su condición de avivatos irresponsables, se puede apelar a que votarán cualquier cosa que no los afecte. Así que habría que proponer una ley, que entre en vigencia en un plazo de -digamos- 10 años. Asi, los quejosos de siempre podrían culminar una carrera de grado antes de entrar en vigor esa exigencia.
Esos votantes ya no serían fáciles de engañar por populismos demagógicos; salvo los más refinados; claro está.