miércoles, 5 de septiembre de 2018

El dominio de la voluntad

Las opiniones políticas o religiosas se refieren, en última instancia, a las distintas formas posibles de gobierno; el gobierno de Dios sobre el hombre, o el gobierno del Estado sobre el hombre, o el autogobierno del hombre sobre sí mismo, etc. Sin embargo, en este último caso surge un dilema, ya que nos podemos orientar por nuestra intuición, o por los deseos de nuestro cuerpo, o bien por la razón. El autogobierno, o dominio sobre sí mismo, implica el gobierno de la mente sobre el cuerpo. De ahí que la expresión “dominio de la voluntad” significa en realidad el dominio de la razón sobre el instinto, ya que la voluntad es el atributo por el cual buscamos buenos resultados en el largo plazo aunque el cuerpo nos exija satisfacerlo en el corto plazo.

La imagen concreta de la falta de voluntad es la del vicioso, que opta por el consumo excesivo de comida, bebida, cigarrillos, etc., aun cuando sabe que en el largo plazo tal tendencia será negativa para su salud y para su vida. Lo opuesto al vicioso es el individuo que, aun agradándole el consumo de comida, bebida o cigarrillos, nunca incurre en excesos, precisamente porque vislumbra los efectos futuros y de esa manera gobierna con su mente los deseos inmediatos del cuerpo.

Esta lucha interior del hombre consigo mismo, aparece en algunos textos bíblicos. Fernando Mires escribió: “El ser humano es desde su origen y nacimiento portador de una contradicción no resuelta, la de ser espíritu y carne al mismo tiempo. Dios –de acuerdo con la lección de los dos testamentos- le dio esa contradicción para que tomara una decisión a favor o en contra del espíritu o, por último, para que el mismo mediara entre sus dos formas polares de existir. A fin de que pudiera decidir hacia un lado o hacia el otro, le dio, además, a través del pueblo judío, leyes o mandamientos. Pero, como afirma Paulo, el pecado antecede a la ley, sólo que antes de la ley no podía ser imputado…En este sentido hablaba Paulo de «las dos leyes», la de la naturaleza que es la de querer, y la del espíritu, que es la del deber. «Verdaderamente soy feliz en la ley de Dios, de acuerdo al hombre que yo soy por dentro, pero contemplo en mis miembros otra ley que guerrea contra la ley de mi mente y que me conduce cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros» (Romanos 7, 22 y 23)” (De “El pensamiento de Benedicto XVI”-Libros de la Araucaria SA-Buenos Aires 2007).

Existe una tendencia inconsciente, en la persona con poca voluntad, de considerar “bueno” todo lo que quiere o desea, adoptando una escala de valores centrada en sus apetencias personales. Por el contrario, quien utiliza el razonamiento para prever el futuro, quiere o desea lo que previamente ha considerado como “bueno”. En el primer caso es el cuerpo quien indica lo que es bueno; en el segundo caso es la mente la que orienta al cuerpo. Enrique Rojas escribió: “Cuando la voluntad está educada, el hombre de cualquier edad se vuelve joven, lozano y con mucho heroísmo en su comportamiento. Es la aspiración de llegar a ser un hombre superior”.

“La voluntad es el cauce por donde se afirman los objetivos, los propósitos y las mejores esperanzas, y sus dos ingredientes más importantes para ponerla en marcha son la motivación y la ilusión. La primera arrastra con su fuerza hacia el porvenir; la segunda es la alegría de llevar los argumentos de la existencia hasta el final”.

“Entre la motivación y la ilusión radica la razón de proponerse mejorar cuestiones pequeñas: es decir, hago lo que debo, aunque me cueste, aunque no lo entienda en ese momento. Debemos aprender a desatender esas voces interiores que nos quieren llevar sólo a lo que nos apetece o nos gusta, o hacia lo que nos pide el cuerpo, alejándonos del trayecto adecuado”.

“Toda educación de la voluntad tiene un fondo ascético, por eso está estructurada a base de esfuerzos no muy grandes, pero tenaces y pacientes, que se van sumando un día tras otro. No sólo se consigue tener voluntad superando los problemas momentáneos, sino que la clave está en la constancia, en no abandonarse. Primero dar un primer paso y luego otro, y más tarde hacer un esfuerzo suplementario. De ahí surgen y allí es donde se forjan los hombres de una pieza; los que saben saltar por encima del cansancio, la dificultad, la frustración, la desgana y los mil y un avatares que la vida trae consigo”.

“El que lucha siempre está alegre, porque ha aprendido a dominarse, por eso se mantiene joven. Todo lo que es válido cuesta lograrlo. Pero merece la pena vencer la resistencia y perder el miedo al esfuerzo. Hay que aprender a subir poco a poco, aunque sean unos metros y no nos encontremos en las mejores condiciones”.

“La voluntad recia, consistente y pétrea es la clave del éxito de muchas vidas y uno de los mejores adornos de la personalidad; hace al hombre valioso y lo transporta al mundo donde los sueños se hacen realidad” (De “La conquista de la voluntad”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2003).

Si bien en todas las épocas y lugares se le presentan al hombre inconvenientes y dificultades para lograr su supervivencia, es posible distinguir el predominio de la voluntad en ciertas épocas y lugares, como también el predominio de la falta de voluntad en otras circunstancias. En el primer caso, puede mencionarse a los filósofos estoicos como precursores del predominio de la razón sobre el placer momentáneo; en el segundo caso tenemos a la actual época posmoderna como ejemplo negativo de la búsqueda de placer a toda costa.

Como representativo de la mentalidad estoica, puede mencionarse al filósofo romano Lucio Anneo Séneca. Nassim Nicholas Taleb escribió: “El estoicismo trata de la domesticación –no necesariamente la eliminación- de las emociones. Su objetivo no es convertir los seres humanos en vegetales. Mi ideal del sabio estoico es alguien que transforma el miedo en prudencia, el dolor en información, el error en iniciación y el deseo en acción” (De “Antifrágil”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2013).

Por su parte, Carlos Goñi escribió: “La moral estoica aconseja una actitud de imperturbabilidad frente al destino, aceptando todo lo que necesariamente ha de ocurrir. Para ello se debe vivir según la naturaleza, que, en el caso del hombre, es vivir según la razón y la virtud. Mediante la virtud, el sabio eliminará las pasiones y, de este modo, podrá mantener un equilibrio interior impasible y ajeno a lo exterior”.

“El sabio, si quiere ser feliz, debe comprender y asumir la ley universal del Destino, de la cual nadie puede escapar. El Destino no es una fuerza sobrenatural, sino la misma naturaleza en cuanto aúna todas las fuerzas. La identificación de la naturaleza con Dios hace que el Destino sea sinónimo de providencia divina, una sabiduría superior a la nuestra, ante la cual sólo podemos someternos”.

“El sabio estoico, a diferencia del epicúreo, recomienda abstenerse de los placeres. Los que no lo hacen, más que tener placer, son tenidos por él, ya que, o se atormentan cuando faltan, o se ahogan en su abundancia. Sacrifican su libertad por su vientre, se venden a los placeres. Bien al contrario, el sabio domina los placeres, y son para él como en campaña los auxiliares y las tropas ligeras, es decir, tienen que servir, no mandar” (De “Las narices de los filósofos”-Editorial Ariel SA-Barcelona 2008).

En cuanto a la posmodernidad, Armando Roa escribió respecto de sus principales características: “Búsqueda primaria de lo hedónico, sin sacrificarse en ahondar situaciones a la vista y sin considerar las consecuencias remotas de lo que se hace. Entrega abierta por lo mismo al consumismo en cuanto entretenida fuente de placer sin problemas. En este aspecto, el vivir a crédito sustituye la anterior mentalidad moderna de privilegiar el ahorro”.

“Se reclama si se vulnera el más pequeño de los derechos, y de hecho suena mal hacerle presente a alguien sus deberes. Se podría pensar que todo derecho involucra un deber, pero la posmodernidad maximiza los derechos y en cambio tiene una mirada benévola, comprensiva, silenciosa, para las evasiones de deberes” (De “Modernidad y Posmodernidad”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1995).

1 comentario:

Edgardo Maffía dijo...

Tremenda la última frase: “Se reclama si se vulnera el más pequeño de los derechos, y de hecho suena mal hacerle presente a alguien sus deberes. Se podría pensar que todo derecho involucra un deber, pero la posmodernidad maximiza los derechos y en cambio tiene una mirada benévola, comprensiva, silenciosa, para las evasiones de deberes”.