viernes, 9 de febrero de 2018

Perón y el desarrollo nuclear argentino

Por lo general, los sectores políticos se atribuyen el mérito de todo lo positivo que se haga en un país, mientras que atribuyen a otros sectores, incluyendo a los políticos extra-partidarios, todo lo negativo que se haga. En realidad, los gobiernos permiten, en el mejor de los casos, las obras positivas (cuyos recursos surgen del sector productivo), mientras que otras veces impiden la realización de potenciales desarrollos. Es decir, los países avanzan o retroceden, gracias a los diversos gobiernos o a pesar de ellos. En el caso argentino, puede decirse que el país avanza a pesar de los gobiernos y se estanca o retrocede gracias a ellos.

El desarrollo nuclear argentino, según la opinión de varios físicos, se debe a Enrique Gaviola y Guido Beck, y principalmente a José A. Balseiro. El político que utilizó la física con fines partidarios, por otra parte, fue Juan D. Perón, secundado por Ronald Richter. En esos casos, se observa la participación de dos extranjeros, el “austriaco bueno” (Beck) y el “austriaco malo” (Richter).

Puede decirse que desde la primera y segunda presidencia de Perón, y debido a su gestión, la Argentina comienza a ocupar un lugar secundario entre los diversos países del mundo sumergiéndose en pleno subdesarrollo, siendo un síntoma ello el hecho de mostrar al mundo que ya en 1951 la Argentina había logrado dominar la generación de energía a partir del proceso de fusión nuclear, algo que, todavía en 2018, no ha podido lograrse en forma satisfactoria.

No faltan quienes ven en ese proyecto fallido ciertos aspectos positivos como el inicio de la investigación nuclear para reivindicar la imagen de Perón asociándole un mérito que no es tal. El tirano pocas veces hacía algo que beneficiara al país, a no ser porque fuese una consecuencia inevitable luego de beneficiarse primeramente él mismo. Una persona que sintiera estima por su pueblo, nunca lo hubiese dividido sembrando colectivamente un odio intenso entre seguidores y adversarios. La prueba más evidente lo constituye el hecho de haber apoyado y de haberse asociado a grupos terroristas como Montoneros con la finalidad de destruir material y moralmente a la Argentina con tal de poder acceder nuevamente al poder.

El papelón internacional de 1951 permitió mostrar al mundo la “nueva Argentina” de Perón, alejada de la seriedad que el país había mostrado en otras épocas. Robin Herman escribió: “En la mañana del sábado 24 de marzo de 1951, el dictador argentino Juan Perón convocó una rueda de prensa en la Casa Rosada, el palacio presidencial. Junto a él se sentaba un oscuro físico austriaco llamado Ronald Richter”.

“Ante una nube de periodistas que transmitían sus palabras a toda la nación, Perón declaró que Argentina había construido una central de energía atómica en la isla lacustre de Huemul. Esta central piloto, explicó, empleaba una forma de energía nuclear superior y revolucionaria. En vez de tratar de alcanzar la fisión nuclear como hacían otras naciones, «la nueva Argentina», como la definió Perón, se había arriesgado a abordar un tipo diferente de reacción atómica, la que produce la energía en el Sol. El 16 de febrero pasado, las pruebas habían tenido éxito, produciendo «una liberación controlada de energía atómica» sin usar el uranio como combustible. Para la reacción habían sido necesarias «temperaturas enormemente altas, de millones de grados»”.

“Calificó el descubrimiento como de «trascendental importancia para la vida futura» de su pueblo y «para el resto de los pueblos del mundo» y explicó que llevaría a Argentina a «una grandeza que ni siquiera podemos imaginar en el día de hoy»”.

“Para la comunidad científica internacional, se trataba de una declaración asombrosa: Perón estaba diciendo que Argentina había puesto en funcionamiento una central de energía de fusión. El anuncio del éxito ocupó las cabeceras de los periódicos de todo el mundo. En el New York Times venía un artículo al comienzo de su primera página: «PERÓN ANUNCIA UNA NUEVA FORMA DE EXTRAER LA ENERGÍA DE LOS ÁTOMOS», y debajo: «Argentina ha ideado una reacción termonuclear sin uranio. El método está sacado del Sol»” (De “Fusión”-McGraw-Hill Interamericana de España SA-Madrid 1993).

El estilo de gobierno peronista implicaba hacer todo lo que ordenaba el líder bajo una ciega obediencia. Sin hacer demasiadas consultas, el gran embaucador de multitudes, fue embaucado por un físico con pocos o ningún antecedente científico. Mario Mariscotti escribió: “Era cierto que se sabía poco y que había margen para la duda, pero Gaviola y Beck se habían puesto a buscar datos y antecedentes. Merced a la experiencia de ambos y a sus contactos en el extranjero, poco esfuerzo les costó llegar, en poco tiempo, mucho más allá de lo que pudieron los Ministerios de Educación y de Asuntos Técnicos juntos”.

“Ellos sabían que lo primero que se pregunta de un científico cuando se lo quiere conocer, es la lista de sus publicaciones, y que no hace falta preguntárselo al propio científico; se puede acudir a una biblioteca especializada y mirar los índices de autores. Gaviola y Beck exploraron la literatura de los veinte años precedentes. No encontraron ningún trabajo del doctor Ronald Richter. La única referencia al trabajo de Richter en la universidad de Praga, donde había estudiado, figuraba en un trabajo del físico Felsinger publicado en la revista Annalen der Physik de 1937, donde le agradece a Richter la cesión del equipo que él había utilizado para medir el efecto fotoeléctrico de rayos X «blandos» sobre diversas muestras” (De “El secreto atómico de Huemul”-Sudamericana/Planeta Editores-Buenos Aires 1985).

Tanto Perón como su entorno, desconfiaban de los físicos argentinos y, por el contrario, confiaban excesivamente en todo personaje que viniese de Alemania o Austria ya que, para los nazi-fascistas, la raza garantizaba cierta calidad profesional. De ahí que se embarcaron en un proyecto costoso sin siquiera haber averiguado los antecedentes de quien habría de dirigirlo.

José A. Balseiro fue uno de los físicos designados posteriormente para supervisar los trabajos de Richter una vez que el gobierno comienza a desconfiar de los resultados obtenidos. En un informe al respecto, Balseiro escribe: “De las comprobaciones efectuadas durante el funcionamiento del reactor se sigue que no existe ningún elemento de juicio que permita afirmar que una reacción de carácter nuclear se produce realmente”.

Arturo López Dávalos y Norma Badino, por su parte, escriben: “En realidad, las reacciones nucleares que Richter pretendía lograr son en principio posibles, pero el camino elegido, por falta de rigor en el análisis y por falta de experiencia, era totalmente equivocada. El método utilizado en la isla Huemul para intentar la obtención de la fusión nuclear puede compararse, usando un lenguaje no técnico, con el intento de hacer llegar una piedra hasta la Luna usando para ello una honda o «gomera»; la idea es en principio realizable (el viaje de la piedra a la Luna es posible), pero la honda es un instrumento absolutamente insuficiente para lograr ese fin” (De “J. A. Balseiro: crónica de una ilusión”-Fondo de Cultura Económica de Argentina SA-Buenos Aires 1999).

El elemental nivel científico de Richter le impedía tener en cuenta las perturbaciones electromagnéticas que pueden producirse entre el proceso estudiado y los instrumentos de medición. López Dávalos y Badino agregan: “Antes de escribir su informe, Báncora [el otro físico supervisor] había repetido las experiencias de Richter en el aspecto electromagnético, constatando que un arco voltaico semejante al utilizado en Huemul era efectivamente oscilante, lo que producía un acoplamiento entre las oscilaciones electromagnéticas del circuito y los circuitos electrónicos vinculados a los contadores Geiger, situados a poca distancia del arco”.

“La situación es semejante a la que se produce cuando un instrumento electrónico como una computadora opera cerca de un televisor y perturba su funcionamiento. El ruido que produce el televisor al ver afectada la recepción tiene el mismo tenor que las cuentas falsas que acusaban los contadores Geiger”.

La diferencia entre una bomba y un reactor de fisión, o entre una bomba y un reactor de fusión, es que en los primeros casos no existe un control del proceso mientras que en los segundos casos puede controlarse. Según parece, en las experiencias en la isla Huemul, no se utilizaba el sistema de control. Los citados autores escriben al respecto: “Agrega [Balseiro] que si bien en la cámara de reacción existe un oscilador de radiofrecuencia con la finalidad de servir para el mecanismo de control, aquel nunca funcionó durante la realización de las experiencias. Deja constancia de que no existe en las proximidades de la zona de reacción ningún dispositivo que pueda generar el campo magnético oscilante que permita obtener el efecto de resonancia que Richter pretendía para controlar el ritmo de la reacción”.

Para colmo de males, Richter interpretaba mal las experiencias y ni siquiera repetía los experimentos que realizaba. Mario Mariscotti escribió: “Un plasma caliente, donde los átomos se desplazan en todas direcciones, exhibe un ensanchamiento de sus líneas espectrales, no un desplazamiento. A tal punto llegó la superficialidad del análisis científico del responsable del proyecto Huemul, que ni siquiera tenía en claro los resultados que debía esperar. Richter no sólo actuó contrariamente a las más elementales normas de la investigación científica al negarse a repetir el experimento; también se equivocó drásticamente al creer que debía esperar una desviación de las líneas del espectro en lugar de un ensanchamiento”.

Puede encontrarse algunas semejanzas entre la actitud de líderes totalitarios como Stalin, Kruschev y Mao Tse-Tung al confiar en pseudo-científicos como Trofim Lysenko y la actitud de Perón al confiar en Richter. En ambos casos se advirtió que las ideologías totalitarias, cuando ocupan gran parte de un cerebro, pueden jugar malas pasadas. En el primer caso, se aceptó a Lysenko porque su “teoría” se adecuaba al materialismo dialéctico (aunque no a la naturaleza), mientras que en el segundo caso, Richter fue considerado como un digno representante de la “raza superior aria”.

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