lunes, 12 de febrero de 2018

¿Afecta el ambiente cultural la eficacia de la educación?

En general, estamos de acuerdo en que la educación que reciben niños y adolescentes es de prioritaria importancia para lograr un desarrollo equilibrado de la sociedad. Por “educación” entendemos el proceso que se establece en los distintos establecimientos, estatales o privados, en donde se trata de que el alumno adquiera una formación integral, que involucra desde lo ético hasta lo laboral, para permitirle insertarse sin mayores inconvenientes en el medio social.

Los hábitos que el alumno adquiere a lo largo del proceso educativo, no dependen sólo de lo adquirido en la escuela, sino también de lo aprendido en su propio hogar y, principalmente, de lo que recibe cotidianamente desde los medios masivos de comunicación, como es el caso de la televisión. De ahí que las fallas que se advierten en el proceso formativo no se deben sólo a ciertos criterios pedagógicos erróneos, en boga en estas épocas, sino también de la información que recibe desde la televisión.

Los problemas asociados a la superficialidad, el hedonismo o la burla frecuente, proceso conocido en la Argentina como la “tinellización” de la sociedad, contrasta notablemente con la influencia que recibían las generaciones anteriores cuando la mayor parte del tiempo estaban en contacto, a través del libro, con los personajes más destacados de la cultura universal.

Es absurdo esperar que niños y adolescentes adquieran hábitos culturales adecuados cuando desde el Estado se premia a personajes como Marcelo Tinelli al considerarlos “ciudadanos ilustres” o se homenajea a asesinos seriales como Ernesto Che Guevara incorporando a la propia Casa de Gobierno de la Nación un retrato recordatorio con guardia de honor permanente, al menos hasta hace algún tiempo atrás. Así como el lenguaje gestual, en los individuos, es mucho más eficaz o influyente que el lenguaje asociado a las palabras, la transmisión de hábitos y actitudes es mucho más influyente (para bien o para mal) que los discursos puramente verbales. Si la sociedad en su conjunto valora y exalta la superficialidad, la burla, el odio entre sectores y hasta el terrorismo más violento, es absurdo esperar que de las escuelas egresen alumnos aptos para conformar una sociedad pacífica y civilizada.

El problema puede sintetizarse en base a las siguientes dos situaciones indeseables: a) Desacuerdos educativos, b) Relativismo moral. Existe desacuerdo educativo cuando el padre de un niño pequeño estimula y festeja cuando éste dice malas palabras o actúa en forma grosera, mientras que la madre le recrimina tales hábitos. Al no haber coincidencias, el niño no tendrá una clara la idea del bien y del mal, y mucho menos una orientación concreta en la vida.

Cuando este niño comienza la etapa escolar, es posible que en la escuela tampoco reciba una influencia moral adecuada por cuanto predomina en la sociedad la idea del relativismo moral, por lo cual no existiría el bien ni el mal en un sentido absoluto o universal. En lugar de recibir este alumno una orientación definida y coincidente, se lo ubica en una postura de total desorientación. Cuando llega a adolescente, las cosas no habrán cambiado demasiado, o incluso pueden haber empeorado por cuanto en la escuela se le crea el hábito de que debe renunciar a los objetivos individuales para su vida, sino que debe amoldarla para compartir objetivos colectivos impuestos por el Estado benefactor. El proceso educativo se va transformando en un proceso de adoctrinamiento político.

La sociedad, en su conjunto, tampoco tiene metas culturales definidas por cuanto el relativismo cultural indica que no existe cultura mejor que otra, que cualquier cosa que hagamos constituirá “nuestra cultura”, aunque sea incompatible con los principios morales elementales.

Tampoco se le sugiere que tenga metas tales como la formación de una familia del tipo natural o tradicional, sino que desde chico se le informa que dispone de la posibilidad de establecer un “matrimonio” homosexual, participar en tríos mixtos o en diversas asociaciones que se le puedan venir a la mente. Es decir, el relativismo moral valora todas las alternativas posibles con una tácita exclusión de lo natural y lo tradicional.

El perfeccionamiento de la educación destructiva, tanto del individuo como de la sociedad, se materializa en la actitud por la cual se le sugiere hacer todo lo contrario a lo que proponen las diversas iglesias cristianas. Recordemos que existen dos tendencias básicas en el individuo; cooperación y competencia, siendo la primera de ellas la base de la moral natural a través del “amarás al prójimo como a ti mismo”, mientras que una competencia compatible con este principio requiere una predisposición a cooperar de mejor forma y con mayor intensidad que los demás.

El relativismo moral, por el cual es el hombre mismo quien decide qué es el bien y el mal en cada circunstancia, no tiene en cuenta, por ejemplo, los efectos perniciosos que el abuso de menores genera en la psicología individual de los mismos. Aun cuando la sociedad, con pleno y mayoritario consenso, decrete que tales prácticas de abuso no son pecaminosas, los efectos en los niños serán exactamente los mismos, porque no dependen de lo que los hombres opinemos sino de la propia naturaleza humana que hemos adquirido a través de millones de años de evolución biológica.

Por lo general, el antiguo modelo de la sociedad medieval nos brinda un ejemplo de sociedad con objetivos coincidentes y con un sentido de la vida objetivo, si bien en la actualidad varias de sus creencias y costumbres no son de conveniente aplicación. Theodore Brameld escribió: “Examinemos, por ejemplo, el contraste entre el orden contemporáneo y el medieval. En la Edad Media, no sólo el tiempo era más lento y los modos de vida más simples; se agregaba a esto el hecho de que la mayoría de los hombres se encontraban encuadrados desde su nacimiento en una posición estable dentro de una estructura social y religiosa tan inamovible, que cualquier porción de libertad que pese a todo pudieran poseer, estaba bien determinada por otros anticipadamente”.

“La decadencia del medievalismo y el surgimiento de la época moderna transformó gradualmente este tipo de orden, en términos de la experiencia real y en términos de las filosofías que se desarrollaron para justificar y acelerar la transformación. El orden era todavía aceptado. Pero gradualmente se lo consideraba más como un medio para el valor de la libertad individual, que como un valor en sí mismo. El Estado, por ejemplo, era tolerado como un mal necesario –como un poder coercitivo, necesario para los transgresores de dentro y los agresores de fuera- pero apenas como institución valiosa por derecho propio” (De “Bases culturales de la educación”-EUDEBA-Buenos Aires 1961).

Los problemas expuestos no conciernen sólo a un país ni tampoco son propios de una época, sino que existen bajo ciertas particularidades locales. Theodore Brameld escribió respecto de la sociedad estadounidense: “Nuestras escuelas y «colleges», en general, no son ni coherentes ni claros respecto de los valores que se presupone están obligados a inculcar a los jóvenes. No son coherentes, porque las tensiones virulentas de las instituciones económicas, religiosas, políticas y de otro tipo de nuestro tiempo, contagian también inevitablemente nuestra enseñanza o aprendizaje de valores. Y no son claros, pues, en la medida en que la educación norteamericana ha tendido a considerar que su misión principal es la de proporcionar información y aprendizaje de las técnicas, también tendió a almacenar sus valores en el desván de la educación, por así decirlo”.

“El resultado es que los valores –por ejemplo, aquéllos asociados a la Declaración de la Independencia o The Bill of Rights- a menudo se dan por sentados, o en el mejor de los casos, se tratan con una especie de deferencia sentimental, en lugar de hacerlos objeto de una reinterpretación crítica y constante como valores importantes para la teoría y la práctica total de la educación en una cultura democrática”.

“La educación tiene siempre un carácter normativo. Está siempre gobernada por normas –es decir, pautas- que derivan su propio sentido de los valores inherentes a la vida de los pueblos organizados en culturas. Sin embargo sería posible abonar con nutridos ejemplos la afirmación de que la educación está agobiada por problemas crónicos que no han encontrado solución, precisamente porque su índole profundamente normativa es presupuesta o completamente ignorada. Siendo esto así, una de las tareas más urgentes con que se enfrenta la educación, y sin duda la más sorprendente, es la de encarar sus problemas en el mercado de los valores donde se encuentran y se entremezclan el movimiento de la educación y el de la cultura. Es aquí donde la educación revela más abiertamente lo que siempre ha sido por debajo de la superficie de su rutina común: una institución interesada en primero y último lugar, en ayudar a los seres humanos a aprender cómo vivir de conformidad con las normas de una cultura determinada”.

“Sugiero que la búsqueda de un orden renovado en educación esté condicionada, en primer lugar, por la búsqueda de un orden renovado de la cultura; que la primera presenta tantos signos de inestabilidad como la segunda; y que una razón fundamental para el genuino interés de los líderes de la educación por ayudar al estudiante a encontrar nuevamente su orientación, estriba en el hecho de que la cultura lo ha ayudado, precisamente, a perder dicha orientación”.

La alternativa unificadora que permita compatibilizar educación, cultura, política, economía y religión, radica en la ciencia experimental, concretamente en la Psicología social. A partir de las dos tendencias básicas de cooperación y competencia, junto a la existencia de una actitud característica en todo individuo, resulta posible fundamentar la ética natural, esencialmente la ética cristiana, para que pueda constituirse como el fundamento de toda acción humana. Desligada de misterios e incoherencias lógicas, la moral natural permitirá, en poco tiempo, orientar al hombre por el sendero que lo llevará a una mejora constante por los distintos niveles de adaptación al orden natural.

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