lunes, 24 de octubre de 2016

Televisión, Internet y educación

Antes de la aparición de la escritura, el hombre primitivo establecía razonamientos elementales en base a imágenes que extraía de la realidad. Con la aparición de la escritura comienza la etapa del razonamiento simbólico, que ha de predominar hasta nuestras épocas. La civilización se va consolidando con la aparición de la imprenta, el telégrafo, el teléfono, y la radio. En todos estos casos es la palabra, y no la imagen, la que permite las comunicaciones y el pensamiento. Ernst Cassirer define al hombre como un “animal simbólico”, escribiendo al respecto: “El hombre no vive en un universo puramente físico sino en un universo simbólico. Lengua, mito, arte y religión… son los diversos hilos que componen el tejido simbólico… Cualquier progreso humano en el campo del pensamiento y de la experiencia refuerza ese tejido… La definición del hombre como animal racional no ha perdido nada de su valor, pero es fácil observar que esta definición es una parte del total. Porque al lado del lenguaje conceptual hay un lenguaje del sentimiento, al lado del lenguaje lógico o científico está el lenguaje de la imaginación poética. Al principio, el lenguaje no representa pensamientos o ideas, sino sentimientos y afectos” (Citado en “Homo videns”).

Con el advenimiento de la televisión, palabra que significa “visión a lo lejos”, en cierta forma se deja un tanto de lado el pensamiento en base a la palabra para retornar el pensamiento en base a la imagen. Si bien las palabras nos exigen formar imágenes mentales en el proceso del razonamiento, las imágenes que transmite la televisión nos eximen del proceso de abstracción y limitan el razonamiento lógico del tipo verdadero-falso, permitido y favorecido por la palabra. Giovanni Sartori escribió: “Lo que nosotros vemos o percibimos concretamente no produce «ideas», pero se insiere en ideas (o conceptos) que lo encuadran y lo «significan». Y éste es el proceso que se atrofia cuando el ‘homo sapiens’ es suplantado por el ‘homo videns’. En este último, el lenguaje conceptual (abstracto) es sustituido por el lenguaje perceptivo (concreto) que es infinitamente más pobre: más pobre no sólo en cuanto a palabras (al número de palabras), sino sobre todo en cuanto a la riqueza de significado, es decir, de capacidad connotativa”.

“La cuestión es ésta: la televisión invierte la evolución de lo sensible en inteligible y lo convierte en…un regreso al puro y simple acto de ver. La televisión produce imágenes y anula conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender”.

“Los llamados primitivos son tales porque –fábulas aparte- en su lenguaje destacan palabras concretas: lo cual garantiza la comunicación, pero escasa capacidad científico-cognoscitiva. Y de hecho, durante milenios los primitivos no se movieron de sus pequeñas aldeas y organizaciones tribales. Por el contrario, los pueblos se consideran avanzados porque han adquirido un lenguaje abstracto –que es además un lenguaje construido en la lógica- que permite el conocimiento analítico-científico”.

“El ‘homo sapiens’ debe todo su saber y todo el avance de su entendimiento a su capacidad de abstracción. Sabemos que las palabras que articulan el lenguaje humano son símbolos que evocan también «representaciones» y, por tanto, llevan a la mente figuras, imágenes de cosas visibles y que hemos visto. Pero esto sucede sólo con los nombres propios y con las «palabras concretas», es decir, palabras como casa, cama, mesa…etcétera, nuestro vocabulario de orden práctico”.

“De otro modo, casi todo nuestro vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en palabras abstractas que no tienen ningún correlato en cosas visibles, y cuyo significado no se puede trasladar ni traducir en imágenes. Ciudad es todavía algo que podemos «ver»; pero no nos es posible ver nación, Estado, soberanía, democracia, representación, burocracia, etcétera; son conceptos abstractos elaborados por procesos mentales de abstracción que están construidos por nuestra mente como entidades” (De “Homo videns. La sociedad teledirigida”-Taurus-Madrid 1998).

Por lo general pensamos que quien no mira televisión ni usa una calculadora digital, es alguien que no “evoluciona” por cuanto deja de lado las innovaciones tecnológicas. Sin embargo, el excesivo uso de la televisión y de la calculadora hace perder al individuo el entrenamiento mental requerido para la lectura de libros sin imágenes y para el cálculo numérico mental. Si tenemos en cuenta que uno de los objetivos básicos de la educación es el adiestramiento de la mente, para una posterior educación de tipo autodidacta, se advierte que la televisión hace perder el hábito de la lectura y la calculadora el hábito del razonamiento cuantitativo.

Quien se acostumbra a observar imágenes de alta calidad, y en colores, tendrá que hacer un gran esfuerzo con su imaginación cada vez que intente leer un libro sin figuras, ya que no está habituado a “formar imágenes” en su mente para asociarlas a la palabra escrita. Se ha llegado al extremo de que, en algunas universidades, deben hacer cursos preuniversitarios sobre “comprensión de textos” por cuanto, los futuros alumnos, que poco leen, prácticamente apenas si saben leer.

En los ámbitos educativos, por lo general, aparecen controversias respecto del aburrimiento del niño o del adolescente que pasa mucho tiempo frente al televisor y que por ello no le encuentra atractivo alguno a las clases que recibe en la escuela. De ahí la propuesta de que la escuela debería ser tan “divertida” como la televisión, algo que, según lo visto, no parece ser lo mejor para el estudiante. Por el contrario, debería restringir sus horas de televisión aumentado las pocas (o ninguna) horas de lectura de textos sin figuras. “Por encima de todo, la verdad es que la televisión es la primera escuela del niño (la escuela divertida que precede a la escuela aburrida); y el niño es un animal simbólico que recibe su impronta educacional en imágenes de un mundo centrado en el hecho de ver. En esta «paideía», la predisposición a la violencia es sólo un detalle del problema. El problema es que el niño es una esponja que registra y absorbe indiscriminadamente todo lo que ve (ya que no posee aún capacidad de discriminación). Por el contrario, desde el otro punto de vista, el niño formado en la imagen se reduce a ser un hombre que no lee, y, por tanto, la mayoría de las veces, es un ser «reblandecido por la televisión», adicto de por vida a los videojuegos”.

“Es cierto que la televisión entretiene y divierte: el «homo ludens», el hombre como animal que goza, que le encanta jugar, nunca ha estado tan satisfecho y gratificado en toda su historia. Pero este dato positivo concierne a la «televisión espectáculo». No obstante, si la televisión transforma todo en espectáculo, entonces la valoración cambia”.

Si los comportamientos se repiten en los diversos países, ello se debe seguramente a la “ingesta diaria” de varias horas de televisión, a la que le ha de seguir un comportamiento típico. Francesco Alberoni escribió al respecto: “Los jóvenes caminan por el mundo adulto de la escuela, del Estado…de la profesión como clandestinos. En la escuela, escuchan perezosamente lecciones que enseguida olvidan. No leen periódicos…Se parapetan en su habitación con carteles de sus héroes, ven sus propios espectáculos, caminan por la calle inmersos en su música. Despiertan sólo cuando se encuentran en la discoteca por la noche, que es el momento en el que, por fin, saborean la ebriedad de apiñarse unos con otros, la fortuna de existir como un único cuerpo colectivo danzante” (Citado en “Homo videns”).

Si el alumno que poco o nada lee, y ve mucha televisión, encuentra grandes dificultades cada vez que intenta leer un libro sin figuras, tendrá dificultades similares cuando se propone interpretar al docente que le habla a la clase durante un lapso prolongado. Además, la “atrofia cultural” asociada al hombre que no lee, se debe a que crece “en compañía” del conductor de televisión y no del autor de un libro, que por lo general le ha de poder transmitir una mejor visión de la realidad. Sartori agrega: “Hoy hablamos, por ejemplo, de una cultura del ocio, una cultura de la imagen y una cultura juvenil. Pero cultura es además sinónimo de «saber»: una persona culta es una persona que sabe, que ha hecho buenas lecturas o que, en todo caso, está bien informada. En esta acepción restringida y apreciativa, la cultura es de los «cultos», no de los ignorantes. Y éste es el sentido que nos permite hablar (sin contradicciones) de una «cultura de la incultura» y asimismo de atrofia y pobreza cultural”.

La crisis educativa actual no se ha de deber sólo a la televisión, o al uso excesivo de Internet, sino a otros factores, como lo es la poca valoración social que se le da al conocimiento y a la cultura, ya que prevalece lo superficial, el dinero y la diversión. Sin embargo, es conveniente tener en cuenta cada uno de los posibles factores que favorecen la crisis, de manera de poder revertirla en un tiempo prudencial.

La televisión promueve una “cultura” de masas que se realimenta a través de ella misma acentuando el fenómeno. Si en la sociedad real ocurren escenas de violencia, se induce a los productores televisivos a “recrear la realidad” emitiendo nuevamente escenas similares a las captadas en el medio social. De ahí que la televisión no sólo tiende a imponer una manera de pensar, sino que induce una escala de valores opuesta a la que resultaría ser la adecuada para la juventud. Posiblemente de ahí provenga el desgano y la apatía de los alumnos, y no tanto del docente “incapaz de motivarlos adecuadamente”.

Internet permite que todo individuo disponga de una “memoria artificial” prácticamente infinita, que haría innecesaria la “memoria artificial” constituida por una biblioteca. Sin embargo, la primera es inmanejable y sólo ha ser un complemento de gran utilidad en algunas circunstancias. Si la educación consistiera solamente en “disponer de información”, con Internet bastaría para combatir todo tipo de ignorancia. Sin embargo, debe existir siempre un “filtro”, constituido generalmente por el docente, que permite la “formación intelectual” del alumno, algo que por lo general no puede hacerlo en forma individual.

Ante la programación de la educación como si el alumno fuese una computadora, Fernando Savater escribió: “Puede aprenderse mucho sobre lo que nos rodea sin que nadie nos lo enseñe ni directa ni indirectamente (adquirimos gran parte de nuestros conocimientos más funcionales así), pero en cambio la llave para entrar en el jardín simbólico de los significados siempre tenemos que pedírsela a nuestros semejantes. De ahí el profundo error actual… de homologar la dialéctica educativa con el sistema por el que se programa la información de los ordenadores. No es lo mismo procesar información que comprender significados”.

“La verdadera educación no sólo consiste en enseñar a pensar sino también en aprender a pensar sobre lo que se piensa y este momento reflexivo –el que con mayor nitidez marca nuestro salto evolutivo respecto a otras especies- exige constatar nuestra pertenencia a una comunidad de criaturas pensantes. Todo puede ser privado e inefable –sensaciones, pulsiones, deseos…- menos aquello que nos hace partícipes de un universo simbólico y a lo que llamamos «humanidad»” (De “El valor de educar”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1997).

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