domingo, 3 de julio de 2016

La Iglesia entre la ortodoxia y la compatibilidad

La Iglesia Católica denomina “ortodoxo” a lo que resulta “conforme al dogma”, o a la doctrina emanada de la misma. Quienes aducen ser cristianos, pero se separan del dogma y de la doctrina, son considerados ajenos a la Iglesia, o incluso herejes si promueven la difusión masiva de alguna postura innovadora. La referencia adoptada por la Iglesia es la instancia superior constituida por la Biblia, a la cual se accede mediante la fe, o la confianza en la plena veracidad de su contenido. Puede decirse que se trata de una referencia subjetiva por cuanto la Biblia ha sido escrita por hombres que miraban a Dios y a sus leyes, sin otra garantía que sus aptitudes y sus buenas intenciones.

Respecto de las herejías, Miguel de Unamuno escribió: “El verdadero pecado, acaso el pecado contra el Espíritu Santo, que no tiene remisión, es el pecado de herejía, el de pensar por cuenta propia. Ya se ha oído aquí, en nuestra España, que ser liberal, esto es, hereje, es peor que ser asesino, ladrón o adúltero. El pecado más grave es no obedecer a la Iglesia, cuya infalibilidad nos defiende de la razón”.

“¿Y por qué ha de escandalizar la infalibilidad de un hombre, del Papa? ¿Qué más da que sea infalible un libro: la Biblia, una sociedad de hombres: la Iglesia, o un hombre solo? ¿Cambia por eso la dificultad racional de esencia? Y pues no siendo más racional la infalibilidad de un libro o la de una sociedad que la de un hombre solo, había que asentar este supremo escándalo para el racionalismo” (De “Del sentimiento trágico de la vida”-Espasa-Calpe SA-Madrid 1980).

Desde el punto de vista científico, existe una referencia objetiva constituida por las leyes naturales que rigen todo lo existente, incluido el hombre, que son justamente las leyes de Dios consideradas por la religión. De ahí que, en lugar de buscar la conformidad de una postura religiosa respecto de un dogma, se debe verificar su compatibilidad respecto de tales leyes. En lugar de ser aceptada una doctrina en base a la fe, debe buscarse su verificación empleando la experimentación y el razonamiento.

Las leyes naturales de mayor interés, en este caso, son las estudiadas por la psicología y por la psicología social; que son unas de las ramas humanistas de la ciencia que han entrado en una etapa experimental. Alain Minc escribió respecto de Ernest Renan: “Tras haber abandonado sin dramatismo el seminario en 1845, sigue siendo, según sus palabras, un «cristiano no ortodoxo»”. “Renan permanece unido al catolicismo, a su ambiente y a su espíritu. Inclinándose entonces por la enseñanza pública, manifiesta la misma desenvoltura soberana que en el catolicismo” (De “Una historia política de los intelectuales”-Duomo Ediciones-Barcelona 2012).

Todo aquel que se separa del dogma es visto como un enemigo de la Iglesia, acusándosele de hereje o bien de ateo. De esa forma, la Iglesia parece adoptar la postura de ser una “concesionaria exclusiva” de la interpretación de las leyes naturales que rigen al hombre. El citado autor agrega sobre Renan: “No utiliza ninguna violencia verbal respecto a una religión cuyo papel de estabilizador social aprecia: «Sólo personas mal informadas pueden creer que yo haya querido destruir algo en un edificio social que a mí me parece está demasiado quebrantado»”.

“El mundo eclesiástico no lo entiende así. Sabe mejor que nadie hasta qué punto el ataque apunta a la esencia misma de la religión. Si, como escribe Renan, Jesús es «ante todo un seductor», el edificio entero se derrumba. De ahí procede la violencia de los insultos, incluso manifestaciones que le impedirán volver durante quince años a su Bretaña natal. Renan no es ateo. No ha cuestionado ni el sentimiento divino ni la exigencia de la religión en el hombre. Si se acerca a los medios ateos no es tanto por convicción como por necesidad de solidaridad frente a una Iglesia cuya hostilidad hacia él no disminuye con el tiempo”.

La visión de Ernest Renan contempla la existencia de leyes naturales invariantes, coincidiendo con la postura de la mayor parte de los científicos. De ahí que interpreta a los milagros como fenómenos naturales con poca probabilidad de ocurrencia, excluyendo intervenciones directas de Dios. Al respecto escribió: “Es preciso tener presente que, a excepción de las grandes escuelas científicas de la Grecia y de sus adeptos romanos, toda la antigüedad admitía los milagros, y que Jesús, no solamente creía en ellos, sino que no tenía ni la más remota idea de un orden natural sujeto a leyes invariables. Sus conocimientos sobre este punto en nada eran superiores a los de sus contemporáneos. Lejos de ello, una de las opiniones más profundamente arraigadas en Jesús, era que la fe y la oración dan al hombre ilimitado poder sobre la naturaleza” (De “Vida de Jesús”-Librería El Ateneo Editorial-Buenos Aires 1958).

Es importante tener presente que el cristianismo es una religión moral antes que una filosofía contemplativa. Por ello, puede decirse que cristiano es aquel que cumple con los mandamientos bíblicos (o al menos hace el esfuerzo por cumplirlos), en forma independiente de sus creencias acerca de cómo cree que funciona el mundo. Si hemos de señalar un defecto importante de la religión actual, puede decirse que tal defecto consiste en la creencia de que la aceptación de los dogmas eclesiásticos basta para que alguien sea considerado cristiano, aun cuando pocas sean sus intenciones de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. Bernard Delfgaauw escribió: “El ateísmo y la fe en Dios no se revelan simple y únicamente por profesar o no la fe en Dios”. “Creer en Dios o no creer en Dios, no es cosa que se decida por palabras, sino por acciones y obras”. “Ser cristiano significa aceptar el Evangelio esto es: entrar en una relación muy especial con la persona de Cristo. Y esta relación especial se llama desde antiguo creer” (De “Creyentes e incrédulos”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1968).

La forma efectiva que tiene el sector teísta (postura que supone la existencia de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos) para descalificar y agraviar las posturas deístas (las que identifican a Dios con la ley natural) es acusar a sus seguidores de “negar la divinidad de Cristo”. Con ello ahuyentan del cristianismo a quienes toman como referencia a la ley natural. El paso del teísmo al deísmo responde a una transición desde la fe al razonamiento lógico, como fue el caso de Ernest Renan. Un gran progreso se advertirá en la sociedad cuando se priorice el cumplimiento de los mandamientos de Cristo sobre las creencias en los dogmas, ampliando de esta forma la cantidad de adeptos. Ernest Renan escribió: “La gente de mundo que piensa que uno elige sus opiniones por razones de simpatía o de antipatía se extrañarán, ciertamente, del tipo de razonamientos que me separó de la fe cristiana, a la cual tenía motivos tanto de corazón como de intereses para seguir unido. Las personas que no tiene talante científico no comprenden que uno deje que sus opiniones se formen fuera de uno mismo por una especie de concreción impersonal, de la cual no se es en cierto modo más que espectador”.

“Mis razones fueron todas de orden filológico y crítico; no fueron en absoluto de orden metafísico, de orden político o de orden moral. Estas últimas categorías me parecen poco tangibles y medibles, en todos los sentidos. Pero la cuestión de saber si hay contradicciones entre el cuarto Evangelio y los sinópticos es algo completamente palpable” (Citado en “Las voces de la libertad” de Michel Winock-Edhasa-Barcelona 2004).

La religión-filosofía, que prioriza las creencias antes que la acción, establece razonamientos y deducciones acerca de la naturaleza de Dios y de sus atributos, mientras que la religión moral establece indagaciones respecto del hombre, por cuanto busca prioritariamente la respuesta moral que debe surgir en cada individuo. Recordemos que Cristo expresó: “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (y no tanto en el cielo).

Según la opinión de varios teólogos, las cosas están cambiando en los últimos tiempos ya que se está dejando un tanto de lado la adhesión absoluta de los dogmas para darle lugar a un método más cercano al de la ciencia experimental. En realidad, se sigue adoptando a la Biblia, y no tanto a la propia ley natural, como referencia para el estudio religioso. Bernard Lonergan escribió: “La teología, de ciencia deductiva ha pasado a ser en gran parte ciencia empírica. Fue ciencia deductiva en el sentido en que sus tesis eran conclusiones que había que probar con las premisas sacadas en la Escritura y la tradición. Se ha convertido en ciencia empírica en el sentido en que la Escritura y la tradición ahora no ofrecen premisas, sino datos que hay que examinar en perspectiva histórica”.

“Esos datos han de ser interpretados a la luz de las técnicas y métodos contemporáneos. Antes el paso de las premisas a las conclusiones era breve, simple y cierto; hoy, sin embargo, el paso del dato a la interpretación resulta largo, difícil y, en el mejor de los casos, probable. Una ciencia empírica no demuestra: acumula información, crea una comprensión, recoge el mayor número posible de materiales, pero no excluye el descubrimiento de datos ulteriores importantes, o el que emerjan visiones nuevas y se consiga una penetración más comprensiva” (De “Teología de la renovación”-Varios autores-Ediciones Sígueme-Salamanca 1972).

En realidad, un método similar al mencionado fue puesto en práctica por Baruch de Spinoza, respecto del judaísmo, algunos siglos antes. Incluso Spinoza da un paso más y describe parte de las leyes naturales que rigen la conducta humana. Atilano Domínguez escribió: “La convicción de que la religión, cristiana y judía, es un hecho histórico, lleva a Spinoza a elaborar un método general de hermenéutica bíblica y a ponerlo a prueba en ciertos temas candentes, como la autenticidad del Pentateuco, el significado de las notas marginales, la fijación del canon, etc.”.

“La Escritura, dice Spinoza, no es una carta enviada por Dios del cielo a los hombres. Es un conjunto de textos que hay que analizar con el mismo rigor con que examinamos el nitro, la sangre o las pasiones humanas” (De la Introducción del “Tratado teológico-político” de Baruch de Spinoza-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).

Mientras el teísta concentra su interés en el Dios que actúa en el mundo, tratando de conocer sus atributos y su voluntad, el deísta concentra su interés en la respuesta del hombre a la aparente voluntad implícita en el espíritu de la ley natural. Spinoza escribió: “Se demuestra que la Escritura no enseña sino cosas muy sencillas, ni busca otra cosa que la obediencia, y que, acerca de la naturaleza divina, tan sólo enseña aquello que los hombres pueden imitar practicando cierta forma de vida”.

“La obediencia a Dios consiste exclusivamente en el amor al prójimo (puesto que quien ama al prójimo, si lo hace para obedecer a Dios, ha cumplido la ley…), se sigue que en la Escritura no se recomienda otra ciencia que la que es necesaria a todos los hombres para poder obedecer a Dios conforme a ese precepto y cuya ignorancia hace a los hombres inevitablemente contumaces [tenaces en mantener un error] o, al menos, incapaces de obedecer”.

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