domingo, 17 de julio de 2016

De la crisis a la normalidad económica

La salida de las economías de tipo socialista, populista o intervencionista, para llegar a una economía de mercado, por lo general resulta dificultosa, o bien fallida. En caso de que tal salida sea exitosa, se advertirá que el proceso requirió de varios años, en los cuales los iniciadores del cambio hicieron partícipes a gran parte de la población de un cambio de mentalidad. Sin la participación de la sociedad, tal cambio no podrá establecerse.

La implantación de una economía de mercado requiere el abandono lento y paulatino de viejas prácticas tales como las de los empresarios que no quieren competir con otros del propio país y mucho menos con los extranjeros, ya que buscan optimizar ganancias bajo el proteccionismo y la complicidad de los políticos a cargo del Estado. Sin competencia no hay mercado, sino alguna forma solapada de monopolio. Tampoco los gremialistas admiten la competencia laboral, ya que, al igual que la mayor parte de los empresarios, busca optimizar “ganancias” a cualquier precio.

Los cambios requeridos, para llegar al capitalismo, no deben apuntar hacia metas concretas sino, sobre todo, a un cambio de dirección. Álvaro Alsogaray escribió: “Hay que avanzar siempre hacia una economía abierta, a la cual tal vez nunca se llegue, pero que reportará grandes beneficios tan solo por la circunstancia de encaminarse hacia ella. En este campo es especialmente importante destacar lo que ya se ha dicho en términos generales acerca de la tendencia. La economía de Mercado no pretende pasar del estado actual a un libre cambio absoluto en el término de días y ni siquiera de años. Lo que busca es que se establezca una tendencia hacia un comercio internacional más libre, donde nosotros seremos capaces de vender lo que sabemos producir a bajo costo y donde podremos comprar, a los mejores precios, lo que otros se esfuerzan en vender. Esta tendencia o transición asegura a los empresarios actuales que nunca se verán expuestos a situaciones imposibles de resolver de la noche a la mañana, pero les fija, al mismo tiempo una orientación precisa para que puedan formular sus propios planes”.

“La decisión de tender hacia una economía abierta debe complementarse, naturalmente, con la formación de una verdadera mentalidad exportadora. Los mercados deben ser conquistados en franca competencia con otros vendedores y esto exige el desarrollo de aptitudes especiales en lo que hace al comercio internacional”.

“La Economía Social de Mercado es una tendencia y no una ruptura dramática con todo el orden establecido. Da tiempo para que cada uno se adapte a las nuevas situaciones que se van creando, las cuales, por otra parte, abren nuevas y promisorias oportunidades. Sólo algunas medidas deben ser tomadas de una sola vez, sin vacilaciones ni temores, pero aun esas medidas no producen sino efectos paulatinos e individualmente controlados. En esta noción de tendencia y no de sujeción a un modelo rígido, reside una de las claves fundamentales de la acción política relacionada con el orden económico-social y la Economía Social de Mercado” (De “Bases para la acción política futura”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1968).

La transición gradual requiere de cierto proteccionismo del Estado, especialmente ante la importación de bienes desde países con mayor nivel tecnológico. Tal proteccionismo se debe ir limitando a medida que se mejora la competitividad. Si se abren las importaciones totalmente, se actúa como aquellos instructores de natación que arrojan al agua a quien no sabe nadar; o aprende rápidamente o se ahoga. El citado autor escribe al respecto: “Todo país debe aspirar a una mayor industrialización. Por regla general dicha industrialización requerirá, en los momentos iniciales, un cierto grado de proteccionismo. La economía de Mercado no se opone a ello. No aboga por el funcionamiento de un libre cambio absoluto que elimine las barreras aduaneras, sobre todo cuando no existe reciprocidad en ninguna parte del mundo. Pero la industrialización debe ser sana en términos económicos y no debe estar dirigida por la burocracia sino por los indicadores del Mercado”. “Además, el nivel de protección no debe ser tan elevado ni extenderse durante un lapso tan prolongado como para que signifique un premio a la ineficiencia y una garantía «sine-die» basada en esos privilegios. La regla más conveniente es la de establecer niveles razonables de protección, de carácter no discriminatorio, para que los empresarios instalen aquellas fábricas o emprendan aquellas actividades que puedan funcionar dentro de esos niveles”.

“Además debe fijarse una escala decreciente, a lo largo de un cierto número de años, para ir disminuyendo paulatinamente la protección de manera de aproximarse cada vez más a los precios internacionales. Cuando determinadas industrias obtengan del gobierno estímulos o privilegios especiales, la exigencia de no apartarse demasiado de los niveles del mercado internacional deberá ser todavía más severa”.

“El funcionamiento irrestricto del Mercado puede provocar, en determinadas circunstancias, y sobre todo durante el periodo de transición, daños graves a numerosos individuos que estos últimos no podrían por sí solos sobrellevar. En esos casos el criterio social obliga a intervenir para limitar las fricciones y asperezas que produce el libre juego del Mercado”.

El auge y la permanencia del populismo, en los países subdesarrollados, tienen un aliado importante, y son los políticos que imitan lo que hacen los países desarrollados sin pasar previamente por las etapas que la transición exige. Sin la participación masiva de la población, sin la búsqueda de una tendencia sino de resultados inmediatos, sin la gradualidad aconsejada por economistas como el citado autor, la transición exitosa tendrá pocas posibilidades de establecerse.

En la Argentina, pocas veces se ha visto a un gremialista alentar a los trabajadores a mejorar su desempeño para que las empresas estatales sean más eficientes y dejen de dar pérdidas. En países con un patriotismo casi nulo, cada trabajador trata de trabajar lo menos posible y recibir del Estado lo más posible. Ante el exceso alarmante de empleos estatales, al menos debería intentarse un reciclaje del personal buscando la realización de tareas útiles para el resto de la sociedad. Puede decirse que las fuerzas productivas trabajan, no para la inversión y el crecimiento, sino para mantener a unos 2 millones de empleados estatales prescindibles.

La decadencia económica se debe a la eficaz instalación de políticas erróneas, mientras que a las políticas correctas, a veces se las ha deseado implantar, aunque con poca eficacia. Es decir, por más que se tenga la intención de implantar en la nación una economía sana, no se logrará tal objetivo si previamente no existe, al menos, un consenso parcial de la población. Por el contrario, en la Argentina se cree que lo que ha fallado en el mundo no ha sido el socialismo, sino el capitalismo, por lo que la prédica de los políticos apunta casi siempre a protegernos del capitalismo impulsando a la vez alguna forma de socialismo.

La mentalidad redistribucionista no es criticable si lleva por objetivo solucionar los problemas sociales de la gente con menores recursos. Lo criticable es que se ha intentado “solucionar” el problema de la vagancia generalizada traspasando recursos del sector productivo al sector parasitario. Además, ninguna política de asistencia social será viable si no existe previamente una economía eficiente que la sustente. Al intentar repartir lo que no hay, o mucho más de lo que hay, sólo se logra reducir la inversión y el crecimiento, para insertar la inflación y el estancamiento económico.

Los sectores populistas y totalitarios han sido eficaces en la difamación permanente del capitalismo, incluso denominan “sistema injusto” a los propios engendros intervencionistas que califican como “capitalismo”. Jorge Martinoli escribió: “El capitalismo tiene mala prensa. Teñido de una propaganda ideológica eficiente, se lo identifica con un sistema que sirve para explotar al hombre, para hacer aún más desgarradora su existencia”. “«Ricos contra pobres», «Poderosos frente a débiles», «Beneficiados o marginados», son algunas de las consignas utilizadas para endilgar las responsabilidades que por estas diferencias se le adjudican a esta forma de producción de bienes”. “El capitalismo no es ni malo ni bueno, ni solidario ni explotador, ni admite ninguna otra adjetivación, pues se trata simplemente de una forma de producir –de un método- no de una finalidad política en sí misma”. “Hace carne el principio «la unión hace la fuerza», pues en lo fáctico se imbrica en la tendencia moderna de que el trabajo por equipo es más beneficioso que el individual”. “Los hombres con iniciativa unen su esfuerzo, así como sus capitales y destrezas para producir más y mejor. Eso –nada más que eso- significa «capitalismo»”.

“Me pregunto y los interrogo: ¿Qué sería del mundo moderno –de ustedes- sin empresas? Con una población que crece en progresión geométrica, mientras que los recursos naturales, con cálculos optimistas, sólo lo hacen en aritmética, ¿dónde estaríamos sin los bienes, trabajos, servicios e impuestos que brindan estas organizaciones?”. “Estar contra el capitalismo es estar en contra de la vida, el progreso, o a favor de la destrucción y aniquilación de nuestros congéneres, por cuanto no se puede concebir alimentar un mundo inmenso en constante expansión, sin el concurso de todos, más la ayuda de la tecnología” (De “¡Salvemos la República perdida! ¿o podrida?”-Ediciones Del Boulevard”-Córdoba 1999).

Respecto a las economías mixtas, con un Estado distorsionando al proceso autorregulado del mercado, Jean François Revel escribió: “A fin de comprender por qué fracasan la mayor parte de las reformas liberales en los sistemas centralizados, podemos pensar en la diferencia que existe en química entre una combinación y una mezcla. Cuando se «inyecta mercado» como dicen los burócratas, en una economía colectivizada o dirigida, se obtiene una mezcla, es decir; una simple superposición de sustancias heterogéneas que no crean ninguna dinámica nueva. Por el contrario, en una verdadera economía de mercado, las diversas sustancias que la componen se asocian entre ellas según proporciones determinadas para forma una combinación, es decir; para producir un cuerpo nuevo que no pueda desagregarse ni retornar a sus elementos primitivos”.

“La combinación posee la estabilidad de una estructura homogénea y original. Los frecuentes fracasos de las liberalizaciones limitadas proceden de que los conversos recientes ignoran demasiado esta ley y creen que se pueden contentar con añadir unos retoques a una organización centralizada y nacionalizada cuya naturaleza profunda rechaza en su totalidad el mercado. De ahí las penosas sacudidas que desencadenan, con sus modificaciones parciales, los reformistas valientes que, por otro lado, no dejan de obtener algunos éxitos, pero también parciales…..Si esos hombres desencadenan seísmos, es sobre todo porque reforman ciertos aspectos y no otros…” (De “El Renacimiento democrático”-Plaza & Janés Editores-Barcelona 1992)

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