lunes, 2 de marzo de 2015

Tradicionalistas vs. progresistas en la Iglesia

Alguna vez se refirió Pablo VI a la situación de la Iglesia afirmando que estaba en una etapa de “autodemolición” mientras que, en años recientes, Benedicto XVI afirmaba que “la Iglesia está llena de soberbia y porquería”. La “autodemolición” tiene como principal protagonista al sector progresista que trata de imponer cambios sustanciales, aceptando tácitamente que la Iglesia estuvo en el pasado plagada de errores, mientras que el sector tradicionalista niega tal postura y se opone a cambios sustanciales. La gravedad de la situación deriva del hecho de que el progresismo eclesiástico se ha identificado con el marxismo-leninismo, dejando de lado el cristianismo.

Experiencias realizadas en psicología social permiten estimar en un 10% de los integrantes de un grupo la cantidad de personas poco influenciables, en oposición a una mayoría capaz de adherir a posturas o acciones totalmente reñidas con la ética elemental. De ahí que en instituciones basadas en la fe, y no tanto en el razonamiento, no resulte extraño que puedan suceder estas cosas. El Pbro. David Núñez escribió: “No es la primera vez que acontecen casos como el presente en la Iglesia de Dios. Ya San Gregorio Nacianceno decía lo siguiente del comportamiento de la mayor parte de los Obispos de su tiempo en la cuestión del arrianismo: «Ciertamente los pastores actuaron como unos insensatos; porque, salvo un número muy reducido, que fue despreciado por su insignificancia o que resistió por su virtud, y que había de quedar como una semilla o una raíz de donde nacería de nuevo Israel bajo el influjo del Espíritu Santo, todos cedieron a las circunstancias, con la única diferencia de que unos sucumbieron más pronto y otros más tarde; unos estuvieron en la primera línea de los campeones y jefes de la impiedad, otros se unieron a las filas de los soldados en batalla, vencidos por el miedo, por el interés, por el halago o, lo que es más inexcusable, por su propia ignorancia». «Me siento inclinado a evitar todas las conferencias de Obispos; pues no he visto nunca una que llevase a un resultado feliz, ni que remediase los males existentes, sino más bien que los agravase»” (De “La misa, la obediencia y el Concilio Vaticano II” de M. Roberto Gorostiaga-Ediciones Fundación-Buenos Aires 1979).

La vigencia de la Iglesia a través del tiempo se debe esencialmente a la continuidad que los propios fieles le han otorgado a las prédicas evangélicas, a pesar, a veces, de la jerarquía eclesiástica. Esto resulta similar al caso de aquellos países que mantienen su integridad, no gracias a los gobiernos de turno, sino a pesar de ellos. El Cardenal Newman escribió: “El dogma de Nicea se mantuvo durante la mayor parte del siglo IV, no por la firmeza inquebrantable de la Santa Sede, de los Concilios y de los Obispos, sino por el consenso de los fieles. Por un tiempo la masa de los Obispos falló en la confesión de su fe. Hablaron en sentidos diferentes, unos contra otros; durante cerca de sesenta años después de Nicea no hubo nada que se parezca a un testimonio firme, constante, consecuente”. “Los pocos Obispos que permanecieron fieles fueron desacreditados y enviados al destierro; el resto se componía de los que engañaban y de los que eran engañados”.

Varios tradicionalistas fueron expulsados de la Iglesia. M. Roberto Gorostiaga escribió: “El cura de Franqueville, en Francia, de 67 años, con 40 años de sacerdocio, echado de su iglesia parroquial por fidelidad a la Misa Tradicional, la Misa del Apóstol San Pedro, que alcanzó su forma actual con San Dámaso en el siglo IV y luego con San Gregorio Magno en el siglo VI y que San Pío V, mil años después, sólo codificó”. “La fuerza pública fue llamada por su obispo para echar a un virtuoso y anciano sacerdote, fiel a la doctrina, la moral y la Misa de siempre. Los gendarmes hicieron clavar las puertas para que el «rebelde» no pudiera volver”. “Así se practica el diálogo. Al ecumenismo tan declarado podemos tildarlo de mentiroso, pues excluye a aquéllos que siguen fieles a lo que siempre, por todos y en todas partes fue creído y practicado”.

De la misma forma en que el pueblo debe reclamar cuando sus gobernantes no respetan sus derechos y transgreden las normas más elementales, el católico tiene la opción de desconocer las directivas de la jerarquía eclesiástica cuando advierte que ha equivocado el camino. David Núñez agrega: “Creemos que en caso tan lamentable…podrían lícitamente los fieles seguir en las prácticas religiosas, suponiendo que estén doctrinalmente dentro de la más pura ortodoxia, y continuarlas a pesar de los llamados, amenazas y puniciones eclesiásticas que un obispo fulminase contra los que procedieran así, para retraerles de la rebeldía a su autoridad; y además creemos también que esto no supondría, ni mucho menos encerraría, peligro de cisma, como podría parecer, ya por la disposición interna en que están de obedecer dócilmente con prontitud cuando por parte del superior se quite la causa de su justa rebelión, ya porque de hecho están obedeciendo a una verdad superior, a la Iglesia misma, aunque rechacen el mandato de un superior inmediato que, por el supuesto de su conducta no justa en el cumplimiento de su obligación, se coloca fuera del derecho común, o sea, del merecimiento a la obediencia que se le debería prestar si cumpliese con su deber”.

Quizás no exista mayor adecuación a la expresión “lobos con piel de ovejas” que la de los “sacerdotes” marxistas. En vez de ir a predicar al Partido Comunista, han optado por seguir en la Iglesia con la firme convicción de que el socialismo, que tantas veces fracasó, alguna vez dará buenos resultados. David Núñez agrega: “En lugar de despertar de sus errores al resplandor de la luz que despidieran los justos y bien merecidos castigos, se quedan, se afianzan y se empecinan más y más en sus errores. Y como muchos de ellos han perdido la fe totalmente, por una parte, y por otra saben, para mal de nuestros pecados, que no se los va a echar pública e ignominiosamente de la Iglesia, sino que ni siquiera se les va a llamar la atención, aunque no fuera más que por caridad hacia los que corren peligro de perder la fe por sus errores; y que a lo más éstos se lamentarán genéricamente, pero nada de castigos y mucho menos de «obsoletas» excomuniones, ellos con gran cinismo se ríen de todas esas lamentaciones y del que las hace, y mientras tanto se quedan dentro de la Iglesia y se valen de su benevolencia, de su indecisión o de lo que sea…, para seguir su camino demoledor en perpetua y descarada revuelta contra la Iglesia para destruirla, porque según su acertada teoría, eso se consigue mejor desde dentro que desde fuera”.

“Oímos las arengas de otros muchos sacerdotes que también ¡qué casualidad! se titulan «postconciliares» y que, en lugar de fomentar con sus sermones la fe, la piedad y toda la vida cristiana, disertan en los púlpitos y otras muchas partes más o menos veladamente sobre las doctrinas de Marx o de Mao para fomentar la violencia, las guerrillas, los conflictos estudiantiles con las autoridades, la conspiración y la revolución, en una palabra, si es que no contentándose con eso, ellos mismos personalmente participan en ellas (valgan como ejemplos Camilo Torres, Carbone, Helder Cámara, el cardenal de Santiago de Chile [Silva Henríquez], que canta un solemne Te Deum «ecuménico» por la asunción al mando del comunista Salvador Allende, etc. etc.”. “El enemigo tiene hoy en gestación la destrucción de la Iglesia, y desgraciadamente consigue mucho con grandísima eficacia, porque se mueve y trabaja para el mal y porque nosotros no nos movemos ni trabajamos para el bien. Eso es todo”.

En los propios Evangelios viene incorporado el antídoto para estos casos: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas; mas de dentro son lobos rapaces”. “Por sus frutos los reconoceréis”. “¿Por ventura se cosechan uvas de los espinos o higos de los abrojos? Es así que todo árbol bueno produce frutos buenos, mas todo árbol ruin produce frutos malos. No puede el árbol bueno producir frutos malos, ni el árbol ruin producir frutos buenos. Todo árbol que no produce fruto bueno es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis” (Mateo).

Mientras el cristianismo propone el amor al prójimo, esto es, propone compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, identificando moral individual con moral social, por lo cual involucra a todo ser humano, el marxismo propone adherir al “sector bueno” (el proletariado) en su lucha contra el “sector malo” (la burguesía) en una lucha de clases que, según Marx, necesariamente se ha de establecer en toda sociedad libre. Todo individuo que adhiere al marxismo, tiende permanentemente a descalificar y a calumniar al “sector malo”, incluso hasta llegar al extremo de combatirlo por medios de las armas. Adviértase la similitud entre marxismo y nazismo, por cuanto para los nazis existía una “raza buena” (los arios) y una “raza mala” (los judíos). Según el grado de adhesión al nazismo, un individuo, en forma permanente, descalifica y calumnia a la “raza mala” hasta el extremo de llegar a combatirlo por medio de las armas. No existen posturas más opuestas y antagónicas que cristianismo y marxismo, (o cristianismo y nazismo).

La misión encomendada por Cristo a sus seguidores fue esencialmente la de predicar sus enseñanzas por todo el planeta, ya que la actitud cooperativa del amor viene implícita en la propia naturaleza humana y es el medio óptimo y necesario para establecer el Reino de Dios; es decir, el gobierno de Dios sobre el hombre a través de nuestra adaptación a la ley natural. Como la adopción de tal actitud cooperativa no resulta fácil de lograr, les esperaba una ardua tarea. Sin embargo, desde la propia Iglesia, en lugar de aceptar la teología de Cristo; la visión religiosa del fundador del cristianismo, ha decidido reemplazarla por otras “teologías”, como la denominada “teología de la liberación”, que no propone adaptarnos a la actitud cooperativa sino a “liberar al proletariado de la opresión a que lo somete la burguesía”, por lo cual se advierte una evidente transición desde el cristianismo al marxismo.

Toda descripción del mundo, que contemple la ley natural, tiene un carácter atemporal, ya que su validez no cambia con el tiempo por cuanto la ley natural es invariante. En el caso del hombre, las leyes naturales de interés son las de origen psicológico, y son las que gobiernan la conducta del hombre, y de las cuales la más elemental e inmediata es la actitud característica de las personas. La esencia del cristianismo implica la adopción de la actitud del amor en detrimento del odio, del egoísmo y de la indiferencia. Para los nuevos “teólogos”, sin embargo, la teología ha de cambiar con las épocas y con las culturas particulares, y de ahí la posibilidad de reemplazar la propuesta cristiana. Yves-M. J. Congar escribió: “Lo que ahora tengo en el pensamiento es que la historicidad y la actualidad son una nota esencial en teología, al menos si se toma el término en toda la extensión y la vitalidad de su significado. Por esto la teología no puede ser nunca atemporal. Cada teólogo construye su ciencia con los recursos de su propia formación intelectual. Y, sobre todo, el teólogo que quiere fielmente prestar este servicio eclesial, se encuentra condicionado por los recursos que se le ofrecen, por las tareas que se le imponen a través del mundo cultural en el que vive” (De “Teología de la Renovación”-Varios autores-Ediciones Sígueme-Salamanca 1972).

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