viernes, 20 de marzo de 2015

Gobiernos fuertes vs. débiles

En los sistemas democráticos, todo gobierno asume el poder para hacer prevalecer el orden y reducir una posible situación de caos; en caso de lograrlo, se habla de un gobierno fuerte. De lo contrario, cuando predominan situaciones anárquicas, se habla de un gobierno débil. De ahí que las leyes y la Constitución busquen establecer ordenamientos jurídicos que favorezcan la vigencia de gobiernos fuertes. También se habla de “gobiernos fuertes” cuando se trata de regimenes totalitarios que imponen un orden artificial a costa de restringir libertades implantando el miedo y, muchas veces, el terror. De ahí que sea necesario reservar la denominación de “gobierno fuerte” a los estrictamente democráticos.

Por lo general, los gobiernos débiles, al no poder evitar situaciones caóticas, o de crisis severas, promueven sin quererlo el posterior ascenso al poder de gobiernos totalitarios, de donde se advierte un doble efecto negativo. En esos casos, el remedio resulta ser peor que la enfermedad. La opción por las dictaduras se debe a que siempre es mejor un mal gobierno que la ausencia de gobierno. Mariano Grondona escribió: “El pensamiento político oscila históricamente entre dos extremos. En tiempos de crisis, de anarquía, de guerra civil, los pensadores políticos tienden a subrayar la necesidad de orden, de autoridad, de estabilidad. En tiempos de gobiernos fuertes, de opresión, de dictadura, los pensadores políticos se vuelcan hacia la defensa de la libertad”.

“La función histórica del pensamiento político es, así, compensar a través de la difusión de las ideas las exageraciones de la realidad. A un tiempo en que el poder político se debilita en extremo, corresponden pensadores autoritarios, exaltadores del Príncipe y del Estado. A un tiempo en que el Estado se fortalece hasta un punto peligroso para la comunidad, corresponden pensadores individualistas, defensores de los derechos y garantías de la persona humana” (De “Los dos poderes”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1973).

Los intelectuales, y el hombre común, cuando poseen principios morales establecidos con firmeza, pueden cambiar de postura política al desengañarse de sus primeras adhesiones al advertir que infringen total o parcialmente tales principios. Otros, en cambio, mantienen una línea de adhesión que tiende a ignorar los desvíos éticos por cuanto sus intereses personales o sectoriales prevalecen sobre aquellos principios. De ahí que pensadores como Mario Vargas Llosa, que simpatizan en su juventud con el socialismo, renuncian al mismo al advertir incongruencias entre postulados y resultados. Raymond L. Williams escribe sobre el citado escritor:

“¿Cómo es la política de su literatura? En general son novelas muy críticas de todas las instituciones peruanas, especialmente aquellas que tienen que ver con figuras autoritarias. Y ha sido consistente en sus posturas políticas. Lo interesante en su caso, y que lo distingue de otros escritores latinoamericanos y europeos, es que en sus novelas y en sus ensayos se interesa por lo irracional y paradójico del comportamiento humano. Por ello la publicación de todos sus ensayos en una serie de volúmenes en los que podemos leer sus posturas en los años 60, no las esconde, por el contrario, ha hecho publicar estos libros como muestra de que, como seres humanos, todos tenemos contradicciones; al parecer, a Vargas Llosa le resulta inocente considerar que siempre pensamos lo mismo. Ve con interés intelectual sus propias afirmaciones de los años 60. Así que en cuanto a la consistencia, creo que respecto de aquello que concibe como lo más importante y necesario para la sociedad humana: derechos humanos, libertad de expresión, posibilidad de criticar, ha sido muy consistente” (De “Mario Vargas Llosa. Literatura y política”-Fondo de Cultura Económica-México 2003).

En la filosofía política encontramos tanto a los defensores de la libertad ante los peligros de una tiranía como a los defensores del Estado ante los peligros de una anarquía. Mariano Grondona escribió al respecto: “La Historia de las Ideas nos ofrece abundantes ejemplos en ambos sentidos. El liberalismo de un Locke o un Montesquieu ¿qué fue sino una reacción intelectual contra el absolutismo? Aleccionados por una larga etapa de concentración total de poder en una dinastía, los pensadores liberales idearon un sistema que, a través de la división de los poderes y la primacía de la Constitución, debería proteger a la sociedad contra la repetición de situaciones que se desarrollaban más allá del máximo poder humanamente admisible. Y, en la otra punta, ¿cómo explicar a Maquiavelo y a Hobbes sino como reacciones contra tiempos de guerra civil? Maquiavelo soñó un Príncipe fuerte para su Italia fragmentada. Hobbes recordó a los hombres que es preferible la tiranía de uno a la tiranía de todos, en medio de la guerra civil inglesa”.

“Así como Locke y Montesquieu enseñaron en un tiempo de excesivo poder que el Estado tiene que limitarse frente a la sociedad, Maquiavelo y Hobbes enseñaron en un tiempo de anarquía que tiene que haber Estado, que hace falta un mínimo de autoridad. Y es por eso que, empeñados en contrarrestar las tendencias de su época, estos grandes pensadores exageraron en un sentido contrario: el Estado de los liberales es, en definitiva, demasiado débil y el Estado de los maquiavelistas, demasiado fuerte. Tienen sentido en cuanto equilibren situaciones contrarias. En sí mismos, o aplicados a situaciones que no requieren compensación, resultan unilaterales”.

Un Estado grande no necesariamente implica que sea un Estado fuerte, ya que, si su tamaño se debe al efecto de entrometerse desmedidamente en la economía, desatiende aspectos sociales a los cuales debería atender prioritariamente, como es la seguridad, educación, salud pública, justicia, etc. Este es el caso de los gobiernos populistas que, aun con un Estado gigantesco, resultan gobiernos débiles si contemplamos, por ejemplo, la inseguridad del ciudadano ante la violencia urbana, que lo somete a vivir una vida atormentada por la inseguridad y el peligro permanente.

Mientras que, a nivel de las naciones, se recuerda a los filósofos mencionados como las figuras representativas de la libertad y del Estado fuerte, en la Argentina un solo estadista ocupó ambos lugares, aunque en momentos diferentes. Grondona agrega: “En nuestro país, le tocó a un solo pensador cumplir sucesivamente el papel de Locke y el papel de Hobbes. Juan Bautista Alberdi comenzó por reaccionar contra el excesivo poder de Rosas en las «Bases», proponiendo al país una Constitución liberal. Y tuvo que reaccionar luego contra la disolución del poder nacional frente al desafío de Buenos Aires, escribiendo «La Revolución del Ochenta». Alberdi fue sucesivamente, así, nuestro liberalismo y nuestro realismo, nuestro amor por la libertad y nuestra necesidad de orden”.

“En las «Bases», Alberdi diseñó un sistema de límites al poder, para que nunca más hubiera un Rosas: por eso Perón tuvo que cambiar la Constitución de 1853 para traspasar la línea máxima del poder. En «La Revolución del Ochenta», Alberdi hizo notar que sin un mínimo de poder en manos del Presidente, la Nación andaría sin rumbo. En las «Bases», Alberdi dividió los poderes en Ejecutivo, Legislativo y Judicial. En «La Revolución del Ochenta», unió los poderes sobre el Estado, las Fuerzas Armadas y Buenos Aires en el Presidente”.

La necesidad de un Gobierno fuerte resulta de la ausencia de un autogobierno a nivel individual, ya que tal autogobierno está vinculado al nivel ético de las personas. De ahí que es de esperar que en el futuro, a medida que los hombres adquieran una mayor moralidad, el Estado habrá de reducirse, siendo un caso similar al de las vacunas que nos protegen de ciertas epidemias que con el tiempo tienden a disminuir, aunque debamos siempre estar atentos ante la posibilidad de rebrotes. José Enrique Miguens escribió: “Sociológicamente hablando, este sistema de dominación en que se convierten los Estados de la modernidad ha transformado a los que eran ciudadanos activos en súbditos pasivos aislados los unos de los otros, atomizados y fácilmente sometidos a la manipulación de los poderosos, que controlan el foco emisor de estímulos que mueven a las masas propiamente dichas, como materia física inerte”.

“No hay otra manera de justificar el dominio político de unos hombres sobre los otros que interiorizar a los dominados y exaltar sobre aquellos a los dominadores” (De “Modernismo y satanismo en la política actual”-Buenos Aires 2011). Quienes, por el contrario, sostienen que el hombre es “naturalmente perverso” y que siempre requerirá ser limitado por un gobierno fuerte, apoyan la postura que restringe la libertad individual anulando las potenciales respectivas a su mínima expresión. Enrique de Gandía escribió:

“Quienes atacan la libertad son gentes sin ideas, aferradas a un principio y temerosas de que pueda demostrarse lo absurdo o erróneo de ese principio. Nada hay más débil, en un instante de peligro, que un poder dictatorial. La falta de libertad sólo crea intrigas, traiciones y calumnias. Cuando un gobierno comienza a quitar libertades a la oposición es porque la oposición ya tiene ganada la partida”.

“La Argentina nació del triunfo del liberalismo sobre el absolutismo para dar una libertad interior a cada ciudadano, una Constitución al Estado, un orden interior, que anulase a los caudillos, una amistad internacional y una capital a la nación, y Rosas significó la oposición violenta a todos los ideales de Mayo y de Julio: combatió a muerte al liberalismo, suprimió las libertades interiores de todos los ciudadanos, no permitió nunca la posibilidad de dar al país una Constitución, no logró imponer el orden interior, no consiguió ninguna paz exterior e impidió que se declarase una Capital, que se dictasen leyes y que se levantase el más mínimo obstáculo contra su absoluta voluntad. No dio Rosas ninguna estabilidad al Estado, pues no hay que confundir estabilidad, que presume legitimidad, con tiranía. No preparó la unidad nacional, pues puso al país al borde de su descomposición. No defendió la tradición, pues negó toda supervivencia de libertad, tan honda en la conciencia española, y, por el contrario, exaltó la antilibertad de origen extranjero, borbónico”.

“Retardó el desarrollo del país, cubriendo de impuestos interprovinciales todos los caminos, ahogando el comercio, las industrias, la ganadería y la economía en general. Nada le debe el país y no hablamos de los ataques que llevó a la cultura en todos sus aspectos” (Del Ensayo preliminar de “La nacionalidad argentina” de Luis J. Páez Allende-Sociedad Impresora Americana-Buenos Aires 1945).

La denominación de “gobierno fuerte”, asignado a una vulgar tiranía, ha sido la principal causa del fracaso argentino, ya que los errores atribuidos a Rosas fueron repetidos, y acentuados, por Perón durante el siglo XX, y prolongados por el kirchnerismo en el siglo actual.

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