jueves, 1 de noviembre de 2012

Se necesita líder opositor

Luego de conocer épocas de esplendor, la Argentina adoptó posturas políticas y económicas que la llevaron a un persistente estancamiento. Tales posturas se caracterizaron por promover ciertas formas de populismo, que alguna vez nos llevaron al totalitarismo, tanto en lo político como en lo económico. Octavio Carranza escribió: “¿Cómo se explica el estancamiento de la Argentina, que a fines del siglo XIX y comienzos del XX había alcanzado un nivel descollante entre los países del primer mundo, y que desde mediados del siglo XX hasta nuestros días soportó las vicisitudes de una decadencia económica, moral y cultural que todavía nos afecta? Paul Samuelson pudo vaticinar en 1945 que la Argentina estaba a punto de lograr un avance importante en la innovación de la productividad, que la pondría a la par de los EEUU, Canadá, Francia y Alemania. Entonces se pregunta: ¿Qué salió mal?, y respondió: «La democracia evolucionó con tendencia al populismo…Las promesas para favorecer a la importante cantidad de necesitados eran fáciles de hacer, pero la dura realidad de los mecanismos de mercado convierte los intentos de incrementar los índices salariales por decreto en inflación real en lugar de índices netos y sostenibles». Raymond Aron resumió la tragedia con las terribles palabras: «la Argentina es la mayor decepción del siglo XX». André Malraux pudo decir, después de visitar Buenos Aires por primera vez que era como la capital de un imperio que no llegó a ser”.

“Es ingenua la creencia, sustentada por los políticos populistas, de que el bienestar general depende de la buena voluntad o de la generosidad de los gobernantes. La paradoja del populismo es que, siendo su intención ayudar a los pobres, en realidad los multiplica a través del decaimiento que resulta del acoso al capital y de la fuga de capitales que ocasiona” (De “Radiografía de los populismos argentinos”-Liber Liberat-Buenos Aires 2007).

La etapa populista comienza con el ascenso al poder de Hipólito Yrigoyen, respecto del cual Octavio Carranza escribe: “[Yrigoyen] fue electo dos veces presidente de la Nación, en 1916 y 1922, con lo que se inició un periodo de mando autocrático en el que reaparecieron los actos de obsecuencia y las arbitrariedades características de la época de Juan Manuel de Rosas. Reelecto presidente, Yrigoyen asumió el cargo el 12 de Octubre de 1928 para reiterar los métodos autoritarios de su primer periodo, en desmedro de las autonomías provinciales y de la división de poderes”. Luego siguen gobiernos militares y civiles de tipo fascista, como fue el caso del peronismo, hasta llegar a los gobiernos orientados al socialismo.

El movimiento político de mayor importancia lo constituyó el peronismo, respecto del cual, el citado autor agrega: “La «doctrina» de Perón fue una derivación de la filosofía económica del mercantilismo de los siglos XVI y XVII, basada en el poder del Estado. Los intereses individuales estaban subordinados al Estado; la ordenación de las industrias obedecía a concesiones de privilegios monopólicos, a medidas proteccionistas y a restricciones generales a las actividades individuales. Ya a medidos del siglo XVIII, el mercantilismo era considerado un impedimento al progreso económico. El sistema mercantilista fue denunciado hace varios siglos por Adam Smith en La riqueza de las Naciones, demostrando que los impedimentos al libre comercio reducen el crecimiento, al perjudicar la eficiencia de la movilización de recursos de los países”.

Además de promover el odio entre sectores, el peronismo se caracterizó por dilapidar las importantes reservas que el país había acumulado en épocas de la Segunda Guerra Mundial. Félix Luna escribe: “El país había salido de todo el episodio de la guerra mundial bastante bien, pero uno piensa que, si no hubiera existido Perón, tal vez las cosas se hubieran podido hacer más sensatamente, en vez de esa dilapidación de reservas que hubieran podido servir para promover la formación de una industria pesada, para establecer una industria más racional, para tecnificar al campo, o el tipo de desarrollo que fuera. Y todo eso se perdió en actos francamente demagógicos, como la compra de enormes cantidades de material de rezago de guerra que hizo el IAPI: que no sirvió para nada; fueron millones de dólares que se gastaron inútilmente”.

“El agotamiento del modelo se debió también a que no hubo inversiones reales sino una distribución de la riqueza sin que se la hubiera generado”. “No hubo crecimiento industrial, no hubo crecimiento en el agro, no hubo tecnificación, no hubo renovación del parque automotor, no hubo renovación de los ferrocarriles, no se construyó un solo kilómetro de caminos, no hubo inversiones reales. Las inversiones que se hicieron en el país, incluso las más espectaculares, si no fueron ficticias lo parecieron, como la famosa fábrica de automóviles Kaiser en Córdoba” (De “Revoluciones”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2006).

A pesar de que la etapa peronista, con mucha distribución y poca inversión, no resultó exitosa (excepto durante el tiempo en que alcanzaron las reservas para ser distribuidas), para muchos argentinos resulta ser “la época dorada nacional” que es necesario reeditar. Aunque parezca extraño, la mayoría no aspira a que el país vuelva a estar entre los países desarrollados, sino que prefiere que sigamos en el subdesarrollo. La prueba de ello es el masivo apoyo electoral a un modelo económico que ahuyenta capitales e inversiones, promueve artificialmente el consumo y nos embarca en un proceso inflacionario considerable. El deseo de seguir en el subdesarrollo también se observa en los intentos por cambiar la constitución liberal por una de tipo populista y totalitaria.

Se aduce que en la etapa del desarrollo, en la Argentina había desigualdad social y pobreza, a lo que uno se pregunta si acaso no la hay en el subdesarrollo. Podemos decir que el desarrollo implica un desigual nivel de riqueza, mientras que el subdesarrollo implica un desigual nivel de pobreza. De todas formas, lo que resulta accesible a nuestras decisiones no es alcanzar un porcentaje determinado de personas liberadas de las dificultades asociadas a la carencia de recursos básicos, sino que es accesible la elección de la mejor opción política y económica, o si se quiere, la menos mala de todas las posibles.

Cuando una sociedad se divide careciendo de metas compartidas por todos los sectores, se acerca más a un conglomerado humano que a una nación. Las dos Argentinas se hacen evidentes también en este caso. Sin embargo, la tarea del líder democrático no ha de ser la de convencer a sus rivales totalitarios, que tienen como objetivo metas que siempre fracasaron, sino la de convencer al ciudadano común a partir de lo que a tal individuo le ha de convenir, por cuanto los objetivos de la comunidad no han de diferir esencialmente de los objetivos individuales.

El ciudadano desprevenido por lo general rechaza a Domingo F. Sarmiento cuando se entera que el gran educador alguna vez escribió despectivamente sobre el gaucho, el habitante autóctono de las pampas. Sin embargo, pocas veces se detiene a pensar que Sarmiento hizo el mayor esfuerzo para que los hijos de los gauchos recibieran el aporte cultural asociado a la instrucción pública. En forma similar, acepta y admira a los tiranos y a los demagogos que hablan todo el tiempo de los pobres y de la justicia social, aunque los efectos de sus decisiones poco tengan que ver con esas personas y con esos objetivos.

Cuando se afirma que en la actualidad no existe oposición, se hace referencia a una situación en la cual la mayor parte de los partidos políticos, orientados por ideologías populistas, no presentan una oposición firme a la orientación totalitaria (todo en el Estado) vigente, incluso acompañan políticamente muchas de las decisiones oficialistas, como la confiscación de empresas, que actúa como una señal dirigida a los inversores sugiriéndoles irse con sus capitales a otros países.

De ahí que el líder opositor que se busca ha de ser uno tal que tenga en su mente volver a las etapas de crecimiento verdadero y que sepa convencer al electorado de que ése es el mejor camino. La disyuntiva es la de siempre; democracia y mercado en oposición a totalitarismo político y económico; respeto por las múltiples decisiones individuales en oposición a su reemplazo por las decisiones centralizadas desde el Estado por el grupo o por el líder populista.

No siempre la adopción de la democracia y del mercado produce buenos resultados, por lo que puede decirse que, por lo general, resulta el menor de los males posibles. Así como disponemos de la medicina científica, aplicada muchas veces erróneamente, y el curanderismo, que a veces puede resultar más efectivo que la medicina mal aplicada, en la Argentina hemos padecido tanto las malas aplicaciones del liberalismo como los métodos erróneos del populismo. De ahí que el éxito debe esperarse a partir de una aceptable aplicación de los mejores métodos junto a la adaptación de la sociedad a tal forma de vida.

El inconveniente de todo populismo radica en la oposición ideológica, o doctrinaria, entre gobierno y mercado. Se considera al mercado como el conjunto de decisiones individuales asociadas a los intercambios económicos cotidianos, por lo que esa oposición puede considerarse como una confrontación permanente entre los políticos y el sector productivo de la sociedad.

Por otra parte, algunos sectores del liberalismo consideran que la actividad empresarial debe quedar al margen de las decisiones del gobierno, lo que tampoco resulta del todo adecuado. De ahí que una postura amplia, en el sentido de dar cabida a la unión de todas las fuerzas sociales, la constituye el centro derecha, es decir, el centro político viniendo desde el liberalismo. En este caso, se considera que el Estado no debe distorsionar al mercado, sino ubicarse a su lado para resolver los distintos conflictos y problemas que presenta la sociedad y que no pueden ser resueltos por el mercado solamente.

Los problemas económicos y políticos no dependen solamente de la perspectiva filosófica adoptada para contemplar la sociedad real, sino que también resulta ser un problema ético. No se trata sólo de un problema cognitivo, sino que incluye los aspectos afectivos básicos de nuestro comportamiento. De ahí que, de alguna forma, el líder democrático deberá tener la capacidad de reencauzar a la nación por una senda que conduzca a una mejora ética generalizada.

De todas formas, debe tenerse presente que se necesita un ser humano normal, y no excepcional, por cuanto ha de tener el apoyo disponible del conocimiento aportado por las distintas generaciones humanas. Con ese conocimiento habrá de orientar al pueblo al cumplimiento de la ley; pero no solamente de la ley humana derivada de la Constitución, sino principalmente de la ley natural que contempla las normas éticas elementales necesarias para el desarrollo de toda vida civilizada.

El líder democrático incluso podrá salir de alguna de las segundas filas de los partidos políticos actuales, en donde se observan algunos militantes de bajo perfil que muestran una franca vocación por la resolución de los serios problemas que afronta la sociedad. Tales políticos son relegados muchas veces por una cuestión de “antigüedad”. El cambio gradual de un país debe ser dirigido por una persona con mentalidad de clase media, por lo que no hace falta ni el mesías tantas veces esperado ni el refundador de la nación, ya que por lo general, y basados en anteriores experiencias, puede decirse que quienes trataron de reencarnar tales personajes históricos resultaron ser sólo políticos egocéntricos que hicieron que el país retrocediera aún un poco más.

Tampoco cada nuevo presidente tendrá la necesidad de descabezar toda institución estatal para reemplazar la gente idónea por políticos partidarios. Así, organismos educativos, militares, judiciales, de la salud, laborales, etc., seguramente tendrían un mejor funcionamiento si sus altos cargos fueran desempeñados por gente con experiencia en lugar de políticos obsecuentes surgidos de un comité. De ahí que otro de los atributos negativos del populismo consiste en permitir el salto, que deja atrás todo mérito, de quienes alcanzan los cargos directivos superiores como premio a la antigüedad partidaria y a la obsecuencia.

Hace falta un conductor que contemple y respete las leyes vigentes, en lugar de tratar de cambiarlas pensado en objetivos de interés personal o sectorial. Es oportuno mencionar la opinión de un analista económico que estimaba en un 5% la diferencia que significaría para la vida del ciudadano común estadounidense si triunfara uno u otro de los candidatos a la presidencia, ya que en la sociedad que integran prevalece la división de poderes y el respeto por las leyes. En la Argentina, por el contrario, existirá una gran diferencia si seguimos con el populismo, en dirección al totalitarismo y la decadencia, o bien si tratamos de orientarnos hacia la alternativa bastante menos peligrosa de la democracia liberal.

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