jueves, 29 de noviembre de 2012

La justificación perversa

Las acciones humanas dependen principalmente de nuestra actitud emotiva, que actúa en un nivel subconsciente. Tal actitud es orientada (para bien o para mal) por nuestra razón, que lo hace en un nivel consciente. Esto permite que la cultura, desarrollada por las distintas generaciones humanas, favorezca la adaptación del individuo al orden social por cuanto dispone de la posibilidad de corregir las distintas tendencias negativas que puedan surgir desde su propia personalidad. Humberto Maturana R. escribió:

“Si queremos entender las acciones humanas no tenemos que mirar el movimiento o el acto como una operación particular, sino a la emoción que lo posibilita. Un choque entre dos personas será vivido como agresión o accidente, según la emoción en la que se encuentran los participantes. No es el encuentro lo que define lo que ocurre sino la emoción que lo constituye como un acto. De ahí que los discursos racionales, por impecables y perfectos que sean, son completamente inefectivos para convencer a otro si el que habla y el que escucha lo hacen desde emociones distintas”.

La ventaja adaptativa que, indudablemente, constituye nuestra capacidad de razonamiento, muchas veces se convierte en una desventaja y ello ocurre cuando se la utiliza para justificar de alguna manera nuestra conducta negativa hacia los demás integrantes del medio social. El citado autor escribe: “Yo digo que los fenómenos sociales tienen que ver con la biología, y que la aceptación del otro no es un fenómeno cultural. Más aún, mantengo que lo cultural, en lo social, tiene que ver con la acotación o restricción de la aceptación del otro. Es en la justificación racional de los modos de convivencia donde inventamos discursos o desarrollamos argumentos que justifican la negación del otro” (De “Emociones y lenguaje en educación y política”-Ediciones Pedagógicas Chilenas SA-Santiago 1994).

Podemos decir que el razonamiento puede ser utilizado tanto para mejorar nuestro nivel ético como para justificar nuestros errores; puede servirnos tanto para aliviar nuestro sufrimiento como también para agravarlo. Donald Calne escribió: “La diferencia esencial entre la emoción y la razón es que la emoción te lleva a la acción y la razón a las conclusiones”.

Recordemos que en el proceso evolutivo del ser humano aparece primeramente el cerebro reptiliano, luego el límbico y finalmente el neocórtex. Mientras que el cerebro límbico es el asiento de las emociones, el neocórtex es el asiento del razonamiento. De ahí que, cuando surge este último, aparece la posibilidad de un control desde la razón hacia las emociones, por cuanto puede interpretar los efectos que produce cada una de nuestras acciones. Este control no es otra cosa que la conciencia moral, respecto de la cual Marco Tulio Cicerón escribió: “De gran peso es el testimonio de la conciencia que se forma acerca del vicio y la virtud; si lo suprimís, nada quedará”.

La razón, como se dijo, en lugar de ser utilizada para mejorar nuestra conducta y nuestra personalidad, se la utiliza también para justificar nuestras acciones negativas, es decir, para una finalidad opuesta a la que aparentemente persigue el proceso evolutivo, tal la mejora en el nivel de adaptación del hombre a su medio social y natural. El proceso opuesto al de la conciencia moral, que hemos denominado como “la justificación perversa”, aparece cuando ignoramos totalmente el proceso natural evolutivo tanto como la finalidad implícita en el mismo.

La sociedad, a través de las leyes que provienen del Derecho, exime de culpas a quienes no son conscientes de sus actos, tal el caso de los niños, los ancianos y las personas disminuidas psíquicamente. Sin embargo, continuamente aparecen otras “excepciones” para permitir la realización del mal en forma consciente, incluso tratando que los sentimientos de culpa que puedan surgir de la conciencia dejen de actuar.

Entre las excepciones propuestas más importantes están las surgidas desde las ideologías que ignoran al individuo, que ha de ser considerado tan sólo como una parte constitutiva e insignificante de algún grupo social, racial o religioso considerado “incorrecto” y al que se lo debe atacar o eliminar en nombre del sistema social, de la raza o de la religión “correcta”. León Trotsky expresó: “Cuando se trata de emplear la violencia ilimitada e implacable, el revolucionario no debe embarazarse con ningún obstáculo moral”, mientras que Vladimir Lenin expresó: “Nosotros no creemos en las tesis eternas de la moral, nosotros descubrimos este fraude. La moral comunista equivale a la lucha por el esfuerzo de la dictadura proletaria” (Citas en “El desquite de las elites”-Emilio J. Hardoy-Abeledo-Perrot SAEeI-Bs. As. 1988).

Una de las justificaciones que se utiliza frecuentemente, luego de cometer actos delictivos (robo, secuestro, asesinato, etc.), es la de que algún integrante del bando enemigo ha cometido previamente algún acto similar, lo que justificará plenamente tal accionar. Y si el bando opositor no incurre en ninguno de esos actos, se los atribuye mediante mentiras abiertas o encubiertas. Nótese que el violento predica la vigencia del relativismo moral, por lo cual desconoce todo tipo de normas y reglas éticas propuestas.

Otra de las justificaciones empleadas generalmente es el de las “buenas intenciones”. Cuando se trata de acciones que tendrán efecto en el resto de la sociedad, se supone que quien adquirió la responsabilidad de obrar eficazmente, tiene la obligación de actuar de esa forma. Emilio J. Hardoy escribió: “Al hombre de Estado no se lo juzga por las intenciones sino por los resultados. El desastre de una nación no puede excusarse con buenos propósitos”.

Aunque el colmo de la ingenuidad, cinismo, o lo que sea, aparece en el siguiente párrafo escrito por Aldous Huxley respecto de la era stalinista: “No se permite ninguna clase de oposición en Rusia. Pero allí donde la oposición se tache de ilegal, automáticamente se hace subrepticia y se transforma en conspiración. De aquí los procesos de traición y las condenas de 1936 y de 1937. Se imponen, a la fuerza y en la forma más inhumana, y contra los deseos de aquellos a quienes afectan, transformaciones en gran escala de la estructura social. Varios millones de paisanos fueron muertos de hambre deliberadamente en 1933 por los encargados de proyectar los planes de los Soviets. La inhumanidad acarrea el resentimiento; el resentimiento se mantiene sofocado por la fuerza. Como siempre, el principal resultado de la violencia es la necesidad de mayor violencia. Tal es pues el planteamiento de los Soviets; está bien intencionado, pero emplea medios inicuos que están produciendo resultados totalmente distintos de los que se propusieron los primeros autores de la revolución” (De “El fin y los medios”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1955).

Las “buenas intenciones” atribuidas a los autores de la revolución comunista (los citados Trotsky y Lenin, entre otros) consistieron en la eliminación de la burguesía (la clase social incorrecta); objetivo que se cumplió con bastante efectividad.

También resulta frecuente buscar eximirse de culpas cuando son muchos los autores del delito. En ese caso se sostiene que “la culpa” se dividió en varias partes y que, por lo tanto, prácticamente todos los autores son inocentes. Es otra variante de la inocencia que otorga el anonimato. Por lo general, los adolescentes consideran que, si un alumno cometió un acto vandálico en una escuela, la culpa es del autor del hecho, pero si son muchos los autores la culpa es del docente que “permitió” el hecho. La gravedad de la situación radica en que no sólo los adolescentes piensan así, sino incluso algunos directivos de escuelas. De esa forma se va fomentando la violencia anónima de grupos numerosos que, incluso, protestan severamente cuando se los quiere sancionar de alguna manera.

Cuando la ley exime de culpas a quienes no son conscientes de sus actos, se refiere también a los adolescentes, que tienen facultades más que suficientes para conocer los efectos de sus actos. En este caso puede decirse que la propia ley se convierte en promotora directa de la violencia.

Los ideólogos revolucionarios han promovido la idea de que nadie es culpable de nada y que la culpa es del “sistema” (capitalista y democrático). Luego, como el delincuente común es considerado como una persona previamente excluida por la sociedad, la culpa de su accionar recae en la sociedad, y de ahí que deba dejarse libres a peligrosos delincuentes buscando su reinserción social aunque en ese intento asesinen a alguna persona inocente (aunque, por pertenecer a la sociedad “excluyente”, el ideólogo no la considere como tal). Jorge Bosch escribió: “Uno de los argumentos favoritos de los ideólogos de la desestructuración en el ámbito de la justicia, consiste en afirmar que el delincuente no es el verdadero culpable, sino que siempre hay alguien detrás de él, alguien más poderoso y en consecuencia perteneciente a clases sociales más altas, y además detrás de éste hay otro, y finalmente se llega a la estructura social propiamente dicha. Así, la culpabilidad del delincuente se diluye en el océano de un orden social supuestamente injusto” (De “Cultura y contracultura”–Emecé Editores SA-Bs. As. 1992).

La conciencia moral constituye un proceso autorregulado por cuanto permite al individuo infligirse un castigo cuando hace las cosas mal y también otorgarse un premio a si mismo cuando hace las cosas bien. Es un castigo y un premio cercano cuyos efectos son más intensos que las criticas o los elogios que puedan venir de otras personas. Gina Lombroso escribió: “Cuando el criminal escapa a la justicia humana, hace de su conciencia su condenación y su suplicio”.

Cuando el hombre carece de conciencia moral, o tiene gran habilidad mental para confundirla mediante el autoconvencimiento, va perdiendo sus atributos humanos elementales. Su estado de desnaturalización por lo general va acompañado de cierto sufrimiento, siendo un caso similar al que se burla y le desea males a los demás, ya que en otras circunstancias sentirá envidia por la felicidad ajena, y sufrirá intensamente materializando un castigo infligido hacia sí mismo.

Mientras que quienes poseen conciencia moral consideran inoportuno tener malos deseos en contra de los que actúan mal, por cuanto conocen el proceso natural respectivo, quienes carecen de ella tratan de dirigir desde el Estado las vidas individuales del resto de la sociedad por cuanto no creen en ningún tipo de proceso autorregulado, ya sea el de la conciencia moral o bien el del proceso económico del mercado.

Una vez que se han definido las componentes afectivas y cognitivas de nuestra actitud característica, y una vez que se ha esbozado el proceso de la conciencia moral individual, sólo resta su difusión para que pueda convertirse también en una conciencia moral colectiva. También se deben difundir las distintas justificaciones perversas para permitirnos conocer las tergiversaciones posibles al proceso natural de la conciencia moral.

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