viernes, 9 de diciembre de 2011

El pensamiento único

Cuando en una sociedad se trata de imponer una ideología que no es sustentable desde el punto de vista de su coherencia lógica o bien de su adaptación a la realidad, es necesario tergiversar u ocultar toda critica adversa, lo que da lugar a lo que puede denominarse como pensamiento único. Por el contrario, cuando un conjunto de ideas es compatible con la realidad y hereda la coherencia interna de la propia realidad, no existe inconveniente alguno para que se difundan tanto las opiniones favorables como las disidentes.

La veracidad de las ideas radica en su adecuación a la propia realidad, en forma independiente de su aceptación, o no, por parte de la opinión publica. Baruch de Spinoza escribió, pensando en un sistema de conocimientos verdadero: “El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas”.

Cuando un sistema de conocimientos se adecua a la realidad, como se dijo antes, hereda la coherencia interna asociada a las leyes naturales que rigen aquella parte del mundo que se está describiendo, aunque también puede tener coherencia una ideología basada en fundamentos incompatibles con la realidad. De ahí que debe valorarse el conocimiento principalmente por la adecuación citada. Gustave Thibon escribió:

“No basta que el pensamiento se ponga de acuerdo consigo mismo, como quería Kant. El pensamiento de un loco puede, en caso límite, llenar esta condición. Un loco es un hombre que lo ha perdido todo, menos la razón, decía Chesterton, su pensamiento está de acuerdo consigo mismo, sólo está en desacuerdo con el mundo”.

El concepto de pensamiento único fue introducido en el siglo XIX por Arthur Schopenhauer, aunque el significado que actualmente se le da, poco tiene que ver con lo manifestado por el filósofo, quien escribió:

“Un sistema de pensamientos debe tener siempre una trabazón arquitectónica, de suerte que una parte soporte a la otra, mas no a la inversa; el fundamento soporta al resto sin ser soportado por él, y la cima es soportada sin que ella soporte ya nada más. En cambio, un pensamiento único, por amplio que sea, debe conservar la más perfecta unidad. Incluso si uno se ve obligado a dividir este pensamiento en partes, se ha de tener buen cuidado en que cada una de esas partes contenga al todo al igual que el todo la contiene a ella, que ninguna parte sea la primera ni ninguna la última, que, para cada una, el todo sea completamente distinto, pero que la más pequeña de ellas no pueda ser plenamente comprendida sin que previamente lo sea el todo” (De “El mundo como voluntad y representación”-Biblioteca Nueva-Buenos Aires 1942).

Volviendo al significado que predomina actualmente, podemos decir que los partidarios del pensamiento único son los que, una vez logrado el poder, prohíben la existencia de los partidos de la oposición, rigiendo la voluntad de quienes dirigen al partido único, como es el caso de las tendencias totalitarias (fascismo, nazismo y comunismo). Además, tergiversan y difaman las ideas de los adversarios hasta hacerlas irreconocibles. El pensamiento único, para sostenerse, ha necesitado recurrir a los peores métodos posibles. Jean Ousset escribió:

“Despersonalización, desencarnación, desenraizamiento de los hombres auténticos, y hasta terror recalcitrante y la guillotina, los asesinatos en masa, los campos de concentración, los lavados de cerebro para los que se niegan a doblegarse de buen grado al «realismo» planificador”.

“«Convertiremos a Francia en un cementerio antes que dejar de regenerarla a nuestro modo”», decía Carrier, verdugo de Nantes; y Jean Bon Saint-André: «…hace falta reducir la población a la mitad». Dicho de otra manera: perezca la nación y mueran los hombres antes que nuestros principios, es decir, antes de aceptar el fracaso del plan abstracto, del «ideal» que habíamos concebido” (De “Introducción a la política”-Editorial Iction SRL-Buenos aires 1963).

Quienes tienden a prohibir a los demás partidos políticos, aducen que, una vez que llega al poder el mejor partido, no tiene sentido que existan los demás. Las características de los gobiernos totalitarios pueden sintetizarse en lo siguiente: “Unipartidismo, Inexistencia de división de poderes, Ausencia de oposición legalizada, Desconocimiento de libertades esenciales y Control centralizado de la economía” (De “Historia de las Ideas Políticas”-Alberto Rodríguez Varela-AZ Editora SA-Buenos Aires 1995).

En cuanto al fascismo, Giorgio Locchi escribió: “El principio «superhumanista», respecto del mundo que lo circunda, deviene el enemigo absoluto de un opuesto «principio igualitarista» que es el que conforma este mundo”.

“Esencial, por lo que respecta a la toma de posición «mítica» de un movimiento fascista, es el análisis que haga sobre cuál es la causa primera y el origen del «proceso de decadencia» y «disgregación» de las naciones europeas. Friedrich Nietzsche señala que es el cristianismo, como agente transmisor del «principio judaico» que para él se identifica con el igualitarismo. Richard Wagner, el otro polo del campo superhumanista, en cambio, sólo señaló el «principio judaico»” (De “La esencia del fascismo”-Ediciones Lictores).

El superhumanismo mencionado implica al superhombre propuesto por Friedrich Nietzsche. Es oportuno mencionar una opinión psiquiátrica respecto de este autor. Henri Baruk escribió:

“Estos sujetos son incapaces de sentir amor. Asimismo, son incapaces de sentir simpatía por la humanidad”.

“Por eso he designado estos estados con el nombre de «nietzscheísmo». Esta denominación es tanto más indicada cuanto que a estas personas les atrae generalmente Nietzsche y profesan enseguida, después de su lectura, la moral de los «amos y los esclavos». Colocándose entre los «amos» encargados de aplastar a una humanidad de esclavos, dan satisfacción a sus reacciones de compensación, de odio y de orgullo desmesurado”.

“También encontramos en estos sujetos un sufrimiento agudo, que se vuelve a menudo rencor y odio. Sintiéndose extraños al medio de sus prójimos, tienen la impresión de ser rechazados, excluidos, de esa manera conciben una violenta aversión por toda la humanidad, a la que desprecian profundamente y a la que quieren someter, dominar, aplastar bajo su bota en un deseo ardiente de compensación y venganza y, en caso de necesidad, de exterminio” (De “Psiquiatría moral experimental”-Fondo de Cultura Económica-México 1960).

Debido a las semejanzas entre las catástrofes sociales provocadas por nazis y marxistas, unos eliminando a las “razas incorrectas” y los otros a las “clases sociales incorrectas”, no es de extrañar que compartan algunos de los atributos psicológicos antes mencionados. Sin embargo, debemos distinguir entre el ciudadano que aspira al socialismo por cuanto se le ha hecho creer que se trata de una sociedad posible y el marxista propiamente dicho, que tiene plena conciencia de lo que tal ideología implica. Jean Ousset escribió:

“El comunista común es comunista y obra como tal en la medida en que aún cree, poco o mucho, en una verdad (en el sentido tradicional y estable del término). Y por consiguiente en la verdad de lo que profesa, de lo que promete «el Partido». En esto se parece mucho a los primeros comunistas calificados por Karl Marx de utópicos porque se imaginaban un orden social a la manera de un Thomas Moro en su Utopía”.

“Por el contrario, el verdadero marxista, el marxista consciente, sabe que la noción tradicional de verdad (basada sobre la noción de ser, y como la entiende el sentido común), es la primera que su «dialéctica» pulveriza. Para el marxista la verdad no tiende ya a expresar la escolástica: «adaequatio rei et intellectus» (adecuación entre las cosas y el pensamiento), la conformación del espíritu al ser, sino a expresar la idea-fuerza más eficaz en ese instante, y que sin ningún escrúpulo negará mañana”.

“Lo que exalta y anima al verdadero marxista, al marxista consciente, es la perspectiva de un movimiento puro, donde toda noción (estable) de ser es descartada. Ideal cada vez más movedizo de la «Revolución continua» (término de Lenín), o de la «Revolución permanente» (término de Trotsky)” (De “El marxismo leninismo”-Editorial Iction SRL-Buenos Aires 1963).

Una de las tácticas utilizadas por el marxismo, respecto de sus rivales, es devolver uno a uno todos los calificativos a ellos asignados, sean verdaderos o no, además de cambiar completamente los significados de las palabras según sea la conveniencia y oportunidad. Así, no es raro que el país que instaló la muralla de Berlín haya tenido en su nombre incluida la palabra “democrática”, tal la ex República Democrática Alemana. Por ello no debería resultar extraño que el calificativo de “pensamiento único” se haya asignado también desde el marxismo hacia el liberalismo.

Como el liberalismo, democrático en lo político y en lo económico, adhiere al pensamiento científico, tiende a rechazar todo conocimiento que contradiga o se oponga a la ciencia experimental, como es el caso del marxismo, que se opone y desconoce a la ciencia económica, entre otras limitaciones. También desde el liberalismo se rechaza todo tipo de totalitarismo, siendo esencial la permisión de la libre expresión y del libre pensamiento individual, medios que impedirán el gobierno mental y material del hombre sobre el hombre en la búsqueda del gobierno de las leyes sobre todo individuo.

Ignacio Ramonet escribió: “¿Qué es el pensamiento único? La traducción a términos ideológicos de pretensión universal de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en especial las del capital internacional”. En esta afirmación, se hace una connotación negativa del “capital internacional”. Al respecto debemos aclarar que si esos capitales son usados para la simple especulación financiera, estamos todos de acuerdo en que se trata de algo negativo. Pero el capital, en general, es actualmente el principal factor de la producción, ya que la productividad está ligada a ese medio. Incluso se han confeccionado estadísticas, en varios países, de donde surge una proporcionalidad directa entre el capital per capita existente y el sueldo promedio que reciben los trabajadores. Cuando los gobiernos de tipo socialista ahuyentan capitales desde los países pobres a los desarrollados, están colaborando con éstos en perjuicio de aquéllos, aunque repitan varias veces todo lo contrario.

Las severas distorsiones que sufre la economía de mercado, como las que sufre la democracia y la ética elemental, hacen imprescindible que todo tipo de diálogo se enmarque en un ámbito de respeto dejándose de lado la mentira, el oportunismo y la difamación metódica. Mientras que resulta necesario mirar hacia delante buscando soluciones y dilucidando las causas básicas de las crisis actuales, se pierde tiempo y se desvía la atención hacia movimientos totalitarios que fracasaron rotundamente en un pasado no muy lejano. Nunca renuncian a sus intereses e ideologías personales, de ahí que si lo hicieran, mostrarían, alguna vez, que en realidad les interesa un poco el bienestar de todos los seres humanos.

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