domingo, 20 de octubre de 2019

Desde la antigua Roma a la Argentina actual, la historia se repite

La naturaleza humana, tal como se fue formando durante el proceso evolutivo, no ha cambiando esencialmente desde hace miles de años. De ahí que, para bien o para mal, algunos procesos sociales se repiten. La historia de la humanidad es una valiosa fuente de ejemplos que debemos tener siempre presente para no volver a repetir los fracasos anteriores, por lo que se dijo que "los pueblos que olvidan el pasado, están condenados a repetirlo".

La severa decadencia que sufre la Argentina actual puede sintetizarse en la existencia de una crisis moral en la cual se destacan los políticos populistas que, hablando siempre en nombre de los pobres, sólo buscan el poder personal con cierto "espíritu deportivo". Para disponer de una imagen fidedigna de lo que nos acontece, podemos mencionar una descripción de lo que sucedía hace unos 2.000 años atrás; época de los inicios de la Roma imperial.

La redistribución de la riqueza, desde el sector productivo a los sectores parasitarios, entendida como "justicia social", fue la causante principal del debilitamiento de la sociedad romana tanto como de la sociedad argentina. Los gobernantes romanos, como en el caso del propio Perón, se encargaron de llevar gente del campo a la ciudad para disponer de mayor apoyo para futuras ocasiones electorales. Roberto Aizcorbe escribió al respecto: "Las «grandes mayorías populares» eran la contraparte de los demagogos que habían contribuido a introducirlas en el recinto de la ciudad. Sin ninguna urgencia material, porque no trabajaban, sus integrantes vivían de las distribuciones gratuitas de trigo y aceite, luego de vino y hasta se hicieron conceder por Agrippa un servicio mensual libre de peluquero, en el 33 AC".

"En efecto, la «anona», vale decir el diezmo de la cosecha de trigo de Sicilia se repartía sin cargo en las clases bajas, con el pretexto de evitar así posibles sublevaciones. Algo para comprender que el aguinaldo, o los aumentos masivos de salarios no son recursos modernos. «Las distribuciones de granos eran -juzga Mommsen- una invitación al proletariado hambriento y que no quería trabajar para que se quedase en la ciudad. La mala semilla traería malos frutos...»".

"En efecto, el próximo paso fue el jubileo, es decir la abolición de las deudas exigida por la plebe y también por los señoritos empeñados por derrochones, que los demagogos practicaron en momentos de auge bajo distintos sistemas: remisión de alquileres, pago a valores superados por la inflación. Y claro está, el reparto de tierras, que a veces tenía efectos contraproducentes para la propia tendencia populista: en el año 32 AC, en tren de hacerle la guerra a Antonio, el mismísimo Octavio tuvo dificultades para enrolar a los veteranos convertidos por él en propietarios rurales, del mismo modo que las tuvo el Che Guevara con los campesinos reformados por Paz Estenssoro en el llano de Bolivia, los cuales condujeron al Ejército a darle caza y muerte".

"Es que no hay nada tan conservador como un anarquista súbitamente enriquecido. El propio Octavio había entrado en Roma en el 44 AC, sólo después de repartir entre el pueblo la herencia de César, para hacerse simpático. Y fue él quien, un año más tarde, para reunir fondos con qué ir contra Casio, empleó la más terrible de las tácticas populistas: la confiscación de más de dos mil grandes fortunas, y el asesinato de casi 300 senadores, entre ellos Cicerón a quien Octavio llamaba «mi padre». Entonces, los esclavos que denunciaron a sus amos y el escondrijo de sus bienes fueron recompensados con la libertad y una parte de la fortuna. Hubo mares de sangre, suicidios y expatriaciones" (De "Revolución y decadencia"-Editorial Occitania-Buenos Aires 1977).

En la actual Argentina, del 2019, los candidatos con posibilidades presidenciales, ni siquiera mencionan una posible reducción del derroche de recursos públicos, que es el origen económico de la inflación y de la decadencia nacional. Hablan todo el tiempo de los pobres mientras que cada senador argentino, con sus asesores, le cuesta al pueblo diez veces más que un senador en España. Aizcorbe agrega: "Desde luego, el terror es el último de los mecanismos revolucionarios, pero para que se produzca debe haber una crisis previa, cuyo motor primero es la inflación. Y la inflación estuvo presente a todo lo largo de la decadencia romana, hasta el punto que un historiador del calibre de Rostovtzeff le atribuye la caída del Imperio. El aumento de los precios se debió en un caso a la afluencia excesiva de metales a causa de guerras exitosas, en otras a la caída drástica de las cosechas por culpa de la rebelión agraria o del bloqueo causado por otras guerras. Hasta que los gobernantes concibieron la fatal idea de regular las crisis interviniendo sobre el contenido metálico de cada moneda".

"Ocurrió que los demagogos idearon entonces poner fin a la controversia por medio de un gran acuerdo entre los jefes, del cual surgió el triunvirato de Craso, César y Pompeyo. De paso consagraban una vieja aspiración de la plebe: la democracia directa, que evitaba la discusión en el Senado al iniciarse de las leyes. Luego ¿qué senador se atrevería a objetar una medida tomada por los demagogos en un plesbiscito por aclamación? Todo esto, además, placía por entonces a los intelectuales, quienes veían que el ocaso de la democracia patriarcal copiaba, en sus nuevas formas, muchas de las utopías griegas".

La identidad entre patrimonio público y privado, no fue una invención del peronismo o del kirchnerismo, ya que viene de mucho antes. El citado autor escribe al respecto: "La consagración del demagogo no adoleció de los detalles que ya se deben considerar usuales en estos casos. En verdad, en el año 49 AC César avanzó sobre Roma para buscar por última vez el consulado, porque temía que si bajaba al llano se lo juzgase por los latrocinios cometidos por él en Galia. Pero al salir triunfador contra Pompeyo, en Farsalia, y luego, al entrar a Roma, lo primero que hizo fue apoderarse del tesoro público: por primera vez la hacienda romana se identificaba con la de su gobernante. César fundó prensa adicta: un «boletín oficial» escrito sobre las paredes de Roma. Y practicó sin ambajes el «culto de la personalidad»: en el año 44 AC se hizo coronar como monarca asiático, y a poco de su muerte comenzó sobre sus cenizas un culto supersticioso, por parte de las comunidades orientales residentes en Roma, que lo declararon divino".

Los soldados romanos, al participar en la distribución del saqueo ejercido durante las conquistas militares, se fueron convirtiendo en simples mercenarios. "Con el tiempo, al comprometerse Roma en empresas continentales surgió el soldado de fortuna, casi un mercenario que pasaba buena parte de su vida bajo las armas, a la espera de una porción gruesa del botín, o de un oportuno reparto de tierras que lo convirtiese en hacendado. De este modo, las legiones tendieron a obedecer más a un general con talento que al Senado. El ciudadano y el soldado, se divorciaban. Por fin, cuando César comenzó a llamar «¡Compañeros...!» a sus soldados, y a compartir las francachelas de éstos, que lo llamaban «el adúltero calvo», entonces toda la disciplina se derrumbó. Ese ejército distaba un paso del que provocó, doscientos cincuenta años luego, el consejo de Septimio Severo a su hijo: «Contenta a los soldados y búrlate de lo demás...»".

Mientras persista el egoísmo de quienes pretenden vivir a costa del trabajo ajeno, ya sea que se trate del hombre-masa o del político populista que favorece tal situación, las cosas no cambiarán demasiado, ya que incluso se llega a creer que el egoísta es el productor que se opone a satisfacer a los sectores parasitarios antes mencionados. Mientras el ser humano persista en su actitud de desconocer las leyes naturales que nos rigen, incluyendo la posibilidad de hacer todo lo contrario a lo que aparentemente nos imponen, de una u otra forma tal predisposición se traducirá en alguna forma de sufrimiento. En la época romana, Marco Tulio Cicerón advertía: "El universo entero está sometido a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios todopoderoso que ha concebido, meditado y sancionado esta ley (la ley natural). Desconocerla es huirse a sí mismo, renegar de su naturaleza y por ello mismo padecer los castigos más crueles aunque escapara a los suplicios impuestos por los hombres".

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