sábado, 2 de junio de 2018

Protección arancelaria para “vivir con lo nuestro”

Existen dos tendencias extremas, tanto a nivel individual como a nivel de los países; una de ellas implica aislarse del resto de la sociedad o del resto del mundo, respectivamente, mientras que la otra actitud implica vincularse con el resto de la sociedad y con el resto de los países. En el primer caso sería una actitud antisocial y egoísta en el individuo y nacionalista extrema en el caso de un país.

Este aislamiento nacionalista, en el plano económico, se logra con una protección arancelaria aduanera que impide parcial o totalmente la entrada de productos del extranjero. Si bien cierta protección puede admitirse en algunas circunstancias, no resulta ser una medida aconsejable para el largo plazo. Cuando un país carece de empresarios eficaces, capaces de competir en el mercado mundial, no se requiere protección alguna. De ahí que el aislamiento económico tiende a ser un reflejo de la incapacidad empresarial de una nación. “El aislacionismo sólo puede conducir, tanto en el individuo como en las naciones, a la misantropía, al embrutecimiento y a la guerra, que es una forma colectiva de locura”.

“Encerrarse dentro de sí mismo, rechazar todo contacto con el mundo exterior, es destruir voluntariamente los puntos de referencia de nuestro espíritu de superación. Sin coordenadas comparativas, queda uno ligado al propio eje, cuya gravitación centrípeta confunde todo juicio equilibrado, y, sin darse cuenta, corre el riesgo de pasar el tiempo girando perpetuamente en torno de aquél”.

“Que tal experiencia le haya ocurrido a pueblos enteros por falta de medios técnicos y abundancia de obstáculos materiales para relacionarse con otras civilizaciones, como pasó con los salvajes australianos, las tribus indias del Amazonas, los pieles rojas, etc., y que otros hayan quedado detenidos en su avance cultural por análogas causas, a ejemplo de los incas y aztecas, es comprensible. Pero que, en pleno siglo XX, con tantos instrumentos a nuestra disposición, por propia ceguera o por falta de energías nos dejemos conducir hacia una situación semejante, induce a colegir que nos pasa algo parecido a los ratones de las praderas, cuando, sin saber por qué, emprenden una carrera suicida hacia el mar” (Del Prólogo de “La protección arancelaria” de W. M. Curtiss-Centro de Estudios Sobre la Libertad-Buenos Aires 1963).

Frederic Bastiat propuso una forma sencilla de mostrar los débiles fundamentos de la protección arancelaria. W. M. Curtiss lo presenta de esta manera: “Hace más de un siglo, el economista francés Frederic Bastiat, ardiente opositor del proteccionismo, tomó como base el inmortal clásico «Robinson Crusoe» de Daniel Defoe para ilustrar los males de las restricciones comerciales, y al efecto escribió el siguiente diálogo:

-¿Recuerdas cómo hizo Robinson Crusoe para hacer una planchada sin tener una sierra?
-Sí; derribó un árbol y luego, cortando el tronco a derecha e izquierda con el hacha, lo redujo al espesor de una tabla.
-¿Y eso le costó mucho trabajo?
-Quince días completos de trabajo.
-¿Y de qué vivió durante ese tiempo?
-Tenía provisiones.
-¿Y qué le sucedió al hacha?
-Quedó desafilada.
-Sí, pero quizá tú no sepas que cuando Robinson comenzaba el trabajo, vio que la marejada había depositado una planchada en la costa.
-¡Feliz accidente! Supongo que habrá acudido corriendo para recogerla….
-Ese fue su primer impulso, pero se detuvo y razonó para sus adentros: «Si recojo esta planchada, solamente me costará la molestia de llevarla, y el tiempo necesario para bajar y subir el acantilado. Pero si hago una planchada con el hacha, tendré, ante todo, quince días de ocupación. Después, el hacha se desafilará, lo cual me dará más ocupación para afilarla. Por último, se me agotarán las provisiones, lo cual será una tercera fuente de empleo reponerlas. Pero como sucede que el trabajo es riqueza, es evidente que si recojo la planchada me arruinaría a mí mismo. Debo proteger mi trabajo personal, y ahora que lo pienso, hasta podría aumentar ese trabajo tirando la planchada de nuevo al mar».

Razonamiento absurdo

-Pero ese razonamiento era absurdo.
-Ni cabe la menor duda. Sin embargo, es el razonamiento de toda nación que se protege a sí misma mediante prohibiciones. Tira al mar la planchada que le ofrecen por una pequeña cantidad de trabajo, con el fin de realizar un trabajo más grande. Hasta en el trabajo de los funcionarios de las aduanas se descubre una ganancia. Esa ganancia está representada por las molestias que se toma Robinson para devolver a las olas el regalo que le han ofrecido. Si consideras a la nación como un ser colectivo, no hallarás un ápice de diferencia entre su razonamiento y el razonamiento de Robinson.
-¿Robinson no comprendía que podía dedicar a otra cosa el tiempo que economizaba?
-¿A qué otra cosa?
-Mientras el hombre tenga necesidades que satisfacer y tiempo a su disposición, siempre hay alguna tarea que realizar. Y no soy el indicado para especificar el tipo de trabajo que haría en un caso así.
-Comprendo claramente qué trabajo podría haberse evitado.
-Y sostengo que Robinson, con increíble ceguera, confundió el trabajo con su resultado, el fin con el medio, y voy a probarte…
-No hace falta. Tenemos aquí el sistema de restricciones o prohibiciones en su forma más sencilla. Si te parece absurdo planteado así, es porque las dos capacidades de producir y consumir se hallan en este caso mezcladas en el mismo individuo.
-Pasemos, entonces, a un ejemplo más complicado.
-De todo corazón. Cierto tiempo después, habiéndose encontrado Robinson con Viernes, ambos unieron su trabajo en una tarea común. De mañana cazaban seis horas y traían cuatro cestos de caza. De tarde trabajaban seis horas en el huerto y obtenían cuatro cestos de hortalizas.

Un visitante extranjero

-Cierto día llegó a la isla una canoa. Desembarcó de ella un apuesto forastero y fue admitido a la mesa de nuestros dos reclusos. Este forastero probó la producción del huerto, la elogió mucho y antes de despedirse de sus anfitriones habló como sigue: «Generosos isleños, habito un país donde la caza es mucho más abundante que aquí, pero donde la horticultura es completamente desconocida. Sería fácil traeros todas las tardes cuatro cestos de carne si vosotros me entregaseis a cambio dos cestos de hortalizas».

-Al escuchar estas palabras Robinson y Viernes se retiraron para consultar, y la discusión que tuvo lugar es demasiado interesante como para no consignarla íntegramente:

VIERNES: -¿Qué le parece?
ROBINSON: -Si aceptamos la proposición, estamos arruinados
V: -¿Está seguro? Considerémoslo.
R: -El caso es evidente. Aplastada por la competencia, nuestra caza como rama de la industria, quedará aniquilada.
V: -¿Pero eso qué importa, si tendremos los venados?
R: -¡Teorías! Ya no serán el producto de nuestro trabajo.
V: -Perdone, señor, porque para tener los venados tendremos que entregar hortalizas.
R: -¿Qué ganaremos entonces?
V: -Los cuatro cestos de carne nos cuestan seis horas de trabajo. El extranjero nos lo da a cambio de dos cestos de hortalizas, que solamente nos cuestan tres horas de trabajo. Esto nos deja tres horas libres.
R: -Diga más bien, que esas horas son restadas a nuestros esfuerzos. Ahí está la pérdida. El trabajo es riqueza, y si perdemos la cuarta parte de nuestro tiempo, seremos la cuarta parte menos ricos.
V: -Usted está muy equivocado, mi querido amigo. Tendremos la misma cantidad de carne, la misma cantidad de hortalizas, y tres horas de más a nuestra disposición. Esto es progreso, ¿o eso no existe?
R: -¡Usted se pierde en generalidades! ¿Qué haremos con esas tres horas?
V: -Haríamos alguna otra cosa.
R: -¡Ah! Comprendo. Usted no puede concretar. Alguna otra cosa, alguna otra cosa, eso es fácil decirlo.

Alternativas

V: -Podemos pescar, adornar nuestra cabaña, leer la Biblia.
R: -¡Utopía! ¿Hay alguna certeza de que debamos hacer lo uno o lo otro?
V: -Muy bien, si no tenemos ninguna necesidad que satisfacer, podemos descansar. ¿Acaso el descanso no es nada?
R: -Pero mientras descansáramos nos moriríamos de hambre.
V: -Mi querido amigo, usted se ha metido en un círculo vicioso. Hablo de un reposo que no substraiga nada a nuestro abastecimiento de carne y hortalizas. Usted siempre olvida que mediante nuestro comercio exterior, nueve horas de trabajo nos proporcionarán la misma cantidad de provisiones que obtenemos en la actualidad con doce.
R: -Es muy evidente, Viernes, que usted no ha sido educado en Europa y que usted nunca ha leído el “Moniteur Industriel”. Porque entonces habría aprendido que todo ahorro de tiempo es pérdida pura. Lo importante no es comer ni consumir, sino trabajar. De nada sirve lo que consumimos si no es el producto directo de nuestro trabajo. ¿Quiere saber si usted es rico? Nunca considere los goces que obtiene sino el trabajo que debe hacer. Esto es lo que el “Moniteur Industriel” le enseñaría. En cuanto a mí, no tengo pretensiones de teórico y sólo me preocupa la pérdida de nuestras actividades de caza.

Idea extraña

V: -¡Qué manera de invertir las ideas! Pero…
R: -Nada de peros. Además, hay razones políticas para rechazar las ofertas interesadas del pérfido extranjero.
V: -¡Razones políticas!
R: -Sí: él sólo nos hace estas ofertas porque son ventajosas para él.
V: Tanto mejor, dado que también son ventajosas para nosotros.
R: Entonces con este tráfico nos colocaríamos en una situación de dependencia con respecto a él.
V: -Y él se situaría en situación de dependencia con respecto a nosotros. Nosotros necesitaremos su carne, él necesitará nuestras hortalizas y todos viviremos en términos de amistad.
R: -¡Sistema! ¿Quiere que le tape la boca?
V: -Eso lo veremos. Todavía no he escuchado ninguna buena razón.
R: -Supongamos que el extranjero aprende a cultivar un huerto y que su isla resulta ser más fértil que la nuestra. ¿No ve las consecuencias?
V: -Sí, nuestras relaciones con el extranjero cesarían. Ya no se llevarían nuestras hortalizas, dado que podría tenerlas en su isla con menos trabajo. Ya no nos podría traer carne, dado que nada podríamos darle a cambio, y entonces nos encontraríamos precisamente en la situación en que usted nos quiere colocar ahora.

Temores

R: -¡Salvaje imprevisor! Usted no comprende que después de haber aniquilado nuestra caza inundándonos de carne, él aniquilaría nuestros huertos inundándonos de hortalizas.
V: -Pero esto sólo duraría mientras estemos en condiciones de darle otra cosa, o sea mientras encontremos otra cosa que producir con economía de trabajo para nosotros mismos.
R: -¡Otra cosa, otra cosa! Usted siempre vuelve a lo mismo. Usted está en la luna, mi estimado amigo Viernes; sus opiniones no tienen sentido práctico.

El debate fue muy prolongado y, tal como sucede a menudo, cada cual siguió aferrado a su propia opinión. Pero como Robinson ejercía gran influencia sobre Viernes, su opinión prevaleció, y cuando llegó el extranjero para conocer la respuesta, Robinson le dijo:

«Mire extranjero, para inducirnos a aceptar su proposición debe usted darnos dos seguridades: Primero, que su isla no tiene mejores existencias de animales de caza que la nuestra, porque queremos pelear con armas iguales solamente. Segundo, que usted pierda en la operación. Porque, tal como sucede en todo intercambio, por fuerza hay una parte que gana y otra parte que pierde, y nosotros seríamos tontos si usted no perdiera. ¿Qué me dice?»
«Nada», respondió el extranjero, y echándose a reír volvió a subir a su canoa.

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