martes, 28 de noviembre de 2017

¿Es el sufrimiento el camino hacia la felicidad futura?

Es bastante frecuente escuchar expresiones tales como que debemos “sacrificarnos” para lograr éxito en el futuro o bien para ayudar a los demás. La palabra “sacrificio” la asociamos a alguna forma de sufrimiento en lugar de asociarla a alguna forma de incomodidad. Es importante distinguir entre ambas, ya que en cierta forma alejamos a las personas del cumplimiento de sus deberes, ya que son revestidos de un carácter “doloroso”, mientras que nuestra naturaleza humana nos presiona al logro de mayores niveles de felicidad.

Es un error frecuente considerar como un sacrificio el hecho de finalizar una carrera universitaria, ya que la adquisición de conocimientos ayuda a lograr cierto atractivo intelectual y personal, resultando una tarea exigente que produce beneficios de diversos tipos. Quien sufre, o se sacrifica, estudiando una carrera universitaria, es el que no posee una vocación definida por la especialidad elegida, o es incapaz de valorar las ventajas que su capacitación le permitirá lograr en el futuro.

Dedicación, trabajo y disciplina son conceptos que no deben asociarse al sufrimiento, ya que las motivaciones y las esperanzas de un futuro mejor compensan los pequeños o los grandes inconvenientes y las incomodidades cotidianas. Incluso una etapa preparatoria como los estudios mencionados, debe considerarse como una finalidad en sí misma, y no sólo como una etapa previa a otra posterior.

Respecto de la Madre Teresa de Calcuta, se dice que tuvo el “mérito de sacrificar su vida” por los demás, por lo que se la propone como un ejemplo a seguir. En realidad es un ejemplo a seguir porque no tuvo el “mérito” mencionado, ya que fue feliz ayudando a los demás, cumpliendo al pie de la letra el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, compartiendo las penas y alegrías ajenas como propias. Desde el cristianismo se confunde el verdadero sacrificio que tuvieron que hacer los primeros cristianos para imponer la, entonces, nueva religión, con las ventajas que tuvo el resto de las generaciones, ya que pudieron lograr un elevado grado de felicidad en cuanto fueron capaces de cumplir dicho mandamiento.

La fe religiosa implica, en cierta forma, creer en la garantía que ofrece la religión de compensar en el más allá los sacrificios hechos en esta vida, especialmente en el caso de los primeros cristianos. Para los restantes, la fe implica creer en la garantía que la religión ofrece como medio para alcanzar la felicidad junto a la inmortalidad posterior. Como el mandamiento es el mismo, se han de lograr, o no, ambas cosas simultáneamente, en caso de que exista la vida de ultratumba.

Mientras que el cristianismo exigía a los primeros cristianos dar hasta su vida por la religión, el Islam considera que el sacrificio ha de implicar, además, ser impuesto a los infieles, ya que promete compensar a quienes defienden la fe con la espada. No sólo llegan a sacrificar sus propias vidas sino también las de los infieles. El marxismo, por otra parte, propone sacrificar la vida del revolucionario junta a las vidas de los integrantes de toda una clase social (la burguesía) con la esperanza de establecer el paraíso socialista. Puede hacerse una síntesis de las posturas mencionadas:

Cristianismo primitivo: exige el auto-sacrificio que será compensado con la vida eterna.
Cristianismo normal: ofrece la felicidad y la vida eterna a quien cumple con los mandamientos
Islam: impone sacrificar la vida del creyente junto a la de los infieles (quienes irán al infierno), mientras que el creyente irá al paraíso
Marxismo: impone el sacrificio del revolucionario junto a toda una clase social en caso de rechazar la instauración del socialismo.

El marxismo es la religión del odio, ya que sugiere, como primer paso, la destrucción de la sociedad tradicional. En el Manifiesto Comunista se afirma: “Los comunistas desdeñan disimular sus ideas y proyectos. Declaran abiertamente que no pueden alcanzar sus objetivos más que destruyendo por la violencia el antiguo orden social. ¡Tiemblan las clases dirigentes a la idea de una revolución comunista”. Víctor Massuh escribe al respecto: “Marx mismo cierra significativamente su libro «Miseria de la filosofía» con los siguientes versos de George Sand: «Lucha o muerte; guerra sangrienta o nada. Así está la cuestión implacablemente planteada»”.

“A partir de la obra y la prédica de Marx, la violencia aparece como la condición misma del cambio revolucionario. Con ello se quiere advertir, sobre todo, que ya no se piensa en modificar partes de la sociedad, sino totalmente. La magnitud de la violencia asegura la profundidad del cambio. Esto hace que la doctrina de Marx se caracterice por un fuerte rasgo apocalíptico, que no podemos dejar de lado por su enorme significación”.

“Las revoluciones anteriores se remiten al triunfo de una clase sobre otra, apenas sustituyen grupos dominantes dentro de un mismo contexto histórico. Pero la revolución social suprime todo el contexto, elimina para siempre la posibilidad de la opresión, procura «liberar al mismo tiempo y para siempre a la sociedad entera de la explotación, de la opresión y de la lucha de clases» (Manifiesto comunista)”.

“«La violencia, agrega Marx, es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva». Ella no sólo viene a ser el instrumento de una destrucción completa sino de una creación completa también. La violencia de Marx es apocalíptica porque arrasa un mundo viejo y barre con él, es redentora porque libera al hombre de sus alienaciones y lo rehumaniza, y es creadora puesto que engendra un nuevo orden” (De “La libertad y la violencia”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1976).

En realidad, el cuadro apocalíptico que aparece en la Biblia no debería ser interpretado como efecto de la acción de Dios que castiga a los hombres, sino de la barbarie promovida por individuos como Marx, Lenin, Stalin, Hitler y otros líderes totalitarios que con sus ideas promovieron los asesinatos masivos de decenas de millones de personas. Respecto de la violencia política, Massuh escribió: “Me limito a examinar la violencia como forma de acción política, es decir, como aquel comportamiento que trata de integrar sus componentes irracionales en el marco de cierta racionalidad histórica, en el seno de una exigencia normativa supraindividual. Me refiero a la que es asumida por grupos o individuos y puede definirse como la imposición, por la fuerza, de una voluntad sobre otra. La violencia es el modo por el cual yo avasallo la voluntad de otro, invado su mundo, sus pautas sociales y sus intereses, su estilo de vida, sus valores, y trato de someterlo a mi arbitrio. Implica, además, poseer ciertos instrumentos de coacción que pueden tener un carácter destructivo e intimidatorio; en este último caso se procura paralizar al adversario mediante el terror, se intenta destruir su capacidad de resistir y se busca que ceda por el reconocimiento de su impotencia. Y cuando todo este ejercicio es asumido con miras a la realización de definidos objetivos históricos, entonces la violencia aparece como una elección del hombre, como el camino de su dignificación”.

Existe algo incomprensible en el mundo actual. Por un lado, cuando surge un movimiento político nazi, o cuando tiene posibilidad de ganar unas elecciones, surgen protestas, indignación y temor en los diversos ámbitos sociales. Ello se justifica por la simple evaluación de la actuación de los nazis durante el siglo XX y por las violentas directivas que surgen de los escritos de Adolf Hitler. Sin embargo, cuando surge un movimiento socialista o gana una elección, las reacciones son completamente diferentes, a pesar de que la cantidad de asesinatos promovidos por los comunistas, durante el siglo XX, fue entre 4 y 5 veces superior a la promovida por los nazis. El “creyente” en Marx, al seguir sus “científicas” directivas, procede a destruir la impura sociedad capitalista por cuanto supone que de ello surgirá espontáneamente un mundo y una sociedad mejor, aunque en realidad sólo produce víctimas inocentes al por mayor. Carlos Alberto Montaner escribió: “En 1848, hace más de ciento cincuenta años, cuando Europa se estremecía en medio de una revolución que sacudió todas las estructuras políticas, Marx dio a conocer su breve ensayo y vaticinó que un día, para él no muy lejano, los proletarios del mundo, unidos, crearían sobre la Tierra el paraíso comunista. Marx, qué duda cabe, ardía en deseos de justicia y estaba persuadido de que había dado con el modo definitivo de implantar la felicidad y la prosperidad entre los hombres”.

“Siglo y medio más tarde, apareció en las librerías de lengua española un excelente balance de lo que fue ese sueño comunista. se titula «El libro negro del comunismo» y en un tomazo de ochocientas sesenta y cinco páginas legibles y muy bien organizadas, publicado por Planeta-Espasa, la historia de esta utopía se resume en una cifra pavorosa: cien millones de muertos. Una carnicería mayor que la suma de todas las guerras registradas por los historiadores desde el brumoso episodio de la «Ilíada» hasta las últimas barbaridades balcánicas. Los realizadores de este inventario de horrores son respetadísimos miembros de la comunidad universitaria francesa, y los encabeza Stéphane Courtois, el editor de la revista «Communisme», una de las mayores autoridades del mundo en esta triste materia” (De “Las columnas de la libertad”-Edhasa-Buenos Aires 2007).

La violencia parece no ser el camino hacia la felicidad futura. Por el contrario, es el camino seguro del sufrimiento. Pero esta elección conciente que realizan muchas personas, no surge de una ignorancia de lo que ha pasado históricamente con los intentos totalitarios, sino que apuestan a la destrucción de una humanidad a la que odian y de la cual quisieran ver su fin.

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