domingo, 8 de octubre de 2017

Igualdad vs. Igualitarismo

La palabra “igual” nos indica que dos o más objetos pueden intercambiarse sin que se note la diferencia. Es por ello que el signo “igual”, empleado en matemáticas, consiste en dos líneas de la misma forma y longitud. En el caso de los seres humanos, “igualdad” implicará que lo bueno o lo malo que le suceda a alguien, afectará en forma similar a quienes le rodean. De ahí que la igualdad promovida por el cristianismo no es otra cosa que el efecto inmediato del cumplimiento del mandamiento del amor al prójimo, entendiéndose como “prójimo” a cualquier persona.

Debido a que las acciones y las actitudes humanas dependen esencialmente de la predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, o a la ausencia de esa predisposición, la igualdad de mayor importancia será justamente la asociada a nuestros afectos, de donde surge la moral natural.

Sin embargo, hay quienes suponen que la igualdad, o la desigualdad, entre los hombres dependen de otros aspectos, por lo que dejarán de lado la igualdad promovida por el cristianismo y buscarán la igualdad en aspectos económicos, sociales o intelectuales. A estas nuevas formas de búsqueda de la igualdad se les podrá denominar “igualitarismos”, ya que los resultados obtenidos llevan a mayores situaciones de desigualdad, además de impedir la preponderancia de los valores éticos.

Entre los casos de igualitarismo se pueden mencionar las diversas utopías, o socialismos voluntarios, en los cuales la igualdad consistía esencialmente en una igualdad económica. El siguiente paso fue el socialismo involuntario, o “socialismo científico”, mediante el cual se obligó a mucha gente a vivir en sistemas colectivistas con un criterio similar, pero con resultados mucho peores.

Cundo un tirano somete, contra la voluntad de la gente, a vivir según su criterio y sus gustos personales, se establece una desigualdad esencial entre un sector, o clase, dirigente y una clase dirigida. Sólo existe libertad para el tirano mientras que la clase dirigida es presionada a adoptar un igualitarismo respecto a la vestimenta, la comida, las costumbres, las expresiones verbales e incluso los pensamientos. Los sistemas socialistas promueven y publicitan una “igualdad” que no es tal.

En estos casos, existe un fundamento teórico, incompatible con las conclusiones de la genética, por el cual se considera a la educación y a la influencia social, como los únicos determinantes de las conductas individuales, sin tener en cuenta los aspectos hereditarios que tienen una influencia similar. Incluso algunos suponen que la influencia recibida por un individuo podrá incorporarse a sus genes de manera que tal influencia podrá transmitirse en forma hereditaria a las próximas generaciones. Tal fue el proyecto llevado a cabo de la Unión Soviética con la esperanza de que el “hombre nuevo soviético” constituiría la base de la humanidad futura.

La teoría del hombre que nace con una mente como una pizarra en blanco, en la cual se podrá inscribir lo que el educador decida, ha sido el fundamento erróneo de quienes no pierden las esperanzas de establecer al “hombre nuevo soviético” bajo el nombre de “marxismo cultural”. De ahí que la palabra “igualdad” suena y resuena en todas partes, pero no se trata de la igualdad propuesta por el cristianismo, sino el igualitarismo que surge del socialismo involuntario. Henry de Lesquen escribió: “La tesis utópica según la cual la sociedad perfecta es posible, se apoya en la tesis igualitaria, que puede resumirse en la fórmula siguiente: «la justicia se confunde con la igualdad» o, mejor aún, «toda desigualdad es por naturaleza injusta». Afirmar que abolir todas las desigualdades es deseable, equivale a sugerir que la cosa es concebible. Esta tesis extremista, esta concepción extraordinariamente simplista de la justicia y de la antropología, insostenible, que las fundamenta constituyen el núcleo del discurso ideológico contemporáneo. La utopía igualitaria se ha constituido en la ideología dominante”.

“Afectiva y lógicamente, el igualitarismo no es viable más que, si renunciando a ser una individualidad, el hombre acepta fusionarse con las «vastas masas»: el colectivismo es el corolario del igualitarismo. Éste, al pretender poner fin a la alienación, culmina en la disolución de la individualidad en el Gran Todo, lo cual representa la alienación suprema y la fórmula del totalitarismo” (De “La política de lo viviente”-EUDEBA-Buenos Aires 1981).

Cuando se comienza a poner a prueba la tesis igualitaria, aparecerán opositores y será necesaria la represión, ya que se supone que el opositor es alguien que lleva encima la mala influencia, o mala educación, recibida de las sociedades poco igualitarias del pasado, y ello no debe tolerarse. El citado autor agrega: “La utopía, por poco que se crea sinceramente en ella, legitima las dictaduras más implacables. Porque a la fascinación de la fuerza se añade, para justificar el horror, el atractivo de una meta paradisíaca; la edad de hierro lleva en sí la promesa de una nueva edad de oro”.

Si las generaciones anteriores vivieron en sociedades injustas, ello se debe, como se dijo, a la mala educación, es decir, a las ideas erróneas reinantes. Por ello debería buscarse al “hombre natural”, no contaminado por la sociedad, para corregir los errores acumulados por la humanidad a través de la historia. Dos de esos autores fueron Jean Jacques Rousseau y Karl Marx. “Para ellos, la sociedad es culpable por haber ocultado, siempre y en todas partes, la verdadera naturaleza humana. En tales condiciones, se estiman autorizados para excluir de su respectivo sistema a esta realidad embarazosa. Según Rousseau, el hombre auténtico es, claro está, el buen salvaje; pero ya no hay buenos salvajes. El hombre auténtico según Marx es el elegido futuro de la sociedad sin clases, pero tampoco hay ahora sociedades sin clases. Entre los dos, los hombres se encuentran despojados de su ser genuino, «alienados» por y en las instituciones sociales”.

Para purificar de una vez y para siempre a la sociedad enferma, deben destruirse todas las instituciones existentes, para instalar luego una tiranía; proceso que se ha dado muchas veces en la historia. “Para ilustrar la constante relación entre igualitarismo y tiranía, también podría remontarse la Historia hasta la antigüedad griega. He aquí, por ejemplo, en qué términos describe Jean Rouvier el régimen instaurado por Clístenes, tío de Pericles, en la Atenas de fines del siglo VI AC: «Asistimos a la primera tabla rasa, a la primera gran violación de la naturaleza…Una sola palabra de orden: unidad por medio de la uniformidad en la igualdad…¡Al diablo con la historia y la geografía, con los problemas raciales, psicológicos, fisiológicos de una sociedad determinada!»”.

Las revoluciones comunistas del siglo XX también fueron realizadas con la esperanza de que luego de la destrucción de la sociedad enferma habría de surgir la buena sociedad, sin tener en cuenta que el hombre siguiera siendo el mismo de siempre. En cuanto a tales objetivos, Henry de Lesquen agrega: “Su objetivo no apunta a sustituir a un hombre por otro, una institución por otra, sino a hacer tabla rasa, y de una vez por todas, de las jerarquías. En estado puro, esto da por resultado, como en China, la Revolución Cultural. La amplitud que puede revestir una revolución tal se mide en una óptica donde la cultura es todo y la naturaleza, por decir así, nada”.

Mientras que el igualitarista supone que el recién nacido nada traería en su mente, y que la desigualdad posterior proviene de la desigual educación, al pretender establecer una educación que habría de incorporarse a la herencia genética, se estaría admitiendo que esta vez los niños sí habrían de traer ciertas pautas cognitivas en el momento del nacimiento. En realidad, el comportamiento de todo ser humano tiene una componente hereditaria y una componente cultural. Pero para que se puedan manifestar todas las potencialidades individuales, es preciso que la vida se desarrolle en un ámbito de libertad. Michel Poniatowski escribió: “La única igualdad verdadera es la de las oportunidades brindadas a cada individuo para expandir al máximo sus dones y desarrollar sus aptitudes y no una igualdad de situaciones impuesta artificialmente a seres que por su esencia son diferentes. Una sociedad justa no es una sociedad en la cual todos los individuos son colocados al mismo nivel y considerados idénticos, sean cuales fueren sus talentos y méritos personales. Por el contrario, es aquella en la cual cada uno puede elevarse en la escala social en mérito a sus aptitudes personales y su trabajo, independientemente de toda consideración social, cultural o financiera” (De “El futuro no está escrito en ninguna parte”-EUDEBA-Buenos Aires 1981).

También los ámbitos educativos sufren los efectos del igualitarismo, ya que, en lugar de promover el libre desarrollo de las potencialidades individuales, se busca “igualar” a los alumnos preparándolos, en muchos casos, para el socialismo. Poniatowski agrega: “Sociología, psiquiatría y ciencias de la educación funcionan hoy todavía como si la genética no existiera. Las reformas a la enseñanza han sido elaboradas partiendo de la creencia de que las diferencias de aptitudes comprobadas entre los niños podrían ser corregidas por la educación. Puede observarse a propósito de las múltiples experiencias de «pedagogía nueva», un hecho significativo: las únicas que se han desarrollado de manera satisfactoria en el campo científico (condiciones de experimentación, criterios de apreciación de resultados) han desembocado en un resonante fracaso. Ningún mejoramiento del C.I. [coeficiente intelectual] del individuo ha podido ser observado”.

“Ha llegado el momento de sacar moralejas de esos fracasos y determinar las causas. Provienen de una obstinación. La de no concebir la política social o educacional sino como resultante del medio. Los sostenedores de esta tesis se resisten a integrar cierto número de descubrimientos científicos a su concepción del mundo. No quieren tener en cuenta las experiencias de la genética moderna en la elaboración de la política de la enseñanza, de la orientación y de la selección profesionales. Hay allí un verdadero oscurantismo anticientífico, que se extiende por otra parte a sectores como la criminología y el tratamiento de los trastornos mentales, cuyos progresos retarda sensiblemente. En este último caso, por ejemplo, la negación de toda predisposición hereditaria a los problemas psicosomáticos y la testarudez por no averiguar más que causas y remedios relacionados con el ambiente (cf. psicoanálisis), han demorado el progreso de la quimioterapia, cuya eficacia en la actualidad nadie osaría discutir”.

“Esta controversia sobre la igualdad se beneficiaría, por otra parte, si fuera esclarecida. Frecuentemente se muestra una tendencia a confundir, con el vocablo general de «igualdad», nociones totalmente distintas: la igualdad genética de las aptitudes, que es una vieja utopía; el igualitarismo, que es la aspiración ideológica, la cual conviene determinar en qué medida es compatible con la realidad biológica y con la libertad individual; finalmente la igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades, que constituyen derechos humanos universalmente deseables y valederos”.

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