jueves, 3 de agosto de 2017

El líder incendiario

Se dice que a las personas se las debe amar con sus virtudes y defectos, o a pesar de sus defectos, aunque ello puede traer consecuencias negativas cuando se trata del amor de un pueblo por un líder político que promueve la violencia. Este es el caso de los líderes totalitarios (fascistas y socialistas) que dividen al pueblo en amigos y enemigos, debilitándolo en una forma tan efectiva que ni siquiera los rivales extranjeros pueden lograr. Rudolf Rocker escribió: “En los llamados Estados fascistas, donde fueron aplastados despiadadamente todos los partidos políticos y todas las tendencias sociales para elevar a un solo partido a la categoría de vehículo del «principio nacional», se ha llegado hasta subordinar todas las manifestaciones de la vida social a la unidad del Estado totalitario y a sofocar toda vida particular o a adaptarla a las necesidades de la máquina del Estado”.

“El hombre mecánico, que se considera una parte del Estado y acata sin resistencia los imperativos de la dictadura nacional, como obedece la máquina a las presiones del maquinista, es el tipo ejemplar inanimado del fascismo. El famoso «principio de la jefatura» se convierte en cómodo sucedáneo por el cual anormales incurables quieren someter la rica diversidad de la vida social a la llamada nivelación, que en realidad es sólo la expresión de su limitación espiritual”.

“Y como la cortedad espiritual y la violencia brutal van siempre juntas, el despotismo ilimitado contra los propios ciudadanos, que lleva lógicamente a la amenaza continua contra naciones extrañas, es la consecuencia inevitable de un sistema que no respeta ninguna consideración humana, y cuyos portavoces están poseídos por la ilusión de suplantar por la mecánica muerta de los conceptos políticos de dominio todo lo orgánico, lo animado”.

“Es esa manera de pensar la que fue siempre fundamento espiritual de toda tiranía; pues el despotismo del pensamiento lleva siempre al despotismo de la acción. El que cree poder prensar en formas determinadas todas las manifestaciones de la vida intelectual y social, tiene que considerar lógicamente como enemigo al que no quiera renunciar al propio pensamiento y a la propia acción. Así la independencia espiritual se convierte en alta traición contra el país o, mejor dicho, en alta traición contra aquellos que detentan el poder, que interpretan a su manera la voluntad de la nación y la imponen al pueblo como idea nacional. El que contradice esa interpretación es arrojado del territorio nacional, encerrado en campos de concentración o reducido de otro modo más eficaz” (De la Revista “Timón”-Buenos Aires-Noviembre 1939).

El peronismo no sólo constituyó un gobierno de tipo totalitario en lo político y en lo económico, ya que pretendió imponer a la sociedad una doctrina que buscaba sustituir al cristianismo y un derecho constitucional que apuntaba a sustituir la Constitución de 1853. El tirano expresó: “La República Argentina tiene ahora, por primera vez, una doctrina nacional…que no es, como se ha dicho con mucha intención, la doctrina de un partido político. Es la doctrina de un pueblo que la hizo suya. Es la doctrina de la Patria misma, porque la Patria no es, ¡no puede ser! solamente sus fronteras y sus símbolos que son elementos inertes. La Patria vive y se hace permanente y eterna en sus hijos…Por eso insisto tanto en crear un alma en nuestro pueblo que necesita vencer sobre todas las vicisitudes de la historia. El alma de nuestro pueblo debe ser conformada sobre los principios de la doctrina nacional que él ha aceptado plenamente a través de su inmensa mayoría, por su eminente contenido humanista y cristiano”.

Cuando Perón habla de “pueblo”, se refiere a sus seguidores, mientras que al resto de la población lo considerada como la “antipatria”. En cuanto a la compatibilidad de su “doctrina” con el cristianismo, puede decirse que el odio peronista siempre fue incompatible con el “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Respecto del discurso antes mencionado, Raanan Rein escribió: “Este discurso expone con claridad el intento de Perón de unificar a todo el pueblo bajo sus convicciones y su única ideología, el justicialismo. No cabe en este esquema ninguna otra concepción ni hay lugar para posturas divergentes, dado que el peronismo y la nacionalidad son una misma cosa, y quien se opone a una traiciona a la otra” (De “Peronismo, populismo y política: Argentina 1943-1955”-Fundación Editorial de Belgrano-Buenos Aires 1998).

Perón instigaba a las masas a agredir a los “enemigos” (los anti-peronistas), incitándolos a incendiar locales y hasta templos católicos, algo impropio de un “cristiano”, como manifestaba serlo. Entre tales incitaciones a la violencia puede mencionarse la siguiente: “Compañeros: cuando haya que quemar, voy a salir yo a la cabeza de ustedes a quemar. Pero entonces, si eso fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días. Los que creen que nos cansaremos se equivocan. Nosotros tenemos cuerda para cien años” (7-5-53)

Sus más fieles seguidores, amparados en la policía y los bomberos, también peronizados, en varias ocasiones dan rienda suelta a la labor pirotécnica encomendada. Hugo Gambini escribió: “Respondiendo a la incitación presidencial («¿Por qué no empiezan ustedes con la leña?», los grupos de choque del peronismo se tomaron un costoso desquite. Al desconcentrarse la multitud, una columna enfiló por Avenida de Mayo vociferando «¡Vamos a quemar la Casa del Pueblo!». Eran las seis y media de la tarde cuando los primeros grupos peronistas llegaron hasta ese edificio, situado en Rivadavia 2150, y comenzaron a corear sus estribillos. Pero pronto se despendió de ellos el sector encargado de «dar la leña», cuya identificación era fácilmente detectable por los gritos («¡Judíos! ¡Váyanse a Moscú! ¡Patria sí, colonia no!»). Allí se puso en funcionamiento un operativo largamente codiciado por los militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista: incendiar la sede de los socialistas”.

Las personas que estaban en el interior del local, huían para no perder la vida en el incendio que se preparaba. “Cuando esto se ponía en práctica, los evadidos vieron cómo la policía enseñaba a un grupo de aliancistas el camino de la anterior salida, para que pudieran penetrar por el lado de atrás, con botellas llenas de nafta”. “Simultáneamente, un camión de la Municipalidad fue estrellado contra la puerta de hierro, para abrir paso a los incendiarios”.

“En ese mismo tiempo también ardieron otros edificios, porque el grupo aliancista decidió repetir la hazaña con el resto de los opositores. Una vez que el fuego había tomado vigor en la sede socialista, el equipo incendiario se corrió hasta la Casa Radical….”.

“El edificio ocupado por el Partido Demócrata Nacional fue el menos afectado, pues los atacantes se conformaron con una hoguera que alcanzó a tener ocho metros de altura, alimentada con los muebles y los libros sacados del interior”.

“«¡Ahora le toca al Jockey Club! ¡Vamos para allá», oyó decir Carlos Aubone, mientras presenciaba la hoguera encendida frente a la Casa Radical”. “Ese 15 de abril de 1953 fue una de las jornadas más estremecedoras y sombrías de la época historiada. Los inocentes que murieron como consecuencia de las bombas colocadas por un grupo terrorista de la oposición y la actitud vengativa de los incendiarios, demostraba hasta qué punto el enfrentamiento político se había convertido en una batalla cada vez más feroz” (De “Historia del peronismo. La obsecuencia (1952-1955)”-Vergara-Buenos Aires 2007).

Tampoco la bandera nacional se salvó de la quema peronista. El incidente se produjo cuando algunos grupos católicos izaron una bandera argentina junto a otra del Vaticano. Luego, para que la culpa cayese sobre tales individuos, Perón ideó la quema de la insignia nacional. El citado autor agrega: “Según pudo determinarse, la orden al jefe de policía provino directamente de Borlenghi. Por su parte, Teisaire, cuando dejó de ser vicepresidente reveló que «dicha felonía se ejecutó no sólo con la autorización de Perón, sino bajo su inspiración»”.

El 16 de Junio de 1955 se produjo un bombardeo naval sobre la Casa Rosada, con la muerte de más de dos centenares de personas; quienes ahí trabajaban y los que ocasionalmente transitaban por el lugar. Perón salva su vida por cuanto se entera a tiempo del atentado a perpetrarse y se traslada a otro lugar. Gambini escribe al respecto: “Si realmente [Perón] lamentaba lo ocurrido al pueblo más que a sí mismo, cabía preguntarle por qué no hizo evacuar el edificio y sus alrededores, en lugar de refugiarse silenciosamente en un sótano. Pero nadie se atrevió a decírselo. No hay dudas de que el operativo aéreo sobre la casa de gobierno fue un acto de grave irresponsabilidad castrense, por las muertes civiles que ocasionaría dentro y fuera del edificio –como ocurrió-, pero la actitud del ministro de Ejército al sacar de allí al presidente tres horas antes, sin alertar al personal de la casa y sin evacuar la zona aledaña, indica una evidente falta de interés por proteger a los transeúntes y a los propios empleados de la Presidencia”.

La venganza de los incendiarios no se hizo esperar y se inicia un masivo incendio de templos católicos de Buenos Aires y de algunas ciudades del interior, comenzado por la Curia. Perón no hace nada por detenerlos por cuanto la policía y los bomberos se limitan a observar las fechorías. Ernesto Sábato escribió: “La soledad era lúgubre y en la noche los incendios echaban un resplandor siniestro sobre el cielo plomizo. Se oía el bombo como un carnaval de locos. Ahora estaba frente a la Iglesia, arrastrado por gente enloquecida y confusa. Algunos llevaban revólveres y pistolas. ‘Son de la Alianza’, dijo alguien. Pronto ardió la nafta que habían echado sobre las puertas. Entraron en tumulto, gritando. Arrastraron bancos contra las puertas y la hoguera creció. Otros llevaban reclinatorios, imágenes y bancos a la calle. La llovizna caía indiferente y frígida. Echaron nafta y la madera ardió furiosamente, en medio de las heladas ráfagas. Gritaron, sonaron tiros por ahí, algunos corrían, otros se refugiaban en los zaguanes de enfrente, contra las paredes, fascinados por el fuego y el pánico” (De “Sobres héroes y tumbas”).

La violencia, que involucraba a ambas partes, fue motivada e iniciada, sin embargo, por una de ellas. Lucas Lanusse menciona una proclama al respecto: “La Unión Cívica Radical afirma que la revolución del 16 de junio es producto del Régimen. Mientras no cese el sistema totalitario que lo caracteriza, subsistirán las causas del estallido…La corrupción que aqueja a la República, peculado, espionaje y delación, encarcelamientos discrecionales, torturas, supresión de libertades, la degradación de la escuela y de la Universidad, puestas al servicio de los fines subalternos del Régimen, el sometimiento de la vida sindical, convertida en instrumento de opresión de los trabajadores, son algunas manifestaciones del sistema que está empobreciendo las reservas materiales y espirituales de nuestra Nación, y constituyen otros tantos motivos de explosión de las fuerzas morales que, no hallando los caminos de la paz para las soluciones armónicas, apelan, desesperadas, a la violencia” (De “Sembrando vientos”-Vergara-Buenos Aires 2009).

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