miércoles, 23 de agosto de 2017

Crisis de la sociedad ¿o del hombre?

Cuando una sociedad entra en crisis, se advierte que nada escapa a esa condición, como en el caso de la política, la economía, la cultura, la ciencia, el deporte, la educación, etc. Ya que todos estos ámbitos se sustentan en individuos, y están todos en crisis, se llega a la conclusión de que los defectos individuales predominan sobre las virtudes; es decir, predominan las actitudes competitivas y negligentes sobre aquellas de tipo cooperativas.

Como toda enfermedad, la enfermedad social está provista de defensas que se oponen a los remedios que pretenden desterrarla. La principal defensa implica el encubrimiento que proviene de gran parte de los intelectuales, quienes tienden a ignorar los defectos individuales ya que por lo general piensan en base a grupos sociales como entidades independientes de los individuos que los componen. De ahí que asocian las crisis a los defectos (que también existen) de los diversos sistemas organizativos sugiriendo cambiarlos por otros mejores, sin apenas promover en los individuos un cambio en sus conductas.

Distinguiendo entre los filósofos sociales que profundizan acerca de las causas de las crisis y los sociólogos que repiten lo que se pone de moda, o que adoptan lo que mejor entienden, Pitirim A. Sorokin escribe: “Cualesquiera que sean sus errores, esta escuela no elude los problemas verdaderamente cruciales. Por esta razón, aun sus errores tienen que ser igualmente más fructíferos que las trivialidades correctas o las perogrulladas penosamente exactas de la gran mayoría de los «investigadores» precisos de las disciplinas sociales y humanistas de hoy” (De “Las filosofías sociales de nuestra época de crisis”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1954).

La sociedad en crisis se defiende de las críticas adversas descalificando a quienes repiten sugerencias morales aplicadas en el pasado aduciendo su falta de originalidad, por cuanto niegan que lo que funciona bien en una época puede muy bien servir para otras épocas. Eduardo A. Valdovinos escribió: “No tengo pretensiones de originalidad. El afán de originalidad depara mucho mal a la ciencia y al arte porque impele a desdeñar las más simples evidencias. Pero es preferible repetir una vieja verdad olvidada que inventar una teoría para halago personal. De todas maneras, la frivolidad de la vida moderna demuestra cabalmente que las voces vertidas no han resultado suficientes para apartar al hombre del mal camino y, siendo así, la continuidad de la prédica no resulta excesiva. Compréndase que con tales razones no persigo eludir responsabilidades por mis ideas personales escudándolas en las de mis predecesores, pues aquéllas y éstas, íntimamente entrelazadas, conforman el campo de mis convicciones sin distinción alguna” (De “La crisis moral”-Editorial Troquel SA-Buenos Aires 1965).

Expresiones tales como “todos somos pecadores”, tienden a justificar los defectos personales que, agregados unos a otros, derivan luego en las crisis sociales y en la “caída de las civilizaciones”. Es evidente que todos tenemos defectos, aunque existen dos actitudes distinguibles, que pueden observarse cotidianamente en los conductores de automóviles. En un caso tenemos al individuo cauteloso y responsable que se esfuerza por no cometer errores, aunque alguna vez, a pesar suyo, los ha de cometer. En el otro caso tenemos al conductor irresponsable y temerario que pone en riesgo su propia vida, y la de los demás, jactándose incluso de su actitud. Los dos cometen errores, pero el primero actúa en forma civilizada no así el segundo. Valdovinos agrega: “Estamos acostumbrados a oír que errar es humano y que nadie es perfecto; consecuentemente, nos hemos hecho a la idea de que nuestro perfeccionamiento moral encuentra una valla en la viciosa conformación humana. No nos detenemos a pensar hasta qué punto nuestras claudicaciones son producto de errores que pudimos evitar; es más fácil atribuirlas a la imposición de un determinismo ineluctable. Existe una cobarde resignación frente a los desaciertos habituales y una estólida pretensión de justificarlos racionalmente”.

El relativismo cultural actúa como un camuflaje de la crisis moral por cuanto establece que todas las culturas son igualmente legítimas y respetables, por lo cual, toda sociedad en decadencia moral no es más que otra sociedad distinta a la que antes fue, por lo cual se disolvería la crisis supuesta.

El mayor escollo para salir de una crisis la constituye el relativismo moral, que descarta la existencia de una moral objetiva válida para todos los tiempos y para todos los pueblos. Sus defensores advierten que en un mismo pueblo, la escala de valores adoptada cambia con las épocas, lo cual es cierto, pero no advierten que las consecuencias de esos cambios también cambian. De ahí que pueda afirmarse que las mismas actitudes producen los mismos efectos, en forma independiente del lugar y de la época, por lo cual el relativismo moral sólo sirve para desorientar a todo individuo impidiéndole realizar esfuerzos para lograr el bien y evitar el mal. Para colmo se acepta también la validez del relativismo cognitivo, por el cual no existiría una verdad común a todos los hombres. Esta desorientación constituye el principal síntoma mostrado por los individuos que componen una sociedad en crisis. Alexander Solyenitzin escribió: “El comunismo nunca ocultó su negación de los conceptos morales absolutos. Se mofa de las nociones de bien y mal como categorías absolutas. Considera la moralidad como un fenómeno relativo a la clase. Según las circunstancias y el ambiente político, cualquier acción, incluyendo el asesinato de millares de seres humanos, puede ser mala como puede ser buena. Depende de la ideología de clase que lo alimente”.

“El comunismo ha progresado. Logró contagiar a todo el mundo con esta noción del bien y del mal. Ahora no sólo los comunistas están convencidos de esto. En una sociedad progresista se considera inconveniente usar seriamente las palabras bien y mal. El comunismo supo inculcarnos a todos la idea de que tales nociones son anticuadas y ridículas. Pero si nos quitan la noción de bien y mal, ¿qué nos queda? Nos quedan sólo las combinaciones vitales. Descendemos al mundo animal. Y por esto, la teoría y la práctica del comunismo son absolutamente inhumanas” (De “En la lucha por la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1976).

El predominio del relativismo moral lleva a la sociedad al reino del “todo vale”, a un egoísmo cínico, ilimitado y grotesco, ya que todo individuo tiende a orientarse por el principio del placer. Se dejan de lado los valores morales (o afectivos) y también los intelectuales. Aparece así el hombre mutilado por propia decisión. Apunta a las satisfacciones que deleitan al cuerpo y a los sentidos dejando de lado los aspectos afectivos y mentales. El ser humano mutilado espiritualmente, deja de ser un alma y una mente sustentadas por un cuerpo, sino un cuerpo que adicionalmente trae incorporados algunos procesos empáticos e intelectuales a los que poco uso les da.

Además de las defensas que la sociedad mantiene para continuar su situación de crisis, aparecen las ideologías que tratan de estimularla, como algunas surgidas en el ámbito de la política y la religión. Las principales están asociadas a los totalitarismos, como el político (marxismo) y el teocrático (islamismo). Mientras que el marxismo pretende introducirse por métodos democráticos promoviendo el odio entre sectores sociales, el islamismo hace otro tanto promoviendo el odio hacia quienes profesan otras religiones, como acontece en Europa.

El creyente musulmán no trata de adaptarse a las leyes y costumbres de los pueblos a donde va, ni tampoco trata de mantenerse en su lugar de origen por cuanto tiene ambiciones expansionistas. Por ello presiona a los pueblos originarios a adoptar su propio estilo de vida. La periodista Oriana Fallaci escribió: “En este planeta nadie defiende su identidad y se niega a integrarse tanto como los musulmanes. Nadie. Porque Mahoma prohíbe la integración. La castiga. Si no lo sabe, échele un vistazo al Corán. Que le trascriban las suras que la prohíben, que la castigan. Mientras tanto le reproduzco un par de ellas. Ésta, por ejemplo: «Alá no permite a sus fieles hacer amistad con los infieles. La amistad produce afecto, atracción espiritual. Inclina hacia la moral y el modo de vivir de los infieles, y las ideas de los infieles son contrarias a la Sharia. Conducen a la pérdida de la independencia, de la hegemonía, su meta es superarnos. Y el Islam supera. No se deja superar». O esta otra: «No seáis débiles con el enemigo. No le ofrezcáis la paz. Especialmente mientras tengáis la superioridad. Matad a los infieles dondequiera que se encuentren. Asediadlos, combatidlos con todo tipo de trampas». En otras palabras, según el Corán tenemos que ser nosotros los que nos integremos. Nosotros los que aceptemos sus leyes, sus costumbres, su maldita Sharia [moral islámica]” (De “La Fuerza de la Razón”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2004).

Una posible solución a la crisis individual y social implica la orientación hacia una adaptación al orden natural acatando sus principios subyacentes, que conforman su espíritu, que no difiere esencialmente de la voluntad de Dios invocada por las diversas religiones. El hombre en crisis parece ignorar la principal referencia de su vida: Dios, en su versión de Dios personal o como materialización de las leyes naturales que rigen todo lo existente.

Víktor Frankl afirmaba que el principal problema que aflige al hombre actual es la carencia de un sentido de la vida. La desorientación que proviene de esa ausencia puede llevar al individuo al suicidio. Al respecto escribió: “Las estadísticas han demostrado que, entre los estudiantes americanos, el suicidio ocupa –a renglón seguido de los accidentes de tráfico- el segundo lugar entre las causas más frecuentes de defunciones. El número de intentos de suicidio (no seguidos de la muerte) es quince veces más elevado”.

“Me presentaron una notable estadística, referida a 60 estudiantes de la Idaho State University, en la que se les preguntaba con gran minuciosidad por el motivo que les había empujado al intento de suicidio. De ella se desprende que el 85 % de los encuestados no veían ya ningún sentido en sus vidas. Lo curioso es que el 93 % gozaba de excelente salud física y psíquica, tenían buena situación económica, se entendían perfectamente con su familia y estaban satisfechos de sus progresos en los estudios” (De “Ante el vacío existencial”-Editorial Herder SA-Barcelona 1986).

Mientras en el pasado todo individuo encontraba en la religión una guía moral adecuada y, principalmente, un sentido de la vida, el hombre actual, poco adepto a la religión, no encontró su reemplazo y ahí, posiblemente, radique la causa primera de toda crisis y el principio de su solución. También la religión está en crisis, por lo que el primer paso para una mejora ética generalizada ha de provenir de una renovación religiosa que, por el momento, sólo se vislumbra en las profecías bíblicas de cumplimiento futuro.

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