jueves, 1 de junio de 2017

El subdesarrollo mental

Los atributos personales individuales dependen de dos factores principales: herencia genética e influencia cultural. Como la primera no puede cambiarse, sólo resulta accesible a nuestras decisiones el cambio cultural, o cambio de mentalidad. Si bien tal cambio no resulta sencillo, ya que, tanto la estructura neuronal como la información que en ella llevamos, no pueden alterarse fácilmente, queda la posibilidad de adquirir nueva información que permitirá relegar parcialmente a la anterior. Por ello Cristo sugería: “No se echa el vino nuevo en odres viejos, porque se pierden el vino y los cueros”, indicando que la información asociada a sus prédicas no resultaba compatible con algunas creencias erróneas previamente admitidas.

El cambio en el individuo, como paso previo al cambio social, se asemeja al caso de una computadora que acepta un nuevo programa. La computadora es la misma de antes, pero con una pequeña diferencia, ya que en alguna parte de su memoria albergará un nuevo programa. Este programa, sin embargo, le ha de permitir realizar actividades nunca antes hechas, por lo que puede decirse también que se trata de “una computadora distinta” (al menos respecto de su comportamiento).

Las diversas sociedades logran resultados políticos, económicos y culturales en función de las ideas y creencias predominantes. De ahí que los países subdesarrollados padezcan su situación principalmente por existir cierto subdesarrollo mental que les impide mejorar su situación. Tanto si son libres como si están dominados, necesitan disponer de información fidedigna respecto de la realidad y de sus propios comportamientos, existiendo una causa principal que impide el inicio de la liberación mental y es la prédica constante del periodismo militante y de la intelectualidad de izquierda; sectores con tendencias totalitarias que aducen que tales sociedades no son culpables de nada y que toda la culpa la tiene el imperialismo yanqui junto a sus colaboracionistas internos.

Quien mantenga conversaciones circunstanciales en la vía pública escuchará argumentos como los siguientes: a) Si todos los argentinos somos buena gente, no hay duda que el país anda mal por culpa del imperialismo extranjero; b) Si la educación pasa por una severa crisis, ello se debe a alguna decisión del Pentágono; c) Si se comenta que murió un empresario cualquiera, se podrá recibir como respuesta “uno menos”; d) Si se comenta acerca de un atentado terrorista, se podrá recibir como respuesta que “es la única posibilidad que tienen sus autores para luchar contra el imperio”.

El imperialismo tiene como “estrategia de dominación” la instalación de empresas multinacionales en el marco de la globalización económica. Gracias a esas empresas, principalmente, unos 400 millones de chinos han salido de la pobreza. El argentino típico dirá entonces que, por el contrario, han creado “desigualdad social” y que el gobierno chino ha “entregado” su país al imperialismo. Luego, cuando Nicolás Maduro promueve en Venezuela el cierre de empresas como General Motors, dirá que está luchando contra el imperialismo, aunque el pueblo deba sufrir dignamente las consecuencias de tan “glorioso proceso de liberación”.

Puede decirse que la República Bolivariana de Venezuela, bajo el chavismo, está realizando, no el sueño bolivariano, sino su pesadilla. Simón Bolívar escribió: “Estuve al mando durante veinte años, y en todo ese tiempo saqué solamente algunas conclusiones definitivas: 1) considero que, para nosotros, América Latina es ingobernable; 2) trabajar en pos de una revolución es como arar el mar; 3) la acción más lógica…es emigrar: 4) este país [la gran Colombia que luego se fragmentaría en Colombia, Venezuela y Ecuador] caerá ineluctablemente en manos de una plebe enloquecida para más tarde caer nuevamente bajo el dominio de oscuros tiranos de distintos colores y razas; 5) ni siquiera diezmados por todo tipo de delitos y agobiados por nuestros crueles excesos, tentaríamos a los europeos para una reconquista; 6) si cualquier lugar del mundo tuviera que regresar al caos primitivo, ese sería el último avatar de América Latina” (Citado en “El sueño panamericano” de Lawrence E. Harrison-Ariel-Buenos Aires 1999).

También se dice que la dominación imperialista implica que los países desarrollados pagan bajos precios por las materias primas mientras exigen altos precios por los bienes industrializados que ellos producen, dando por sentado que el latinoamericano ha de vivir de rentas, sin trabajar, vendiendo lo que ha heredado del suelo y de la geografía, tal como el petróleo de Venezuela o la agricultura de la Argentina, mientras que el resto del mundo debe crear bienes intercambiables y a bajo costo.

La mentalidad predominante en la mayor parte de los países latinoamericanos ha sido sintetizada por algunos autores y con ella explican el subdesarrollo de estos países. Lawrence E. Harrison escribió: “En el caso de América Latina vemos un modelo cultural de la cultura tradicional hispánica, que es antidemocrático, antisocial, antiprogresista, antiempresarial y, al menos entre la elite, antilaboral” (De “El subdesarrollo está en la mente”-Editorial REI Argentina SA-Buenos Aires 1987).

Una sociedad con los atributos mencionados por Harrison es una sociedad que promueve el populismo y el totalitarismo, ya sea que provenga del fascismo o del marxismo. Este es el caso de la Argentina, que desde 1930 sufre la influencia del militarismo fascista, seguido por el peronismo (un “fascismo de las clases bajas”) para posteriormente admitir la influencia marxista-leninista, materializando la secuencia de entrada al subdesarrollo y su posterior afianzamiento. Incluso en la marcha peronista aparece la frase “luchando contra el capital”, siendo una especie de confesión suicida ya que resulta inconcebible que un país pueda salir del subdesarrollo renunciando al principal factor de la producción.

Sin un cambio de mentalidad, en el sentido antes indicado, no será posible admitir las ventajas de la democracia política y económica (mercado). Quienes sostienen que la puesta en práctica de la democracia plena provocará el cambio esperado, no tienen en cuenta que esa admisión requiere del cambio previo de la mentalidad predominante. Mariano Grondona escribió: “¿Cómo explicar el contraste entre el desarrollo y el subdesarrollo? ¿Cómo salvar la distancia entre el Primer Mundo y el Tercer Mundo? Desde la izquierda, la «teoría de la dependencia», que tanto influyó en América Latina, sostuvo que hay una relación de explotación entre ambos mundos. El camino para superarla es la revolución”.

“Desde la derecha, el liberalismo sostiene que los países subdesarrollados son los responsables de su propio atraso, por haber apostado al Estado en vez de al mercado. En la medida en que libere la enorme energía de la iniciativa privada, el Tercer Mundo avanzará hacia el desarrollo”.

“Una tercera teoría, el culturalismo, no explica el contraste entre el desarrollo y el subdesarrollo por algo que ocurre en las instituciones políticas y económicas, como lo hacen los «dependentistas» y liberales, sino por algo que ocurre en la mente de las personas: en su sistema de valores” (Del Prefacio de “El sueño panamericano”).

Es oportuno mencionar que unos de los autores de la “teoría de la dependencia” no la tomó muy en serio cuando fue Presidente del Brasil. Harrison escribió al respecto: “En 1994, Fernando Henrique Cardoso, que fuera antes un gurú de la teoría de la dependencia y ahora es un centrista que busca lazos más estrechos con los EEUU, fue elegido presidente luego de comprometerse en un exitoso programa de estabilización justo antes de las elecciones. A fin de mantener la inflación bajo control, tuvo que hacer un corte drástico de los gastos del gobierno, tanto a nivel nacional como estadual, incluida la privatización de las empresas estatales ineficientes, que ninguno de sus predecesores fue capaz de cumplir ante las fuertes presiones políticas”.

Alexis de Tocqueville fue un analista político que ya en el siglo XIX advirtió claramente que las costumbres de los pueblos son preponderantes a las leyes y a la geografía en cuanto a los resultados que se obtendrán. Al respecto escribió: “Las costumbres de los ciudadanos de los Estados Unidos son, por lo tanto, la causa peculiar que brinda a la gente la única entre las naciones americanas que es capaz de apoyar un gobierno democrático”.

“Así, el efecto que la posición geográfica de un país pueda tener sobre la duración de las instituciones democráticas se ve exagerado en Europa. Se atribuye demasiada importancia a la legislación, y muy poca a las costumbres. Estas tres grandes causas [geografía, leyes, costumbres] sirven, sin dudas, para regular y dirigir la democracia estadounidense; pero si se las tuviera que clasificar en el orden adecuado, yo diría que las circunstancias físicas son menos eficaces que las leyes, y que la eficacia de las leyes es infinitamente menor que la de las costumbres de la gente”.

“Estoy convencido de que la situación más ventajosa y las mejores leyes posibles no pueden mantener una constitución en contra de las costumbres de un país; mientras que estas últimas pueden tornar ventajosas las más desfavorables posiciones y las peores leyes. La importancia de las costumbres es una verdad compartida hacia la cual los estudios y la experiencia no dejan de dirigir nuestra atención. Se la puede considerar como el punto central del rango de observación, y la conclusión común de todas mis indagaciones…”.

“Utilizo aquí la palabra costumbres con el significado que los antiguos atribuían a la palabra usos (mores); puesto que no la aplico solamente a lo que suele denominarse modales –es decir, a lo que puede ser calificado como los hábitos del corazón- sino a las distintas nociones y opiniones que circulan entre los hombres y a la masa de ideas que constituyen su carácter mental. Abarco con este término, por lo tanto, toda la condición moral e intelectual de la gente”.

También Tocqueville dedica algunos párrafos a la América Latina del siglo XIX: “Si el bienestar de las naciones dependiera de que estuvieran ubicadas en un lugar remoto, con un espacio ilimitado de territorio habitable, los españoles de América del Sur no tendrían motivos para quejarse de su destino. Y aunque disfrutaran de una prosperidad menor a la de los habitantes de los Estados Unidos, su suerte todavía alcanzaría para alimentar la envidia de muchas naciones europeas. Sin embargo, no hay naciones sobre la faz de la tierra más miserables que las de América del Sur…Los habitantes de esa porción del hemisferio occidental parecen estar dedicados con obstinación a destruirse entre ellos” (De “La democracia en América”-Fundación Iberdrola-Madrid 2006).

Uno de los persistentes errores cometidos por los políticos (abogados en su mayoría) consiste en promulgar gran cantidad de leyes con la finalidad de orientar a la sociedad hacia fines determinados, olvidando aquella sabia expresión de Publio Cornelio Tácito: “El pueblo más corrompido es el que más leyes tiene”.

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