domingo, 8 de enero de 2017

El tirano como psicópata social

Puede comprenderse el comportamiento social de algunos tiranos haciendo una analogía con la personalidad desarrollada, a una escala bastante menor, por un psicópata. Ambos se caracterizan por intentar dominar mental y psicológicamente a sus victimas degradándolas en forma permanente, hasta convencerlas de que valen muy poco como personas, debiendo por lo tanto aceptar la protección y el mando del psicópata, que se jacta por poseer las virtudes morales e intelectuales de las que carecen los demás.

Los psicópatas aducen saberlo todo y en materia de pensamientos son autorreferenciales, ya que confían en sus conocimientos, y en sus razonamientos posteriores, sin apenas tener presente la realidad o lo que opinan los demás. Huber Matos escribió: “Voy a ver a Fidel [Castro]. Lo encuentro en el portal de una tienda que ahora le sirve de comandancia. Está rodeado de unas veinte o veinticinco personas y, sin ningún preámbulo, empieza a reprocharme en tono irrespetuoso mi desempeño en las acciones, sin concretar nada específico. Durante unos minutos me dice cosas que considero injustas, ofensivas y que no vienen al caso”.

“-Ya ves que estoy enterado que los otros días te pusiste a comer porquería. Faltaste de una manera muy lamentable a tus deberes de guerrillero y eso no lo puedo tolerar…”.

“Pasan por mi mente las escenas de las múltiples acciones en que he participado y no registro nada que me pueda reprochar. ¿A qué se refiere este hombre? ¿Serán los hechos de Jibacoa, donde el ejército se apareció por una vía que él ignoró en los planes? Si hubo falla fue suya”.

“Cómo voy a aceptar esta descarga, si más bien nosotros evitamos que el remanente de la unidad del ejército pudiera escapar cuando el capitán Ramón Paz se retiró de la emboscada. Parece una inversión de la realidad. Sigo pensando y no encuentro el error. ¿Qué hay detrás de todo esto?”.

“Sin perder la serenidad lo interrumpo: -Mire, comandante, he venido aquí a la sierra a cumplir mis deberes de cubano. Ni de usted ni de nadie acepto expresiones irrespetuosas e injustas. Si tengo que soportar situaciones como ésta, aquí tiene mi arma y me voy a sembrar malanga para el Ejército Rebelde. No estoy acostumbrado ni sirvo para recibir insultos como los que usted suele repartir entre algunos de sus oficiales”.

“Mis palabras lo dejan sin reacción alguna. Me parece que es la primera vez que alguien se atreve a contestarle así. Y continúo: -Quiero decirle que estas cosas no favorecen a nadie y menos a la Revolución. Todos los que estamos involucrados en este esfuerzo debemos respetarnos porque de ese modo se mantienen las jerarquías. Creo que con ese proceder suyo lo único que hacemos es degradar el sentido de la lucha. Yo, por mi parte, no estoy dispuesto a soportar situaciones de esta naturaleza”.

“Fidel permanece mudo, sin mover un músculo. No esperaba esta reacción. Pasan dos o tres minutos sin que él vuelva a articular palabra y, ante la sorpresa de los presentes, doy la espalda y me voy”.

“Hablo con mis compañeros minutos después del incidente: -Creo que muy pronto tendrán otro jefe, porque pienso que de un momento a otro dejo el pelotón. Me voy a sembrar malanga o me mandan a la cárcel”.

Más adelante: “¿Por qué será así Fidel? ¿Por qué necesitará maltratar a sus subalternos? ¿Será para sentirse seguro de ser acatado como jefe? Una de las cosas que más desfavorablemente me han impresionado son sus desahogos contra René Rodríguez, su ayudante personal. Ignoro si las cosas que le dice son merecidas o no. Lo cierto es que los insultos más crudos del idioma castellano los dedica nuestro comandante a su asistente, en reproche por diferentes cosas”.

“Desde los primeros días en la sierra presentí que Fidel se valdría de cualquier pretexto para humillarme públicamente y así imponerme las reglas de su juego, haciendo de mí un Herminio Escalona, un René Rodríguez, o uno de los tantos que callan cuando los trata con rudeza de amo. Lo que él realmente ha procurado con esta reprimenda es ridiculizarme ante sus hombres; poner las cosas en su lugar según su criterio y reafirmar su posición de jefe indiscutido aunque sea al precio de la injusticia” (De “Cómo llegó la noche”-Tusquets Editores SA-Barcelona 2003).

Huber Matos fue uno de los tantos revolucionarios que luchan en contra de la dictadura de Fulgencio Bastista. Inicialmente en otro grupo de insurrectos, se une luego a Fidel Castro. Lo que fue inicialmente una “revolución democrática”, en el sentido de que fue realizada para restaurar la democracia en Cuba, terminó finalmente traicionada por Castro al instaurar una tiranía totalitaria y socialista. “El triunfo de la Revolución cubana culminó en 1959 con la entrada en La Habana de la guerrilla victoriosa. Tres comandantes encabezaban la marcha: Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y Huber Matos. Nueve meses más tarde, Matos caía en desgracia. Profundas divergencias ideológicas con la orientación totalitaria que adquirió la política de Castro precipitaron su detención y, tras un juicio sumario, era condenado a veinte años de cárcel, que cumplió íntegramente”.

“Durante su larga estancia en prisión, Huber Matos padeció toda clase de torturas físicas y psicológicas, y fue testigo y protagonista de las numerosas vejaciones de las celdas y los calabozos de los presos políticos cubanos. Sólo al cumplir la pena, el 21 de octubre de 1979, recobró la libertad y fue entregado a una comisión enviada a La Habana por el gobierno de Costa Rica, país donde se reunió finalmente con su familia”.

“Exiliado Matos y muerto Cienfuegos en un accidente de aviación nunca aclarado, de la célebre fotografía triunfal sólo queda en Cuba Fidel Castro, en el poder hace más de cuarenta años…” (De la contratapa del libro mencionado).

El psicópata social supone dominar aún aquellos temas por los que nunca antes se interesó; no pregunta nada a nadie porque ello implicaría reconocer que alguien lo supera en conocimientos, aunque sea en temas especializados. Huber Matos escribió al respecto: “El día que nos trajeron del G-2 a la prisión de La Cabaña, los esbirros comentaban con torpe orgullo lo que consideraban una obra maestra de Fidel, el Plan del café Caturra, una variedad de café mexicano que no necesita sombra. Ahora se le ha ocurrido sembrar millones de plantas de este café en toda la provincia de La Habana, incluyendo los parques, jardines y patios, destruyendo frutales y cultivos varios, de los que vivían humildes productores. En el patio del G-2, donde nos sacaban a tomar el sol, una vez terminada la huelga, vimos algunas matas raquíticas del famoso café Caturra. Lo califican como un proyecto genial del Máximo Líder, que dará café para el consumo nacional y para exportación. Encaprichado en alcanzar este despropósito colosal, el comandante en jefe movilizó a miles de trabajadores llevados de las fábricas, de las escuelas y de otros centros de actividades”.

“En La Cabaña se sabe ya que el proyecto ha resultado un fracaso total. De pronto, la prensa no toca más el tema y el gobierno pasa a dar prioridad a otros asuntos. Nadie quiere ni nadie puede pedir cuentas sobre este costoso arrebato. Cosas así son repetitivas en la mente y la acción de Fidel: el proyecto de desecar cientos de miles de hectáreas en la Ciénaga de Zapata para luego abandonarlo todo; cruzar razas de ganado ignorando el criterio de especialistas en genética; producir frutas que exigen un clima distinto al de Cuba; fomentar un enorme criadero de cocodrilos, etcétera; todos costosos fracasos que nadie en Cuba se atreve a cuestionar. Sin temor a exagerar en lo más mínimo se le podría aplicar aquella divisa fascista: «¡Mussolini nunca se equivoca!»”.

La “obra maestra” de Castro, por los efectos negativos que produjo, fue la “campaña del azúcar: “Está en su apogeo el plan de Fidel para incrementar la producción azucarera. Ahora es la locura «de los diez millones», como antes fue la del café Caturra. El Máximo Líder ha movilizado a todo el país para llegar a una producción de diez millones de toneladas de azúcar. La zafra en Cuba oscila entre cinco y seis millones de toneladas. En el penúltimo año de la dictadura de Batista, la empresa privada había llevado la producción a un tope de siete millones doscientas mil toneladas, que Castro trata de superar con sus diez millones”.

“La zafra es una operación que se realiza habitualmente en los meses fríos; estación de la seca que concluye a fines de marzo. Ahora se ha ordenado que habrá zafra durante la temporada de lluvias hasta el mes de julio, una aberración, porque la caña durante ese tiempo pierde un gran porcentaje de la sacarosa”.

“Para alcanzar la meta, se sacrifican otras áreas industriales y agrícolas que también merecen atención. Fidel desfigura obsesivamente la realidad nacional. «Este es un compromiso de honor de la Revolución», se dice constantemente por radio y televisión, y la consigna es repetida una y mil veces: «Los diez millones van»”. “La célebre zafra de los diez millones culmina en un fracaso deplorable, como lo habíamos previsto y como lo sabían muchos cubanos conocedores de la economía nacional. Castro juega con las cifras de producción pero no hay forma de ocultar lo ocurrido. Han ofrecido informaciones sobre el resultado de la zafra y se conocen públicamente algunos resultados. A Fidel no le queda más remedio que presentarse por televisión, donde evita ahondar en la situación del país y culpa a otros del fracaso que a él le corresponde”.

“El desastre de la zafra ha dejado bastante dañada la imagen del régimen. Los efectos económicos comienzan a sentirse, no sólo porque se descuidaron áreas vitales, sino también porque los recursos que utilizaron en procura de los diez millones de toneladas no podrán ser recuperados”.

En otro orden de cosas, puede decirse que el peor mal generado por un psicópata social es el “contagio” de su actitud perversa entre sus seguidores y súbditos. El citado autor escribe al respecto: “En aquel ritual diabólico, en el que me torturaban a su gusto creyendo que nunca podría hacer este relato, me pregunté por qué se sentían felices cumpliendo la repugnante misión de atormentar sin piedad a un hombre moribundo. Si antes no eran perversos, en aquel instante, sí. ¿Por qué la transformación de aquellos hombres en demonios? Hay una sola razón: su identificación con el tirano de muchas caras”.

“Tal parece que en cada criatura humana hay escondido un malvado, un justo y un apóstol. El ambiente en el cual el individuo se forma decide el rumbo a seguir; el resto depende de las circunstancias. Igualmente éstas determinan los parámetros del miedo y del valor. No hace falta nacer con fibra de valiente para enfrentar la adversidad defendiendo convicciones y principios. Esa virtud que llamamos valentía es un nivel del espíritu. Como tal, sube, baja o se pierde con los productos del pensamiento”.

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