lunes, 12 de diciembre de 2016

Psicología evolucionista

La psicología evolucionista tiene como objetivo describir los distintos atributos humanos considerándolos como resultados del proceso evolutivo. Mientras que, desde el punto de vista religioso, o creacionista, se justifica nuestra naturaleza humana por provenir de una sabia decisión del Creador, desde la psicología evolucionista se aduce que tal naturaleza responde al proceso de la evolución biológica cuya búsqueda apunta a lograr mejores niveles de adaptación al medio ambiente.

Steven Pinker, uno de los psicólogos más representativos de esta tendencia, sintetiza el método: “La estructura de la mente es el tema de este libro, y su idea esencial se puede expresar así: la mente es un sistema de órganos de computación, diseñado por la selección natural para resolver aquellos tipos de problemas con los que se enfrentaron nuestros antepasados en su modo de vida como cazadores-recolectores; en particular, el conocimiento y el manejo de objetos, animales, plantas y otros individuos”.

“Desde este punto de vista, la psicología es, por decirlo así, una ingeniería inversa. En la ingeniería proyectual se diseña una máquina para hacer algo; la ingeniería inversa trata de averiguar la función para la que una máquina fue diseñada. De hecho, es lo que hacen los científicos industriales de la Sony cuando la Panasonic anuncia el lanzamiento de un nuevo producto, o viceversa. Compran uno, lo llevan al laboratorio, lo desmontan e intentan averiguar cuál es la finalidad que cumplen todas las piezas y de qué modo se combinan”.

“La justificación lógica de la ingeniería inversa la dio Charles Darwin al mostrar cómo los «órganos de una perfección y complejidad extremas, que justamente exaltan nuestra admiración» surgen no de la previsión divina, sino de la evolución de replicantes durante un periodo de tiempo inmenso. A medida que éstos se replican, la tasa de supervivencia y reproducción del replicante tiende a acumularse de una generación a otra. Las plantas y los animales son replicantes, y su complejo mecanismo parece responder a una ingeniería que les permite sobrevivir y reproducirse” (De “Cómo funciona la mente”-Ediciones Destino SA-Barcelona 2001).

Los que adoptan una visión religiosa, consideran que toda teoría evolucionista “desplaza” a Dios en su rol de Creador de todo lo existente. En realidad se trataría de un desplazamiento a sus propias visiones de Dios. Por el contrario, la imagen de un Dios identificado con las leyes naturales, nos hace pensar en un “diseño deductivo”, mucho más admirable, ya que en las leyes que rigen el mundo atómico y nuclear, están implícitas todas las propiedades del mundo a escalas humana y astronómica.

Respecto de la obra de Pinker, Cédric Routier escribió: “La psicología evolucionista (o evopsi) es un paradigma reciente en el estudio del hombre: no hace mucho más de unos veinte años que sus concepciones se debaten con fervor. ¡Y qué fervor! Pues el principio central de la psicología evolucionista, con el cual se alinea Steven Pinker y que él reafirma cada vez que tiene la oportunidad, es de una simplicidad fascinante y terriblemente polémica: la evolución de nuestra especie nos ha moldeado, y hemos heredado nuestra psicología de adaptaciones ancestrales a ambientes hostiles”.

“Como cualquier especie, la humana es el producto de una evolución cuyo mecanismo general es el de la selección natural. Nuestro equipamiento actual –es decir, nuestro cerebro y por extensión toda nuestra psicología- es el resultado de presiones ambientales, limitaciones que nuestros ancestros conocieron en tiempos remotos. Esos ambientes a los cuales se enfrentaron nuestros antepasados tuvieron un impacto directo sobre nuestro linaje. Según los psicólogos evolucionistas, aun cuando el mundo de hoy en día no tiene más que una relación lejana con el de nuestros parientes muy (¡muy!) distantes, de ellos recibimos el conjunto de genes que caracterizan al ser humano (se habla de pool genético)…y todo lo que esos genes determinan”.

“Incluidas todas nuestras capacidades para percibir, recordar, razonar, decidir, actuar y utilizar un lenguaje: toda nuestra psicología, tanto nuestras funciones cognitivas como emociones, es la herencia prolífica de la época en que la naturaleza humana fue moldeada. Es así como la psicología evolucionista reúne la teoría de la evolución con la psicología cognitiva de los últimos cincuenta años, ya que se interesa en la mente, sus diversas funciones –percepción, memoria, cálculo, decisión, leguaje- y la manera en que éstas tratan la información” (De “Los nuevos Psi” de Catherine Meyer y otros-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2010).

Siendo la evolución biológica, no una teoría, sino un fenómeno natural, extraña un tanto que la postura adoptada por los psicólogos evolucionistas tenga detractores aun en las ciencias sociales. Steven Pinker agrega: “El estudio de la mente carece en la mayor parte de una orientación darvinista, y a menudo hace de ello una bandera asegurando que la evolución es irrelevante, una mera depravación moral, o que sólo es adecuada para especulaciones de café…Esta alergia a la evolución en las ciencias sociales y cognitivas ha sido, en mi opinión, un obstáculo para el conocimiento. La mente es un sistema exquisitamente organizado, capaz de llevar a cabo proezas notables que ningún ingeniero ha logrado aún copiar. ¿Cómo puede ser que las fuerzas que dieron forma a este sistema, y los propósitos a los que responde su diseño, sean irrelevantes para su comprensión?”.

Quienes rechazan, o no tienen en cuenta, el proceso evolutivo del hombre, aceptan la posibilidad de que nuestra mente sea, inicialmente, una “página en blanco” en la cual la influencia familiar y social ha de imprimir la información que habrá de determinar la vida de cada individuo. Por el contrario, los evolucionistas suponen que, de la misma manera en que, en el cerebro de cada niño, existe la información básica para hacer funcionar todo el organismo, también ha de traer la información necesaria para disponer de aquello que percibirá a través de sus sentidos. El recién nacido trae ya una personalidad potencial y una individualidad hereditaria, que, conjuntamente con la influencia recibida del medio ambiente, determinarán su futuro.

La idea de la “página en blanco”, o tabla rasa, es la preferida por los igualitaristas al sostener que las diferencias entre los distintos seres humanos surgen de su educación, y que si tal influencia fuera idéntica para todos, desaparecería la desigualdad entre los hombres. Al abrirle las puertas a la “ingeniería social” se posibilitó, entre otros, el proyecto del “hombre nuevo soviético”. Se consideraba que, luego de una educación uniforme, los atributos enseñados habrían de ser heredados por las siguientes generaciones. En la actualidad, y en forma silenciosa, se advierte en el adoctrinamiento marxista una continuidad de aquel proyecto, ya que no sólo se busca una adecuación mental de la sociedad para una posterior llegada del socialismo al poder. Cédric Routier escribe respecto de la “tabla rasa”: “Así pues, todo es adquirido masivamente, y nada de lo que preexiste tiene ninguna importancia. Por supuesto, un mito como éste no se propagó tan explícitamente a través de la psicología científica del siglo XX, pero Pinker muestra cómo la influencia de esa posición todavía se hace sentir, incluso a niveles sociales y políticos. Ahora bien, como puede adivinarse, el psicólogo evolucionista que es Pinker no puede permitir que de un plumazo se barra con nuestro equipamiento genético, ni siquiera cuando se trata de nuestra psicología”.

Generalmente se rechaza la idea de la herencia genética por cuanto se la asocia a un determinismo estricto, que no es tal. Tal herencia nos indica, por el contrario, que la influencia social que recibe una persona ha de ser asimilada de una manera particular. Luego, lo que hará cada individuo en su vida dependerá tanto de su herencia genética como de la influencia recibida.

Si bien la herencia genética sugiere la existencia de ciertas actitudes y tendencias dominantes, la acción posterior podrá ser corregida o mejorada por la influencia social. Así, la mayor parte de nosotros trae incorporado el “gen del egoísmo” (simbólicamente hablando). Pero ello no significa que, necesariamente hemos de ser egoístas toda la vida, ya que los pensamientos sobre nosotros mismos (introspección) pueden llevarnos a anular ese defecto. Steven Pinker expresó: “Considerar a las personas como organismos biológicos puede resultar inquietante por muchas razones. Una de ellas es la posibilidad de la desigualdad. Si la naturaleza humana es una tabla rasa, entonces todos somos iguales por definición. Pero si consideramos que la naturaleza determina nuestras cualidades, entonces algunas personas pueden estar mejor dotadas que otras, o con cualidades distintas a los demás. Quienes están preocupados por la discriminación racial, de clase o sexista preferirían que la mente fuese una tabla rasa, porque entonces sería imposible decir, por ejemplo, que los hombres son significativamente diferentes a las mujeres. Yo sostengo que no debemos confundir nuestro legítimo rechazo moral y político a prejuzgar a un individuo en función de una categoría con la reclamación de que la gente es biológicamente indistinguible o que la mente del recién nacido es una hoja en blanco”.

“El segundo miedo es el de quebrar el sueño de la capacidad de perfeccionamiento del género humano. Si los niños fueran tablas rasas, podríamos modelarlos para que fuesen el tipo de gente que queremos que sean. Pero si nacemos con ciertos instintos y rasgos innobles, como la violencia y el egoísmo, entonces los intentos de reforma social y mejora del ser humano podrían ser una pérdida de tiempo. Yo defiendo que la mente es un sistema muy complejo con muchas partes, y que se puede hacer trabajar a unas partes del cerebro en contra de otras. Por ejemplo, los lóbulos frontales, con su habilidad para empatizar y anticipar las consecuencias de nuestras acciones, pueden anular los impulsos egoístas o antisociales. Hay, pues, campo de acción para la reforma social”.

“Y en tercer lugar, está el temor al determinismo, a la pérdida del libre albedrío y la responsabilidad personal. Pero es un error considerarlo así. Porque incluso si no existe un alma separada del cerebro que influye de algún modo sobre el comportamiento –e incluso si no somos nada más que nuestros cerebros-, es indudablemente cierto que hay partes de la mente responsables de las consecuencias potenciales de nuestros actos, es decir, responsables de las normas sociales, para premiar, castigar, creer o culpar” (Del reportaje de Marion Long en www.muyinteresante.es/salud/articulo/steven-pinker ).

El problema mencionado, acerca de la desigualdad genética, se justificaría si cada uno de nosotros lleváramos en nuestra frente un cartel con una preclasificación genética. Sin embargo, recordemos que de padres geniales pueden nacer hijos normales o mediocres, y que de padres normales o mediocres pueden nacer genios. De la “calidad” de la herencia genética nos enteramos recién cuando aparece el genio, o la persona exitosa; antes aparentamos ser más o menos iguales
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