domingo, 10 de abril de 2016

Del infierno fiscal a los paraísos fiscales

Un “sistema impositivo” elemental puede observarse en un edificio con varios departamentos. Al existir, además de las propiedades individuales, accesos e instalaciones compartidas, se advierte que también ha de existir una propiedad común, o del consorcio, que deberá recurrir mensualmente a los propietarios individuales para solventar gastos de mantenimiento, reparaciones o mejoras. Si alguno deja de pagar sus “impuestos” (o expensas), los restantes deberán compensar la diferencia; de ahí que la evasión se considere un delito, por cuanto perjudica al resto. También incurre en delito quien utiliza parte de lo recaudado para fines personales.

En el caso de las naciones, el sistema impositivo difiere en cuanto a los porcentajes exigidos, siendo un atributo típico de los distintos sistemas económicos. En un extremo están los sistemas socialistas en los cuales no existe la propiedad privada de los medios de producción, en cuyo caso puede afirmarse que el 100% de lo producido por cada individuo va al Estado, constituyendo en este caso un “infierno fiscal” debido a los diversos inconvenientes asociados a dicha práctica. En el otro extremo están los países que, en su afán de traer capitales del exterior, promueven un sistema de reducidos impuestos, además de servicios bancarios y financieros de bajo costo, lo que se conoce como “paraísos fiscales”. El resto de los países adopta posturas intermedias.

Cuando los impuestos son muy elevados, surge la tendencia a la evasión impositiva, mientras que si son bajos, la evasión tiende a disminuir. Se estima que el máximo de recaudación fiscal se logra cuando los impuestos implican cerca de un 50% de las ganancias del contribuyente. Superado ese porcentaje, comienza a decaer la recaudación por cuanto se intensifica la evasión fiscal. Mientras que para el político que dirige al Estado lo ideal es disponer de mucho dinero y recaudar muchos impuestos (infierno fiscal) para el contribuyente lo ideal es encontrar un lugar en donde los impuestos sean mínimos (paraíso fiscal).

Cuando el Estado cobra impuestos en forma excesiva, ahuyenta los capitales que comienzan a “refugiarse” en lugares más seguros y menos exigentes. De ahí que, cuando se hacen críticas a los paraísos fiscales, no debe olvidarse que quienes allí concurren fueron expulsados previamente por los infiernos fiscales. Las críticas a los paraísos surgen también por admitir capitales provenientes de actividades ilegales, fomentándolas de esa manera.

En cuanto a lo justo o lo injusto de los porcentajes mencionados, primeramente debe tenerse en cuenta la forma en que han de ser utilizados por el Estado. Si un Estado exige de una empresa el 50% de sus ganancias, pero realiza una nueva ruta que aumenta el valor de terrenos de su propiedad, entonces tal porcentaje no le resulta adverso. Además, no resulta criticable si beneficia al resto de la sociedad. En cambio, si un Estado cobra el 30% y dilapida esos ingresos bajo alguna forma de corrupción, ese porcentaje ha de considerarse excesivo, porque poco o nada beneficia al contribuyente. “Ningún elemento es tóxico en sí; la dosis hace al veneno” (Claudel).

En algunos países, abrir una nueva empresa requiere de una gran cantidad de trámites, por lo que la mayoría opta por trabajar en forma ilegal, o en el mercado negro. Hernando de Soto realizó un minucioso estudio de lo que costaba abrir legalmente una pequeña empresa en el Perú, escribiendo al respecto: “Los resultados arrojaron que una persona modesta debía tramitar durante 289 días antes de obtener los 11 requisitos previos a la instalación de una pequeña industria”. “Se incurre en un costo equivalente a 194,4 dólares. Además, la espera de casi 10 meses para iniciar las actividades produce una pérdida de utilidades netas equivalentes a 1.036,6 dólares, de manera que el costo total de acceso a la pequeña industria formal para una persona natural es de 1.231 dólares, equivalente a 32 veces el sueldo mínimo vital” (De “El otro sendero”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1987).

La otra opción, al menos para quienes poseen capitales importantes, implica abrir una empresa en algún paraíso fiscal. Alain Vernay escribió: “La ventajosa constitución de una sociedad en Tánger no ofrecía dificultades. Apenas acababa uno de entrar en la casa de cualquiera de los técnicos que pululaban por la ciudad, cuando éste le ofrecía, con la jovialidad impersonal del médico que trata una enfermedad vergonzosa, su clásica receta: la formación de una sociedad «que tuviese por objeto toda clase de actividades agrícolas, industriales, comerciales, inmobiliarias, financieras y bancarias». Los estatutos estaban ya redactados, y sólo había que rellenar los espacios dejados en blanco de dos formularios. En el primero, donde sólo faltaban la razón social escogida y una cifra de fantasía para el capital, figuraba el número de apartado de Correos y los nombres de los miembros del consejo de administración. El segundo documento contenía la renuncia, firmada, pero no fechada, de los administradores a sus acciones, a favor del verdadero propietario, cuya identidad no aparecía en ninguna de las actas. El especialista tangerino proporcionaba los comparsas y el domicilio social, radicado en un cajón de su oficina, que contenía ya varios centenares de otros «holdings». (El «holding» es una sociedad que tiene una actividad puramente financiera, consistente en adquirir y manejar participaciones lo bastante importantes en el capital de otras sociedades, industriales y comerciales, para tener su control)”.

“Se apresuraba a tranquilizar al cliente sobre el importe de los gastos, haciendo halagüeñas comparaciones entre Tánger y los países que llamaba, según su temperamento, «tierras de libertad» o «de facilidades»” (De “Los paraísos fiscales”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1970).

A partir de las publicaciones recientes de listas de personajes públicos, que de alguna forma intervinieron en Panamá, considerado como paraíso fiscal, se desataron conflictos políticos en diversos países. En el caso de la Argentina, el kirchnerismo ha pretendido equiparar la mega-corrupción promovida durante sus doce años de gobierno con la aparición del nombre del presidente actual (Macri) como integrante del directorio de una empresa abierta en aquel país. Si bien tal aparición implica una presunción a la evasión de impuestos, ello no implica que el ilícito fue cometido. De ahí que resulta un tanto absurdo querer comparar una presunción de ilícito a una evidente corrupción establecida en el infierno fiscal en que fue convertida la Argentina kirchnerista.

En este caso se advierte que el mismo sector que admite un “terrorismo bueno” y un “terrorismo malo”, actuantes en los setenta, el primero asociado a los guerrilleros marxistas y el segundo al Estado nacional, en la actualidad adopta una actitud similar admitiendo una “corrupción buena” y una “corrupción mala”, la primera asociada al kirchnerismo y la segunda asociada al macrismo, aun cuando a éste ni siquiera se le haya permitido “desarrollarse”.

El kirchnerismo podría definirse como una asociación ilícita que accedió al poder con el apoyo de gran parte de la población. Entre sus “logros” pueden mencionarse los intentos de quedarse con la empresa que imprime billetes, evasión fiscal de un testaferro presidencial por el equivalente a 530 millones de dólares de una empresa expendedora de combustibles, compra fraudulenta de vagones inservibles, cobro anticipado de obras públicas sin haberse realizado, etc. Aunque el mayor “aporte” consiste en haber permitido el desarrollo del narcotráfico en el país. Todas estas acciones estuvieron bajo el amparo de las máximas figuras de tal asociación ilícita.

La extrema gravedad de la situación no radica en que dos, diez o cincuenta individuos le hayan robado al país una suma estimada en unos 10.000 millones de dólares, sino en que un 49% de la población apoyó electoralmente la continuidad de tal asociación ilícita. Es oportuno mencionar un escrito debido a Marta Altolaguirre, editado en La Prensa de Guatemala el 22/02/1990:

“Cuando en una sociedad triunfan los sinvergüenzas; cuando se admira al abusivo; cuando los principios se terminan y sólo el oportunismo prevalece; cuando el insolente manda y el pueblo lo tolera: cuando todo se corrompe, pero la mayoría calla porque su tajada espera.
Cuando quienes integran instituciones del Estado actúan como vulgares ladrones; cuando el escrúpulo desaparece de las autoridades y traicionan al que cree en ellos; cuando todo se ha minado porque quienes gobiernan se saben impunes de cualquier acción; cuando la satisfacción del hombre ya no depende del corazón sino sólo de cuántos billetes le ofrecen y es capaz de pisotear hasta a su madre a cambio de mayor riqueza.
Cuando se engaña al aliado sin importar ponerle en riesgo; cuando el honrado sale siempre perdiendo; cuando el patriota es burlado porque no concibe que la estafa se haya generalizado; cuando la decencia se confunde con estupidez y la nobleza pasa a ser historia del pasado; cuando manos inmundas tocan a quienes se conducen con pureza; cuando de esos villanos depende la seguridad y el desarrollo de un pueblo.
Cuando la inteligencia sólo es efectiva combinada con la sin-vergüenza; cuando el hombre excepcional se le aliena e ignora porque para el grupo dominante representa una afrenta su existencia; cuando la sabiduría del viejo se descarta y la juventud no sólo es linda sino se vuelve una virtud.
Cuando el poderoso no respeta el derecho ajeno; cuando se «sublimizan» conceptos como la democracia para destruir una nación; cuando la justicia es para la gente común, pero no para los poderosos; cuando no hay cura para el menesteroso ni cuaderno para el niño del área rural; cuando el nombre «democracia» se usa como «chantaje» para mantener estable la peor corrupción; cuando los capos de la droga se entronizan en una nación; cuando un pueblo añora a un demente porque le cree su salvación; cuando sólo hay entusiasmo por las sumas millonarias que identifica a los miembros de una organización.
Cuando se usan distintas balanzas para juzgar la conducta de hombres y naciones; cuando el malvado se convierte en héroe porque finalmente rectifica su acción; cuando por convocar a «elecciones» de un solo zarpazo se olvida la represión y el terror; cuando todo eso se está dando: el honrado es despreciado, el patriota es abatido, el hacendoso es burlado; el bien intencionado es engañado; el honrado es estafado; el sincero es intrigado. Cuando todo esto sucede, la podredumbre domina; el uso de las drogas se generaliza y el dinero es el único valor reconocido, las naciones sucumben.
Cuando tanto cuando se reúne, quizás es tiempo de refugiarse: es tiempo de suspender la lucha; es tiempo de dejar de ser Quijote; es tiempo de revisar actitudes, es tiempo de revaluar a quienes nos rodean y es tiempo de regresar a nosotros”
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