domingo, 15 de julio de 2012

Liberalismo y catolicismo

En las ciencias sociales, por lo general, se establecen escritos e investigaciones que muestran una muy limitada precisión descriptiva, por lo que no es raro advertir que puedan sacarse conclusiones opuestas a lo que originalmente un autor pretendió manifestar. Así, no han faltado quienes ven cierta similitud entre marxismo y cristianismo a pesar del odio predicado por el primero y por el amor predicado por el segundo; error que proviene, en ciertos casos, por haber realizado razonamientos en base a vincular palabras en lugar de tratar de establecer razonamientos en base a imágenes extraídas de la propia realidad. Recordemos la expresión de Baruch de Spinoza: “El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas”. Cuando se pierde de vista este aspecto asociado al proceso cognitivo, se cae en razonamientos con “ambos pies firmemente apoyados en el aire”.

Como el amor es opuesto al odio, y el cristianismo es opuesto al marxismo, no sería extraño que existiera compatibilidad entre liberalismo y cristianismo. Alguien que ha propuesto esta compatibilidad desde el catolicismo ha sido Michael Novak, quien escribió: “En su primer periodo Jacques Maritain se preguntó con cuál sistema político es compatible el cristianismo. Específicamente, se preguntó si la democracia es una expresión natural del ethos cristiano. Análogamente, debemos nosotros preguntarnos ahora con cual sistema económico es compatible el cristianismo. Específicamente, debemos preguntarnos si un sistema económico basado en los mercados y en los incentivos personales es una expresión natural del ethos cristiano. Debemos hacernos una ulterior pregunta: ¿Con cuál sistema económico es compatible la democracia? ¿Es el capitalismo la expresión económica natural de una política democrática? ¿Podrá tener raíces evangélicas un sistema económico basado en mercados e incentivos?”.

“El organismo social distintivo producido por el capitalismo no es para nada individualista. Es un organismo corporativo, la corporación de los negocios. Además, el motivo inherente al capitalismo como sistema no es el bienestar del individuo sino el bienestar de todo el género humano. Este motivo de fondo es expresado en el título del documento más importante en la historia del capitalismo: «Una indagación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones», de Adam Smith (1776)”.

“Como lo dice claramente el titulo la intención del capitalismo democrático va más allá del problema de los individuos, del problema de Escocia o de Gran Bretaña, su meta es ayudar a todas las naciones. Adam Smith es el inventor de la idea de un desarrollo económico sostenido. Su punto de vista abarcó el mundo entero en todas sus culturas. Sin embargo, su libro sobre el sistema económico debe ser leído sobre todo en el contexto de su obra anterior sobre el sistema moral-cultural: «Teoría de los sentimientos morales» (1769) y de su trabajo sobre el sistema político, que dejó inconcluso a su muerte”.

Si bien es importante conocer la compatibilidad entre religión, política y economía, no debe caerse en el extremo de pretender fundamentar al cristianismo en alguna corriente del pensamiento político o económico con el fin de afianzar su influencia en la sociedad. Seria un error grosero por cuanto en el mandamiento cristiano del amor al prójimo radica, potencialmente, un orden social, político y económico emergente que habrá de establecerse en función del cumplimiento de dicho mandamiento.

De la misma forma en que existe una división de poderes en los sistemas democráticos, ha de existir una previa independencia entre el orden político, el moral-cultural y el económico. Cuando el Estado, u orden político, invade los demás, se cae en un sistema totalitario. De ahí que se aconseja que la religión sea independiente del Estado y el Estado de la religión, lo mismo debe ocurrir entre Estado y economía y economía y Estado, etc. Michael Novak escribió: “A veces se señala que una política democrática saludable depende de la separación de los poderes –ejecutivo, legislativo y judicial-. Análogamente, un orden social saludable y enteramente diferenciado depende de la separación de los sistemas –político, económico y moral-cultural-. De hecho, diferentes tipos de personalidades son comúnmente atraídas hacia cada uno de estos diferentes sistemas. De esta manera cada tipo desarrolla, como ha ocurrido, un interés psicológico en controlar a los otros dos, una especie de suspicacia y hostilidad natas hacia el tipo de personas características de los otros dos”.

Como ejemplos de las tendencias usurpadoras que proponen la subordinación de los restantes órdenes sociales, podemos dar los siguientes:

a) El orden económico socialista debe imperar sobre el orden político y el moral-cultural (marxismo)
b) El orden político debe imperar sobre el económico y sobre el moral-cultural (fascismo)
c) El orden religioso debe imperar sobre el económico y el político (algunos países islámicos)

Debe agregarse que la independencia mencionada, que impide la subordinación, no implica tampoco su total desconocimiento. Así, desde la política o la religión no deben darse opiniones sobre aspectos económicos de la sociedad en las cuales se desconozca totalmente las elementales leyes de la economía. Tampoco desde la economía o la política deben sugerirse acciones que se opongan a las elementales normas éticas y de convivencia pacifica.

Luego, las posturas ideológicas propuestas, respetando tanto la independencia como la vigencia de todos los órdenes sociales mencionados, deberán involucrarlos a todos y a compatibilizarlos en forma coherente. De ahí que el liberalismo, al proponer la democracia política tanto como la democracia económica (mercado), favorece la libertad individual y los derechos elementales que deben contemplarse en toda sociedad, por lo que ha de resultar compatible con el cristianismo.

Una vez que estemos de acuerdo en estos aspectos, no significa que hayamos llegado al “fin de la historia”, si por tal expresión se considera que debemos ahora descansar contemplando el éxito final. Por el contrario, si se acepta que el liberalismo es “lo menos malo” que disponemos, queda realizar un enorme esfuerzo de adaptación desde la posición de cada individuo hasta llegar a una actitud ética que permita dar plena vigencia a los órdenes sociales antes mencionados.

Sin embargo, en muchos países, se sigue discutiendo acerca de las “ventajas” que proponen las posturas totalitarias abarcadoras y destructoras de los órdenes sociales considerados dependientes, desconociendo la independencia que debe imperar en toda sociedad democrática. Michael Novak escribió: “En cierta manera, los sistemas económicos dependen de los sistemas moral-culturales. Allí donde faltan algunas actitudes, hábitos, creencias, aspiraciones y esfuerzos, muy probablemente allí no se dé un desarrollo económico. Inversamente hasta en los pueblos que carecen de recursos materiales, o condiciones naturales favorables, una fuerte tradición moral-cultural de cierta clase puede hacer surgir un gran florecimiento económico. De alguna manera este fenómeno parece haber aparecido en Japón, Hong Kong, Taiwan y otros lugares” (De “El sistema económico de las democracias”-Ediciones del Rey-Buenos Aires 1988).

En cuanto a la riqueza, el autor citado señala: “No puede realmente decirse que las raíces del mal residan en el dinero. Sin ninguna duda, el sentido moral de la riqueza no reside en su posesión sino en su uso, en las pasiones e intereses a los que sirve. Tener riqueza es ejercitar una más amplia libertad que la que es posible sin ella. Los peligros morales están por tanto magnificados”. “Usar la riqueza sabia y adecuadamente puede servir para hacer de ella un bien moral, pero usarla mal es atraer sobre sí una severa condenación moral. Ni la pobreza ni la riqueza garantizan virtud ni son suficientes para la salvación. El rico, no obstante, tiene mayores obligaciones que el pobre”. “«La Riqueza de las Naciones» debe ser estimada no por sí misma sino por la miseria que puede aliviar y por las libertades que puede otorgar”.

Si pensamos en la pobreza existente en el mundo, daremos preponderancia a la justicia productiva, mientras que si pensamos prioritariamente en aliviar los efectos de la envidia de los que menos poseen, aun cuando no padezcan pobreza material, daremos preponderancia a la justicia distributiva. Michael Novak escribió: “Desde la antigüedad el principal énfasis del pensamiento filosófico y teológico ha recaído en la justicia distributiva. Comprensiblemente el problema de la justicia productiva fue descuidado, incluso teniendo una obvia prioridad tanto lógicamente como en la realidad misma. Debido a ello esta verdad no adquirió fuerza hasta que Adam Smith inventó la posibilidad de un desarrollo económico sostenido”.

“Es claro que miles de millones de personas permanecen en la necesidad, entonces, y sólo entonces, es cuando la responsabilidad de producir lo que puede ser producido deviene en claro imperativo moral. Por tanto, solamente en la modernidad este imperativo moral de la producción ha llegado a preceder al imperativo moral de la distribución y a ser tomado como una necesaria condición previa del mismo”.

Una gran parte de las distorsiones que sufre la economía de mercado se debe a los intentos gubernamentales de reducir la “desigualdad social”. Por el contrario, si se tratara de enfatizar la erradicación de la pobreza, como un objetivo inmediato, se mejoraría incluso el problema de la desigualdad. Michael Novak agrega: “Actualmente es suficientemente conocido cómo hacer innecesario el hambre y cómo hacer del hambre no una responsabilidad de Dios sino del hombre”.

En cuanto a los sistemas sociales que se oponen al capitalismo, y que son las denominadas democracias sociales, el citado autor agrega: “Como filosofía gobernante de un sistema social tiene tres graves dificultades. En primer lugar, corre un enorme riesgo de recrear los antiguos moldes del Estado tiránico. En segundo lugar, aun en sus formas democráticas corre el riesgo de dotar a las colectividades, especialmente a las mejor organizadas, de excesivo poder a expensa de las libertades individuales. (Esto es una verdadera amenaza en todas las democracias providentes). En tercer lugar, por prestar poca atención tanto a los mercados como a los incentivos, corre el riesgo de bajar la productividad y elevar el nivel de ineficiencia reduciendo, por tanto, a las sociedades a un juego se suma-cero en el cual el sectarismo y otras formas de descontento se multiplican”.

La tendencia que promueve incentivos para el más capaz se opone a la que tiende a proteger al individuo de la envidia. Esta última, en realidad, promueve en forma encubierta un trastrocamiento social que da lugar a que los mejores sean reemplazados por los peores.

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