martes, 28 de marzo de 2017

Fe vs. Prueba y error

Una de las formas en que se establece el conocimiento es la basada en la fe o confianza en quien emite cierta información. La fe puede ser positiva y es el caso en que el receptor cree todo lo que se le dice, o bien puede ser una fe negativa en que se duda o se rechaza todo lo que diga o escriba cierto individuo, incluso adoptándolo como referencia para creer todo lo contrario. Cuando la fe es total, sin la menor posibilidad de duda, el creyente se acerca peligrosamente al fanatismo. Henri Poincaré escribió: “Dudar de todo o creerlo todo, son dos soluciones igualmente cómodas, pues tanto una como la otra nos eximen de reflexionar”.

En el caso de las ideologías propagadas mediante la fe, ya sea porque esa haya sido la intención del líder o bien porque esa fue la respuesta de sus seguidores, tal conjunto de ideas tiende a reemplazar la realidad y se produce cierta sumisión que aparece junto al gobierno mental del ideólogo sobre el individuo. Héctor Ricardo Leis escribió: “La ideología impedía ver la realidad. Yo fui comunista, peronista, socialista, socialdemócrata, verde, liberal. Ahora no soy nada de eso. Pasé por todas. Ahora puedo ver la realidad. El que antepone su ideología, el que dice «yo siempre fui peronista» o «yo siempre fui socialista» no ve la realidad. ¡Hay tanta ideología en la Argentina! La noción de ideología en la Argentina representa un sentimiento negativo, un sentimiento de violencia, de ganas de matar al otro. En la Argentina la ideología está asociada a la violencia y a la incapacidad para ver la realidad” (De “El Diálogo” de G. Fernández Meijide y H. R. Leis-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2015).

Por lo general, se considera que existe un antagonismo entre fe y razón. En realidad, todo el mundo razona, aunque unos lo hacen adoptando la fe como punto de partida y otros lo hacen en base a la realidad, a la que se llega por medio de “conjeturas y refutaciones”, que es el proceso adoptado por la ciencia experimental. Tal proceso no sólo se lo utiliza para establecer nuevos conocimientos sino también para aprender algo ya establecido. En el primer caso, el razonamiento se emplea como una justificación de lo que previamente se cree o acepta; en el segundo caso el razonamiento se utiliza para ampliar el conocimiento o bien para sustentarlo con una base más segura.

Durante la mayor parte de la historia, el hombre ha razonado en base a la fe. Incluso en la actualidad, una época en la que sólo aparentemente predomina el pensamiento científico, se sigue con el pensamiento tradicional, llegándose al extremo contradictorio de basarse en la “fe en la ciencia”. Si bien se valoran los avances científicos y los adelantos tecnológicos basados en la ciencia, el pensamiento de la mayoría sigue estando basado en las opiniones de diversos líderes en lugar de basarse en la propia realidad. El Papa Pío XII expresó: “Pueblo y multitud amorfa o, como suele decirse, masa, son dos conceptos diferentes. 1º El pueblo vive y se mueve con vida propia; la masa es de por sí inerte y no puede ser movida sino desde fuera. 2º El pueblo vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales (en su propio puesto y a su manera) es una persona consciente de sus propias responsabilidades y convicciones”.

“La masa, por el contrario, espera del impulso exterior, fácil juguete en las manos de cualquiera que sepa manejar sus instintos o sus impresiones, pronta para seguir alternadamente hoy esta bandera, mañana aquella otra”.

En cuanto a la población argentina, Nicolás Márquez escribió: “¿Cuál de estas dos nociones (pueblo o masa) es la que le cabe a la Argentina? Va de suyo que no hay una comunidad puramente «masa» ni puramente «pueblo», puesto que siempre se efectúa una fusión entre ambos factores. Lo que en verdad hay es una tendencia prevaleciente. Entonces la pregunta ha de ser: ¿cuál de los dos conceptos predomina en la Argentina?”.

“Si lo que impera es la masa, es obvio que quien posea los medios de comunicación y la información va a imponer su opinión a una multitud de personas que, errantemente se desplazan por la vida sin rumbo y aferrados a la pereza mental. En este sentido, los manipuladores de información, opinólogos y recolectores de votos, no dejarán de abrumar con un mensaje que al ser acatado gratuitamente y sin el menor discernimiento, es luego portado y transportado por una masa nómade que deambula inciertamente, siempre a la espera de impulsos exógenos “ (De “La otra parte de la verdad”-Mar del Plata 2004).

Una vez que se produce el fenómeno de la rebelión de las masas, descrito por José Ortega y Gasset, las masas podrán producir resultados catastróficos si son motivadas por el odio impartido por políticos populistas, antes que democráticos. De ahí que la forma concreta para una mejora generalizada de las sociedades actuales consiste en tratar de que el ciudadano que piensa en base a la realidad predomine sobre la masa que actúa en base a estímulos exteriores que, por lo general, no son los mejores.

El método de prueba y error presupone el previo conocimiento de la información ya verificada por la experiencia. De lo contrario, no tendría sentido comenzar “desde cero” para redescubrir todo lo que ya se conoce. Además, cuando se habla de adoptar como referencia la realidad, se considera adoptar como referencia las leyes naturales que rigen todo lo existente. De todas maneras, en el proceso del conocimiento resulta conveniente confiar en quienes imparten la instrucción a recibir, sólo que uno debe tener siempre presente que debemos tener puestos los ojos sobre la propia realidad.

Supongamos que se lee en la Biblia una frase como la siguiente: “Todos los árboles poseen hojas de color verde”. Quien adopta como referencia a la Biblia, acepta tal afirmación sin apenas dudar un poco, porque ni siquiera se molestará en traer desde su memoria alguna experiencia pasada que le indique que también existen árboles con hojas de color diferente al indicado. También es posible que en otro individuo, que lee la frase mencionada, le surjan imágenes de experiencias pasadas en las cuales advierte que, también hay árboles con hojas de otro color, o que son verdes sólo en verano.

Mientras el primero muestra una fe ciega en la Biblia, sin plantearse la menor duda, el segundo se pregunta si una expresión bíblica implica un símbolo o una realidad concreta, ya que razona en base a la realidad para darle sentido a lo que lee. Estas dos actitudes representan la diferencia entre lo que algunos autores denominan el “cristianismo convencional” (basado en la fe incondicional en quienes escribieron la Biblia inspirados en Dios) y el cristianismo del futuro (basado en un pensamiento que toma como referencia las leyes naturales que Dios ha utilizado para hacer al mundo).

El cristianismo convencional, o tradicional, se basa justamente en ciertas convenciones o acuerdos entre sus difusores respecto a la interpretación de algunos puntos poco claros de la Biblia, con la consiguiente pretensión de que tales acuerdos fuesen adoptados masivamente en el futuro. Sin embargo, tales pretensiones, posiblemente, impidieron que los creyentes se sintieran cómodos antes esa alternativa. W. H. van de Pol escribió: “Siempre me ha sorprendido que los teólogos no cambien más a menudo de Iglesia o al menos de modalidad y dirección religiosa, por lo menos no tan a menudo como el común de la gente. Pareciera que el estudio, para la mayoría, sólo les sirve para certificar la justicia de fundamentos y testimonios que están irremediablemente fijos de antemano. Los hechos recientemente descubiertos y los nuevos argumentos se consideran peligrosos, como si fueran a hacer tambalear la creencia religiosa que fue dada de una vez para siempre. Nos sentimos ligados de por vida a estas creencias y queremos protegerlas y defenderlas a cualquier precio”.

“La primera característica y la más notable del convencionalismo religioso es su incontrovertibilidad, en virtud de la cual, sin reflexión ulterior, se acepta y se practica lo que ha sido enseñado y prescrito. En cuanto asoma una duda acerca de esta incontrovertibilidad, se acaba, en principio, el convencionalismo. Cuando en una comunidad religiosa alguien comienza a reflexionar sobre lo que en esa comunidad se enseña y practica desde el punto de vista religioso, en ese individuo ha sido atacado el convencionalismo y empieza a peligrar con él el convencionalismo de toda la comunidad. Esto no significa necesariamente que también desaparezcan la doctrina y la práctica pertinentes. Pero éstas han perdido su carácter convencional desde el momento en que ya no nos atamos a ellas ni las consideramos incontestables por el solo hecho de no haber oído o practicado otra cosa desde niños” (De “El final del cristianismo convencional”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1969).

El caso histórico más destacado, en materia de anticonvencionalismo, fue el de Baruch de Spinoza, expulsado de la comunidad judía de su época, al adoptar como referencia el mundo real para darle así sentido a lo que indican los Libros Sagrados. Su postura implica afirmar: «Tal párrafo del Antiguo Testamento significa tal cosa porque el mundo real funciona de tal manera», en lugar de la tradicional postura que afirmaba: «Para entender cómo funciona el mundo real, no debes mirar la realidad sino leer el Antiguo Testamento». El papel de la Biblia ha de ser el de constituir una ayuda para ver mejor la realidad.

Si adoptamos como referencia la propia realidad, como en el caso del pensamiento científico, existen posibilidades de lograr acuerdos entre los integrantes de un mismo grupo religioso y entre integrantes de diversas religiones. Por el contrario, el convencionalismo predominante en casi todos los sectores, impide cualquier acuerdo promoviendo las divisiones y los antagonismos que se observan. Van de Pol agrega: “Es casi obvio que el convencionalismo religioso es un serio obstáculo para un contacto fructífero entre miembros de distintas comunidades religiosas. El punto de vista del otro se considera tan evidentemente inadmisible como nos parece irrefutable nuestra propia opinión”.

“No pocas veces esto se hace evidente a través de la manera en que se relacionan compañeros no avezados en un primer contacto ecuménico, suponiendo que se hayan decidido a tal encuentro. Lo mismo se manifiesta si pensamos en las veces que nos equivocamos al defender una convicción como propia, personal e independiente, mientras en realidad, aunque sin saberlo, nos encontramos todavía dentro de una visión convencional, que es la del grupo al que pertenecemos –una visión que a veces perdura durante siglos sin ser nunca más controlada o corregida-”.

“Muchas veces no creemos ni pensamos de una manera tan independiente y personal como imaginamos. Estamos limitados y determinados por las convenciones mucho más de lo que nosotros mismos sospechamos; productos de nuestro medio, hijos de nuestro tiempo, esclavos de una u otra moda en el terreno religioso o teológico. ¡Vivimos, pensamos y creemos desde uno u otro aislamiento espiritual sin ser claramente conscientes de ello!”.

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