viernes, 19 de agosto de 2016

El gobierno más democrático

Un gobierno democrático es aquel que promueve la libertad y la igualdad entre los ciudadanos afectados. Cuando no coinciden los proyectos políticos con los anhelos del hombre, no se logran tales objetivos. La sensación de libertad en cada hombre surge al estar regido por leyes en lugar de estarlo por la voluntad o el capricho de otros hombres, mientras que la igualdad implica que esas leyes son idénticas para todos, ya que no conceden derechos ni exigen deberes distintos a los concedidos y exigidos a los demás. Giovanni Sartori escribió: “¿Por qué la libertad necesita de la ley? Porque si gobiernan las leyes –que son reglas generales e impersonales- no gobiernan los hombres, y a través de ellos, la voluntad arbitraria, despótica o simplemente estúpida de otro hombre. Es verdad que la ley es también coerción (puesto que prohíbe y condena), pero al mismo tiempo nos tutela porque está constituida por normas que se aplican a todos sin distinción, incluso a quienes las hacen. Lo que es un formidable freno” (De “La democracia en 30 lecciones”-Taurus-Buenos Aires 2009).

Si bien las leyes que rigen a los hombres, en un Estado de derecho, han sido redactas y sancionadas por otros hombres, son por lo general fundamentadas en una instancia superior, como lo es la ley natural que rige sobre todo habitante del planeta. Tanto la política, como el derecho y la religión, deben contemplar a la ley natural, ya que cada desviación respecto de la misma implica una forma involuntaria de gobierno del hombre sobre el hombre. La ley humana, emanada del derecho o de la religión, tiene las limitaciones propias de toda actividad humana al no poder describir fielmente a la ley natural, y mucho menos interpretar fielmente sus objetivos.

El gobierno más democrático ha de ser el ejercido por la ley natural, y es el gobierno al cual debemos aproximarnos tanto como podamos. La idea bíblica del Reino de Dios, o gobierno de Dios sobre el hombre, no es otra cosa que el gobierno de Dios a través de la ley natural.

La igualdad que nos concede tal gobierno surge del hecho de que todos los hombres que habitamos el planeta estamos regidos por tales leyes, que son, además, las que estudia y describe la psicología. Sin embargo, como el hombre no las conoce con precisión, o bien no está dispuesto a acatarlas, se produce un desencuentro entre el proyecto de Dios, o su aparente voluntad, y los anhelos del hombre, por lo que no se logra la libertad ni la igualdad prevista en dicha ley.

Marco Tulio Cicerón fue uno de los primeros en advertir la existencia de una instancia superior, la ley natural, que debía adoptarse como referencia para la promulgación de las leyes humanas. Si bien la religión moral también la contempla, no la considera como una ley implícita en todo lo existente, sino emanada de un Dios personal que, a cada tanto, revela a la humanidad su voluntad, por medio de los profetas. Luego, la ley natural no se considera como aquella que describen los científicos, sino la ley moral revelada y difundida en los Libros Sagrados de la religión. Cicerón escribió: “Somos siervos de la ley con el fin de poder ser libres”.

Las discusiones entre religiosos teístas y deístas (religión natural) recaen esencialmente en la esencia de la instancia superior. Para unos se trata de un Dios con atributos humanos mientras que para los otros consiste en un Dios inmanente, cuyos atributos se materializan en las leyes naturales. Lo importante, en todo esto, es que existen acuerdos en cuanto a las acciones que los hombres debemos emprender; aspecto relegado muchas veces por la necesidad de ambos bandos por hacer prevalecer sus propias visiones filosóficas acerca del funcionamiento del mundo.

El gobierno más democrático es el que concede iguales derechos a todos los hombres y es también el que impone iguales deberes. Así, los mandamientos bíblicos tienen igual validez para todos los hombres y para todas las épocas. Conceden el derecho a lograr la felicidad pero imponen un precio para su logro, que es el deber asociado al cumplimiento efectivo de tales mandamientos.

En las sociedades actuales, por el contrario, sólo se habla de derechos y muy poco de deberes, por lo cual las cosas no funcionan nada bien. Si cada uno de nosotros pensamos en nuestros derechos e ignoramos nuestros deberes, nunca podremos satisfacer los derechos de los demás (que serán satisfechos precisamente con el cumplimiento de nuestros deberes).

El Reino de Dios se fundamenta principalmente en el “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Si cada uno cumple con este deber, se contemplarán los derechos de todos. De ahí que Cristo agrega: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. En otras palabras, cumple primeramente con tu deber, que los derechos de todos serán satisfechos como una consecuencia necesaria e inmediata.

La característica esencial de nuestra época radica en la entronización del Estado como instancia superior, usurpando el lugar de Dios y de la ley natural. La base del socialismo, en sus diversas formas, implica el gobierno del hombre sobre el hombre a través del Estado. Luego, se entiende por “libertad” el derecho del gobernante totalitario, o populista, de hacer lo que le viene en ganas, mientras que al ciudadano común se le “concede” el derecho a obedecerlo. No hay igualdad ni tampoco interés ni voluntad por lograrla, a pesar de que, desde las tendencias socialistas, no se habla de otra cosa que de igualdad.

Se considera que el pueblo tiene derecho al consumo mientras que poco se alienta el deber de producir. Esta peligrosa tendencia favorece la pobreza e incluso la desigualdad económica y social. Por el contrario, si se adoptara el criterio cristiano en la economía, podríamos sugerir: “Primeramente produce lo que has de consumir (y un poco más que eso), que el abastecimiento suficiente para todos se dará por añadidura”.

La pobreza existente no se debe a que los empresarios tienen, cada uno, cien estómagos para alimentar y cien cuerpos para vestir, por lo cual existiría una “injusta distribución de la riqueza”, sino que se asigna al reducido sector empresarial el deber de producir para todos mientras que la mayoría (el pueblo) tiene el derecho a consumir, incluso sin una contrapartida laboral. Luego, si la producción no es suficiente, se culpa al productor y se lo amenaza desde el Estado (como ocurre en el venezolano Socialismo del Siglo XXI).

Mientras que la religión moral supone que el hombre es potencialmente bueno, aunque a veces deja de serlo, desde las posturas totalitarias y populistas se supone que el empresario es malo por naturaleza y que por ello mismo se lo debe controlar y dirigir, Por el contrario, al sector que poco o nada produce, se lo considera virtuoso y sometido a la “explotación laboral” (lo que muchas veces es cierto). Nicolás Maquiavelo escribió: “Como demuestran todos los que han meditado sobre la vida política y los ejemplos de que está llena la historia, es necesario que quien dispone una república y ordena sus leyes presuponga que todos los hombres son malos, y que pondrán en práctica sus perversas ideas siempre que se les presente la ocasión de hacerlo libremente” (De “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”).

Si el hombre es malo, por naturaleza, sin posibilidades de mejorar, entonces no se le puede otorgar la libertad que aspira disponer. Por lo tanto, el Estado totalitario, en lugar de garantizar el derecho a la libertad individual, se encarga de restringirla al máximo, con un criterio similar al empleado por la justicia penal cuando encierra en la cárcel a quienes constituyen un potencial peligro para la sociedad. Arturo Orgaz escribió: “El conocimiento de la inocultable realidad soviética permite apreciar que, si en algunos aspectos técnicos, el pueblo ruso parece haber ganado, comparativamente con la situación reinante durante el zarismo, en punto a la relativa nivelación o igualación social, la libertad humana ha sido abolida implacablemente, en sus manifestaciones más excelsas y universales: libertad de creación intelectual y estética, libertad de expresión en todas sus formas, libertad de conciencia civil y religiosa, libertad de tránsito y residencia, libertad de organización, libertad de investigación científica, etc. Tal conjunto de poderes humanos, tenidos por adquisiciones preciosas para la concreción individuo-social de la persona, han sido policial y judicialmente sofocados, perseguidos sus actores e incriminadas sus realizaciones, por «contrarias a la línea política» o a «los intereses de la patria del proletariado»” (De “Sentido social de la libertad”-Bases Editorial-Buenos Aires 1956).

Tanto la democracia política como la económica (mercado), propuestas por el liberalismo, son totalmente compatibles con el cristianismo, por cuanto parten de la optimista (o realista) suposición de que el hombre, aun cuando tenga aspectos personales negativos, es posible que en él predomine finalmente lo bueno, o postivo, y pueda así vivir con la libertad necesaria para realizar todo su potencial individual.

Cuando se habla de la “civilización occidental”, se hace referencia principalmente al cristianismo junto a la democracia plena. Ello no implica que todo lo que realizan, o han realizado, los países de Occidente, sea compatible con el cristianismo y la democracia, sino que, al igual que las personas, tales países tienen aspectos positivos como negativos, y es necesario contemplar los positivos sin ignorar los negativos. Es por ello que las visiones pesimistas del hombre lo sean también respecto de los países. Así, la izquierda política tiene como finalidad destruir a Occidente para reemplazarlo por alguna forma de socialismo, mientras que las posturas optimistas, esperanzadas en que lo positivo predominará finalmente, apuestan a restaurar tanto el predominio del cristianismo como de la democracia plena.

El mandamiento del amor al prójimo está estrechamente vinculado a un aspecto psicológico simple, como es el fenómeno de la empatía. Mediante este atributo personal, podemos llegar a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. De ahí que la instancia superior del cristianismo sea la ley natural, lo que no parece constituir novedad alguna. Sin embargo, algunos sectores de la Iglesia consideran que la instancia superior es lo “sobrenatural”; instancia accesible sólo a los elegidos por decisión de Dios. Si lo sobrenatural es la instancia superior, el Reino de Dios dejaría de ser un gobierno “democrático”, por cuanto dejaría de ser accesible a todos los hombres. Miguel Ángel Fuentes escribió: “Científicamente alguna de estas verdades no son alcanzables pues sobrepasan la capacidad de nuestro intelecto; estas verdades superiores a nuestra potencia natural son denominadas «misterios intrínsecamente sobrenaturales», y como tales sólo pueden ser conocidos por Dios y por aquél a quien Dios quiera manifestarlos (= revelarlos o des-velarlos). Tal es el caso del misterio de la Trinidad, del pecado original, de la Encarnación de Dios (Jesucristo) y su obra salvadora. La ciencia no puede alcanzarlas con su propio método, pues éste parte de las cosas naturales y con la fuerza que le da la sola razón humana natural. Pero estrictamente hablando la ciencia tampoco puede refutarlas ni contradecirlas puesto que precisamente por definición escapan a su campo” (De “Las verdades robadas”-Ediciones del Verbo Encarnado-San Rafael-Mendoza 2008).

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