lunes, 28 de marzo de 2016

Requisitos para una religión

Para que un conjunto de ideas y sugerencias éticas constituya una religión, en el sentido de que sirva para “unir a los adeptos”, debe reunir ciertos requisitos. Si alguno de ellos falta, no cumplirá su función esencial o bien provocará la “desunión de los adeptos” para convertirse en una irreligión. Antonio G. Birlán escribió: “La palabra religión significa, según su etimología, lo que une. Pocas veces el sentido de una palabra ha estado más en contradicción con la realidad. Que la religión, en la realidad, no es lo que une, basta echar una ojeada sobre el presente y el pasado para comprobarlo. Ha unido, cuando más, parcialmente, y los unidos parcialmente se han enfrentado, en todos los tiempos con otros unidos asimismo parcialmente. ¿Por qué esa unión parcial no se ha extendido? ¿Por qué lo que, según su sentido, y según sus orígenes, de donde su sentido, une, ha unido siempre tan imperfectamente?” (De “La religión”-Américalee-Buenos Aires 1956).

Esencialmente, la religión ha de ser un instrumento de cambio social, en el sentido de ser capaz de mejorar el nivel ético de las personas hasta permitir la unión entre todos los seres humanos y entre cada hombre y Dios, o el orden natural. Todo cambio social ha de implicar un cambio en nuestra actitud característica. De ahí que los requisitos que toda religión deberá satisfacer han de apuntar a un cambio positivo de la actitud de todo hombre. La actitud religiosa, por lo tanto, ha de responder a los tres atributos siguientes:

a- Deberá ser ascendente
b- Deberá ser lateral
c- Deberá ser igualitaria

Con la palabra “ascendente” se da a entender que debe existir una actitud contemplativa hacia el orden natural y sus leyes, o bien hacia Dios, o el Creador de todo lo existente. Pero esa actitud ascendente debe dar lugar a una simultánea actitud lateral, ya que deberá promover una tendencia cooperativa hacia el resto de los seres humanos. Si tal actitud cooperativa involucra sólo a los adeptos de la religión a la cual se adhiere, ignorando a los demás, no responderá al criterio de que debe ser también “igualitaria”.

Las diversas religiones que imperan en la actualidad tienden a desunir a los hombres, incluso a crear serios conflictos, por lo que no funcionan como deberían hacerlo. Y ello puede describirse aduciendo que se trata de propuestas que no favorecen la actitud ascendente, lateral e igualitaria, o bien lo logran sólo parcialmente. Consideraremos primeramente el caso en que la actitud es sólo ascendente. Nos encontramos con posturas contemplativas en las que se busca un “inactivo autoperfeccionamiento”, como es el caso de algunas religiones para sacerdotes y no para el hombre común.

Otra actitud puramente ascendente es el vulgar y tradicional paganismo mediante el cual se busca un intercambio entre pedidos realizados y concedidos, seguidos del agradecimiento correspondiente, cuando el adepto supone una oportuna intervención de Dios, o del objeto de culto. En este caso, la actitud lateral pasa a un segundo plano o bien no existe. La actitud ascendente debe, en realidad, ser una especie de vehículo capaz de conducir al hombre hacia la actitud lateral e igualitaria, que es la forma de establecer la religión en todo su sentido. El “Amarás al prójimo como a ti mismo” reúne los requisitos mencionados, identificando la ética individual con la ética social.

Si la actitud lateral, cuando existe, no es igualitaria, incluso si se promueve un antagonismo entre fieles e infieles, como lo propone el Islam, resulta una actitud poco ética que ha de provocar grandes conflictos. De ahí que el creyente musulmán no trate de adaptarse a las leyes y a las costumbres de los pueblos a donde va, ni tampoco trate de mantenerse en su lugar respetando las diferencias, sino que busca presionar a los pueblos originarios a adoptar su propia forma de vida. Oriana Fallaci escribió: “En este planeta nadie defiende su identidad y se niega a integrarse tanto como los musulmanes. Nadie. Porque Mahoma prohíbe la integración. La castiga. Si no lo sabe, échele un vistazo al Corán. Que le trascriban las suras que la prohíben, que la castigan. Mientras tanto le reproduzco un par de ellas. Ésta, por ejemplo: «Alá no permite a sus fieles hacer amistad con los infieles. La amistad produce afecto, atracción espiritual. Inclina hacia la moral y el modo de vivir de los infieles, y las ideas de los infieles son contrarias a la Sharia. Conducen a la pérdida de la independencia, de la hegemonía, su meta es superarnos. Y el Islam supera. No se deja superar». O esta otra: «No seáis débiles con el enemigo. No le ofrezcáis la paz. Especialmente mientras tengáis la superioridad. Matad a los infieles dondequiera que se encuentren. Asediadlos, combatidlos con todo tipo de trampas». En otras palabras, según el Corán tenemos que ser nosotros los que nos integremos. Nosotros los que aceptemos sus leyes, sus costumbres, su maldita Sharia [moral islámica]” (De “La Fuerza de la Razón”-Editorial El Ateneo-Bs. As. 2004).

Cuando el mandamiento cristiano del amor al prójimo es considerado como un misterio más, y su significado se supone accesible sólo a los teólogos, se desvirtúa y hasta se produce la destrucción del cristianismo. En lugar de considerarlo en su mayor simplicidad, como la actitud cooperativa que nos lleva a compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, se la ha tergiversado reemplazándolo con actitudes sensibleras tales como la lástima que debe sentirse por el inferior, u otras por el estilo.

Por ello casi siempre surgió la necesidad de encontrar alguna filosofía para afirmar un cristianismo endeble, como si no tuviese la fortaleza ideológica suficiente para producir el cambio ético en las personas. La Iglesia fue renunciando a promover la esencial actitud lateral e igualitaria para incorporar otras finalidades de tipo social dejando de ser una religión para constituirse en un movimiento político afín al marxismo-leninismo. Julián Marías escribió: “Pocos temas apasionan al hombre de nuestro tiempo como el de la justicia social; muchos cristianos –especialmente eclesiásticos- lo han descubierto recientemente; los ha fascinado de tal manera, que tienen una propensión marcadísima a identificar la religión con la justicia social. Esto me parece perfectamente sin sentido, porque, si es un error reducir a Dios a su condición de garantizador de la inmortalidad del hombre, más absurdo sería confinarlo a la función de custodio de la justicia social. Dios interesa por sí mismo, y de él se derivan para el hombre innumerables cosas. Que una de ellas sea la justicia social, no lo dudo; pero no se olvide que la justicia social es sólo una forma particular de justicia, y que más allá de la justicia hay una legión de cosas que importan” (De “Problemas del cristianismo”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Madrid 1995).

La búsqueda del cambio en la actitud lateral no sólo proviene de la falta de comprensión del mandamiento indicado, sino de una excesiva actitud ascendente predicada por la Iglesia, ya que en épocas pasadas acentuaba el interés en el más allá y despreciaba el mundo real y cotidiano. En su vuelta a la “normalidad” siguió relegando el amor al prójimo y de ahí la inoperancia de la Iglesia en la actualidad. Una vez que deja de considerar que la sociedad está compuesta por justos y pecadores, sino que lo está por pobres y ricos, y que los pobres tienen todas las virtudes y los ricos todos los defectos, se identifica con el marxismo. Incluso acepta el determinismo económico por éste propuesto. El citado autor agrega: “El hombre es forzosamente libre –expresión de Ortega desde hace medio siglo-, porque su vida le es dada, pero no le es dada hecha, porque tiene que elegir entre sus posibilidades y hacerla con las cosas. Pero se intenta convencerlo de que no es libre, de que está determinado por condiciones psicofísicas o económico-sociales, de que no es persona, sino cosa; no alguien, sino algo. Y todo ello en nombre de la «justicia», cuando, si así fuera, si el hombre careciera de libertad, la palabra justicia carecería de toda significación. Un nuevo escalofriante despojo”.

“Solo después de estos vienen los otros –los únicos de que se habla-: los económicos. ¿Es que no son graves? Claro que lo son; pero literalmente secundarios respecto de los primeros, porque la economía se refiere a los recursos, y los recursos son para los proyectos. Si el hombre no tiene libertad, ¿de qué sirven los recursos?”.

La Iglesia actual considera que el cristianismo, asociado a la Teología de la Liberación, ha de permitir lograr la “justicia social” liberándonos del “sistema opresor capitalista”. Julián Marías agrega: “Como se ve, estamos en el curso de una gigantesca operación que consiste en invertir el orden de las cosas tal como lo impone la perspectiva cristiana. Ahora bien, esa inversión es intelectualmente una falsificación, moralmente una perversión. Con una hábil combinación de reiteraciones y silencios, de martilleo de palabras y bien planeadas omisiones, se la está llevando a cabo ante nuestros ojos distraídos, frecuentemente con nuestro asentimiento y complacencia. Y pasan por promotores de la justicia social los ejecutores de ese inaudito despojo de la mismísima realidad del hombre”.

Para solucionar todos los problemas personales y sociales, incluso los económicos, debe buscarse que todo hombre intente compartir las penas y las alegrías de quienes le rodean, siendo ésta la actitud lateral e igualitaria promovida por el cristianismo. De esa manera se hará efectivo el gobierno de Dios sobre cada hombre, por lo que Cristo dijo: “Busca el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. Por el contrario, quienes suponen que primero debe resolverse la situación económica de los pobres ignoran que el trabajo necesario para lograr ese objetivo requiere de la previa adopción de la actitud cooperativa mencionada. Tal alteración de prioridades es promovida por los sectores progresistas de la Iglesia, que en realidad son marxistas infiltrados. Carlos A. Sacheri escribió respecto de tal alteración: “La finalidad no es otra que la de adaptar la Iglesia al mundo, lisa y llanamente, en vez de intentar convertir y salvar al mundo dentro de la Iglesia. Tal es la tremenda alternativa de nuestro tiempo. El progresismo neomodernista subvierte así todos los conceptos fundamentales de la fe cristiana mediante la interpretación unilateral del espíritu y de los documentos del Concilio Vaticano II”.

“En nuestro país, el Tercermundismo constituye la versión, no única pero sí principal, de la organización progresista internacional. Poniendo en ejecución sus doctrinas, su organización y su metodología esencialmente clandestinas, el Tercermundismo configura una «Iglesia paralela» que intenta instrumentar todo lo cristiano al servicio de una revolución social de inspiración marxista” (De “La Iglesia clandestina”-Ediciones del Cruzamante-Buenos Aires 1977).

La que fuera en los años 70 una “Iglesia clandestina”, parece ser en la actualidad la propia Iglesia oficial en la cual la Teología de la Liberación tiene amplia aceptación en los puestos jerárquicos del Vaticano.

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