viernes, 2 de octubre de 2015

Del subdesarrollo a la barbarie

El subdesarrollo debe considerarse no sólo en un sentido absoluto, sino en relación a lo que un país pudo, potencialmente, haber sido. Así, si un país africano, con un desarrollo similar al argentino, logra el 60% de su potencialidad, es posible que en nuestro caso hayamos logrado sólo un 30 o 40% de la potencialidad que a comienzos del siglo XX nos permitió estar en el 7mo lugar en el mundo. Esto implica que hemos dilapidado tanto nuestra herencia cultural como geográfica; destruyendo las bases de la nación en lugar de construir a partir de ellas. De ahí que nuestro subdesarrollo sea mayor del que normalmente se considera.

Un síntoma de tal deterioro puede observarse en la Provincia de Buenos Aires, la mayor del país. Fernando A. Iglesias compara la actual Provincia con la de los años sesenta: “Conservo de él [del Manual del Alumno Bonaerense] imágenes fuertes: tablas en las que se comprobaba que Argentina estaba entre los mayores productores de trigo, maíz y girasol….la mayor parte de esa producción salía de la pampa bonaerense…El Manual lo decía casi en tono de disculpa, con temor a sonar jactancioso ante los argentinos que no habían tenido la suerte de habitar tan maravilloso lugar”.

“Pasaron los años y hoy es difícil encontrar un solo índice económico y social en que la Provincia no esté por debajo de la media nacional de un país que retrocedió enormemente. Pobreza, violencia, hacinamiento, contaminación, barras bravas, policías más bravas, narcotráfico, patotas, punteros políticos y ciudades desiertas después de las nueve de la noche. Fue lo único que quedó de todo aquello. El paraíso de la infancia feliz trocado en pesadilla de la adultez”.

Para el citado autor existe una causa principal del retroceso de su provincia y del país, aunque no la única: el peronismo; proceso político por el cual se promueve la pobreza para tenerla como base para futuras elecciones. Al respecto escribió: “El peronismo genera atraso; el atraso genera frustración; la frustración genera peronismo. ¿Demasiado gorila? Pruebo de nuevo: el peronismo genera decadencia; la decadencia genera pobres; los pobres votan al peronismo. ¿Otra vez? La incapacidad de desarrollarse genera dependencia del Estado. La dependencia del Estado genera empresarios y trabajadores dependientes del Estado. Los que dependen del Estado votan al peronismo” (De “Es el peronismo, estúpido”-Galerna-Buenos Aires 2015).

Aunque las cosas no andan bien para la gran mayoría, quienes dependen económicamente del Estado temen sentirse perjudicados al perder ese apoyo. De ahí que sigan votando candidatos peronistas que, por otra parte, han sabido inculcar en la población que nuestro subdesarrollo depende de la oligarquía, de las corporaciones, del sector productivo no dependiente del Estado y del imperialismo yanki, mientras que el peronismo lucha “patrióticamente” para limitar esa dependencia.

La sabiduría popular indica que “el pueblo unido jamás será vencido”; de ahí que, por ser un pueblo dividido por el peronismo, y luego por el kirchnerismo, somos un pueblo vencido, de donde surge el subdesarrollo crónico que poco a poco se está convirtiendo en barbarie y salvajismo. George Orwell escribió: “Ver lo que tenemos delante de nuestras narices requiere un esfuerzo constante”.

Iglesias se fundamenta, para afirmar que el peronismo ha sido la causa principal del deterioro de la Provincia de Buenos Aires, y luego de todo el país, en que, desde hace varios años, viene siendo gobernada por el peronismo. Al respecto escribió: “¿En qué momento se jodió la Provincia de Buenos Aires? Imposible decirlo. La Dictadura hizo lo suyo; el fracaso de la economía alfonsinista aportó bastante, pero algo de una magnitud diferente comenzó a suceder desde 1987, cuando Cafiero le ganó la gobernación a Casella por cuatro puntos y abrió la larga dinastía de siete gobiernos peronistas que continuarían Duhalde, Ruckauf, Solá y Scioli. Todos por dos periodos, excepto Ruckauf, que le apuntó a la presidencia, falló, cayó en la cancillería de Duhalde y nunca regresó, por suerte. Fueron siete gobiernos peronistas en la Provincia de Buenos Aires, como las siete plagas de Egipto. Ahí fue cuando se jodió la Provincia, y con ella, el país”.

Puede decirse que en la Argentina existe un círculo vicioso, que es el indicado en un principio: “Si hasta la década de los Noventa Buenos Aires había liderado o acompañado la evolución de las zonas más avanzadas de la Argentina, a partir de las siete plagas peronistas quedó partida a la mitad por un vasto conurbano en el que las condiciones de vida eran similares a las de las provincias más pobres del país. «Construimos una fábrica de pobres en el conurbano y nos fue muy bien», dice Elisa Carrió que le dijo Alberto Pierri, presidente de la Cámara de Diputados del menemismo. Cierta o apócrifa la frase, nadie puede negar que la fábrica está ahí, que sigue generando pobres de a millones, y que esos pobres han votado insistentemente a favor del peronismo. En 1987, Cafiero le ganó a Casella la gobernación por 41% a 37% de los votos, pero hoy la realidad es bien distinta: desde 2003 las fuerzas peronistas y filoperonistas no bajan del 50% habiendo llegado en las últimas dos legislativas a 72% en 2011 y a 81% en 2013”.

“Los votos de los habitantes del conurbano no son votos agradecidos del pueblo peronista a quienes lo han sacado de la pobreza sino voto clientelar y cautivo de gente que ha perdido hasta la esperanza y termina avalando, resignadamente, a sus opresores”.

En la tradición cristiana aparecen los “siete pecados capitales”, siendo la soberbia el peor de todos, ya que implica una tendencia a ignorar las leyes de Dios. La soberbia peronista-kirchnerista no sólo ignora las leyes de Dios sino también las leyes humanas; lo que era de esperar. El origen psicológico de la soberbia se encuentra en las personalidades narcisistas y psicópatas. El narcisista es alguien que busca ser admirado y homenajeado por los demás; implicando un egoísmo sin límites que se traduce en la búsqueda de un poder ilimitado. El psicópata es el que carece de empatía, por lo que es incapaz de compartir las penas y las alegrías de los demás.

Por considerarse a la humildad como un valor ético, el soberbio tratará de mostrar que es más humilde que los demás, que se preocupa por los pobres y que sufre con ellos. Mientras mayor sea la audiencia, mayores serán las muestras de humildad, especialmente en época de elecciones. El soberbio parece siempre descender desde su “altura moral” y de su poder hasta el lugar de los simples mortales. Las máximas figuras del peronismo y del kirchnerismo han sido hombres y mujeres con problemas psicológicos y familiares no resueltos que afectaron sus personalidades convirtiéndolos en resentidos sociales con desviaciones hacia el narcisismo y la psicopatía. “Desde sus orígenes, desde los siempre recortados y editados discursos de la amada Evita, el peronismo ha distinguido a sus críticos y opositores con calificativos como «contreras» y «contras», cuyo antecedente ilustre es el insulto «disfattista» del fascismo italiano; además de «antipatrias», «traidores», «vendepatrias», «oligarcas», «cipayos» y «agentes extranjeros»; identificándose a sí mismo con la Patria, el Pueblo y la Nación, todo con mayúscula, exactamente como sucede en todos los regímenes totalitarios cumplidos o frustrados. Y, como sucede en todos los regímenes totalitarios, el peronismo ha caído también en la aberración de rebajar a sus críticos y opositores a la condición animal: la de «gorilas», genial invención que identifica al opositor con el enemigo de la patria y de los trabajadores, en uso desde el primer peronismo y complementada hoy por el de «buitres», innovador agregado del kircherismo, que también en esto muestra ser la etapa superior del peronismo”.

El peronismo no puede considerarse como una ideología política sino como un conglomerado de hombres y mujeres que tienen la “habilidad” de cambiar de ideas y de principios si ello implica mantener o aumentar el poder social y el dinero que puedan extraer del Estado. Es la política plena, en el sentido maquiavélico de la expresión. Puede mencionarse el caso de Ricardo Echegaray, un personaje representativo del kirchnerismo, con sus cambios de ideas y de principios según sea la ocasión. Matías Longoni escribió respecto de un libro sobre el mencionado funcionario: “«Fuera de control» retoma algunos episodios de conocimiento público y también revela muchas historias desconocidas protagonizadas por Echegaray: la del flamante oficial de Marina que defiende la dictadura y hace «bailar» a cadetes apenas más jóvenes; la del abogado de pueblo que participa en estafas contra sus propios vecinos; la del militante liberal que pregona a gritos el desmantelamiento del Estado que, diez años después, ya como funcionario, utiliza para habilitar negocios particulares, perseguir opositores y acallar periodistas; la del funcionario que consiente hackear las principales bases de datos oficiales con dudosos fines; la del recaudador que permite la fuga de 1.800 millones de dólares de las arcas estatales” (De “Fuera de control”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2011).

De la misma manera en que el votante del peronismo, cuyos ingresos dependen total o parcialmente del Estado, tiene temor a perderlos ante un cambio de gobierno, los intelectuales, periodistas y medios masivos de comunicación no alineados, se niegan a decir la verdad acerca de lo que fue realmente el peronismo, por cuanto temen que ello les reportará una disminución de audiencia o de seguidores, con el correspondiente perjuicio a su labor profesional. Más grave aún es la situación de los políticos “opositores” que tienden a imitar las decisiones populistas en la confianza en que ello les reportará muchos votos.

Mientras que en el siglo pasado Ortega y Gasset escribía sobre una “España invertebrada”, en la actualidad podemos hablar de una “Argentina invertebrada”, dirigida ideológicamente por narcisistas y psicópatas, y materialmente por sus fieles seguidores, por lo que no puede esperarse otra alternativa distinta del subdesarrollo, que se profundiza en la barbarie y el salvajismo; eso sí, con el consenso “democrático” de la mayoría.

Pedir a los argentinos algo de patriotismo, es mucho pedir; de ahí que convenga hacer un llamado que involucre el simple instinto de supervivencia para hacerles ver que, por el camino elegido, tarde o temprano podemos ser víctimas de la inseguridad cotidiana asociada a la barbarie y al salvajismo reinante.

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