viernes, 25 de septiembre de 2015

Los fines de la educación

Un objetivo prioritario de toda sociedad implica definir la orientación que le ha de dar a la educación, previendo que de ello resultará su futuro. La educación debe favorecer tanto el logro de una actitud ética como también aptitudes que favorezcan el desempeño laboral de todo individuo, ya que ambas constituirán la base de su realización personal. Además, en épocas de gran desarrollo tecnológico, cuando los automatismos desplazan las tareas manuales simples, resulta imprescindible una capacitación laboral efectiva que evite quedar fuera del campo laboral. Las exigencias actuales requieren de trabajadores con un previo entrenamiento mental que les permita adquirir nuevos conocimientos y nuevas habilidades en tiempos relativamente cortos.

Al ir ocupando la ciencia experimental los lugares que antes ocupaban la religión y la filosofía, se tiende a una universalización de los fines de la educación, con la ventaja de que las experiencias positivas de algunos países podrán ser difundidas en otros. Lorenzo Luzuriaga escribió: “Dentro de los amplios contornos de los ideales de vida y de educación se perfilan objetivos más precisos y delimitados, que son los fines educativos. Mientras que aquéllos eran producto de una sociedad y una época determinada, éstos son más bien resultado de la reflexión individual; aquéllos, tenían un carácter predominantemente emotivo, éstos son más bien intelectuales; aquéllos estaban limitados a una época o a un pueblo, éstos aspiran a tener validez general y necesaria”.

“Los fines de la educación se pueden dividir, por la referencia a su objeto, en dos clases: trascendentes e inmanentes. Los fines trascendentes son aquellos que rebasan o sobrepasan la individualidad del sujeto, los que están más allá de él: Dios, la verdad, la justicia; los inmanentes son los que quedan dentro de su personalidad: su conciencia, su desarrollo psíquico, su experiencia vital. Más concretamente, llamamos fines trascendentales a los que se refieren a la sociedad y a la cultura, en relación con la educación, y fines inmanentes a los que se dirigen a la vida humana en su singularidad, a su desarrollo personal”.

“Aunque los fines asignados a la educación tienden a ser universales, objetivos y permanentes, la historia nos revela también que no existe un fin único de educación, sino diversidad de ellos, en relación con la concepción de la vida y los ideales en que se ha proyectado. Esto no quiere decir que no se aspire siempre a una finalidad única, pero la realidad nos demuestra que ésta es imposible de alcanzar, por lo menos hasta el momento presente” (De “Pedagogía”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1984).

Entre los fines de la educación, el citado autor distingue los siguientes: políticos, sociales, culturales, individuales y vitales. Considerando que todo individuo debe lograr un amplio desarrollo de sus aspectos emocional, intelectual y físico, la educación integral debe contemplarlos. “Por lo tanto, la estructura de la educación está constituida por: a) La educación física; b) La educación estética; c) La educación intelectual; d) La educación moral; e) La educación social y cívica; f) La educación religiosa”.

Debido a que todo individuo posee una actitud característica, es importante orientarla hacia una de las dos principales tendencias de la conducta social: cooperación y competencia, produciéndose mejores resultados con la primera. Para consolidar esta tendencia, es necesario considerar la posibilidad de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, que no es otra cosa que el amor al prójimo propuesto por el cristianismo. En este caso, no se trata de proponer la intromisión de una religión en particular en un ámbito pluralista, como debe ser el de la educación, pero tampoco se puede dejar de lado una sugerencia que resulta ser la base de la educación de tipo cooperativo.

Tanto la evolución biológica como la evolución cultural se establecen mediante “prueba y error”. Sin embargo, la obcecación y el fanatismo ideológico han hecho que en los últimos tiempos se siga utilizando tal método de selección pero con la “novedad” de que se adopta lo que no funciona bien, en lugar de lo que sí funciona. Incluso en ámbitos educativos se trata de cambiar alguna modalidad de enseñanza, no porque no produzca buenos resultados, sino porque se trata de “métodos anticuados”.

Generalmente estamos todos de acuerdo en que los problemas sociales se solucionarán en base a la educación. Sin embargo, tal acuerdo carece de sentido mientras no digamos qué tipo de educación es el propuesto. Así, entre los distintos fines políticos, propuestos desde la época de Platón y Aristóteles, existen diferencias notables. El primero propone una educación que conduce a un sistema totalitario mientras que el segundo propone un sistema próximo al que actualmente denominamos democrático. Luzuriaga escribió: “La primera finalidad asignada históricamente a la educación ha sido la finalidad política, entendiendo por ésta, no la visión parcial de los partidos políticos, sino la concepción más amplia de la vida pública y del Estado. Así los primeros que han señalado un fin político a la educación han sido Platón y Aristóteles”.

“Esta finalidad política de la educación desaparece en la historia hasta que vuelve a resurgir en los tiempos modernos, sobre todo en el siglo XVIII con los reyes del «despotismo ilustrado» y con la Revolución Francesa. Ambos movimientos coinciden en asignar un fin político a la educación, la cual subordinan a los fines de la nación o del Estado”.

En la actualidad se advierte en algunos países la intención de promover, mediante la educación, la mentalidad favorable a una sociedad totalitaria (todo en el Estado). Se promueve un igualitarismo que suprime premios y castigos, tratando de uniformar las diferencias naturales asociadas a cada individuo. Como el colectivismo se opone al individualismo, se interpreta que individualismo implica necesariamente egoísmo, tratando de hacer resurgir sociedades de tipo comunista o nacionalsocialista. Georg Hegel escribió: “Sólo en el Estado tiene el hombre existencia racional. Toda educación se endereza a que el individuo no siga siendo algo subjetivo, sino que se haga objetivo en el Estado. Un individuo puede, sin duda, hacer del Estado un medio, para alcanzar esto o aquello; pero lo verdadero es que uno quiera la cosa misma, abandonando lo inesencial. El hombre debe cuanto es al Estado” (De “Lecciones sobre la Filosofía de la historia universal”).

Entre las finalidades sociales aparece el objetivo de lograr que el niño y el adolescente adquieran cierta capacidad para valerse por sí mismos, en lugar de tener que depender de la tutela de quienes dirigen al Estado. Lorenzo Luzuriaga escribe sobre Pestalozzi: “Las relaciones sociales y las condiciones sociales constituyen el objeto fundamental de su obra más celebrada, «Leonardo y Gertrudis». En ella da cuenta de sus experiencias pedagógicas para educar a los niños abandonados en una forma humana. Su finalidad era «poner a los niños pobres en la situación de salir por sus propias fuerzas de la incapacidad de una situación enteramente insatisfactoria y de ponerles en camino de goces vitales que les parecían muy alejados de su estado actual». No era ésta, sin embargo, una obra caritativa, como tantas otras, sino una labor estrictamente educativa y social”.

El fin cultural de la educación debe estar inserto en el proceso de la evolución cultural de la humanidad, previendo mayores niveles de adaptación respecto del orden natural, que conlleva una mejor adaptación a la propia sociedad, tanto si se identifica con ella como si no lo hace. “El fin cultural de la educación consiste en introducir al ser juvenil en el mundo de la cultura, en hacérselo asimilar en una forma activa. En este sentido, la educación sería el aspecto subjetivo de la cultura. Pero al mismo tiempo, la cultura necesita del hombre para subsistir, para ser viva y actual. Esta vivificación o animación de la cultura constituye el aspecto objetivo de la educación. Finalmente, la cultura debe transmitirse de una generación a otra para que no se pierda en cada generación que nace, y esto forma el aspecto histórico de la educación cultural”.

La educación se imparte en forma individual, dirigida a todos y cada uno de los individuos que conforman un grupo. “El siglo XIX acentuó el carácter individualista de la educación, sobre todo con Herbart y Spencer. Después surgió como reacción la finalidad social de la educación. Y en la actualidad existe una marcada divergencia entre los que anteponen en la educación la sociedad al individuo y los que, inversamente, anteponen el individuo a la sociedad”.

Es importante tener presente que la educación debe favorecer el desarrollo óptimo de las potencialidades individuales. Lo que se opone a la tendencia igualitarista que pretende cierta uniformidad para proteger al envidioso ante el éxito de quienes lo puedan superar. Aquí debemos tener presente la expresión de Ralph Emerson: “Todas las personas que conozco son superiores a mí en algún sentido. Y en ese sentido puede aprender de todas”. Por otra parte, Bertrand Russell escribió: “Lo que quiero que se entienda es que el sistema educativo que debemos aspirar a implantar en lo futuro es el que da a cada niño una oportunidad para obtener lo mejor que existe…Sería desastroso insistir en un nivel absurdo de uniformidad” (De “Ensayos sobre educación”).

En cuanto a la finalidad vital, Luzuriaga escribió: “La finalidad vital de la educación la ha reconocido la pedagogía actual al convertir la escuela tradicional del aprender intelectual en la escuela del aprender a vivir. Así la escuela se ha transformado en «comunidad vital» donde los alumnos son atendidos en todos los aspectos de su vida y donde ellos a su vez participan en la vida de aquélla”.

A las distintas finalidades mencionadas, podría agregarse la educación económica, en la que debe sugerirse que debemos producir más de lo que consumismos y que igualdad social implica no sólo tener iguales derechos, sino también iguales deberes. No debe aceptarse que la clase media, la de los empresarios, tiene la obligación de producir para el resto de la sociedad ni tampoco que el Estado debe redistribuir esa producción, para luego culpar por la pobreza a la clase productiva que no produjo lo suficiente. El primer culpable de la pobreza es el que produce menos de lo que consume y los que renuncian a ser empresarios y crean una mentalidad favorable para el subdesarrollo y la miseria. Si se combate al empresariado, no sólo estamos realizando un tipo de discriminación social sino que estamos destruyendo las bases económicas de la sociedad amparando el sufrimiento moral de los envidiosos y estimulando el ascenso de nefastos tiranos populistas y totalitarios.

Se combate al sistema capitalista, o economía de mercado, aduciendo que se trata de un sistema basado en la “competencia y el egoísmo”, de ahí que se propone reemplazarlo por una economía socialista basada en la acción del Estado redistribuidor. En una economía de mercado, el control competitivo evita excesos; si no existiese competencia empresarial, predominarían los monopolios, con la consiguiente necesidad de control estatal. La ausencia de competencia empresarial (por la falta de empresarios) es propia de los países subdesarrollados por cuanto la población ha estigmatizado al empresariado y la mayoría aspira a lograr algún puesto laboral en el Estado, generalmente realizando actividades improductivas. En realidad, quienes deben dejar de competir con los demás son los envidiosos y quienes los utilizan para lograr el poder absoluto a través del Estado totalitario.

Las tendencias totalitarias todavía tienen muchos adeptos, si bien puede afirmarse que la democracia política y la económica (mercado) son los sistemas “menos malos”. William H. Kilpatrick escribió: “Comienza ahora a surgir claramente que cada tipo de visión del mundo reclama su tipo de educación consecuente. El autócrata quiere secuaces dóciles; por lo tanto desea un tipo de educación para formar docilidad y obediencia. La democracia desea que toda la gente sea a la vez capaz y deseosa de juzgar sabiamente por sí misma y para el bien común en lo que respecta a la política que se debe aprobar; en consecuencia buscará un tipo de educación que forme en su pueblo una ciudadanía responsable, pensante, imbuida del bien público”.

“La decisión del dictador es terminante. Puede consultar si lo desea, pero no necesita hacerlo; si lo hace, elige a quien consultará y toma sus decisiones como mejor le parece. Luego dice a su pueblo lo que debe pensar y hacer. Para esto puede usar la radio, la prensa, el cine, todo lo cual controla en forma absoluta para estar seguro de que no se formulan opiniones contrarias. Para conseguir el apoyo de su pueblo puede intimidarlo o asustarlo o puede «echar arena en los ojos» y confundirlo; o puede engañarlo deliberadamente con respecto a sus finalidades y propósitos reales. Hitler y Mussolini hicieron a veces estas cosas. Lenin, que precedió a ambos, fue más explícito: «Los comunistas tienen que estar preparados si es necesario, para recurrir a toda clase de planes astutos y estratégicos, para emplear métodos ilegales, para evadir y ocultar la verdad»” (De “Filosofía de la Educación”-Editorial Nova SA-Buenos Aires 1957).

Las posturas socialistas basan su ideología en la única forma de discriminación aceptada con naturalidad: la discriminación social. Mediante la misma se considera que todo empresario debe ser necesariamente un explotador laboral. Incluso muchos suponen que todo habitante de los EEUU necesariamente ha de ser “capitalista” cuando en realidad las preferencias políticas son diversas como en cualquier parte del mundo. De ahí nace otra discriminación aceptada con naturalidad; la de la nacionalidad estadounidense.

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