martes, 10 de junio de 2014

El peligro de la socialdemocracia

Respecto de los movimientos de tipo totalitario, podemos encontrar diferencias en cuanto a la forma en que acceden al poder. Así, mientras que nazis y fascistas mostraban sus planes en una forma más o menos abierta, los marxistas encubren sus planes adoptando actitudes opuestas a las que, una vez en el poder, pondrán en práctica. Este ha sido el caso de Fidel Castro, quien, luego de dos años de gobierno, recién manifestó sus intenciones de implantar el socialismo. Tal demora se debió a la búsqueda de apoyo en distintos sectores bajo la aparente intención de establecer un sistema democrático luego del derrocamiento de Fulgencio Batista, traicionando de esa forma a gran parte de los combatientes.

Ante las dificultades que implica un movimiento revolucionario armado, los políticos totalitarios adoptan un disfraz democrático para ocultar sus verdaderas intenciones. De ahí que a la población le resulte dificultoso prever si un político autodenominado socialdemócrata tratará de mejorar las cosas luego de una posible victoria electoral, o bien intentará establecer un sistema totalitario en cuanto las circunstancias se lo permitan. Este ha sido el caso de la Venezuela chavista, mientras que en la Argentina kirchnerista pareciera que el peligro totalitario tiende a desparecer, principalmente por el creciente deterioro económico y social. “La repetición –decía Napoleón- es la figura retórica más grande. Un error indefinidamente repetido penetra en las inteligencias como una verdad irrefutable”.

Si un candidato manifiesta ser liberal, seguramente perderá las elecciones, por cuanto las difamaciones personales y las distorsiones de la verdad, surgidas desde el marxismo, tendrán una gran influencia en la opinión pública. De ahí que los candidatos manifestarán cierta adhesión a la socialdemocracia (democrática en política y socialista en economía). Como la población intuye este disfraz, es posible que no sepa distinguir a quienes digan la verdad. De ahí el riesgo de un país de caer bajo un sistema totalitario de cuyo encierro no podrá salir durante bastante tiempo. Recordemos que la estrategia del engaño y la traición le permitió a Castro usurpar el poder desde el año 1959. Alain Peyrefitte cita un razonamiento frecuente en la Francia de los 80: “De Gaulle, Pompidou, Giscard, trataron de reformar y, por ende, de cambiar la sociedad. Pero ninguno de ellos pretendió cambiar de sociedad. Se contentaron con regir la que tenían a su cargo. Mitterrand, sin que nadie le haya autorizado, conduce a Francia hacia un colectivismo marxista que los franceses no han deseado nunca ni tolerarán jamás. Por eso le desautorizan en cada elección parcial. Por eso transforman sus ciudades en «poblaciones muertas» cuando visita la provincia…”.

Comenta luego: “La gran superioridad de Mitterrand sobre Giscard fue que empleaba un lenguaje lírico, expresado por el ademán, el tono, la mirada, y no un lenguaje racional que presumiese la comprensión exacta de los términos. Este lirismo se apoyaba en algunas palabras de uso constante, dotadas de una fuerte carga emocional, aunque de significación incierta. La «izquierda» (sinónimo de «generosidad», de «libertad», de «igualdad») en oposición a la «derecha» (sinónimo de «privilegios», de «reacción», de «injusticia»). Los regímenes «socialistas» son de «izquierda» y, por ende, significan «progreso», «justicia», «bienestar» del «pueblo» (aunque, de hecho, provocan penuria y regresión). Los regímenes «capitalistas» son de «derecha» y simbolizan, pues, «el egoísmo» rapaz de las «clases adineradas» (aunque traigan para todos la elevación del nivel de vida)”.

El socialdemócrata “peligroso” es el que busca, en forma premeditada y prioritaria, la destrucción del capitalismo, ya que para ello, inevitablemente, debe previamente destruir a la nación y sus instituciones. El socialdemócrata “bien intencionado”, por el contrario, reproducirá los defectos propios de las economías socialistas, y podrá ser destituido electoralmente cuando las cosas no funcionen bien. El citado autor agrega: “El Partido Socialista, a semejanza del Comunista, es un partido de teóricos. Produjo una literatura muy abundante. Todos los ciudadanos deberían conocerla. Para interpretar los hechos, hay que descifrar ante todo los textos”. “Estos textos tienen un peso político muy grande. Implican movimientos doctrinales que revelan –desde 1920 para el Partido Comunista y desde 1971 para el nuevo Partido Socialista- una asombrosa continuidad sobre el objetivo esencial: extirpar el sistema «capitalista» que es intrínsecamente perverso. Casi no existe ninguna diferencia doctrinal entre los dos partidos, pero las hay, y muy grandes, en la táctica y en los métodos”. “Incluso antes de negociar el Programa común, François Mitterrand había definido así el programa socialista: «La principal aportación teórica que la inspira es y seguirá siendo marxista»”.

También cita otra expresión del ex-presidente francés: “Os digo que el que no acepte la ruptura, el que no consienta la ruptura con el orden establecido, con la sociedad capitalista, no puede ser miembro del Partido Socialista” (De “Cuando la rosa se marchite…”-Plaza & Janés SA Editores-Barcelona 1983).

La única protección que tiene una sociedad democrática respecto de la socialdemocracia totalitaria, o socialcomunismo, es el deterioro económico que hace recapacitar a la sociedad. Por el contrario, cuando se logran resultados aceptables, seguramente se debe a que se busca una mejora de la sociedad, por lo que no ha de recibir críticas del sector “capitalista”.

Mientras que el marxismo-leninismo proponía la expropiación de los medios de producción por métodos violentos, la socialdemocracia propone la expropiación de las ganancias de tales medios, mediante los impuestos. Alain Peyrefitte escribió: “Los socialcomunistas creen que los impuestos producen tantos más ingresos cuanto más elevado es su índice. Ahora bien, la experiencia demuestra que, más allá de cierto índice, el rendimiento de los impuestos disminuye. En la cima de la «curva de Laffer», los ingresos y el índice de imposición se hacen inversamente proporcionales; cuanto más se eleva éste, más bajan aquéllos”.

“El patrono, abrumado por las cargas y los impuestos, inquieto por el futuro, renuncia a invertir sus ahorros en gastos que, ciertamente, serían creadores de empleos y de riqueza, pero, para él, también de muchas angustias. ¿A cambio de qué beneficio? ¿Por qué no consumir, o jugar a la Bolsa, lo que le quede? Bajo régimen laborista, los patrones ingleses se compraban ostensiblemente un «Rolls» o un coche de carreras, antes que hacer una inversión condenada por la política fiscal del Labour”.

“La baja espectacular de la inversión privada es más grave que un estancamiento general o que el crecimiento cero. Manifiesta la desconfianza de empresarios traumatizados por la gestión socialista y preludia un retroceso del aparato económico. Más que sobre el capital, el potencial de un país se apoya en la audacia, el deseo de hacer las cosas bien y la voluntad de triunfo de todos y en particular de los dirigentes y de los cuadros. El aumento de los impuestos, la exageración de los poderes sindicales, la lucha de clases, desaniman a los empresarios de emprender nuevos negocios”. “Un artesano cerrajero vino a pedirme que le ayudase a encontrar un empleo como asalariado. Ante el aumento de las cargas, renunciaba a su libertad de «patrono». Me mostró sus declaraciones de renta y sus hojas de tasas de impuestos: como asalariado, ganaría más dinero y trabajaría mucho menos. Podría darse una buena vida. Como era un profesional excelente, no le costó encontrar empleo. Su obrero no tuvo la misma suerte. Fue despedido. Pesará sobre la colectividad como parado”. “La igualdad tampoco saldrá bien parada. Después de una declaración de quiebra, los obreros que llenarán la agencia de colocaciones verán reducirse su nivel de vida mucho más que sus aliviados patronos. Las desigualdades no habrán sido nunca tan escandalosas. ¿Puede permitirse el socialismo engendrar lo contrario de lo que prometía?”.

La economía ineficiente es sólo un aspecto negativo por el cual debe temerse el arribo al poder de un socialdemócrata “auténtico”, ya que, como todo marxista, no abandona la posibilidad de transformar la sociedad mediante la ideología respectiva. Robert Moss escribió al respecto: “En su opinión [la de un socialista], a la política no le conciernen los «compromisos y regateos» y a la búsqueda de un «consenso espurio». La función del gobierno –y sobre todo de un gobierno socialista- es «imponer su escala de valores a la sociedad». Su rol es creativo: consiste en moldear la sociedad, en la medida de lo posible, a su imagen y semejanza. Los socialistas no deben considerar tímidamente esta perspectiva, no deben preocuparse por las acusaciones de que desean ejercer poderes dictatoriales: tienen que agruparse y marchar hacia delante «con un dejo de arrogancia» -estuve a punto de agregar «con la confianza de un sonámbulo»-”.

“Ahora bien. Lo que es notable y a la vez característico en este artículo, es el concepto de que el gobierno en una sociedad democrática se preocupe por imponer una escala de valores –por obligar, si fuera necesario, a aceptarlos a un público manso y recalcitrante que está cavilando despaciosamente respecto de sus propios intereses materiales-. Es obvio que estos valores, sean cuales fueren, no surgen espontáneamente de las tradiciones de la sociedad británica, hay que desechar totalmente tal idea. Va a ser necesario transcribirlos en una hoja de papel, convertirlos en ley y hacer que los aplique, si es preciso, la policía. Siento la irresistible tentación de remitirme a la magnífica réplica de Burke a los jacobinos de Francia: «No concibo que un hombre pueda llegar a tal grado de presunción como para considerar que su país no es más que una hoja en blanco sobre la cual puede grabar cuanto le plazca»”.

“Muchos socialistas están diciendo lo que otras clases de colectivistas han dicho en el pasado, ya fuera en nombre de la razón de Estado, del Profeta Mahoma o del Reich de Mil años. Lo notable es que los colectivistas de reciente aparición en Gran Bretaña y otras sociedades occidentales sostienen, en su mayoría, que sus opiniones son compatibles con un sistema democrático. Esto es verdad, pero solamente cuando se elimina la confusión que se ha producido en la mente de muchas personas y se introduce un factor tiempo que rara vez se menciona. Los colectivistas de diferentes matices –socialistas, comunistas, nazis, etc.-, que quieren imponer a la sociedad una escala de valores, pueden lograr sus objetivos a través de la maquinaria democrática, y ya lo han hecho antes en diversos lugares. Pero lo que hacen importa la destrucción sistemática de la democracia liberal”.

“Esta destrucción del pluralismo en el sentido social, económico e intelectual, con el transcurso del tiempo producirá también, probablemente, si no se le opone resistencia, el colapso del pluralismo político. La maquinaria democrática quedará entonces reducida –si es que resta algo de ella- a la ciega obediencia al régimen establecido por la nueva oligarquía. En otras palabras, la transición de la democracia liberal a la democracia de masas puede quizás terminar con la absoluta desaparición de cualquier clase de democracia” (De “El colapso de la democracia”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1977).

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