martes, 25 de marzo de 2014

Cuando la patria no es lo importante

La persistente decadencia de la Argentina se advierte en la ausencia de patriotismo, tanto en el ciudadano común como en quienes se dedican a la función pública. Son minoritarios los ejemplos de quienes se dedicaron seriamente a mejorar el bienestar y la seguridad de toda la población en lugar de hacerlo respecto a sus ventajas personales en su desempeño público. Esta conclusión se extrae al considerar las acciones de los hombres y no así sus repetidas declamaciones a favor de los pobres, o de la patria, supuestos destinatarios de su labor. Nicolás Berdiaeff escribió: “En el patriotismo, la vida emocional es más espontánea, más natural; representa, ante todo, una expresión del amor de los hombres por su patria, su tierra, su pueblo. Incontestablemente, el patriotismo es un valor emocional que no exige racionalización. La ausencia total de patriotismo es un fenómeno anormal, un defecto” (De “Reino del espíritu y Reino del César”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1953).

Entre los personajes más populares y representativos del país encontramos a Eva Duarte de Perón, quien alguna vez compró en Holanda, para “obsequiar” a sus amados obreros, 5.000 pistolas y 1.500 ametralladoras, previendo una eventual defensa del gobierno peronista. El odio hacia el sector opositor era tan grande que justificaba incluso la violencia a gran escala. Desde el otro sector, la respuesta llegó, en cierta ocasión, con bombardeos indiscriminados en Plaza de Mayo, que tenían como objetivo la Casa de Gobierno, pudiéndose haber procedido de una forma menos violenta, o no violenta.

Se puede seguir enumerando toda una serie de errores cometidos en el pasado, lo cual puede resultar instructivo para no seguir cometiéndolos, si bien lo importante consiste en encontrar la causa principal de tal decadencia, que podemos sintetizarla en el predominio del egoísmo sobre la actitud cooperativa destinada al resto de la sociedad, ya que patriotismo no implica amar a un suelo o a un paisaje, sino a los seres humanos que lo habitan.

Resulta oportuno observar ejemplos positivos que nos brindan otros países que atravesaron circunstancias similares en las que las divisiones internas fueron superadas una vez que el sentimiento patriótico significó más que el efímero éxito personal de los políticos de turno. Podemos tomar como ejemplo a la India de Gandhi y de Nehru, quienes supieron conquistar la Independencia de su país del dominio británico para luego conducirlo. En un primer momento, y luego de observar muchas escenas en donde ambos líderes aparecen juntos, nos da la sensación de que pensaban cosas similares y que por ello pudieron alcanzar el éxito en su emprendimiento. Sin embargo, ocurrió lo contrario; ya que hubo serias divergencias ideológicas que pudieron superarse gracias a que el patriotismo predominaba en ellos por encima del egoísmo que pudieran tener. En la Argentina, no debemos esperar que todos los políticos piensen idénticas cosas, ni que dejen de lado todo egoísmo personal, sino que anhelamos que el patriotismo lo supere ampliamente.

Respecto de los líderes mencionados, Jorge Fontevecchia escribió: “Para modificar tanto atraso, lucharon dos hombres a los que todo separaba: Nehru y Gandhi. Nehru era un racionalista al que consternaba la costumbre de sus compatriotas de no salir de sus casas los días de malos augurios. Era un idealista que soñaba en conciliar dos regimenes contrapuestos: la democracia parlamentaria inglesa y el socialismo económico de Marx”.

“Nehru era un gentleman que, a regañadientes, vestía un sencillo khadi de algodón por deferencia a Gandhi. Odiaba a la religión, cuando la esencia misma de Gandhi era su inquebrantable fe en Dios. Su carácter ardiente estaba en la antípoda de la no violencia que prescribía Gandhi. Profesaba un verdadero culto a la literatura, la ciencia y la técnica, que para Gandhi eran «las brujas responsables de la infelicidad de toda la humanidad». Y siempre había considerado irracionales las grandes iniciativas de Gandhi, como la desobediencia civil o la Marcha de la Sal (procesiones populares a las costas en búsqueda de sal marítima casera para boicotear la que vendían los ingleses), a las que había acatado sólo por afecto a él, pero reconociendo más tarde que el Mahatma terminaba teniendo razón aunque no pudiese comprender por qué. Nehru necesitaba apoyarse en la presencia tranquilizadora de Gandhi para superar las crisis que generaba su ardiente personalidad”.

“El darshan, esa transmisión de influencia espiritual benéfica a través de una corriente indefinible, también era lo que, pese a todo, unía a Nehru con Gandhi. Nehru se amargaba cuando Gandhi sostenía que «la ciencia no debe regir los valores humanos, la verdadera civilización no es la multiplicación indefinida de las necesidades del hombre sino, por el contrario, su deliberada limitación». «La salvación de la India –sostenía Gandhi- reside en desaprender todo lo que [la ciencia] ha descubierto en los últimos cincuenta años». Nehru quedaba perplejo cuando le decía a Gandhi: «Bapujui [padre], no comprendo, ¿cómo puedes haber dicho esto la semana pasada y afirmar hoy todo lo contrario?». «Ah –contestaba Gandhi-, es que he aprendido mucho desde la semana pasada»”.

Quizás no exista actitud más deshonesta que la de pedir dinero prestado para luego no devolverlo, incluso culpando al prestamista por haber obrado de “mala fe”. Esta es la actitud predominante en un importante sector de políticos y ciudadanos argentinos. Incluso se considera legítimo tergiversar las estadísticas oficiales de la inflación para pagar menos intereses a los accionistas que compraron bonos estatales ajustados por el índice de precios. Gandhi, como era de esperar, actuaba en una forma opuesta en ocasiones similares. El citado autor escribió: “El concepto de disciplina es diferente en la India que en la Argentina: Mahatma Gandhi realizó su última huelga de hambre para que su país cumpliese el compromiso de pagarle a Pakistán una deuda de quinientos millones de dólares en 1947, porque el gobierno indio, ya independiente, se negaba a hacerlo con el razonable argumento de que con ese dinero Pakistán compraría más armas para la guerra que enfrentaba a ambos países por Cachemira (y los sigue enfrentando casi sesenta años después). Gandhi sostenía que la India debía dar un ejemplo moral y cumplir con la deuda. El gobierno indio, con tal de que no falleciera su padre de la patria, aceptó realizar el pago” (De “Entretiempo”-Editorial Aguilar-Buenos Aires 2005).

Para la mentalidad argentina, Gandhi sería considerado un anti-patria, o un traidor, lo que no debería asombrarnos si se tiene en cuenta que un importante sector de la sociedad admira a Perón, Eva Perón y al Che Guevara. Si se rechaza a quienes predican la no violencia y la moral, necesariamente se acepta a los que promueven los antagonismos y la violencia. Mientras que la India logró revertir la situación de extrema pobreza que sufría su población (aunque no del todo), la Argentina mantiene la tendencia decadente propia del subdesarrollo cultural.

Mientras que en los países serios se sobreentiende que las decisiones gubernamentales deben ser compatibles con la moral elemental, en los países conducidos por gobiernos populistas se actúa según el criterio de la legitimidad que otorga “el menor nivel delictivo”, o “la menor incapacidad de gobierno”. Cuando se le preguntó al ex diputado venezolano, chavista, Modesto Guerrero acerca de si existía independencia de la justicia en su país, afirmó tranquilamente: “No hay justicia independiente, pero nunca antes la hubo”. De ahí que no se considera que sea un síntoma de tiranía tal dependencia, ya que se puede justificar por comparación con otras situaciones supuestamente peores. En la Argentina, cuando se habla de la inflación, que puede llegar a niveles muy elevados si no se hace nada, se la justifica aduciendo que “es mucho menor que la de los años 80”, o que “estamos mejor que durante la seria crisis del 2001”.

Cuando predomina el egoísmo sobre el patriotismo, puede existir un débil nivel de patriotismo, aunque no el suficiente para las exigencias del momento. En cambio, los gobiernos populistas, como el peronismo y el kirchnerismo, al promover el odio colectivo, utilizan a medio país para que ataque a la otra mitad; porcentajes más, porcentajes menos. Es decir, no sólo predomina el odio y el egoísmo, sino que ni siquiera existe nivel alguno de patriotismo. Por algo la propia Constitución califica de “infames traidores a la patria” a quienes pretendan dominar desde el Poder Ejecutivo al Legislativo y al Judicial. El citado autor escribió: “Las democracias primitivas e imperfectas, donde el presidente acumula un poder omnímodo en detrimento del Congreso y la Justicia, producen ciertas similitudes con los sistemas totalitarios que se dieron en el mundo marxista, donde se desarrollaron en mayor proporción personalidades como Stalin, Mao, Ho Chi Minh o Fidel Castro”.

Para colmo, los líderes populistas tratan de convencer a la población que se preocupan mucho por ella. Jorge Fontevecchia agrega: “El colmo de la omnipotencia es la semiomnipotencia. No sólo pretende esclavizar a su dependiente sino que le reclama que lo llame liberador y le agradezca lo mucho que hace por él”. “El resentimiento –volver a sentir- es la falta de capacidad para dejar atrás el pasado, envenenando el presente y corrompiendo el futuro. Si se derrocha el tiempo, se derrocha el capital más precioso. No hay ejercicio de mayor soberanía que ejercer soberanía sobre el tiempo”.

Mientras que el patriotismo impulsa las acciones del político que busca orientar la vida social de los individuos pensantes y racionales, la ausencia de patriotismo motiva las acciones del demagogo que busca dirigir la vida del hombre-masa, a quien se supone exento de atributos individuales. Nicolás Berdiaeff escribió:

“El mundo entra en la era del cesarismo, el cual, como todo cesarismo, tendrá un carácter plebeyo muy marcado, representando el levantamiento plebeyo contra el principio aristocrático en la cultura. Un líder contemporáneo puede ser el precursor de un nuevo César; es un líder de las masas populares y ha sido exaltado psicológicamente por las colectividades contemporáneas. El líder gobierna a las masas mediante la demagogia y, sin ella como instrumento, es completamente impotente y puede ser derrocado; sin ella nunca habría llegado al poder. El líder depende por completo de las masas, a las que gobierna despóticamente, depende de la psicología de la colectividad, de su emotividad y de sus instintos. El poder de los líderes descansa por entero sobre el subconsciente, juega siempre un papel preponderante en las relaciones de gobierno. Pero lo sorprendente es que en el mundo contemporáneo el poder que se basa en el subconsciente y lo irracional usa métodos de extrema racionalización y tecnización de la vida humana; realiza una planificación racional estatal no solamente de la economía, sino del pensamiento humano, de la conciencia humana e incluso de la vida privada, sexual y erótica. La racionalización y tecnización contemporáneas están dominadas por instintos subconscientes e irracionales, instintos de violación y de dominación” (De “El destino del hombre contemporáneo”-Editorial Pomaire-Santiago 1959)

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