miércoles, 5 de febrero de 2014

La actualidad del pensamiento de Agustín Álvarez

Puede decirse que un escrito es atemporal cuando mantiene vigencia aún en un futuro distante, tal el caso de los libros que se fundamentan en el comportamiento básico de los hombres, aspecto que esencialmente no cambia durante el transcurso del tiempo, excepto por las modas y las circunstancias de cada época. Tal es el caso del sociólogo Agustín Álvarez (1857-1914), cuyo primer centenario de su fallecimiento se cumplirá el 15 de febrero de 2014. Nacido en Mendoza, sobrevive al terremoto de 1861, aunque no sus padres. En su obra aparecen críticas a los políticos y a la sociedad de su tiempo, señalando el camino para superar los obstáculos que impiden un progreso sostenido. José Ingenieros escribió:

“Era un escritor social y un moralista. Los problemas políticos se reducían, en suma, para él, a problemas morales; creía imposible su solución mientras no se creara un nuevo mundo moral que subvirtiese los valores presentes. La democracia, el parlamentarismo, el sufragio, parecíanle ficciones o fantasías en pueblos incapaces de libertad. Esta fuerza moral es imposible de crear en los hombres por el simple reconocimiento escrito de sus derechos electorales; exige un nivel intelectual que permita comprender los asuntos de interés público y requiere una larga práctica que establezca nuevas costumbres, antitesis de la improvisación” (De “Sociología argentina”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1946).

En la Argentina estamos acostumbrados a que los gobernantes pocas veces reconozcan sus errores, ya que se escudan en sus “buenas intenciones” atribuyendo a los opositores un “sabotaje” a su gestión. De ahí que sea frecuente que los políticos populistas gasten desde el Estado bastante más de lo que éste recibe, cubriendo el faltante con emisión monetaria, produciendo una inflación cuyos efectos empeoran la situación que se quiso solucionar. Agustín Álvarez escribía al respecto:

“Dividir a los hombres en bien intencionados y mal intencionados es un progreso, sin duda, con relación a la antigua división en patriotas y traidores que, por mal de nuestros pecados, todavía sobrevive en algunos espíritus demasiado al natural. Desgraciadamente, para que el patriotismo o la buena intención sirvan de algo, es necesario que las consecuencias de un acto no dependan del acto mismo, sino de la intención del agente, y no es esto lo que sucede en la realidad de las cosas, sino todo lo contrario. Una vez producido el acto, es un hecho con existencia y atributos propios, no reglados por la voluntad del agente sino por la naturaleza de las cosas; ni el patriotismo ni la intención pueden suprimir, ni aún suspender, la menor consecuencia del hecho mismo”. “Del mismo modo que la justicia no consiste en saber lo que a cada uno le corresponde, sino en dárselo efectivamente, el buen gobierno no consiste en la sabiduría verbal de los discursos, programas y manifiestos sino en el resultado de los hechos. Lo que realmente importa, para el bien o para el mal, no es la intención de los actos, sino sus consecuencias”.

“El patriotismo que mata, la buena intención que arruina, son calamidades peores que la peste, bien que sirvan, y acaso por eso mismo, para tranquilizar la conciencia de un egoísta, que, con tal de evitarse hasta el remordimiento de los males que causa, llega hasta echarles la culpa a sus propias víctimas. Sacar del gobierno todos los beneficios posibles, cargar a los gobernados con todos los perjuicios consiguientes, y hasta con el remordimiento de los actos propios, es lo más sudamericano que pueda darse, y bien que pueda parecer excesivo ante el falso concepto de la humanidad que han fabricado los filósofos de gabinete, se ajusta por completo a la máxima fundamental de la psicología positiva: el hombre busca el placer y huye el dolor, con el menor trabajo posible”.

En cuanto a la creencia de que las leyes establecidas por los políticos deben tomar un puesto preeminente, aun sobre las leyes naturales, nuestro autor escribe: “Las palabras de nuestro vocabulario constitucional desempeñan en las leyes, en los discursos, en las proclamas y en los manifiestos sudamericanos el mismo rol importantísimo que desempeñaban los dioses del olimpo en la vida práctica de los antiguos griegos; del mismo modo que éstos descolgaban a Marte de su templo y se lo llevaban al campo de batalla para combatir contra los persas, nosotros sacamos en procesión una declaración de derechos en el papel y una lista de principios abstractos para acabar una vez más por todas con los abusos en concreto. Y así como los indolentes griegos poblaban de dioses, semidioses y héroes su país, y se abandonaban a su protección, así nosotros transplantamos instituciones, dictamos leyes y proclamamos teorías y principios abstractos, esperando que de su propia virtud nos venga el bien, la salud y la perfección: dictar leyes y echarse a dormir es el ideal de los climas tibios y de los ciudadanos que duermen la siesta”.

“No son las leyes escritas en el papel, que admite lo que le pongan, la medida del estado de civilización de un pueblo, sino su conciencia y su razón, porque todo depende, a lo menos en las leyes políticas, de ese juez doméstico de las acciones y de su asesor, que disciernen lo que es bueno y lo que es malo, que son los legisladores soberanos de las costumbres –llamadas segunda naturaleza- sin duda para indicar que son más fuertes que la ley, en el modo en el que las cosas predominan sobre las palabras, sin preocuparse siquiera de si las acompañan o andan por otro lado”. “En efecto, cuando la ley es producto de la costumbre, las dos marchan juntas y acordes; pero cuando la costumbre es propia y la ley es prestada, y fruto de una razón y de una conciencia más adelantada, es como cuando un chico se pone el traje de una persona mayor; a simple vista se nota que el difunto era más juicioso”.

Respecto a los partidos políticos y sus vicios, escribió: “Nuestros partidos, que no pueden sacar en procesión sus virtudes, hacen, sin embargo, gran negocio enarbolando al tope los macanazos de sus adversarios; como los curanderos de aldea que hacen su reputación no por actos positivos, sino explotando los descalabros de sus rivales, pues como dice Petit-Send hay quienes pretenden lavarse con el lodo, que es el alegar las malas acciones de los otros para justificar las propias”.

“Precisamente una de las cosas más graciosas de estos países de media civilización, con tonada patriotera, es la admirable inconsciencia de las barbaridades propias, en cuya virtud los mismos que han cometido todo género de tropelías en el poder, agotan con el mayor desparpajo el vocabulario de improperios, al menor desacierto de sus sucesores, y a cualquier cosa le llaman escándalo sin precedentes, como si fuera posible que en Sud América, después de agotada la materia, pudiese haber aún escándalos nuevos”.

En cuanto al medio social que favorece el accionar delictivo, escribió: “Cada individuo está metido en la sociedad con sus leyes como el tornillo en la rosca. Si los diámetros respectivos se corresponden, las dos piezas forman como una sola; si no se corresponden y la diferencia es poca, la acomodación se alcanza por medio de la policía, si la diferencia es mucha, el individuo es lo que los sociólogos modernos llaman un inadaptable, y entonces, si el medio ambiente es rígido, él va a la cárcel enseguida. Pero si el medio ambiente es blando, si no hay carácter ni sentido moral, entonces es la rosca, son las leyes las que se deforman y la sociedad se adapta al bellaco como un álamo a un clavo, como un pié a una espina. El empresario de atropellos, el juez prevaricador, el funcionario coimero, el defraudador, el cuatrero y el contrabandista existen por la naturaleza de las cosas y no pueden ser eliminados con martillazos en la herradura. Es inútil decretar que los hombres se porten bien allí mismo donde encuentren de hecho mayores ventajas, honores y preeminencias en portarse mal. Los ociosos y corrompidos son inquilinos del país como los gusanos y la polilla son inquilinos de la madera, y así como hay maderas fáciles para los gusanos, hay países propicios al juego, a la pereza, al fraude y a la disipación” (Citado en “Perfiles del apóstol” de Pedro C. Corvetto-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 1934).

Dante Ramaglia escribió: “El modo particular en que Álvarez aborda la problemática nacional sigue centrado en el necesario proyecto de modernización, pero en su planteo las categorías opuestas civilización/barbarie se elaboran de manera diferente. Desde la psicología social en que se enmarcan sus análisis, la civilización y la barbarie representan fuerzas que operan en la conciencia de los sujetos y se reflejan en la mentalidad colectiva. Lo que constituye el carácter de un pueblo son las costumbres que los individuos reciben del medio social en que se forman, arraigadas como una «segunda naturaleza» en el hombre y por esto influyen en sus formas de actuar, de sentir y de pensar. Señala también que las costumbres resultan modeladas a través de las ideas y sentimientos, en cuanto estas facultades muestran la capacidad propiamente humana de modificar el ambiente natural donde vive y, simultáneamente, de mejorarse a sí mismo. Cada pueblo o raza –en el sentido equivalente que otorga a estos términos- es un producto de las ideas, sentimientos y costumbres que configuran su idiosincrasia singular, cuyo valor está en relación con el proceso de alcance universal que representa la civilización” (De “El pasado y el presente”-Ediciones Culturales de Mendoza-Mendoza 1998).

Respecto de la conducta humana, Agustín Álvarez escribió: “El conjunto de actos positivos o negativos, corporales o espirituales de un individuo se llama su conducta. Son regidos por la ley de causalidad y participan de la naturaleza del agente; llevan, por decirlo así, su sello personal. La circunstancia de que el sujeto conoce su acción, tiene conciencia de ella, que caracteriza estos actos, los distingue y separa de los demás fenómenos naturales. Se designan con la palabra moral. Unos y otros son buenos, malos o indiferentes relativamente a los seres sensibles. En éstos, es una ley buscar el placer y huir del dolor. Aquello pues, que le produzca placer, es bueno; lo que pesar, malo; lo que ni lo uno ni lo otro, indiferente”.

“Lo propio de los seres vivos es la acción. El resultado, el efecto de ésta o de su ausencia, se llama justo o injusto, según que, con arreglo a la ley de la persistencia de la fuerza, corresponda o no exactamente a aquéllas. La palabra justicia, equivale a la de acción justa. Es una noción abstracta que comprende lo que hay de común en las acciones justas de las cuales se desprende por comparación. La idea de una cosa concreta es igual en todos los hombres y sólo varía de unos a otros en cuanto al número de relaciones con que es adquirida o conservada. Las nociones abstractas son inaccesibles para muchos cerebros e ingresan en los demás con un número finito de matices, en la intensidad y modo”.

José Ingenieros escribió: “Tal fue el pensamiento de este ilustre argentino, tales sus doctrinas, su carácter, su obra, su vida. No tuvo dos morales, una para sí mismo y otra para los demás. Pensó su vida y vivió sus ideas, hasta la fecha de su muerte, 15 de febrero de 1914. Su vasta obra de pensador y de apóstol se levantó entera sobre los cuatro sillares inconmovibles de su espíritu: la libertad para la democracia, la ciencia para la vida, la moral para la educación y la justicia para la sociedad”.

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