viernes, 21 de septiembre de 2012

La libertad de expresión

Entre los atributos sociales más destacados del ser humano aparece su deseo de compartir algún tipo de información con el resto de las personas. Posiblemente ésta haya sido una mejora evolutiva de las tantas que han ido conformando nuestra naturaleza humana. La transmisión del conocimiento entre individuos, y entre pueblos, ha facilitado el progreso generalizado de la humanidad permitiéndonos una mejor adaptación al medio en que vivimos.

Cuando un individuo tiene una gran necesidad de compartir con los demás las últimas noticias, muestra la vocación de un periodista. Cuando tiene gran necesidad de compartir el conocimiento adquirido por el conjunto de la sociedad, se trata de un intelectual o de un docente. Aunque también hay casos en que se tiene la necesidad de compartir información que va más allá del interés y de la incumbencia social hasta llegar a la información asociada al ámbito estrictamente personal de los seres humanos, en cuyo caso decimos que se trata de un chismoso, actitud que seguramente tiene poco que ver con la ventaja evolutiva mencionada.

La circulación de información es un requisito básico de los organismos, de ahí que la sociedad se va conformando mediante ese intercambio. Si no existiese comunicación entre las partes, no podríamos hablar de una sociedad sino de un conjunto de individuos aislados. Wolfgang Wieser escribió: “Los elementos de un sistema deben «comunicarse» entre sí, deben desarrollar interrelaciones regulares coherentes. Esta necesidad de comunicación es fundamental e igualmente importante para sistemas físicos, biológicos o sociológicos. Sin comunicación no hay orden, sin orden no hay totalidad” (De “Organismos, estructuras y máquinas”-EUDEBA-Buenos Aires 1962).

La mentalidad generalizada de la sociedad se va estableciendo a través del libre intercambio de información entre individuos. Mediante la libertad de expresión, asociada a este proceso, podrán corregirse las ideas y las costumbres que no favorezcan a la sociedad, mientras que, cuando el Estado interviene persiguiendo de alguna forma a quienes no comparten el criterio de sus autoridades, implica una tendencia adversa a la libre expresión, por lo que tal mentalidad sufrirá perturbaciones respecto de su natural evolución. De ahí que en los países totalitarios se advierta una tendencia del individuo a encerrarse en si mismo y a ser poco comunicativo ante el miedo a una posible delación (acción de delatar) por parte de personas cercanas a su ámbito social o familiar.

Podemos mencionar el caso de un sacerdote católico que desde la Argentina retorna a la ex República de Checoslovaquia, una vez finalizada la etapa comunista, con la ilusión de poder predicar el cristianismo en su propio pueblo. Sin embargo, se encuentra con que la gente lo escucha con atención pero habla muy poco, seguramente por el todavía vigente temor a la delación que se mantenía vivo en la mente de muchos, por lo que tuvo que retornar al país. Respecto del sistema imperante en la ex-URSS, Michel Heller escribió:

“Las relaciones humanas que forman el tejido social se convierten así en un blanco privilegiado: se ataca la religión, la familia, la memoria histórica y la lengua. La sociedad es atomizada de una manera sistemática y metódica, de tal manera que el hombre se vea privado de los vínculos por él escogidos, en provecho de otros establecidos para él y aprobados por el Estado. El hombre se encuentra así absolutamente solo ante el leviatán del Estado. No le queda otro recurso, pues, que «fundirse en el colectivo», transformarse en una «gota de la masa» si desea salvarse de una soledad que lo aterroriza” (De “El hombre nuevo soviético”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1985).

En el ámbito de la política y de los gobiernos totalitarios, aparece una secuencia que se repite una y otra vez, con algunas diferencias, pero que esencialmente consiste en la siguiente secuencia:

1- Descalificar, perseguir y excluir a la prensa independiente.
2- Asociar a la prensa independiente cierta dependencia respecto de algún poder adversario a la nación.
3- Utilizar los medios económicos del Estado para la adquisición de medios periodísticos que luego actuarán en favor del partido gobernante.
4- Utilizar los medios de difusión estatales en beneficio del partido gobernante.

Entre los requisitos indispensables para el ejercicio de una democracia auténtica aparece una prohibición expresa a una posible reelección contemplando, justamente, la posibilidad de que un gobierno, disponiendo del poder otorgado por los medios del Estado, los utilice a su favor de futuras campañas políticas con ventajas ciertas sobre sus adversarios.

La concentración de medios de difusión adeptos al gobierno se hace cada vez mayor, por lo que, con el tiempo, en la Argentina sólo quedará Internet como un medio más o menos a salvo del control gubernamental. En épocas del peronismo se promovió tal tipo de concentración. Marcos Aguinis escribió al respecto: “Cuando fue derrocado, la mitad de los ciudadanos esperaba su extinción, pero la otra mitad se empeñó en mantenerlo vivo. Pese a las ofensas que el líder y su entorno habían cometido contra las instituciones de la república, la libertad de expresión, el erario público, la autonomía universitaria, la independencia de la justicia y haber hartado con el culto a la personalidad, estimulado la delación, hundido en la cárcel a adversarios políticos, expulsado a científicos y artistas y hasta practicado impunemente la tortura, a pesar de ello, los fieles al régimen lo siguieron extrañando” (De “El atroz encanto de ser argentino”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2002).

Quienes observan con cierto asombro la campaña emprendida por el gobierno actual (2012) en contra de los medios de comunicación independientes y la campaña difamatoria y descalificadora de todo el que manifieste cierta oposición, parecen olvidar que tales tácticas son inherentes a todo gobierno totalitario. Marcos Aguinis agrega:

“La delación creció hasta convertirse en virtud, como en los regímenes totalitarios. El miedo se expandió hasta extremos desconocidos. Al mismo tiempo, se dilapidaban fortunas en una propaganda sin freno acerca de las pequeñas y grandes realizaciones gubernamentales o sobre los conmovedores méritos de Perón y de su esposa; la publicidad invadía la radio, el cine, la prensa escrita, las paredes, las tapias, los costados de los caminos”. “Creó el Fuero Policial para que el abuso de los comisarios leales gozaran de impunidad. Instituyó el «certificado de buena conducta» como requisito indispensable para buscar trabajo, viajar al exterior o inscribirse en la universidad; era una sutil manera de encadenar a todos los habitantes y desalentar cualquier protesta. Controló los medios de comunicación y no titubeó en expropiar el diario La Prensa, que lo criticaba. Llegó al extremo de exigir a las instituciones culturales que solicitaran permiso para publicar o reunirse”.

La explicación que puede darse respecto de la persona que adhiere a este tipo de gobierno es, simplemente, la existencia de cierto odio previo hacia la sociedad y que es estimulado por un líder. Cuando desde el Estado se trata de limitar la libertad de expresión mediante la descalificación sistemática y la venganza contra toda voz disidente, surgirán protestas por parte de quienes se oponen a la implantación de tal sistema totalitario. Esas protestas incluso podrán llegar a ser violentas, por lo que desde el Estado se las calificará como reacciones motivadas por el “odio”. En realidad, el odio y la división entre sectores son una práctica promovida por los políticos totalitarios mientras que quienes protestan sienten, en realidad, cierta repugnancia o asco. Friedrich Nietzsche escribió: “Sólo se odia al igual o al superior”, por lo que el sector que se opone a la pérdida de libertades esenciales rara vez se ha de sentir inferior a quienes incuban algún tipo malestar contra la sociedad y por el cual son motivados para intentar someterla.

Es oportuno decir que los resultados negativos del peronismo no fueron negados ni siquiera por sus partidarios, por la simple razón de que les daba vergüenza reconocer su adhesión al líder. Jorge Luis Borges escribió: “Quince años han bastado para que las generaciones argentinas que no sobrellevaron o que por obra de su corta edad sólo sobrellevaron de un modo vago el tedio y el horror de la dictadura, tengan ahora una imagen falsa de lo que fue aquella época. Nacido en 1899 puedo ofrecer a los lectores jóvenes un testimonio personal y preciso”.

“No hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas [señalaba Croce]. La observación es aplicable a nuestra república y a nuestro remedo vernáculo del fascismo. Ahora hay gente que afirma abiertamente: soy peronista. En los años de oprobio nadie se atrevía a formular en el diálogo algo semejante, declaración que lo hubiera puesto en ridículo. Quienes lo eran abiertamente se apresuraban a explicar que se habían afiliado al régimen porque les convenía, no porque lo pensaban en serio. El argentino suele carecer de conciencia moral, no intelectual; pasar por inmoral le importa menos que pasar por zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama «viveza criolla»” (Del Diario “Los Andes”-Mendoza).

Algunos aspectos del peronismo aquí mencionados no deberían tener solamente interés histórico, sino que deben servir para hacer plenamente consciente al pueblo argentino de que la actual conducción del gobierno nos está llevando a la reedición de un país y de una sociedad totalitarios que, como siempre ha ocurrido en esos casos, provoca deterioros importantes en el individuo y en la sociedad.

La libertad de expresión es un derecho elemental y básico que debe respetarse en toda sociedad democrática. Como todo derecho, implica también una obligación, tal la de utilizarlo para decir la verdad, y no para tergiversarla o para omitirla. Se ha dicho acertadamente que “los pueblos que olvidan el pasado están condenados a repetirlo”, expresión que puede ampliarse para expresar “los pueblos que tergiversan la historia están condenados a repetirla”. Con la “valiosa colaboración” de políticos adeptos y opositores al peronismo que, con la intención de captar el voto peronista, casi nunca hablan de la tiranía de Perón y de sus negativos resultados, no resulta demasiado sorprendente que nos encaminemos hacia una etapa similar. Incluso la aceptación generalizada de la legitimidad del atentado, del secuestro y del asesinato, medios utilizados por la guerrilla marxista de los setenta, coloca al país en una situación al margen de la ley: pero no de la ley que hacen los políticos, sino de la ley natural cuya aceptación y adaptación posterior confirmará nuestra categoría de seres sociables y pensantes, y cuya negación nos ubicará en un conglomerado humano distante de lo que potencialmente el orden natural espera de nuestra esencia y de nuestra naturaleza humana.

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