miércoles, 13 de enero de 2010

Demagogia y discriminación social


El político serio trata de respetar las leyes constitucionales como también las leyes que provienen de la ciencia económica. El demagogo, como deformación del político, se caracteriza por desconocer ambos tipos de leyes. Mientras que el político trata de orientar al pueblo dentro del marco legal, el demagogo trata de justificar su accionar ubicándose como “defensor de los trabajadores” ante la burguesía, el empresariado, el imperialismo o cualquier otro enemigo real o ficticio. El primero ejerce la democracia, el segundo el populismo. Además, al sector “defendido” se lo excluye de posibles defectos, mientras que al sector “culpable” se le asignan todo tipo de deficiencias éticas. Esta discriminación social hacia determinado sector de la población genera antagonismos cuyos efectos no son muy distintos a los promovidos por la discriminación racial.

El accionar del demagogo consiste principalmente en sacarle riquezas al sector “culpable” para brindárselas al sector popular (incluidos sus propios seguidores). De ahí que aumenta el gasto público, o gasto social, con efectos poco favorables para la economía nacional. Recordemos que el Estado tiene tres fuentes principales de ingresos: impuestos, préstamos y emisión monetaria, de ahí que recurre a ellos a medida que los gastos aumentan.

La secuencia del populismo comienza con el gasto social desmedido, especialmente a favor de los posibles votantes en futuras elecciones, o bien se gasta excesivamente en armamentos. Comienza así el déficit del Estado. Para solucionarlo se aumentan los impuestos, que recaen principalmente en el sector productivo, ocasionándole serios perjuicios. Si no alcanza con los impuestos, se piden préstamos internos y externos, o bien se procede a la emisión monetaria sin respaldo. Como consecuencia de esto comienza la época de la inflación cuyo encubrimiento requiere del control de precios y de subsidios. Disminuyen las inversiones. Se fugan los capitales al exterior hasta que se llega a la crisis social y económica. Con algunas variantes, ésta es la secuencia típica que se repite una y otra vez en los países subdesarrollados.

El político promueve la igualdad entre sectores tratando de elevar al menos favorecido, mientras que el demagogo promueve la igualdad tratando de reducir el nivel de los más favorecidos. En el primer caso se busca mejorar la sociedad, en el otro caso se trata de liberar al perdedor de la molesta competencia material sin esperanza de éxito.

Incluso, bajo el populismo, se manifiesta una tendencia a favorecer la movilidad de los trabajadores del sector productivo hacia las filas de los trabajadores estatales que, en muchos casos, realizan tareas de poco valor para la sociedad. La población es mantenida, progresivamente, por un menor porcentaje de trabajadores. Como el demagogo actúa, en apariencias, en beneficio del pueblo y de los trabajadores, los desajustes que se produzcan en la economía serán atribuidos a los sectores discriminados previamente.

Al desconocer la Constitución y las leyes de la economía, induce a todo un país a desconocerlas. Identifica sus propias ideas con la “sabiduría popular” tomando decisiones con ella compatibles. Alan Greenspan escribió: “El populismo económico se imagina un mundo más sencillo, en el que un marco conceptual se antoja una distracción de la necesidad evidente y acuciante. Sus principios son simples. Si existe paro, el gobierno debería contratar a los desempleados. Si el dinero escasea y en consecuencia los tipos de interés son altos, el gobierno debería asignar un tope a los tipos o imprimir más dinero. Si los bienes importados amenazan al empleo, se acaba con las importaciones”. “La perspectiva populista equivale a una contabilidad por partida simple. Sólo anota los créditos, como los beneficios inmediatos de unos precios de la gasolina más bajos. Los economistas, confío, practican la contabilidad por partida doble” (De “La era de las turbulencias” – Ediciones B – Barcelona 2008).

Los gobiernos populistas tratan de beneficiar a un solo sector, de quien recibe apoyo, y fomentan la división entre adeptos y opositores. Alan Greenspan escribió: “Robert Mugabe, presidente de Zimbabwe desde 1987, prometió y dio a sus seguidores la tierra confiscada a los colonos blancos. Pero los nuevos propietarios no estaban preparados para gestionarla. La producción de alimentos se hundió y precisó de una importación a gran escala. La renta tributaria cayó en picada, lo que obligó a Mugabe a recurrir a la impresión de dinero para financiar su gobierno. La hiperinflación, en el momento de escribir estas líneas, está deshaciendo el pacto social de Zimbabwe. Una de las economías históricamente más prósperas de África está siendo destruida”.

En la historia argentina nos encontramos con personajes como Juan Manuel de Rosas, quien vivía entre gauchos y los alababa para lograr su apoyo. También existieron personajes como Domingo Faustino Sarmiento, que en alguna oportunidad se refirió a ellos en forma despectiva. Sin embargo, Sarmiento propuso darles educación a sus hijos para favorecerlos en forma permanente. Casi siempre se tienen en cuenta las palabras antes que las acciones y por ello, en la actualidad, goza de mayor simpatía Rosas que Sarmiento.

Bajo la presidencia de Juan D. Perón se decretó la congelación del precio de los alquileres de viviendas. De esa forma, el inquilino vivía prácticamente “gratis” gracias a Perón (o gracias al propietario que construyó la vivienda). De más está decir que ello provocó una abrupta caída en la construcción de viviendas para alquilar. Aún hoy persiste un serio déficit habitacional favorecido por tal decisión. Sin embargo, Perón sigue siendo aclamado por promover la “justicia social”.

Al demagogo todo se le perdona, porque supo mostrar “sensibilidad social” ante el pueblo. Debemos tener presente, sin embargo, que el comportamiento ético no sólo requiere de fundamentos emotivos válidos, sino también de una previsión adecuada de los efectos que ocasionará cada una de nuestras decisiones. Quien accede al gobierno, o a cualquier función pública con trascendencia social, está obligado moralmente a realizar con eficacia la gestión que aceptó desempeñar. De lo contrario falló no sólo profesionalmente, sino éticamente.

La discriminación social no sólo afecta el aspecto material, o económico, de la sociedad, sino al nivel de felicidad personal de todo individuo. Ello se observa en el creciente odio hacia la población de EEUU. Mientras que casi siempre se hizo una diferencia entre el ciudadano alemán y sus gobernantes nazis, o entre el ciudadano soviético y sus gobernantes marxistas, en el caso de EEUU el odio se ha generalizado de tal manera que una dirigente de las Madres de Plaza de Mayo afirmó “haber festejado” el atentado terrorista contra las torres gemelas de Nueva York. Una encuesta realizada por una emisora radial, en Buenos Aires, concluyó con que un 55% de los encuestados compartían esa actitud.

Cuando se trata de poner en evidencia que el pueblo de EEUU tiene virtudes y defectos como tenemos todos los pueblos, podrá ser calificado como alguien que está “a favor del imperialismo yankee”, o algo similar. Si se analizan las cosas con mayor profundidad, se verá que la mayor dependencia posible es la dependencia mental. Si alguien festeja el masivo asesinato de algunos miles de inocentes trabajadores pertenecientes a un país, seguramente, en otras circunstancias, sentirá envidia y frustración cuando se entera que en ese país se realizan importantes avances científicos y tecnológicos que beneficiarán a toda la humanidad.

Es oportuno mencionar que las mayores catástrofes de la humanidad se produjeron como consecuencia de ideologías discriminatorias de gran influencia sobre las masas, a quienes estaban dirigidas. Hitler repetía que el judío era el culpable de todos los males de Alemania, por lo que tal idea llegó a ser bastante aceptada. La discriminación racial produjo, como consecuencia de esa ideología, millones de víctimas épocas de la Segunda Guerra Mundial. Marx repetía que la burguesía (o el empresariado) era la culpable de todos los males de las sociedades humanas, por lo que tal idea llegó a ser bastante aceptada. La discriminación social produjo, como consecuencia de esa ideología, millones de víctimas en la URSS, como en la China y otros países.

El mensaje certero y poco rebatible del demagogo comienza con una declamación pública acerca de la búsqueda de la igualdad y la justicia social, de la eliminación de la pobreza, etc. Su mensaje da por entendida aquella verdad que no se discute porque a “todos nos resulta evidente”, y es la culpabilidad exclusiva del sector productivo, ya que “no reparte sus riquezas”. Incluso se culpa al neoliberalismo, y nunca al populismo, por la mala situación económica de un país. Como consecuencia de esta creencia básica, el pueblo no cambia en lo más mínimo ni tampoco trata de hacerlo, porque en principio estaría exento de toda culpa.

En estos casos se nota una actitud similar a la que aparece luego de finalizados los Juegos Olímpicos. No faltan quienes culpan a los deportistas nacionales por haber traído pocas medallas, o ninguna. No se tiene en cuenta que esos deportistas son los mejores y que los verdaderos “culpables” son los que no practican ningún deporte pudiendo hacerlo.

Los empresarios son como los deportistas olímpicos, ya que tienen defectos y limitaciones, y su accionar no alcanza para dar trabajo suficiente a toda la población. Los culpables de la situación son los que poco trabajan y los que nunca trataron de llegar a ser empresarios. Los pocos e insuficientes empresarios que existen producen “desigualdad social” (según lo entiende la mayoría), ya que por lo general poseen mayor nivel económico que los demás, pero por ello no debemos caer en el absurdo de discriminarlos socialmente por no poder compensar el trabajo deficitario, la negligencia y la ausencia de metas existentes en la mayor parte de la población.

La discriminación social casi siempre va asociada a la difamación pública, de lo contrario no sería tal. Se ha llegado al extremo de hablar de “la ideología de la elite empresarial” o de la “ideología del poder económico”, por cuanto el empresario exitoso casi siempre es un buen conocedor de economía y propone que los gobernantes adopten posturas sensatas y dejen de lado las actitudes demagógicas por la sencilla razón de que el populismo produce pobreza en todos los casos. Si existe una elite empresarial, ello se debe principalmente a que muy pocos tienen intenciones de ser empresarios.

Mientras la política nacional consista en distintas variaciones de populismo y demagogia, las cosas seguirán como vienen siendo hasta ahora. Esconder la realidad bajo un palabrerío alejado de la verdad, sólo conseguirá profundizar la pobreza y la marginación.

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