miércoles, 6 de noviembre de 2024

Conformación de actitudes y libre albedrío

Nuestra actitud característica, que nos orienta y predispone a la acción, depende de nuestros atributos biológicos heredados y también de la influencia de nuestro medio familiar y social. Al respecto, Leo Kanner escribió: “Las actitudes son creadas por las actitudes de los demás, que influyen en ellas y pueden modificarlas, favorable o desfavorablemente; éstas son, por consiguiente, determinantes esenciales del desarrollo de la personalidad y de la conducta”.

“Las actitudes de los demás son tan importantes en la psicología y la psicopatología, como los agentes bacterianos y tóxicos y las drogas medicamentosas en la salud y la enfermedad del cuerpo. Actúan sobre el niño desde que nace, e incluso pueden comenzar a trazar un molde de fuerzas mucho antes de que la criatura haya sido concebida. Lo cual es totalmente distinto de la supersticiosa creencia en las «influencias prenatales», tomada de la astrología o el folklore. El valor de las actitudes de los demás como fuerza motivadora ha sido demostrada muchas veces” (De “Psicología de las actitudes”-Varios Autores-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1967).

Al existir leyes naturales que rigen todo lo existente, incluso a nuestras conductas personales, surge el interrogante acerca de si existe la libertad de elección o bien, de alguna forma, estamos determinados por el resto de nuestros días. Una ley natural es el vínculo permanente entre estímulo y respuesta, o entre causa y efecto, por lo que la actitud característica es una de esas leyes. Generalmente se asocia el determinismo a la existencia de leyes naturales causales, si bien las condiciones iniciales en toda secuencia de causas y efectos debe también tenerse presente. La existencia de leyes causales no implica necesariamente un estricto determinismo, es decir, un futuro que se ha de cumplir indefectiblemente en forma independiente a nuestros gustos y deseos.

Si no existe tal determinismo estricto, ello implica la existencia de libertad de elección o libre albedrío. Y esto podemos vincularlo a la conformación de nuestras actitudes. Si nuestra actitud depende de las actitudes de otras personas, y las actitudes de esas personas, a su vez, dependen de las actitudes de otras personas, llegamos a la evidente conclusión que nuestras acciones y decisiones dependen de la influencia de una infinidad de personas, si bien tal dependencia puede ser ínfima en muchos casos.

No existiría la libertad de elección si un Dios interviniente en los acontecimientos humanos “corrigiera” o “dirigiera” nuestras acciones, siendo la principal causa de lo que nos ha de suceder. De ahí el fatalismo admitido por los seguidores de Mahoma (y por muchos cristianos). Para no complicarnos con discusiones que poco aclaran las cosas, debemos tener presente, sobre todo, lo que antes se dijo, es decir, que nuestra actitud depende de la influencia, en el pasado y en el presente, de una infinidad de actitudes asociadas a otras personas.

1 comentario:

agente t dijo...

Si negamos el libre albedrío caemos de lleno en la autoindulgencia y negamos la plausibilidad de la sanción desde el exterior y también negamos la posibilidad de mejora individual en la opción y la volición.