sábado, 16 de noviembre de 2024

Los conservadores y la crítica de Hayek

Por lo general, se habla de posturas políticas como consecuencias de previos ideales existentes en los adeptos, o bien de ideales que surgen luego de conocer ciertas filosofías o visiones de la realidad. Todas estas posibilidades pueden considerarse como consecuencias de actitudes básicas que permiten admitir ciertas posturas políticas y rechazar otras.

Los adeptos a una postura política determinada no responden a una actitud uniforme, ya que, por lo general, surgen divergentes opiniones entre partidarios de un mismo partido político. No ocurre así en el caso de los movimientos de masas, o populismos, en los cuales el pensamiento de los líderes, cualquiera sean, son aceptados por sus adeptos surgiendo en ellos cierta uniformidad proveniente de la aceptación de un pensamiento que no es propio ni personal, sino exterior y aceptado bajo alguna forma de fe personal.

En cuanto a la actitud predominante entre los conservadores, podemos encontrarla en la siguiente descripción debida a Michael Oakesshott: “Ser conservador es preferir lo familiar a lo desconocido, preferir lo experimentado a lo no experimentado, el hecho al misterio, lo efectivo a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo excesivo, lo conveniente a lo perfecto, la risa presente a la felicidad utópica…los cambios pequeños y lentos le parecerán más tolerables que los grandes y repentinos; tendrá en alta estima cada apariencia de continuidad” (Citado en “Hardoy. La lucha por la libertad” de Emilio J. Hardoy y varios autores-Edhasa-Buenos Aires 2008).

Se advierte que tal actitud puede considerarse como la de alguien prudente, que busca la seguridad y rechaza el riesgo. Tal actitud presentará ciertas ventajas y también ciertas desventajas, que serán criticadas por quienes adoptan otras actitudes. No debemos olvidar que la caracterización anterior no es la única posible, ya que no resulta sencillo establecer una verdad única al respecto.

Es posible, además, que la construcción de un orden social aceptable necesitará de los aportes de personas con diferentes actitudes, que son las que existen en toda sociedad real y concreta. En este caso se consideran las actitudes emergentes de seres humanos libres, en rechazo de unanimidades impuestas a las masas por líderes populistas y totalitarios.

El sector liberal es, en algunos aspectos, coincidente con el conservadurismo. Sin embargo, Friedrich A. Hayek, a través de varias páginas, expone las razones de su disidencia, afirmando: “Por qué no soy conservador”. Al respecto escribió: “Teme el conservador a las nuevas ideas precisamente porque sabe que carece de pensamiento propio que oponerles. Su repugnancia a la teoría abstracta, y la escasez de su imaginación para representarse cuanto en la práctica no ha sido experimentado, le dejan por completo inerme en la dura batalla de las ideas. A diferencia del liberal, convencido siempre del poder y la fuerza que, a la larga, tienen las ideas, el conservador se encuentra maniatado por los idearios heredados. Como, en el fondo, desconfía totalmente de la dialéctica, acaba siempre apelando a una sabiduría particular que, sin más, se atribuye”.

“Uno de los aspectos para mí más recusables de la mentalidad conservadora es su oposición, por principio, a todo nuevo conocimiento, por temor a las consecuencias que, a primera vista, parezca haya de producir; digámoslo claramente: lo que me molesta del conservador es su oscurantismo. Reconozco que, mortales al fin, también los científicos se dejan llevar por modas y caprichos, por lo que siempre es conveniente recibir sus afirmaciones con cautela y hasta con desconfianza. Ahora bien, nuestra crítica deberá ser siempre racional, y, al enjuiciar las diferentes teorías, habremos de prescindir necesariamente de si las nuevas doctrinas chocan o no con nuestras creencias preferidas”.

“Siempre me han irritado quienes se oponen, por ejemplo, a la teoría de la evolución o a las denominadas explicaciones «mecánicas» del fenómeno de la vida, simplemente por las consecuencias morales que, en principio, parecen deducirse de tales doctrinas, así como quienes estiman impío o irreverente el mero hecho de plantear determinadas cuestiones. Los conservadores, al no querer enfrentarse con la realidad, sólo consiguen debilitar su posición. Las conclusiones que el racionalista deduce de los últimos avances científicos encierran frecuentemente graves errores y no son las que en verdad resultan de los hechos; ahora bien, sólo participando activamente en la discusión científica podemos, con conocimiento de causa, atestiguar si los nuevos descubrimientos confirman o refutan nuestro anterior pensamiento. Si llegamos a la conclusión de que algunas de nuestras creencias se apoyaban en presupuestos falsos, estimo que sería incluso inmoral seguir defendiéndolas pese a contradecir abiertamente la verdad”.

“Esa repugnancia que el conservador siente por todo lo nuevo y desusado parece guardar cierta relación con su hostilidad hacia lo internacional y su tendencia al nacionalismo patriotero. Esta actitud también resulta perjudicial para la postura conservadora en la batalla de las ideas. Es un hecho incuestionable para el conservador que las ideas que modelan y estructuran nuestro mundo no respetan fronteras. Y pues no está dispuesto a aceptarlas, cuando tiene que luchar contra las mismas, advierte con estupor que carece de las armas dialécticas”.

“Las ideas de cada época se desarrollan en lo que constituye un gran proceso internacional; y sólo quienes participan activamente en el mismo luego son capaces de influir de modo decisivo en el curso de los acontecimientos. En estas lides de nada sirve afirmar que cierta idea es antiamericana, antibritánica o antigermana. Una teoría torpe y errada no deja de serlo por haberla concebido un compatriota”.

“Aunque mucho más podría decir sobre el conservadurismo y el nacionalismo, creo que es mejor abandonar el asunto, pues algunos tal vez pensarán que es mi personal situación la que me induce a criticar todo tipo de nacionalismo. Sólo agregaré que esa predisposición nacionalista que nos ocupa es con frecuencia lo que induce al conservador a emprender la vía colectivista. Después de calificar como «nuestra» tal industria o tal riqueza, sólo falta un paso para demandar que dichos recursos sean puestos al servicio de los «intereses nacionales»”.

“Sólo a primera vista puede parecernos paradójico que la repugnancia que el conservador siente por lo internacional vaya frecuentemente asociada a un agudo imperialismo. El repugnar lo foráneo y el hallarse convencido de la propia superioridad inducen al individuo a considerar como misión suya «civilizar» a los demás y, sobre todo, «civilizarlos», no mediante el intercambio libre y deseado por ambas partes que el liberal propugna, sino imponiéndoles «las bendiciones de un gobierno eficiente»”.

“Es significativo que en este terreno encontremos con frecuencia a conservadores y socialistas aunando sus fuerzas contra los liberales. Ello aconteció no sólo en Inglaterra, donde fabianos y webbs fueron siempre abiertamente imperialistas, o en Alemania, donde fueron de la mano el socialismo de Estado y la expansión colonial, sino también en los Estado Unidos, donde, ya en tiempos del primer Roosevelt, pudo decirse que «los reformadores sociales habían aunado sus esfuerzos formando un partido político que amenazaba con ocupar el poder y utilizarlo para su programa de cesarismo paternalista…»”.

“En un solo aspecto puede decirse con justicia que el liberal se sitúa en una posición intermedia entre socialistas y conservadores. En efecto, rechaza tanto el torpe racionalismo del socialista, que quisiera rehacer todas las instituciones sociales a tenor de ciertas normas dictadas por sus personales juicios, como del misticismo en que con tanta facilidad cae el conservador. El liberal se aproxima al conservador en cuanto desconfía de la razón, pues reconoce que existen incógnitas aún sin desentrañar; incluso duda a veces que sea rigurosamente cierto y exacto todo aquello que se suele estimar definitivamente resuelto, y, desde luego, le consta que jamás el hombre llegará a la omnisciencia”.

“De cuanto antecede en modo alguno se sigue que el liberal haya de ser ateo. Antes al contrario, y a diferencia del racionalismo de la Revolución Francesa, el verdadero liberalismo no tiene pleito con la religión, siendo muy de lamentar la postura furibundamente antirreligiosa adoptada en la Europa decimonónica por quienes se denominaban liberales. Que tal actitud es esencialmente antiliberal lo demuestra el que los fundadores de la doctrina, los viejos whigs ingleses, fueron en su mayoría gente muy devota. Lo que en esta materia distingue al liberal del conservador es que, por profundas que puedan ser sus creencias, aquél jamás pretende imponerlas coactivamente a los demás. Lo espiritual y lo temporal son para él esferas claramente separadas que nunca deben confundirse” (De “Los fundamentos de la libertad”-Unión Editorial Argentina-Buenos Aires 2013).

1 comentario:

agente t dijo...

En estas líneas en realidad se está haciendo una crítica a los reaccionarios, no a los conservadores, se identifica un ideario y unas actitudes propias de quienes se oponen frontalmente al orden liberal conservador dificultosamente establecido en Europa a lo largo del siglo XIX. Para cuando Hayek escribió esas líneas los conservadores aceptaban plenamente la democracia no censitaria, la investigación y difusión científica, el derecho de los agnósticos y ateos a serlo y eran sumamente críticos con todo lo que supusiese economía colectivista.