miércoles, 28 de marzo de 2018

¿Debe la religión priorizar el comportamiento o el conocimiento?

Los temas que constituyen las ciencias sociales pueden sintetizarse en dos títulos generales: teoría de la acción ética y teoría del conocimiento; temas en que, además, también se divide la filosofía, como filosofía práctica (ética) y filosofía teórica (conocimiento). De ahí que no resulte extraño que la religión admita también un aspecto ético y otro cognitivo, entre los cuales puede predominar alguno de ellos. Si tenemos en cuenta los Evangelios, se advierte que la religión es una actividad netamente ética, que busca prioritariamente el cumplimiento de los mandamientos bíblicos, estando todo conocimiento subordinado a tal promovido comportamiento.

Sin embargo, resulta frecuente observar que tal prioridad se altera en cuanto desde la religión se tiene en cuenta prioritariamente la creencia y la visión que tiene un hombre respecto del universo, antes que el posible cumplimiento de tales mandamientos. Este es el caso del religioso ante el científico, a quien califica como “ateo” por cuanto el requisito esencial de la ciencia experimental implica realizar descripciones en base a leyes naturales excluyendo posibles intervenciones de Dios. De ahí que, para que no sea considerado “ateo” por el religioso, el científico debería renunciar a la forma de pensar que siempre tuvo.

La prioridad ética de la religión requiere de un fácil acceso de su contenido al ámbito social, ya que tanto la persona con limitada intelectualidad como quienes adhieren a distintas posturas filosóficas, deben acceder a la ética natural por su sola condición de integrantes de la humanidad. De lo contrario, debería admitirse que el proceso de adaptación cultural al orden natural, a través de la religión, excluiría a numerosos sectores de la población mundial.

Recordemos que el mandamiento del amor al prójimo, que implica compartir las penas y las alegrías ajenas como si fuesen propias, no necesita, para su comprensión, de una elevada intelectualidad ni de una definida postura filosófica, ya que la universalidad es un requisito indispensable de la religión, que tiene como finalidad unir a los adeptos.

Las posturas religiosas más aceptadas son el teísmo, o religión revelada, y el deísmo, o religión natural. Mientras que la primera acepta la existencia de un orden sobrenatural, con frecuentes intervenciones de Dios (milagros), la segunda supone sólo la existencia del orden natural, identificándose con la ciencia experimental. De ahí que, para compatibilizar ambas posturas, el científico considera al milagro como un acontecimiento con muy baja probabilidad de ocurrencia. Richard Dawkins escribió: “Mi tesis es que los sucesos que comúnmente llamamos milagros no son sobrenaturales, sino sucesos naturales que forman parte de un rango de mayor o menor probabilidad. En otras palabras, si sucede un milagro, se trata de un increíble golpe de suerte. Los sucesos no pueden clasificarse como sucesos naturales frente a milagros…Si permitimos un tiempo infinito, o infinita oportunidades, cualquier cosa es posible” (Citado en “Dawkins en observación” de Scout Hahn y Benjamín Wiker-Ediciones Rialp SA-Madrid 2011).

Al atribuir a Dawkins el calificativo de “ateo” (no Dios), sin preguntarse si tal individuo cumple o no los mandamientos bíblicos, se observa claramente una postura religiosa en la que predomina lo cognitivo a lo moral. Luego, para dicha postura predominantemente cognitiva, creyente no será el que cumple con los mandamientos bíblicos, sino el que adopta una postura filosófica compatible con el teísmo.

Una forma más simple de unificar ambas posturas implica considerar a un Dios que interviene en los acontecimientos humanos respondiendo de igual manera en similares circunstancias, que es esencialmente el mismo comportamiento que muestra un conjunto de leyes naturales invariantes. Para el deísta, es mucho más admirable un Dios Creador de leyes naturales, y que, a partir de las leyes que rigen las partículas fundamentales, pudo prever todo el Universo resultante, que el Dios Creador del teísta, quien pocas veces tiene en cuenta tal posibilidad.

La realidad se presenta al hombre como una sucesión de causas y efectos en donde la causa inicial, para el teísta, es Dios. En cambio, para el deísta la causa inicial es la ley natural, accesible a nuestro conocimiento. El teísta por lo general pregunta desafiante acerca de quién hizo la ley natural, respondiendo el deísta que ése es su punto de partida, es decir, un punto de partida más simple que permite identificar la religión moral con la ciencia experimental. Si se le pregunta al teísta de dónde salió Dios, dirá entonces que ese es su punto de partida. En ambos casos se advierte que se prioriza el conocimiento a la ética, desapareciendo todo conflicto si se adopta el criterio ético.

Este tipo de planteo filosófico trae a la memoria las discusiones entre Albert Einstein y Niels Bohr. Para el primero, el nivel (o escala de observación) último, el de las partículas subatómicas, ha de estar regido por un estricto determinismo, todavía desconocido por el hombre; de ahí su expresión “Dios no juega a los dados”, mientras que para Bohr, en ese nivel han de regir leyes probabilísticas. Aunque nunca se pusieron de acuerdo en esa cuestión, ambos aceptaron las leyes de la física descubiertas por los físicos teóricos, que fueron comprobadas experimentalmente.

La desventaja evidente que muestra la religión sobrenatural es la diferencia esencial que divide a los seres humanos en seres conectados con lo alto y simples humanos sólo conectados con el mundo natural. Al igual que las diversas ideologías políticas, tiende a abrir posibilidades concretas para facilitar el gobierno mental del hombre sobre el hombre. Nuevamente predomina el conocimiento sobre el comportamiento, a pesar de que los simples mortales desconectados de lo sobrenatural tienen, sin embargo, iguales o mayores posibilidades de cumplir los mandamientos bíblicos que los seres “elevados”. José Enrique Miguens escribió: “Hablando en términos políticos modernos, el modelo platónico inaugura la serie de los discursos antidemocráticos de los esencialistas, o sea, de aquellos que fundamentan sus pretensiones de dominación política sobre los demás, en algún tipo de visiones o conocimientos superiores, ya sean estas de: esencias puras, verdades apodícticas, objetivos o intereses trascendentales, leyes universales de la sociedad y de la historia, o entidades conceptuales que son postuladas como absolutos”.

“Estas visiones o iluminaciones, según ellos les convierten en seres superiores a los demás hombres que, no sabemos, no queremos, no podemos o no se nos permite, acceder a ellas, lo que nos coloca por ese solo hecho en condición de subordinados, súbditos o peor aún, de subhombres”.

“Este tipo de convicciones siempre conducen a los que las mantienen, a encarar proyectos políticos de apoderamiento del poder, prescindiendo de la voluntad de los demás hombres o asumiéndose como sus únicos, excluyentes e indiscutibles agentes, llamados a redimirlos sin su permiso” (De “Política sin pueblo”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1994).

Si ponemos a prueba tanto la religión que prioriza el conocimiento como la que prioriza la ética, según el criterio de Immanuel Kant, quien sugiere “Obra como si la máxima de tu acción fuese a convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza”, observaríamos que no es posible uniformar las distintas creencias de tipo filosófico como para que adopten un criterio cognitivo universal, mientras que, priorizando la ética, y universalizando el cumplimiento de los mandamientos bíblicos, el mundo sería muy distinto al que en realidad es hoy en día.

Luego de los errores religiosos por los cuales fueron descalificados Galileo Galilei y Charles Darwin, por sus aportes al conocimiento universal, se pensaba que finalmente se habrían de tener en cuenta para superarlos en el futuro. Sin embargo, todavía sigue vigente la postura religiosa que se niega a aceptar el lugar que le corresponde a la religión, es decir, como promotora de una ética natural. Galileo Galilei distinguía el conocimiento científico, por el que se trataba de conocer “cómo es el cielo” del conocimiento religioso que buscaba la “salvación” del hombre, indagando “cómo se va al cielo”, escribiendo al respecto: “No habiendo querido el Espíritu Santo enseñarnos si el cielo se mueve o está inmóvil, ni si su figura tiene la forma de esfera o de disco o extendido como un plano, no si la Tierra está ubicada en el centro del mismo o a un lado, menos habrá tenido la intención de asegurarnos de otras conclusiones del mismo género”.

“Y si el mismo Espíritu Santo a propósito ha omitido el enseñarnos semejantes proposiciones, como nada concernientes a su intención, esto es, a nuestra salvación ¿podrá, pues, ser una opinión herética [la de Galileo], y que no se refiere para nada a la salvación de las almas? Yo aquí diré aquello que oí a una persona eclesiástica de muy elevado rango, esto es, que la intención del Espíritu Santo era enseñarnos cómo se va al cielo, y no cómo va el cielo” (De “Carta a Cristina de Lorena”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).

lunes, 26 de marzo de 2018

Argentina y el eterno retorno al populismo

Los principales líderes políticos argentinos, que junto a sus secuaces lograron mayor poder sobre el resto de la sociedad, fueron Rosas, Perón y Kirchner. De la misma forma en que Mendoza sufre un fuerte movimiento sísmico por siglo, sin que pueda preverse el próximo terremoto, el país sufre un populismo devastador también por cada siglo. Sin embargo, mientras que los movimientos telúricos no dependen de las decisiones humanas, los populismos y totalitarismos son favorecidos por la aceptación generalizada; incluso por parte de sus engañadas víctimas.

Juan Manuel de Rosas impone su despótico gobierno en una época de caos y anarquismo, por lo que algunos historiadores lo califican como un mal menor. Guillermo G. Mosso escribe al respecto: “El régimen rosista hacia 1850 estaba agotado. Si se hubiera explicado en 1829 –en plena anarquía-, ahora carecía de justificación. Sus excesos, su corrupción, su incapacidad para resolver los problemas del país, su afán desmedido de privilegios para los adictos (reparto de riquezas, nombramientos) y de atropellos para los demás (terror, degüellos), su falta de visión para solucionar las grandes cuestiones (odios políticos, inconstitución, inseguridad) hacían prever su caída más o menos próxima”.

Justo José de Urquiza pone fin, militarmente, a la tiranía de Rosas. El citado autor agrega: “Tras el pronunciamiento de Urquiza del 1º de Mayo de 1851 en Concepción del Uruguay, sobreviene Caseros, el 3 de Febrero de 1852, donde Rosas cae casi sin pelear. Se inicia una nueva etapa con Urquiza –el federal que permite el uso de la divisa colorada sin los aditamentos de «muerte» y de «salvajes»-. Su proclama es, en gran parte, el reflejo de la generación del 37: «fusión de los partidos políticos; olvido de los odios pasados; no hay vencedores ni vencidos: porque desde hoy no hay más salvajes unitarios ni mazorqueros federales; no más distintivos entre los argentinos»” (De “Alberdi y su circunstancia histórica”-Mendoza 1984).

La historia continúa con un país tratando de llegar al punto medio entre un gobierno central, fuerte y estable, y un poder distribuido entre las provincias que no llegue al extremo de debilitar a aquél. Se busca un equilibrio que impida tanto la anarquía como la tiranía; los extremos por los que pasado la nación luego de su emancipación como colonia. El equilibrio entre un gobierno central y los diversos gobiernos provinciales se ha de parecer al existente en una estrella en la cual la fusión nuclear en su interior tiende a explosionarla mientras que la fuerza de gravedad del conjunto tiende a implosionarla. Cuando vence la fusión, la estrella se desintegra; cuando vence la gravedad, desaparece formando un agujero negro.

La labor de Juan Bautista Alberdi consistió en organizar, a través de una Constitución, una nación que se mantuviera estable evitando tanto la anarquía como la tiranía. Mosso escribió al respecto: “Alberdi advierte las ventajas y deméritos de una u otra tesis extrema. La de la unidad, por crear un poder central fuerte, dejaba de lado las realidades provinciales. Era un abrazo que, por fundar, asfixiaba. La de la confederación incurría en el vicio opuesto: por respetar a los estados miembros, hacía nacer débil y sin fuerza el poder central. El primero centralizaba en la unidad, ignorando la diversidad. El segundo daba tanto valor a la diversidad, a los estados locales, que imposibilitaba un gobierno federal”.

Casi un siglo después de la caída de Rosas, la historia vuelve a repetirse, con algunos cambios. Esta vez el país goza de cierta bonanza económica y social, por lo que no se necesita ni se justifica ningún tipo de dictadura ni de tiranía, excepto por las ambiciones personales y grupales de poder. Con características golpistas, Juan Domingo Perón llega a la presidencia mediante un masivo apoyo popular. Restablece el odio que alguna vez hubo entre unitarios y federales, aunque esta vez son los peronistas contra los antiperonistas. Los primeros gozan de privilegios mientras los segundos deben cuidarse de la violencia promovida desde el gobierno. La Argentina, que crecía a un ritmo similar al de Canadá y al de Australia, abandona la competencia para instalarse casi definitivamente en el subdesarrollo. Para fortalecer la tiranía, Perón establece en 1949 una nueva Constitución abandonando la que permitió que el país lograra en el pasado un lugar de preeminencia.

Durante el peronismo existía una discriminación social y política similar a la de la época de Rosas, por cuanto los cargos públicos requerían de una previa afiliación al partido gobernante. Alberdi no pudo ejercer su profesión de abogado, en la época rosista, por negarse a la afiliación requerida. “Según una ley de 1836, para ejercer la profesión de abogado en Buenos Aires era necesario acreditar, por expediente judicial, «ser federal neto» y prestar juramento de fidelidad a Rosas. Era demasiado para su espíritu, si bien tolerante, esencialmente libre. Alberdi prefirió expatriarse «nada más que por odio a la tiranía», viajando a Montevideo a fines de 1838”.

En el año 1955 aparece un “nuevo Urquiza”, el Gral. Eduardo Lonardi, líder temporal de la Revolución Libertadora. Conocedor de la historia, repite aquello de “ni vencedores ni vencidos”. El nuevo gobierno militar prohíbe los símbolos peronistas en forma similar al proceder de Urquiza con el rosismo. Sin embargo, con el transcurrir de los años, periodistas e intelectuales consideran al peronismo como una “democracia” y al gobierno militar como una “dictadura”, cuando en realidad la recuperación de la democracia vino por medio de dicha revolución.

Para volver al poder, en los años 70, Perón se asocia circunstancialmente con la guerrilla marxista-leninista, apuntando a la destrucción de su propia nación. En realidad no corresponde decir que la Argentina fuera considerada por Perón como su patria, por cuanto no habría procedido de esa manera si hubiese sentido un mínimo de afecto por ella. El día que la Argentina comience revertir su decadencia será aquel en que se considere a Perón como lo que realmente fue; un tirano totalitario traidor a su patria y se considere a los sectores que lo derrocaron como quienes promovieron un retorno a la democracia (si bien otros gobiernos militares posteriores fueron antidemocráticos, como los que derrocaron a Frondizi y a Illia).

Debido a que la Argentina carece esencialmente de un periodismo y de una intelectualidad que respete la verdad, la historia nacional que influye en la opinión pública, sufre de parcialidad y de severas distorsiones; de ahí la conformación de un nuevo populismo: el iniciado por Néstor C. Kirchner. Con el kirchnerismo se vuelve a la división entre sectores sociales, como en las épocas de Rosas y de Perón, lo que se ha denominado “la grieta social”. Debido a que los sectores marginados o atacados por ell gobierno (la oposición al kirchnerismo) responden a la marginación con rechazos similares, en la actualidad se ha olvidado cómo comenzó tal división y ahora se considera a ambos sectores igualmente culpables.

Debido a que los gobiernos no peronistas carecen de perfección, por estar constituido por seres humanos normales, con virtudes y defectos, los sectores kirchneristas aducen que los políticos “son todos iguales” (de corruptos), abriendo de par en par las puertas para un futuro acceso al gobierno de los políticos más corruptos y ladrones que recuerda la historia nacional.

Los populismos y totalitarismos por lo general surgen de un sistema pseudo-democrático denominado “personalismo”. Al respecto, Mariano Grondona escribió: “La regla republicana de la democracia es desafiada cuando un gobernante es exaltado por sus partidarios por encima de ella, induciéndolo a mantenerse en el poder más allá del plazo originariamente fijado. Cuando Perón alentó la reforma de la regla de la Constitución de 1853, que prohibía la reelección inmediata de los presidentes, reemplazándola por la regla opuesta de la reelección indefinida, Arturo Enrique Sampay (1911-1977), un jurista de nota, ofreció el argumento típico de los regímenes ya no republicanos sino personalistas: que, cuando la democracia se encuentra con un líder extraordinario capaz de conducir al país a nuevas alturas, no debe limitar la extensión temporal de su mandato”.

“Cuando las normas constitucionales son confeccionadas a la medida de los caudillos considerados excepcionales, están por encima de los gobernados pero no del caudillo. Más que «normas» de vigencia universal pasan a ser entonces órdenes emitidas por ese ser excepcional”.

“Desde el momento en que alguien es exceptuado de las normas, la vida política de un país se confunde con la biografía de una persona. El personalismo reemplaza al constitucionalismo. Pero, como nadie es inmortal ni biológica ni políticamente, lo que espera a una democracia personalista es un mal final en esa instancia que sobreviene cuando el caudillo cae o muere, dejando detrás de él la vacancia del poder y la amenaza de la anarquía”.

“El personalismo es una forma de maniqueísmo que ya que no se basa en la lucha a todo o nada de una secta que cree poseer la verdad absoluta sino en la lucha a todo o nada de un hombre supuestamente iluminado por la historia, por el destino o por Dios. De un hombre que, porque es el portador de un poderoso carisma, viene a encarnar en su trayectoria personal la historia de la nación”.

“Las democracias subdesarrolladas son particularmente vulnerables no sólo al maniqueísmo doctrinario sino también al personalismo carismático” (De “El desarrollo político”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2011).

sábado, 24 de marzo de 2018

El significado de los derechos humanos

Por lo general, se entiende por derechos humanos aquellos derechos que a todo ser humano le han sido otorgados por su Creador, o por la naturaleza, y que, por lo tanto, no deben ser negados, ni tampoco su vigencia sometida a los resultados de una contienda electoral. Entre los principales derechos aparece el derecho a la vida y a la libertad.

De la misma manera en que tiene poco sentido aquella expresión de que “los problemas sociales se corrigen con educación”, sin afirmar simultáneamente a qué tipo de educación se hace referencia, la vigencia de los derechos humanos sólo tiene sentido si incluimos a todos los seres humanos, ya que, por lo general, se habla de tales derechos cuando se hace referencia al delincuente urbano o al terrorista, y se ignora el derecho a la vida de sus víctimas, o de sus futuras víctimas, quienes, bajo este criterio, no serían seres humanos, como es el caso del millar, o millar y medio de argentinos, víctimas de la guerrilla pro-soviética de los años 70, de quienes ni siquiera sus nombres aparecen en alguna placa recordatoria. Niceto Blázquez escribió: “La sensación de engaño cunde por doquier, pues, paradójicamente, allí desde donde más se delata políticamente la injusticia ajena suele ser donde más se mata a conciencia, se odia, se escarnece a los buenos y a los verdaderos sabios se les corta democráticamente la lengua. Los grupos políticos y los medios de comunicación social aumentan lo más posible la paja en el ojo ajeno para que la viga en el propio pase inadvertida. La era de los «derechos humanos» es al mismo tiempo la era del desprecio a la vida inocente y más necesitada, mediante la legalización del aborto, la eutanasia, la sacralización de la violencia y la liturgia del terrorismo” (De “Los derechos del hombre”-Biblioteca de Autores Cristianos-Madrid 1980).

El tratamiento del tema de los derechos del hombre resulta poco serio si no se incluyen los deberes respectivos, ya que, por cada derecho, existe un deber por cumplir. Así, el derecho a la vida está sustentado por el deber del “no matarás” bíblico. De ahí que, en forma paralela a la promoción de los derechos humanos, debería existir una promoción similar de los deberes humanos.

Publio Cornelio Tácito afirmaba que “El Estado más corrompido es el que más leyes tiene”, que podría ampliarse afirmando que “el Estado más corrompido es el que promueve los derechos y olvida los deberes respectivos”. Recordemos que en épocas pasadas, desde la religión, se promovían exclusivamente los deberes humanos asociados a los mandamientos bíblicos, mientras Cristo proclamaba: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, lo que implica cumplir con los mandamientos bíblicos aceptando que los derechos quedarán satisfechos como una consecuencia necesaria del cumplimiento de tales deberes.

Desde la política se ha alterado tal prioridad, ya que el hombre-masa “tiene derechos y no obligaciones” y la misión adoptada por todo político, o por la mayoría de ellos, no es el mejoramiento cultural del hombre y la sociedad, sino el logro de un importante caudal de votos. Es la nuestra una época en la que el hombre-masa renuncia a sus deberes y a su libertad, y de ahí que se advierta el notorio incumplimiento de los derechos respectivos. José Luis L. Aranguren escribió: “Luchar por la libertad es fatigoso. Lo que el otro promete no es hacer libres a los hombres, sino hacerles felices. La libertad es una pesada carga. Por eso las gentes se apartan de quien se la ofrece y se apresuran a echar la poca que todavía queda a los pies de quien, en cambio, les garantice el pan”.

“Hoy los hombres, diríase que «libremente», renuncian a su libertad a cambio de pan, la seguridad y, en suma, la felicidad. En un platillo, la renuncia a la libertad; en el otro, la despreocupación, la tranquilidad, la seguridad y la felicidad o el «bienestar» (Welfare), como se dice hoy” (De “Filosofía y religión”-Editorial Trotta SA-Madrid 1994).

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, surgida en las Naciones Unidas en 1948, tiene un carácter esencialmente político, con pocos fundamentos científicos, ya que resultó de un acuerdo entre países que incluían tanto a la URSS como a EEUU, para quienes la palabra “libertad” tiene significados completamente diferentes. Mientras que, para los socialistas, libertad implica que un país es independiente de un imperialismo capitalista, aunque su población, a nivel individual, carezca de ella, para las sociedades occidentales significa libertad individual, derecho de propiedad, etc. Niceto Blázquez escribe al respecto: “Según la Declaración, las expresiones «persona humana», «dignidad humana» y «libertades fundamentales» no son más que palabras con las que cada cual puede significar lo que le venga en gana. La libertad individual al estilo americano, por ejemplo, es para los soviéticos políticamente hablando una degeneración, y lo que los soviéticos llaman orden y progreso es, para los americanos y americanistas, represión y violación de la dignidad humana. De ahí que la Declaración pudiera ser firmada por todos sin escrúpulos políticos, lo mismo que todos los documentos posteriores sobre derechos humanos inspirados en la mística de la ONU de aquella fecha memorable”.

Los políticos, por lo general, se dirigen a las masas, mientras que los humanistas auténticos se dirigen al individuo; mientras el político habla siempre de derechos, el humanista habla siempre de deberes. De ahí que correspondería que las Naciones Unidas algún día emitieran una Declaración Universal de los Deberes Humanos en la cual se convalidaran los mandamientos bíblicos y se les agregara un “mandamiento económico” adicional: Debes producir por lo menos lo que has de consumir. De esa forma habría de limitarse la actual tendencia a vivir a costa del trabajo ajeno.

De la misma manera en que la Constitución de la Unión Europea excluye la palabra “Dios” y la idea de Dios, en la Declaración de la ONU tampoco se le hace referencia alguna. Es esta, por cierto una grosera omisión ya que, si bien puede discutirse que el Dios de las religiones interviene, o no, en los acontecimientos humanos, no puede ignorarse que, de acuerdo a la visión científica de la realidad, todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes, que son precisamente las leyes de Dios. Y si no se las tiene en cuenta, poco sentido tiene establecer derechos “otorgados por la naturaleza y que no han de ser sometidos a procesos electorales”.

Mientras algunos derechos apuntan a proteger la maternidad, otros permiten legalizar el aborto, excluyéndose del derecho a la vida al ser más indefenso que existe. Blázquez agrega: “Para que no quedara ninguna duda sobre el carácter político y arbitrario de la Declaración, se rechazó expresamente cualquier alusión a Dios o al derecho natural para fundamentar la dignidad del hombre. La enmienda de Malik, según la cual la familia debía ser considerada como «dotada por el Creador de derechos inalienables, previos a todo derecho positivo», fue derrotada, no por razones, sino por el arbitrario sistema de los votos”.

“Los votos políticos habían desplazado a las razones. El célebre documento quedó así viciado desde su nacimiento por las sutilezas lingüísticas y el sofisma político. Se afirma la dignidad humana, pero de manera verbal y romántica y sin fundamento racional. Los derechos humanos quedan desfondados y sin garantía. Así, por ejemplo, es inútil invocar el artículo tercero contra el aborto o el 16,3 a favor de la familia. La redacción del texto y la mente de los votantes dejaron intencionalmente el margen moral suficiente para que se proteja lo mismo el aborto que la maternidad”.

Otro de los aspectos negativos asociados a los derechos promovidos por los políticos radica en que mucha gente supone que han de ser las leyes humanas las que han de conducir al individuo por la buena senda. En principio, si lo consiguen, no habría inconvenientes. Sin embargo, todo parece indicar que el comportamiento humano depende esencialmente de las ideas y creencias que cada uno posea, siendo la conciencia moral la resultante de disponer de una adecuada visión del universo y del lugar que en él ocupa el ser humano. Son las ideologías religiosas, filosóficas o científicas, compatibles con la realidad, las que han de promover comportamientos que produzcan una mejora significativa del nivel moral de las diversas sociedades.

jueves, 22 de marzo de 2018

¿Por qué se le perdonan los crímenes a los socialistas y no a los nazis?

Existe una tendencia, en diversos países y en distintas épocas, por la cual se acepta, se justifica y se perdonan los crímenes efectuados por los socialistas en sus afanes por imponer o mantener el socialismo, mientras que, simultáneamente, se desaprueba toda reacción por parte de sus victimas. Mientras que, entre Stalin y Mao-Tse-Tung, superan ampliamente a Hitler en la cantidad de asesinatos masivos cometidos, el ciudadano común siente un temor paralizante cuando escucha noticias acerca del surgimiento de grupos neo-nazis tomando con cierta naturalidad la existencia de grupos socialistas.

Una de las razones de esta actitud posiblemente provenga del hecho de que el nazi expresa sus macabros planes en forma explícita, mientras que el socialista, con planes similares, los disfraza adecuadamente. En ambos casos pretenden “liberar” a la humanidad de la causa que provoca todos sus males; las razas inferiores para el nazi y las clases sociales perversas para el socialista. Mario Vargas Llosa escribió sobre Jean Paul Sartre: “¿De qué le sirvió la fulgurante inteligencia si, al regreso de su gira por la URSS a mediados de los años cincuenta, en el peor periodo del Gulag, llegó a afirmar: «He comprobado que en la Unión Soviética la libertad de crítica es total»? En su polémica con Camus hizo algo peor que negar la existencia de los campos de concentración estalinistas para reales o supuestos disidentes: los justificó en nombre de la sociedad sin clases que estaba construyéndose. Sus diatribas contra sus antiguos amigos como Albert Camus, Raymond Aron o Maurice Merleau-Ponty, porque no aceptaron seguirlo en su papel de compañero de viaje de los comunistas que adoptó en distintos periodos, prueban que su afirmación estentórea: «Todo anticomunista es un perro» no era una frase de circunstancia, sino una convicción profunda” (De “La llamada de la tribu”-Alfaguara-Buenos Aires 2018).

Cuando se compara el socialismo con el nazismo, en lugar de ser los nazis los que se ofenden por tal comparación, ya que la cantidad de víctimas por ellos producidas resultó bastante menor, son los socialistas los ofendidos. Jean-Françoise Revel escribió: “El rasgo fundamental en los dos sistemas, es que los dirigentes, convencidos de estar en posesión de la verdad absoluta y de dirigir el transcurso de la historia para toda la humanidad, se sienten con derecho a destruir a los disidentes, reales o potenciales, a las razas, clases, categorías profesionales o culturales, que consideran que entorpecen, o pueden llegar un día a entorpecer, la ejecución del designio supremo”.

“Por eso es muy curiosa la pretensión de los «socialistas» de hacer una distinción entre los totalitarismos, atribuyéndoles méritos diferentes en función de las diferencias de sus respectivas superestructuras ideológicas, en lugar de constatar la identidad de sus comportamientos efectivos. Deberían leer mejor a Marx, que decía que no se juzga a una sociedad por la ideología que le sirve de pretexto, como tampoco se juzga a una persona por la opinión que tiene de sí misma”.

“No se puede entender la discusión sobre el parentesco entre el nazismo y el comunismo si se pierde de vista que no sólo se parecen por sus consecuencias criminales sino también por sus orígenes ideológicos. Son primos hermanos intelectuales” (De “La gran mascarada”-Taurus-Madrid 2000).

Una de las justificaciones aducidas por los socialistas es el de las “buenas intenciones” que motivaron sus actos. Si se tienen en cuenta los resultados concretos logrados por los diversos socialismos, se advierte que esas buenas intenciones son sólo un disfraz para tomar el poder o bien tal interpretación surge de una excesiva ingenuidad. El citado autor agrega: “Esta versión de la salvación a través de las intenciones queda minada tras una exploración imparcial y, sobre todo, total, de la literatura socialista. Es en los orígenes más auténticos del pensamiento socialista, en sus más antiguos doctrinarios, donde se encuentran las justificaciones del genocidio, de la depuración étnica y del Estado totalitario, que se blanden como armas legítimas indispensables para el éxito de la revolución y la preservación de sus resultados. Cuando Stalin o Mao llevaron a cabo sus genocidios no violaron los auténticos principios del socialismo: aplicaron, por el contrario, esos principios con un escrúpulo ejemplar y con una total fidelidad tanto a la letra como al espíritu de la doctrina”.

Por lo general, asociamos la palabra “esclavitud” a una dupla amo-esclavo en la cual el primero ejerce un dominio físico sobre el segundo, aun cuando al segundo le quede la posibilidad de sentirse mentalmente libre. Existe, sin embargo, otro tipo de esclavitud y es la esclavitud mental del individuo que ha sido sometido, voluntaria o involuntariamente, a las ideas de un líder político. No es la realidad la que el sometido adopta como referencia para todo razonamiento, sino que es el conjunto de ideas ajenas, o ideología, el que comanda su vida. Las ideas, o las ideologías, compatibles con la realidad, ayudan al individuo a verla mejor, en lugar de verla a través de ellas. Mario Vargas Llosa escribió al respecto: “Revel, como Orwell en los años treinta, optó por una actitud relativamente sencilla, pero que pocos pensadores de nuestros días han practicado: el regreso a los hechos, la subordinación de lo pensado a lo vivido. Decidir en función de la experiencia concreta la validez de las teorías políticas resulta hoy revolucionario, pues la costumbre que ha cundido y que, sin duda, ha sido la rémora mayor de la izquierda de nuestros días es la opuesta: determinar a partir de la teoría la naturaleza de los hechos, lo que conduce generalmente a deformar éstos para que coincidan con aquélla. Nada más absurdo que creer que la verdad desciende de las ideas a las acciones humanas y no que son éstas las que nutren a aquéllas con la verdad, pues el resultado de esa creencia es el divorcio de unas y otras y eso fue lo más característico de la época de Revel (sobre todo en los países del llamado tercer mundo) en las ideologías de izquierda que solían impresionar sobre todo por su furiosa irrealidad”.

Al gobierno mental del hombre sobre el hombre se lo puede dominar “ideocracia”. Al respecto, Revel escribió: “La ideocracia desborda ampliamente la censura ejercida por las dictaduras ordinarias. Éstas ejercen una censura principalmente política o sobre lo que puede tener incidencia política. Algo que, por otra parte, pueden llegar a hacer las democracias…Pero la ideocracia quiere mucho más. Quiere suprimir –y necesita hacerlo para sobrevivir- todo pensamiento que se oponga o sea ajeno al pensamiento oficial, no sólo en política o en economía, sino en todos los ámbitos; la filosofía, las artes, la literatura e incluso la ciencia. Para un totalitario, la filosofía sólo puede ser, evidentemente, el marxismo-leninismo, el «pensamiento de Mao» o la doctrina de Mein Kampf”.

“El arte nazi sustituye al arte «degenerado» y, paralelamente, el «realismo socialista» de los comunistas pretende cargarse al arte «burgués». La apuesta más arriesgada de la ideocracia, que llega a caer en el ridículo, es la que hace sobre la ciencia, a la que niega toda autonomía. Recordemos el caso Lyssenko en la Unión Soviética. De 1935 a 1964, ese charlatán acabó con la biología en su país, mandó a paseo a toda la ciencia moderna, de Mendel a Morgan, acusándola de «desviación fascista de la genética» o incluso de desviación «trotskista-bujarinista de la genética». Según él, la biología contemporánea cometía el pecado de contradecir al materialismo dialéctico, de ser incompatible con la dialéctica de la naturaleza según Engels, quien, seguía afirmando en el «Anti-Dühring», veinte años después de la publicación de «El origen de las especies» de Darwin, su creencia en la herencia de los caracteres adquiridos”.

La palabra totalitarismo implica “todo en el Estado”. Si toda la vida social depende del Estado, quienes aspiran a gobernarlo serán personas ambiciosas en exceso, que pretenden dominar y gobernar a todo individuo en forma material y mental, a través de la imposición de la ideología totalitaria. Ludwig von Mises escribió: “El amor de los marxistas a las instituciones democráticas no era más que una estratagema, un piadoso subterfugio para engañar a las masas. En una comunidad socialista no queda sitio para la libertad. Donde el gobierno es dueño de todas las imprentas, no puede haber libertad de prensa. Donde el único patrono es el gobierno, que designa a cada uno la tarea que ha de realizar, no puede haber libertad para elegir una profesión u oficio”.

“Donde el gobierno tiene poder para fijar el lugar en que uno ha de trabajar, no puede haber libertad para radicarse donde uno quiera. Donde el gobierno es dueño de todas las bibliotecas, archivos y laboratorios y tiene derecho a mandar a un hombre a donde no pueda continuar sus investigaciones, no puede haber verdadera libertad de investigación científica. Donde el gobierno determina quién ha de crear las obras de arte, no puede haber libertad en el arte y en la literatura”.

“Tampoco puede haber libertad de conciencia ni de palabra donde el gobierno tenga poder para trasladar a cualquier adversario a un clima perjudicial para la salud o para imponerle obligaciones para las cuales no tiene fuerzas y que le destrozan física e intelectualmente. En una comunidad socialista el ciudadano individual no puede tener más libertad que un soldado en un ejército o que un hospiciano en un asilo” (De “Omnipotencia gubernamental”-Editorial Hermes-México 1953)

martes, 20 de marzo de 2018

De los contenidos educativos al adoctrinamiento político

Para detectar la mayor causa de la crisis educativa que sufren varios países, es necesario tener en cuenta la actitud adoptada por el marxismo, que ya no considera al proletariado como el sector social que habría de llevar la sociedad al socialismo, sino a los intelectuales, incluidos los docentes, como promotores de un adoctrinamiento político, no violento, sugerido por Antonio Gramsci. Por ello, se trata de convencer a los docentes que no conviene impartir contenidos educativos, derivados de la ciencia, sino que el docente debe acompañar a los estudiantes en un proceso orientado por los particulares intereses de cada alumno, asociando tal acompañamiento a una disimulada introducción de ideas socialistas. La misión de la escuela no es entonces la información y la formación, sino el adoctrinamiento. Carlos Mira escribió: “Gramsci fue un táctico del marxismo que llevó un paso más allá los retorcidos pliegues del odio de su inventor, Karl Marx. No conforme con los métodos de la violencia y el despotismo que proponía el alemán en el Manifiesto Comunista para imponer la dictadura del proletariado, Gramsci desarrolló una técnica de infiltración cultural por lo que él llamó los «intelectuales orgánicos». Mediante la prédica de estos agentes, Gramsci entendía que se debía cambiar el «sentido común» dominante en la sociedad por otro que suplantara los valores del capitalismo por aquellos del marxismo”.

“De este modo, el italiano sostenía que el comunismo se volvería sustentable al haber invadido las convicciones espontáneas de la gente. A este movimiento Gramsci lo llamaba «contrahegemonía» y lo definía como una colonización del subconsciente colectivo a través de un repiqueteo constante del accionar de los intelectuales orgánicos para pernear, imperceptiblemente, el «sentido común» promedio. Operado ese cambio, ya ni siquiera sería necesario el uso despótico de la violencia para imponer la dictadura del proletariado, porque toda la sociedad tendría una inclinación natural al colectivismo marxista” (De “Así somos…y así nos va”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2007).

Cuando la misión de la escuela no es la educación, sino el adoctrinamiento, en poco tiempo se advierte un descenso del nivel cultural de los egresados; imposibilitados para realizar trabajos especializados o para afrontar estudios en niveles superiores. Jean-François Revel describe el proceso ocurrido en su Francia natal, escribiendo al respecto: “Los maestros, o por lo menos la corriente dominante entre los maestros, se han fijado, pues, como objetivo la formación de la «personalidad de base» socialista entre sus alumnos”.

“A partir de 1968 y de las revueltas inspiradas por la contracultura norteamericana que se desencadenaron ese año, un segundo componente ideológico se añadió a las groseras prácticas de la pueril y cínica censura, a saber, que la simple transmisión de conocimiento era reaccionaria. Por lógica vía de la consecuencia, aprender también lo era. Asistimos a la expansión de la pedagogía llamada no directiva, que, en quince años, consiguió llevar a cabo la proeza de que una tercera parte de los niños que se presentaban al ingreso en el segundo ciclo, después de cinco o seis años de «instrucción» elemental, eran casi analfabetos, y que una parte apenas minoritaria de los estudiantes que llegaban a la universidad podían leer, pero muy pocos podían comprender lo que descifraban”.

“Esta decadencia no puede atribuirse más que parcialmente al aumento de los efectivos y a la falta de personal docente cualificado. Es consecuencia principalmente de una doctrina de las más oficiales, de una opción deliberada, según la cual la escuela no debe tener por función transmitir conocimientos. No se trata de una broma: la ignorancia en nuestros días es objeto, o lo era hasta hace bien poco, de un culto cuyas justificaciones teóricas, pedagógicas, políticas y sociológicas se extienden explícitamente en muchos textos y directrices. Según tales directrices, la escuela debe dejar de transmitir conocimientos para convertirse en una especie de falansterio «de convivencia», de «lugar de vida» donde se despliega la «apertura al prójimo y al mundo». Se trata de abolir el criterio considerado reaccionario de la competencia. El alumno no debe aprender nada y el profesor puede ignorar lo que él enseña” (De “El conocimiento inútil”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1989).

Los promotores de la decadencia nunca aceptarán que la causa principal de tal retroceso depende esencialmente del cambio de los objetivos educativos, mientras culpan al sistema capitalista o a la mentalidad burguesa por las fallas evidentes. Revel agrega: “¿No es éste el método más expeditivo para suprimir el fracaso escolar? Los defensores de la nueva pedagogía niegan, en efecto, que ese fracaso sea escolar. Lo atribuyen a una sola y única causa: las desigualdades sociales. No existen, según ellos, las desigualdades de capacidades o de dotes, o de energía, entre los hombres, ni diferencias cualitativas entre sus disposiciones. Las diferencias que se observan entre sus resultados escolares proceden de que han sido favorecidos o desfavorecidos social y culturalmente. Conviene, pues, ante todo impedir que esas diferencias se produzcan, porque podrían crear la ilusión y difundir la errónea convicción de que ciertos alumnos tienen más éxito que otros porque son más inteligentes o más diligentes o tienen un profesor mejor que los demás”.

“Pero no es así. Sólo la clase social, el privilegio económico y la ventaja cultural concedida por el ambiente explican esas diferencias. Todo lo que sucede en la escuela se deriva de factores exteriores a la escuela. La escuela no tiene, pues, más que una sola misión: neutralizar la influencia de esos factores restableciendo en su seno la rigurosa igualdad de resultados que, por desgracia, no se encuentra fuera de su recinto. Dejar que se manifiesten esas diferencias entre «buenos» y «malos» alumnos, permite a los presuntos «buenos» alumnos adquirir más conocimientos y más rápidamente que otros, equivaldría a promocionar la creencia en las desigualdades naturales o en las diferencias cualitativas y conceder una prima a los beneficiarios de la injusticia social”.

“El buen alumno debe ser mantenido al nivel del malo, considerado como el equitativo punto medio social. Se redistribuye el éxito escolar como el Estado socialista redistribuye las rentas. Toda tentativa para ver en la enseñanza una máquina para detectar talentos y proporcionales medios de desarrollo es calificada de elitista y, como tal, condenada como reaccionaria”.

La postura socialista mencionada, en cierta forma resulta incompatible con el lema partidario que sugiere: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”, dando a entender que todos tenemos capacidades diferentes, incluso diferentes aptitudes para adquirir conocimientos. Luego, los diferentes deben hacer aportes diferentes, es decir, según su capacidad. Revel agrega: “Se observará que toda esta filosofía pedagógica se apoya sobre dos postulados carentes de todo valor científico. El primero es el postulado de la identidad del patrimonio genético de todos los seres humanos. El segundo instituye como un dogma que los resultados escolares están en razón directa de la posición económica y del medio social, es decir, que ningún niño de un ambiente más pobre conseguiría nunca mejores resultados que un niño de un ambiente más rico. La observación más corriente desmiente esta afirmación gratuita. El absurdo sociológico se une aquí al absurdo biológico; ¡La enseñanza, vehículo del conocimiento, se apoya en la ignorancia! Los defensores de esta pedagogía oscurantista confunden…la igualdad ante la escuela y la igualdad en la escuela”.

“Como ha descrito Fraçois Jacob…es justamente porque los hombres no son naturalmente iguales que se ha inventado la igualdad de derechos y que debemos luchar por ella. La igualdad de los derechos remedia la desigualdad de los dones entre los individuos…Si la igualdad natural reinara la igualdad jurídica sería inútil”.

“El niño nacido en una familia sin medios y sin cultura no se debe ver privado de estudios de alto nivel si es inteligente, y para ello necesitamos también una enseñanza severa y selectiva, apta para detectar los dones, en vez de reprimirlos impidiéndolos emerger y manteniéndolos al nivel de los alumnos más malos. Esta última concepción de la igualdad acaba en el mayor daño que se puede hacer a los alumnos desfavorecidos por su medio: ¡Infligirles en la escuela un segundo medio desfavorecedor!”.

“El sueño de los nuevos pedagogos consiste en transformar la escuela en herramienta de destrucción de la sociedad, por la mentira y la ignorancia”.

domingo, 18 de marzo de 2018

Justicia natural y conciencia moral

Los seres humanos necesitamos ciertos frenos morales para no caer en excesos en situaciones conflictivas. También necesitamos estímulos que nos permitan continuar por la senda de la armonía social y de la cooperación. Y ese parece ser el rol de la empatía; proceso que permite ubicarnos imaginariamente en la situación de otras personas.

Mediante la empatía podemos lograr un elevado grado de felicidad compartiendo las penas y las alegrías ajenas como propias. También nos permite vislumbrar los efectos causados por un exceso de violencia, ya sea física o verbal, que a veces podemos ejercer por iniciativa propia o como respuesta ante ofensas recibidas previamente. Tales excesos quedarán grabados en nuestra memoria y podrán perturbarnos hasta que el sufrimiento autoinflingido actúe como un freno ante situaciones similares que se nos puedan presentar en el futuro.

Al proceso anterior podemos denominarlo “conciencia moral” ya que somos conscientes de los efectos producidos por cada una de nuestras acciones. Será posible, luego, distinguir las acciones que producen felicidad de las que generan sufrimiento, optando por las primeras. De esa manera consideramos que se ha establecido cierta “justicia natural” que permite que, quien siembra actitudes que favorecen la cooperación, reciba felicidad, y quien siembre discordias, reciba infelicidad.

La pregunta que siempre nos hacemos, acerca de la existencia de Dios, en cierta forma conduce a la pregunta acerca de si existe una justicia divina, o una justicia natural, por la cual se nos asegure que en este mundo habremos de cosechar lo que previamente hemos sembrado. De lo contrario, diremos que no existe tal justicia y que no vale la pena actuar en forma cooperativa por cuanto nadie nos asegurará que ello nos ha de reportar felicidad. Podemos simbolizar el proceso descrito de la siguiente forma:

Conciencia moral + Empatía positiva (amor y felicidad) => Justicia natural

Cuando somos conscientes de hacer el mal, recibiendo infelicidad, lo simbolizamos así:

Conciencia moral + Empatía negativa (odio e infelicidad) => Justicia natural

Adviértase que tanto las buenas como las malas acciones se consideran realizadas dentro del marco de la justicia natural, siendo el mismo caso del buen y del mal ajedrecista, ya que ambos cumplen con los reglamentos del juego. De ahí que “justicia natural” implique que se cosecha lo que se siembra. También habrá jugadores que harán trampas irrespetando las reglas del juego, lo que en la analogía implica el caso de quienes carecen de empatía y abiertamente transitan por el camino de la injusticia. Ampliando la analogía, puede decirse que existen científicos exitosos y científicos fracasados; aunque todos cumplan con los requisitos que impone el método de la ciencia experimental. Además, existen pseudocientíficos que abiertamente rechazan sus reglas, quedando fuera de dicho ámbito del conocimiento.

Si bien la armonía social no depende solamente de cada uno de nosotros, la tranquilidad de conciencia, que surge de la certeza de habernos conducido correctamente, es decir, en el sentido de la cooperación social, depende esencialmente de uno mismo, por lo que de esa conciencia surgirá la fuente permanente y cercana de la felicidad (como también de la infelicidad en caso de proceder en forma odiosa o egoísta).

De este proceso inserto en nuestra naturaleza humana, surge la idea de justicia, como antes se dijo. Entendemos por justicia lo que resulta merecido; resultado de un proceso que permite cosechar lo que se ha sembrado, de recibir el bien que hemos ofrecido o de recibir el mal que hemos previamente dirigido a los demás. De ahí que aceptamos lo que consideramos justo, aunque no nos agrade lo que recibimos, mientras tendemos a rechazar lo que consideramos injusto, aunque a veces sea benévolo para nosotros. Este caso lo ejemplifica Arthur Koestler, quien aceptó un encarcelamiento justo, bastante duro, mientras que rechazó otros injustos, aunque benévolos. Al respecto escribió: “Dos años después de mis aventuras de España hube de ser internado durante seis meses en un campo de concentración francés y, al cabo de un año más, en Inglaterra quedé detenido en una cárcel por varias semanas. Estas dos últimas prisiones no entrañaban el peligro de perder la vida, y debido a ciertos privilegios y comodidades materiales las condiciones eran allí menos duras que en Sevilla. Sin embargo, en estas dos últimas ocasiones, como me sabía inocente, encontraba que mi reclusión era estúpida e injusta”.

“Este conocimiento determinó que aquellas dos detenciones relativamente cómodas me resultaran mentalmente intolerables y espiritualmente estériles. En Le Vernet y luego en Pentonville sabía que alguna vez habría de abandonar la prisión y reanudaría mi vida. Pero en la celda número 40 de la cárcel de Sevilla lo más que podía esperar era la conmutación de la sentencia de muerte y, sin embargo, en aquella celda me sentía mucho más feliz y en paz con el mundo y conmigo mismo. Llamo la atención sobre este contraste porque, según me parece, indica que el anhelo de justicia es más que un producto de consideraciones racionales y reconoce sus raíces en capas de lo psíquico que ninguna psicología pragmática o hedonista puede penetrar”.

“Ni siquiera podía alegarse, pensaba yo mientras me paseaba arriba y abajo por la celda número 40, que el castigo fuera desproporcionado al crimen cometido. En una guerra civil, lo mismo que en una revolución, se aplican medidas más ásperas que en las leyes internacionales. El ardid que había empleado para entrar a Lisboa era particularmente infame. En «L’Espagne Ensanglantée» había acusado al enemigo de cometer ciertas atrocidades, aun abrigando dudas acerca de la autenticidad de la documentación de que me estaba valiendo; me parecía, pues, perfectamente justo que ahora me viera llamado a verificar la falta de pruebas mediante la experiencia personal”.

“El capítulo de mi libro dedicado al general Queipo del Llano, que se basaba en una entrevista obtenida por medio del fraude, contenía un retrato hecho con una pluma envenenada. Ese libro estaba incorporado ahora al expediente de mi causa, que se encontraba sobre el escritorio del propio general Queipo del Llano, de cuya jurisdicción dependía mi suerte”.

“Todo aquello era limpio, claro, simétrico. Una forma simétrica, sin embargo, no presupone necesariamente la existencia de un dibujante. La simetría de los cristales es el producto de fuerzas electroquímicas. La naturaleza favorece las simetrías, tiende orgánicamente a la simetría. La justicia es un concepto de simetría ética y por eso un concepto esencialmente natural, como la forma de un cristal”.

“De esta suerte la justicia comenzó a asumir en mis meditaciones un significado doble y nuevo; esto es, como necesidad biológica y como necesidad ética absoluta basada en el concepto de simetría. Este concepto era independiente de toda consideración utilitaria, pero también independiente de todo supuesto teológico. La noción de «Justicia divina», con su zanahoria colgante y su flagelo, se me manifestaba como una caricatura lamentable de la justicia, de la última e inconsciente fuente de toda angustia”.

“Me felicitaba por el hecho de que hubiera desaparecido de mí toda ansiedad y lo atribuía a este concepto de la justicia que acababa de descubrir y que era una dimensión inherente al continuo espacio-tiempo. Algunos mueren con las botas limpias, otros con la conciencia limpia; yo no quería que el brillo del espíritu quedara empañado por ningún fango místico” (De “Autobiografía. La escritura invisible”-Editorial Debate SA-Madrid 2000).

Todo parece indicar que el ser humano no se mueve por el mundo solamente impulsado por el principio de felicidad, o por el principio de placer, sino también por el criterio de la creencia, o no, de una justicia natural. Si bien todo depende del fenómeno de la empatía, más desarrollada en unos, menos en otros, parece ser un proceso de alcance general. En el caso del psicópata, que carece de empatía, se advierte que carece también de todo sentido de la justicia, ya que es indiferente a la felicidad y la seguridad ajenas, despreocupándose por el bien o el mal que haya podido recibir previamente de sus víctimas ocasionales.

En épocas pasadas, la venganza era considerada justa si sus efectos eran comparables con el mal recibido, tal el “ojo por ojo y diente por diente” del Antiguo Testamento. Sin embargo, la justicia natural es un instrumento surgido de la evolución biológica cuya existencia aparente estriba en encauzarnos por el buen camino. De ahí que la venganza, por la cual sólo se busca equilibrar el mal recibido, tiende a prolongar los conflictos y a alejar a los hombres del buen camino, mientras que el perdón (o la no venganza) producen mejores resultados.

Las ideologías totalitarias, que brindan visiones del mundo bastante distintas de aquella que admite la existencia de una justicia natural, en el sentido que aquí se le ha dado, proponen el camino de la violencia como el medio idóneo para lograr la “justicia social” reclamada por la mayoría del pueblo. Quienes, en una etapa de sus vidas, siguieron este camino, mientras que en ellos no se pudo apagar del todo la empatía provista por la naturaleza humana, con el tiempo advirtieron el error, al que siguió el arrepentimiento por el mal ocasionado a otros seres humanos. Oscar del Barco escribió: “Ningún justificativo nos vuelve inocentes. No hay «causas» ni «ideales» que sirvan para eximirnos de culpa. Se trata, por lo tanto, de asumir ese acto esencialmente irredimible, la responsabilidad inaudita de haber causado intencionalmente la muerte de un ser humano. Responsabilidad ante los seres queridos, responsabilidad ante los otros hombres, responsabilidad sin sentido y sin concepto ante lo que titubeantes podríamos llamar «absolutamente otro»”.

“Más allá de todo y de todos, incluso hasta de un posible dios, hay el no matarás. Frente a una sociedad que asesina a millones de seres humanos mediante guerras, genocidios, hambrunas, enfermedades y toda clase de suplicios, en el fondo de cada uno se oye débil o imperioso el no matarás. Un mandato que no puede fundarse o explicarse, y que sin embargo está aquí, en mí y en todos, como presencia sin presencia, como fuerza sin fuerza, como ser sin ser. No un mandato que viene de afuera, desde otra parte, sino que constituye nuestra inconcebible e inaudita inmanencia”.

“Este reconocimiento me lleva a plantear otras consecuencias que no son menos graves: a reconocer que todos los que de alguna manera simpatizamos o participamos, directa o indirectamente, en el movimiento Montoneros, en el ERP, en la FAR o en cualquier otra organización armada, somos responsables de sus acciones. Repito, no existe ningún «ideal» que justifique la muerte de un hombre, ya sea del general Aramburu, de un militante o de un policía. El principio que funda toda comunidad es el no matarás. No matarás al hombre porque todo hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres. La maldad, como dice Levinas, consiste en excluirse de las consecuencias de los razonamientos, el decir una cosa y hacer otra, el apoyar la muerte de los hijos de los otros y levantar el no matarás cuando se trata de nuestros propios hijos” (Citado en “Ataque a la República” de Javier Vigo Leguizamón-Santa Fe 2007).

jueves, 15 de marzo de 2018

Presidencialismo vs. Parlamentarismo

Las ventajas de la democracia, respecto de otros sistemas políticos, consisten en la división de poderes en el gobierno y en la posibilidad de reemplazar a los gobernantes, periódicamente, mediante elecciones. Con ello se evita, o se trata de evitar, que el poder real recaiga en una sola persona, con el riesgo que ello conlleva si se trata de alguien con fallas morales o incapacidad manifiesta para la gestión pública.

Dentro del sistema democrático existen variantes; siendo las principales opciones el presidencialismo, de origen norteamericano, y el parlamentarismo, de origen británico. En el presidencialismo, el control que debe afrontar el presidente, por parte del parlamento (diputados y senadores) es mínimo, mientras que tales controles son bastante más severos en el parlamentarismo. En la mayor parte de Latinoamérica se adoptó el presidencialismo mientras que en la mayor parte de Europa se optó por el parlamentarismo. Ricardo A. Ferraro y Luis Rappport escribieron: “Tal parece que somos fieles al Simón Bolivar citado por Alberdi en las Bases: «Los nuevos Estados de la América antes española necesitan reyes con el nombre de presidentes». Ni en la conducta de nuestros gobernantes, ni en la de nuestros parlamentarios, y menos aún en la de nuestra población, podemos superar la monarquía absoluta. Parecería que la sustituimos por un presidencialismo absoluto”.

“El control parlamentario sobre el Poder Ejecutivo no funciona. La reforma constitucional de 1994 abrió fisuras que permiten gobernar mediante decretos de necesidad y urgencia. Y el presidente absoluto abusa de sus poderes aun por encima de la Constitución. Los parlamentarios no tienen voluntad ni incentivos para ejercer control alguno; tampoco tienen autonomía para legislar y generar –a través del Congreso- formas de interacción entre los ciudadanos y el Estado”.

“Como los cortesanos de las viejas monarquías absolutas, muchos parlamentarios están condicionados en su carrera política por los favores del presidente, o bien por los gobernadores provinciales, que, en muchos casos –a todos los efectos útiles- funcionan como el presidente absoluto en sus ámbitos locales. Los gobernadores y el Senado podrían constituir un control de la discrecionalidad del presidencialismo absoluto, pero están, a su vez, condicionados por el sistema de reparto de recursos y por el intercambio de favores políticos que realiza el Poder Ejecutivo Nacional. Cuando el poder del presidente absoluto es insuficiente para conseguir la adhesión parlamentaria –a juzgar por la historia reciente-, queda abierto el camino de la corrupción lisa y llana para ratificar la inexistencia de control parlamentario” (De “Presidencialismo absoluto y otras verdades incómodas”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2008).

Entre los defectos que se le atribuyen al presidencialismo, se destaca el hecho de que los ministros son designados por el presidente, y no mediante el proceso eleccionario. Mario Bunge escribió al respecto: “En un régimen presidencialista, el presidente es electo más o menos democráticamente, pero tiene la atribución redesignar a dedo a los miembros de su gabinete, así como a los de la corte suprema de justicia”.

“Es verdad que el presidencialismo se modera un tanto cuando todo nombramiento de ministro de gabinete o de juez de corte suprema debe contar con la anuencia del senado. Pero éste no es un obstáculo cuando el partido del presidente goza de mayoría en el senado”.

“Que los ministros de un gobierno no sean electos sino nombrados es un grave defecto, porque un ministro puede ejerce un poder enorme sin representar a nadie salvo a su presidente. Éste puede tratarlo como a un sirviente, o puede adoptar ciegamente sus recomendaciones”.

“Es verdad que un ministro puede ser interpelado por el parlamento. Pero si el partido gobernante tiene mayoría en el congreso, semejante interpelación no tiene ningún efecto sobre el gobierno”. “La interpelación tampoco afecta mayormente la carrera política del interpelado, a menos que se presente en las próximas elecciones, lo que no ocurrirá si es un presunto técnico, como lo fueron los superministros Henry Kissinger y Domingo Cavallo. En este caso, al no temer las represalias del electorado, el superministro se siente libre para desafiar a la opinión pública”.

“En resumen, en un régimen presidencialista el poder ejecutivo puede comportarse de manera tan autoritaria como se lo permitan el congreso y el cuarto poder. De hecho, puede reunir tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial”.

“No ocurre así en una democracia parlamentaria, con sus mecanismos de «checks and balances», o verificación y equilibrio. Ante todo, los ministros son parlamentarios. Por consiguiente, responden a su electorado, y esto no sólo durante las elecciones, sino también entre ellas”.

“En efecto, en este régimen, todo miembro del gabinete, al igual que cualquier otro diputado, tiene una oficina política separada de su despacho ministerial. No confunde función pública con carrera política, y si lo hace es criticado y acaso castigado. De esta manera el parlamentario, sea o no ministro, le toma el pulso al electorado y se entera de problemas e iniciativas locales. Responde escrupulosamente todos los mensajes que le hacen llegar los ciudadanos de su circunscripción, porque sabe que todo corresponsal vota”.

“En segundo lugar, el ministro de un gobierno parlamentario no se aferra al cargo con la tenacidad del nombrado a dedo. En efecto, si renuncia a su cargo no se queda en la calle: sólo pasa de la bancada de adelante a la trasera (de aquí el nombre de «back-bencher»). De este modo se siente libre de renunciar por desavenencias importantes con sus colegas”.

“En tercer lugar, ningún partido puede formar gobierno a menos que tenga mayoría en la cámara de representantes. Si no la tiene, se ve obligado a forjar una alianza con partidos cercanos, lo que tiene la ventaja de que ejerce menos poder. En cualquier caso, no puede gobernar un solo día sin el congreso” (De “100 ideas”-Debolsillo-Buenos Aires 2009).

Otra figura importante, en el sistema parlamentario, es la del ministro-estadista que supervisa adicionalmente la gestión gubernamental. Bunge agrega: “El ministro de una democracia parlamentaria también está sujeto a un control tanto o más estricto y eficaz que el parlamentario: el de su «deputy minister», o ministro diputado. Este es un funcionario de carrera, o «sirviente civil» inamovible, que sirve a ministros sucesivos”.

“El ministro diputado es quien conoce bien las leyes y los trucos, los reglamentos y las costumbres pertinentes, así como los vericuetos del poder. Él es quien le informa al ministro qué puede hacer y qué no, y cómo debe hacer lo que entre ambos han decidido hacer. Es el Gran Eunuco del Sultán, su consejero y factótum”.

“De hecho, el ministro diputado ejerce tanto o más poder efectivo que el ministro. Generalmente esto es para bien, porque evita que el ministro haga burradas o viole leyes”. “Por esto, a ningún ministro de una democracia parlamentaria se le ocurriría contrariar a su ministro diputado. En cambio, ningún jefe de despacho ministerial en un régimen presidencialista osaría contrariar a su ministro, porque de éste depende su puesto”.

“Bajo cualquier régimen, el ministro es gubernista antes que estadista. En cambio, el ministro diputado es estadista. Al no estar necesariamente interesado por asegurar el triunfo de un partido, su horizonte puede ser más vasto que el del ministro, quien tiene la mirada puesta en las próximas elecciones. Y, puesto que el funcionario está bien pagado, y que su ascenso depende exclusivamente de su competencia y honestidad, no necesita corromperse”.

La descripción que hace Mario Bunge se refiere esencialmente al sistema parlamentario vigente en Canadá, en donde vivió la mitad de su vida, encontrando en dicho sistema ventajas sobre el presidencialismo que observó en la Argentina, si bien los resultados comparativos no dependen con exclusividad del sistema político vigente, sino de factores culturales predominantes. De todas formas, en un mismo país, existen sistemas políticos mejores que otros, y que deben ser observados en vista a cambios futuros. El citado autor escribió: “El gobierno argentino presidido por Raúl Alfonsín esbozó un proyecto de ley para sustituir el régimen presidencial por el parlamentario y lo elevó al Congreso. Fue derrotado por una coalición de los partidos de oposición. Se explica: un régimen parlamentario no da cabida a un mandatario omnímodo, ya sea populista como Perón o plutocrático como George W. Bush”.

“Se objetará que el parlamentarismo no es garantía de buen gobierno. Es verdad: la perfección es prerrogativa de la matemática y del arte. Hay al menos dos maneras de desvirtuar el régimen parlamentario. Una es combinarlo con el presidencial, como ocurre en Francia. En este caso, si ambas ramas pertenecen al mismo partido pueden funcionar, pero de lo contrario los parlamentarios gastan más tiempo peleando que legislando. (Esto sucedió durante la última fase del gobierno de «cohabitación» del presidente socialista François Miterrand con el jefe de gabinete conservador, Jacques Chirac)”.

“Otra manera de desvirtuar al parlamentarismo es elegir un parlamento sumiso, que se limite a aprobar todos los proyectos que le proponga el presidente. Pero así, el parlamentarismo apenas se distingue del presidencialismo, porque de hecho el parlamento no juega su rol específico” (De “Provocaciones”-Edhasa-Buenos Aires 2011).

miércoles, 14 de marzo de 2018

Popper vs. Wittgenstein

Mientras que algunos científicos rompen sus vínculos sociales por cuestiones netamente científicas, otros mantienen cierto nivel de amistad a pesar de las desavenencias ideológicas. En la filosofía ocurre otro tanto, ya que en ciertas ocasiones la rivalidad intelectual lleva a la enemistad personal, siendo este el caso de dos filósofos austriacos residentes en Inglaterra: Karl Popper y Ludwig Wittgenstein.

Otros casos similares fueron los de Isaac Newton y Godfried Leibniz y el de Jonas Salk y Albert Sabin, mientras que los buenos ejemplos provienen de Charles Darwin, al entablar amistad con su rival científico Alfred Wallace, quien presenta una teoría similar a la suya, y también entre los economistas John M. Keynes y Friedrich von Hayek, entre quienes se entabla cierta amistad a pesar de sus visiones diferentes sobre la economía.

El conflicto entre Popper y Wittgenstein se debió esencialmente a que este último sostenía que los problemas filosóficos surgían esencialmente de cuestiones lingüísticas, pretendiendo limitar toda la filosofía a la filosofía del lenguaje, mientras que Popper, por el contrario, pensaba que la filosofía seguía siendo una rama del conocimiento tan amplia como siempre lo fue, si bien limitada por la irrupción de la ciencia experimental. Mario Vargas Llosa escribió al respecto: “Las diferencias eran de personalidad y, sobretodo, de filosofía. La tesis de Wittgenstein según la cual no había problemas filosóficos propiamente hablando, sólo acertijos o adivinanzas (puzzles), y que la misión primordial del filósofo no era «proponer sentencias sino clarificarlas», purgar el lenguaje de todas las impurezas psicológicas, lugares comunes, mitologías, convenciones religiosas o ideológicas que enturbiaban el pensamiento, le parecía a Popper una frivolidad intolerante, algo que podía llevar a la filosofía a convertirse en una rama de la lingüística o en un ejercicio formal desprovisto de toda significación relacionada con los problemas humanos”.

“Para él, éstos eran la materia prima de la filosofía y la razón de ser del filósofo buscar respuestas y explicaciones a las más acuciantes angustias de los seres humanos. Así lo había hecho él, refugiado en Nueva Zelanda, en «La sociedad abierta y sus enemigos», ensayo en el que aparecían muchas críticas a la filosofía de Wittgenstein –llegaba a acusarlo de contradictorio y confuso, y a su teoría de ser falsa- y donde había una afirmación que sólo podía exasperar al autor del «Tractatus»: «Hablar claro es hablar de tal manera que las palabras no importen»”.

El conflicto estalla cuando ambos concurren, por invitación de Wittgenstein, a una exposición sobre el tema: “¿Hay problemas filosóficos?”. Vargas Llosa agrega: “Popper comenzó su exposición, a partir de notas, negando que la función de la filosofía fuera resolver adivinanzas y empezó a enumerar una serie de asuntos que, a su juicio, constituían típicos problemas filosóficos, cuando Wittgenstein, irritado, lo interrumpió, alzando mucho la voz (solía hacerlo con frecuencia). Pero Popper, a su vez, lo interrumpió también, tratando de continuar su exposición. En ese momento, Wittgenstein cogió el atizador de la chimenea y lo blandió en el aire para acentuar de manera más gráfica su airada refutación a las críticas de Popper. Un silencio eléctrico cundió entre los apacibles filósofos británicos presentes, desacostumbrados a semejantes manifestaciones de tropicalismo austriaco. Bertrand Russell intervino, con una orden perentoria: «¡Wittgenstein, suelte usted inmediatamente ese atizador!»”.

“Según una de las versiones del encuentro, a estas alturas, todavía con el atizador en la mano, Wittgenstein aulló, en dirección a Popper: «¡A ver, déme usted un ejemplo de regla moral!». A lo que Popper respondió: «No se debe amenazar con un atizador a los conferenciantes». Se escucharon algunas risas. Wittgenstein, verde de ira, arrojó el atizador contra las brazas de la chimenea y salió de la habitación dando un portazo. Según otra versión, la broma de Popper sólo fue dicha cuando Wittgenstein había ya salido de la habitación y tanto Russell como otro filósofo presente, Richard Braithwaire, trataban de calmar las aguas” (De “La llamada de la tribu”-Alfaguara-Buenos Aires 2018).

La negación de la existencia de verdaderos problemas filosóficos, implica ciertamente la negación de la filosofía. Mario Bunge escribió al respecto: “Parece haber consenso en que la filosofía está enferma. Incluso, hay quienes sostienen que está muerta. La idea no es nueva: fue formulada por Comte y repetida por Nietzsche, más tarde por Wittgenstein, y en nuestros días por Rorty y otros. Más aún, hay toda una industria de la muerte de la filosofía. En particular, se multiplican los estudios sobre tres enemigos notorios de la filosofía: Nietzsche, Wittgenstein y Heidegger. Irónicamente, algunos profesores se ganan la vida enterrando, desenterrando y volviendo a enterrar a la filosofía: su actividad es más necrófila que filosófica”.

“La afirmación de que la filosofía ha muerto es falsa y su propagación es inmoral. La idea es falsa, porque todos los seres humanos filosofan a partir del momento en que cobran conciencia. Es decir, todos planteamos y debatimos problemas generales, algunos de ellos profundos, que trascienden las fronteras disciplinarias. Y la propagación profesional de la idea de que la filosofía ha muerto es inmoral, porque no se debe cultivar donde se considera que hay un cementerio” (De “Crisis y reconstrucción de la filosofía”-Editorial Gedisa SA-Barcelona 2002).

El conflicto entre Popper y Wittgenstein es representativo, en cierta forma, de la discusión entre quienes proponen la continuidad y la vigencia de la filosofía y quienes sostienen que ha llegado a su fin y que debe ser reemplazada por la ciencia experimental. Debido a la enorme variedad de conocimientos existentes y del que podamos adquirir en el futuro, hay lugar suficiente para todas las ramas cognitivas. Uno de los problemas que se advierte es el de la compatibilidad de la filosofía y de la religión con la ciencia experimental. Debido al gran desarrollo de ésta última, y de la seguridad que presenta el método experimental, puede decirse que la filosofía y la religión deberían necesariamente resultar compatibles con la ciencia.

Una filosofía que niegue a la ciencia, o la desconozca, no tiene razón de ser, mientras que el científico tiende a orientarse por una actitud filosófica implícita. Mario Bunge escribió: “Es sabido que, hasta hace un par de siglos, no se distinguía entre filosofía y ciencia. Los filósofos de la Contrailustración, en particular Hegel, Schilling y Fichte, fueron los primeros en erigir una pared entre ambos campos. Aún así, no todos lo consiguieron. Por ejemplo, el filósofo y matemático Bernhard Bolzano se inspiró en el gran matemático y filósofo racionalista Leibniz antes que en los románticos. Los neokantianos, de Cohen y Natorp a Cassirer, hicieron pininos para mostrar que la filosofía de Kant era compatible con la ciencia, aunque acaso necesitara alguna cirugía plástica. A fines del siglo XIX se publicaba en lengua alemana una revista trimestral de filosofía científica. Y de 1927 a 1938 los neopositivistas reunidos en el Círculo de Viena, y luego expatriados a los EEUU, declararon que hacían filosofía científica. Que alguna de estas tentativas haya sido lograda es aún hoy motivo de debate”.

“La ruptura final de la filosofía con la ciencia vino con la hermenéutica de Dilthey, el intuicionismo de Bergson, el neohegelianismo de Croce y Gentile, la fenomenología de Husserl, el existencialismo de Heidegger y Sartre, y la filosofía lingüística del segundo Wittgenstein, Austin y Strawson. Es verdad que Bergson saludó al darwinismo. Pero al mismo tiempo afirmó que la razón no puede comprender la vida, y que la ciencia sólo puede dar cuenta de lo inanimado”. “¿Vale la pena intentar reaproximar ambos campos después de tantos fracasos y conflictos? Creo que sí, aunque sólo sea porque toda investigación científica presupone ciertos principios filosóficos. He aquí una muestra de tales principios tácitos: «El mundo exterior existe independientemente del sujeto y puede conocerse en alguna medida», «Todo es legaliforme: no hay milagros», «Para averiguar cómo es el mundo tenemos que ejercitar la razón y la imaginación, imaginar hipótesis y teorías, y diseñar y realizar observaciones y experimentos». O sea, los científicos filosofan sin saberlo. Siendo así, es deseable explicitar, analizar y sistematizar las ideas filosóficas que los científicos suelen manejar en forma descuidada” (De “100 ideas”-Debolsillo-Buenos Aires 2009).

Las posturas egoístas, tanto como las que implican cooperación, se observan por igual en el ámbito de la política como en el ámbito del conocimiento. Así, en política observamos a los nacionalistas, para quienes sólo existe su propio país y desprecian al resto, y también a los internacionalistas, que se sienten ciudadanos del mundo. En analogía con estas posturas, tenemos en el ámbito cognitivo a quienes se sienten partes de la religión, o de la filosofía o de la ciencia, en forma exclusiva, ignorando a las dos restantes, como también existen quienes se sienten integrantes de todas ellas y tratan de vincularlas de alguna manera para que coexistan en armonía.

Mientras que el egoísmo llega al extremo cuando un líder político unifica en su propia persona al Estado y a la patria, en el ámbito de las ramas cognitivas mencionadas puede ocurrir otro tanto, aunque resulta menos frecuente en la ciencia que en la filosofía y la religión. En el caso de Wittgenstein nos parece encontrar a alguien que cree que su propia especialidad, la filosofía del lenguaje, es tan importante que puede reducir toda la filosofía a un análisis lingüístico. Por el contrario, Popper, con una amplitud de criterio y de intereses mucho más amplia, debe necesariamente chocar con aquél, de la misma forma en que lo hace un partidario de la democracia cuando se enfrenta con un partidario del totalitarismo.

sábado, 10 de marzo de 2018

La transición de lo biológico a lo cultural

Cada ser humano está caracterizado por atributos compartidos por toda la especie, que atribuimos a la herencia y evolución genéticas, y también por atributos particulares debidos a la influencia cultural recibida del medio social. Haciendo una comparación con una computadora digital, distinguimos un hardware (circuiterío) que asociamos a lo biológico, y un software (programación) que asociamos a lo cultural. La transición de lo biológico a lo cultural implica un proceso por el cual la humanidad tiende a pasar de una etapa en que predomina lo colectivo a una etapa en que predomina lo individual.

En la etapa del colectivismo, se tiende a razonar en base a lo que todos dicen, creen o hacen; o también en base a lo que un líder social piensa, dice, cree o hace; en la etapa cultural, cada individuo tiende a tomar como referencia a la propia realidad mientras que las opiniones de los demás son tenidas en cuenta pero sin llegar al extremo de someterse a ellas. Sin embargo, nadie puede garantizar que tal transición se ha de establecer, ya que lo colectivo puede prevalecer sobre lo individual, aun cuando tengamos suficiente información respecto a los resultados logrados en ambas situaciones. José Ortega y Gasset escribió: “Todo, todo es posible en la historia –lo mismo el progreso triunfal e indefinido que la periódica regresión” (De “La rebelión de las masas”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1984).

Este proceso sería esencialmente el mismo que la antigua lucha entre el bien y el mal, con un resultado incierto, ya que existen posturas que suponen que la humanidad transita del bien al mal, suponiendo que el bien lo constituye el “buen salvaje” y el mal el actual ciudadano democrático, ubicando en el pasado la “edad de oro” de la humanidad. Otras posturas sugieren lo contrario, suponiendo que la “edad de oro” vendrá en el futuro, mientras tanto seguimos transitando épocas de paz, alternadas con guerras, que en cierta forma condicen con el mito del “eterno retorno”.

Debido a que el hombre surgió 1 millón de años atrás, mientras que al sistema solar le quedan algunos miles de millones de años por delante, puede decirse que estamos en pleno génesis de la vida inteligente. Teniendo presente que la población humana crece a un ritmo de 100 millones de habitantes por año, resulta evidente que no podemos darnos el lujo de derrochar tiempo ni medios económicos, ni tampoco destruir el medio ambiente. De ahí que debemos ser conscientes de que es necesaria una transición inminente del hombre biológico al hombre cultural.

En el hombre biológico existe un predominio de las pasiones sobre el razonamiento, con las pasiones gobernando a la razón. En el hombre cultural, por el contrario, la razón orienta, educa y limita nuestras pasiones. La humanidad está constituida con ambos tipos de individuos, sin embargo, lo que se busca es el predominio del segundo sobre el primero. Mientras que, en las primeras etapas de la humanidad, predomina el egoísmo y la competencia, apuntando hacia una supervivencia individual y grupal, en la actualidad, y en el futuro, resulta imprescindible el predominio de una cooperación generalizada, por medio de la cual se ha de buscar la supervivencia de la especie humana en conjunto. No resulta suficiente que cada individuo luche por la supervivencia propia junto a la de su grupo familiar, por cuanto ese objetivo puede a veces invalidar la supervivencia de otros individuos. Richard Dawkins describe la forma en que los animales afrontan el proceso de supervivencia; proceso parcialmente imitado por el hombre biológico. Al respecto escribió: “Para una máquina de supervivencia, otra máquina de supervivencia (que no sea su propio hijo ni otro pariente cercano) es parte del entorno, como una piedra, un río o un bocado de comida. Es algo que estorba o algo que puede aprovecharse. Difiere de una piedra o de un río en un aspecto importante: suele devolver el golpe. Ello se debe a que también es una máquina que contiene genes inmortales que debe salvaguardar para el futuro, y al igual que la primera máquina no se detendrá ante nada para preservarlos. La selección natural favorece los genes que controlan sus máquinas de supervivencia de modo que hagan el mejor uso posible del entorno. Ello supone hacer el mejor uso de otras máquinas de supervivencia, de la misma especie o de una especie distinta” (De “El gen egoísta”-Salvat Editores SA-Barcelona 1985).

Los diversos totalitarismos, que aún persisten en algunos países, han sido los principales promotores de la prolongación de los colectivismos primitivos. Por lo general han sido impuestos contra la voluntad de poblaciones que son obligadas a pensar o creer lo mismo que piensa o cree el líder totalitario. Mario Vargas Llosa escribió al respecto: “Karl Popper denomina «espíritu de la tribu» al irracionalismo del ser humano primitivo que anida en el fondo más secreto de todos los civilizados, quienes nunca hemos superado del todo la añoranza de aquel mundo tradicional –la tribu- cuando el hombre era aún una parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo o al cacique todopoderosos, que tomaban por él todas las decisiones, en la que se sentía seguro, liberado de responsabilidades, sometido, igual que el animal de la manada, el hato, o el ser humano de la pandilla o la hinchada, adormecido entre quienes hablaban la misma lengua, adoraban los mismos dioses y practicaban las mismas costumbres, y odiando al otro, al diferente, a quien podía responsabilizar de todas las calamidades que sobrevenían a la tribu”.

“En la actualidad, nada representaba tanto el retorno a la «tribu» como el comunismo, con la negación del individuo como soberano y responsable, regresado a la condición de parte de una masa sumisa a los dictados del líder, especie de santón religioso de palabra sagrada, irrefutable como un axioma, que resucitaba las peores formas de la demagogia y el chauvinismo” (De “La llamada de la tribu”-Alfaguara-Buenos Aires 2018).

Mientras que el hombre biológico se somete en forma voluntaria como ente colectivo despersonalizado, los regímenes totalitarios tienden a ubicar a todo individuo en esa situación, promoviendo un retroceso en el proceso civilizatorio. Por el contrario, la búsqueda del autogobierno, mediante el cual el individuo se libera de la influencia y del gobierno mental de otros hombres, apunta hacia mayores niveles de adaptación a la ley natural siendo la base de la civilización; postura promovida esencialmente por el cristianismo y por el liberalismo, ya que el Reino de Dios implica un gobierno de las leyes naturales sobre el hombre mientras que el hombre libre, según el liberalismo, es aquel que no es gobernado por ningún otro hombre.

Ludwig von Mises tipifica al líder totalitario de la siguiente manera: “El hombre nace asocial y antisocial. El recién nacido es un salvaje. Su característica es el egoísmo. Sólo la experiencia de la vida y las enseñanzas de sus padres, sus hermanos, sus hermanas y sus compañeros de juegos, y posteriormente de otras personas, le obligan a reconocer las ventajas de la cooperación social y le hacen cambiar de conducta. El salvaje se vuelve así hacia la civilización y la ciudadanía. Aprende que su voluntad no es omnipotente, que tiene que adaptarse a otros y ajustar sus actos al ambiente social, y que las aspiraciones y los actos de otras personas son hechos que debe tener en cuenta”.

“Al neurótico le falta esa capacidad de adaptación al ambiente. El neurótico es un asocial y no llega nunca a adaptarse a los hechos. Pero lo quiera o no, la realidad se impone. Y como el eliminar la voluntad y los actos de sus semejantes y borrar todo lo que tiene delante no está a su alcance, el neurótico se dedica a soñar despierto. El flojo a quien le faltan fuerzas para seguir viviendo en la realidad se entrega a sueños de dictadura y de dominarlo todo. El país de sus sueños es el país donde él es el único que lo decide todo, el país en que él es el único que da órdenes y en que los demás obedecen. En ese paraíso no sucede más que lo que él quiere que suceda y todo es sensato y razonable, es decir, todo corresponde exactamente a sus ideas y deseos, todo es razonable según el punto de vista de su razón” (De “Omnipotencia gubernamental”-Editorial Hermes-México 1950).

El proceso conocido como la “rebelión de las masas” es esencialmente el mismo que conduce al totalitarismo, es decir, promueve el predominio del hombre biológico, como ente colectivo, sobre el hombre culto, individual y democrático. Mario Vargas Llosa escribió: “El concepto de «masa» para Ortega no coincide para nada con el de clase social y se opone a la definición que hace de ella el marxismo. La «masa» a que Ortega se refiere abraza transversalmente a hombres y mujeres de distintas clases sociales, igualándolos en un ser colectivo en el que se han fundido, abdicando de su individualidad soberana para adquirir la de la colectividad y ser nada más que una «parte de la tribu»”.

“La masa, en el libro de Ortega, es un conjunto de individuos que se han desindividualizado, dejando de ser unidades humanas libres y pensantes, disueltas en una amalgama que piensa y actúa por ellos, más por reflejos condicionados –emociones, instintos, pasiones- que por razones. Estas masas son las que por aquellos años ya coagulaba en torno suyo en Italia Benito Mussolini, y se arremolinarían cada vez más en los años siguientes en Alemania en torno a Hitler, o, en Rusia, para venerar a Stalin, «el padrecito de los pueblos»”.

“El comunismo y el fascismo, dice Ortega, «dos claros ejemplos de regresión sustancial», son ejemplos típicos de la conversión del individuo en hombre-masa. Pero Ortega y Gasset no incluye dentro del fenómeno de masificación únicamente a esas muchedumbres regimentadas y cristalizadas en torno a las figuras de los caudillos y jefes máximos, en los regímenes totalitarios. Según él, la masa es también una realidad nueva en las democracias donde el individuo tiende cada vez más a ser absorbido por conjuntos gregarios a quienes corresponde ahora el protagonismo de la vida pública, un fenómeno en el que ve un retorno del primitivismo (la «llamada de la tribu») y de ciertas formas de barbarie disimuladas bajo el atuendo de la modernidad”.

jueves, 8 de marzo de 2018

Cuando el mercado se rebela

El mercado, como sistema realimentado, constituye un sistema autoorganizado que presenta dos respuestas extremas: es benigno en cuanto la sociedad se adapta a sus reglas, mientras que se “rebela” negativamente cuando dichas reglas son violadas. Es el mismo caso del sistema de moral natural, ya que, cuando el hombre cumple con los mandamientos bíblicos, la sociedad funciona bien, mientras que el sistema moral se “rebela” negativamente cuando tratamos de hacer lo contrario a tales mandamientos.

La actitud hacia el mercado resulta similar a la mostrada frente a la religión; ya que, mientras algunos tratan de adaptarse a ambos sistemas (el moral y el económico), otros los rechazan tratando de reemplazarlos por sistemas dirigidos por personas visibles y concretas, es decir, a la mano invisible de Dios y a la mano invisible del mercado, como simbólicamente se describen los sistemas autoorganizados, se les opone la mano visible del Estado totalitario que busca, no la adaptación, sino la obediencia a los líderes respectivos. Mario Vargas Llosa escribió: “El sistema que Adam Smith describe no es creado, sino espontáneo: resultó de unas necesidades prácticas que comenzaron con el trueque de los pueblos primitivos, siguieron con formas más elaboradas del comercio, la aparición de la propiedad privada, las leyes y los tribunales, es decir, el Estado, y, sobre todo, de la división del trabajo que disparó la productividad”.

“Este orden espontáneo, como lo llamaría más tarde Hayek, tiene a la libertad –a las libertades- como su cimiento: libertad de comercio, de intervenir en el mercado como productor y consumidor en igualdad de condiciones frente a la ley, de firmar contratos, de exportar e importar, de asociarse y formar empresas, etcétera. Los grandes enemigos del mercado libre son los privilegios, el monopolio, los subsidios, los controles, las prohibiciones. Lo espontáneo y natural del sistema se reduce a medida que la sociedad progresa y se crean estructuras legales que regulan el mercado. Ahora bien, siempre que preserven, por lo menos en grandes márgenes, la libertad, el sistema será eficiente y dará resultados positivos” (De “La llamada de la tribu”-Alfaguara-Buenos Aires 2018).

Cuando el hombre no cumple con los mandamientos bíblicos ni tampoco se adapta al mercado, la sociedad entra en decadencia. Algunos sugieren que es el hombre quien debe recapacitar para adaptarse a ambos sistemas (moral y económico) mientras que otros, por el contrario, los suponen causantes del sufrimiento humano, proponiendo reemplazarlos por el socialismo, una especie de religión que sugiere establecer una ética nueva y un hombre nuevo a través de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

Si se trata de definir al capitalismo en función de las acciones que cada individuo debe realizar, podemos simbolizarlo de la siguiente manera:

Capitalismo = Trabajo + Ahorro productivo + Innovación empresarial

El hombre virtuoso, preocupado más por los valores éticos e intelectuales que por los valores materiales, tiene la predisposición a trabajar arduamente y a ahorrar, ya que prefiere vivir el presente en forma sencilla previendo cierta seguridad futura. A medida que el hombre reduce su nivel moral e intelectual, tiende a trabajar menos y a gastar el dinero disponible. De esa manera se llega el momento en que, desde el Estado, se trata de reemplazar el trabajo por la emisión monetaria y el ahorro por la expansión artificial del crédito.

Y es aquí cuando aparece la “rebelión” del mercado, ya que no se acatan sus reglas. En el caso de la emisión excesiva de dinero, que se emite a un ritmo mayor que el del crecimiento de la producción, aparece el fenómeno inflacionario, que produce perjuicios mayores que las ventajas que ofreció en un primer momento. En el caso de la emisión de créditos, cuyo monto supera varias veces el ahorro genuino de quienes optaron por abstenerse de consumir, el mercado se “rebela” con colapsos económicos seguidos por etapas florecientes impulsadas artificialmente por el Estado que interviene en la economía sin respetar al mercado.

La emisión monetaria excesiva y el otorgamiento de créditos artificiales, con sus respuestas negativas, nos indican que existe una “mano invisible” que rechaza todo lo que se opone a sus reglas. También la inobservancia de los mandamientos bíblicos produce resultados negativos, indicando que la “mano invisible” de Dios se opone a tales desavenencias. En realidad, es el hombre mismo quien se autocastiga al desconocer las leyes naturales que rigen su comportamiento. William James decía que “Dios es real porque produce efectos reales”.

Como era de esperar, existen economistas que postulan la no intervención del Estado en el sistema del mercado, para no perturbarlo, ya que, por lo general, los efectos de las posibles intervenciones empeoran lo que se trataba de mejorar. Esta es la postura de la Escuela Austriaca de Economía.

En oposición a la misma, se encuentran las posturas socialistas que abogan por la abolición del mercado, o bien por la intervención del Estado para “corregir” lo que el mercado no puede lograr, es decir, el mercado no puede lograr nada por sí mismo, sino que ha de permitir, en el mejor de los casos, buenos resultados económicos. Tales correcciones implican suplantar el trabajo y el ahorro que no se realizan de manera eficiente ni suficiente, fracasando en esos intentos.

La economía de mercado implica esencialmente una “democracia económica”, ya que cada vez que alguien compra un producto de cierta marca y en cierto comercio, está “emitiendo un voto” a favor de esa marca y de ese comercio, mientras que las economías socialistas resultan ser “economías totalitarias” por cuanto el consumidor no tiene opciones debiendo consumir lo que la burocracia estatal ha decidido producir y distribuir. Este es un indicio que la propia naturaleza está a favor de la democracia y no del totalitarismo.

Lo que resulta llamativo es que, cuando los gobiernos socialistas, o socialdemócratas, perturban el mercado con una emisión excesiva de dinero o con un otorgamiento excesivo de créditos, y los resultados no son los esperados, surge el clamor generalizado anunciando “el fin del capitalismo” vislumbrando la próxima llegada del socialismo. No se advierte que la existencia del mercado garantiza buenos resultados sólo si se cumplen sus reglas, “garantizando” malos resultados cuando se las incumplen. La existencia de tales colapsos económicos, advertidos por la teoría económica, no hace otra cosa que afianzar dicha teoría.

En estos casos se responde en forma similar a quienes aducen que el cristianismo no resulta eficaz debido al alto nivel de corrupción existente en las poblaciones mayoritariamente cristianas, sin tener en cuenta que el cristianismo garantiza lo bueno cuando se cumplen los mandamientos y también “garantiza” lo malo cuando se los incumple. Podemos clasificar las distintas posturas económicas según el grado de perturbación del mercado permitido por parte del Estado:

Liberalismo: sugiere no perturbar el mercado y corregir las acciones humanas.
Socialdemocracia: sugiere “corregir” al mercado y no perturbar las acciones humanas.
Socialismo: sugiere abolir el mercado y obedecer al Estado.

En cuanto al funcionamiento del mercado, podemos analizar algunos casos simples. Supongamos que en un mercado desarrollado, con varias empresas en competencia, una de esas empresas decide aumentar injustificadamente sus precios. Como respuesta, los clientes dejan de comprarle y concurren a la competencia. No hizo falta que el Estado ejerciera algún control de precios, en cuyo caso, al poner precios máximos, genera escasez por cuanto sólo las empresas grandes pueden afrontarlos. Las pequeñas tienden a desaparecer.

Supongamos que una de esas empresas tiende a reducir injustificadamente el sueldo de sus empleados. En ese caso es posible que los pierda por cuanto buscarán trabajo en las restantes empresas. La empresa “explotadora” tiende a perder parte de su capital más valioso: el capital humano. Si el Estado, o el sindicalismo, impone sueldos más elevados que los indicados por el mercado laboral, se benefician quienes ya tienen trabajo, pero no se ofrecerán nuevos puestos a quienes no los tienen.

Si el Estado decide imponer precios máximos a los alquileres de viviendas, por abajo del precio de mercado, habrá poca predisposición para la construcción de nuevas viviendas en alquiler, perjudicándose quienes no lograron alquilar como también el sector constructor de viviendas ante la caída de demanda laboral.

Todas estas situaciones se producen en condiciones de vigencia de mercados competitivos. En casos en que surjan monopolios por falta de competencia, como ocurre en las sociedades subdesarrolladas, en donde hay pocos empresarios y una fuerte mentalidad antiempresarial y anticapitalista, no puede hablarse de “economías de mercado”, por cuanto no existen los mercados y la competencia asociada, y los mecanismos de autorregulación no existirán.

Cuando los políticos tratan de igualar económicamente a la sociedad, cobrando impuestos excesivos al sector productivo, le quitan posibilidades de inversión, lo que provoca un estancamiento de la economía, y un retroceso teniendo en cuenta el aumento de la población. Cuando los políticos tienden a sobreproteger la industria nacional, cerrando parcial o totalmente las importaciones, surgen industrias ineficientes por cuanto no necesitan competir con otras mejores, constituyendo empresas optimizadoras de ganancias, que poco o ningún esfuerzo realizan por mejorar la calidad de sus productos. La optimización de ganancias tiene sentido cuando se logra como una consecuencia necesaria de haber producido con calidad y con costos razonables.

martes, 6 de marzo de 2018

Marx y la llave que abre las puertas del infierno

Las buenas ideas son aquellas que promueven cambios positivos en la humanidad; las malas ideas, que son, precisamente, malas, por cuanto promueven catástrofes sociales de gran magnitud, admiten como mejor ejemplo la idea elaborada por Karl Marx mediante la cual afirma que, en un sistema capitalista, necesariamente el empresario genera sus ganancias robándoselas a sus empleados. John Maynard Keynes escribió: “Las ideas de los economistas y filósofos políticos, tanto cuando son correctas como erróneas, tienen más poder de lo que comúnmente se entiende. De hecho, el mundo está dominado por ellas. Los hombres prácticos, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, son usualmente esclavos de algún economista difunto. Locos con autoridad, que escuchan voces en el aire, destilan su histeria de algún escritorzuelo académico de unos años antes. Estoy seguro que el poder de los intereses creados es vastamente exagerado cuando se lo compara con el gradual avance de las ideas. No, por cierto, en forma inmediata, pero luego de un cierto intervalo; porque en el campo de la economía y la filosofía política no hay muchos que sean influenciados por nuevas teorías luego de sus veinticinco o treinta años de edad, por lo que las ideas que los funcionarios públicos y políticos, y aun los activistas aplican a los eventos actuales no es probable que sean las últimas. Pero, tarde o temprano, son las ideas, y no los intereses creados las que son peligrosas para bien o para mal” (De la “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1993).

Las deducciones que realiza Marx para llegar a la conclusión mencionada surgen de la teoría del valor aceptada en el siglo XIX, que postula que el valor de una mercancía viene dado por el trabajo que demandó su realización. Luego, como el trabajo era efectuado principalmente por los empleados, Marx deduce que las ganancias del empresario provienen totalmente de quienes efectúan el trabajo. Aún en actividades que requieran mucha mano de obra, existe un trabajo intelectual que orienta la actividad empresarial que fue desconocido por Marx. Incluso no existirían las empresas si alguien no las hubiese creado.

Ya en la época de Marx aparecen teorías del valor mejor ajustadas a la realidad, razón por la cual, se supone, Marx abandona la escritura de su libro “El capital”, por cuanto advierte su incompatibilidad con las nuevas teorías. Será Friedrich Engels quien se encarga de terminar y editar el libro inconcluso.

Las teorías subjetivistas del valor se ajustan mejor a la realidad por cuanto advierten que, por ejemplo, uno puede confeccionar un dispositivo, mediante arduas jornadas de trabajo, y sin embargo carecer de valor por cuanto nadie tiene interés en adquirirlo. De ahí que el valor, determinado por el consumidor, tiene en cuenta la utilidad y la escasez de determinada mercancía, independiente del trabajo requerido para su realización. A partir del ese valor subjetivo, el empresario optará por fabricarlo (si advierte posibilidades de lograr ganancias) o bien optará por no intentarlo (si advierte la posibilidad de tener pocas ganancias o, incluso, pérdidas).

El grueso error de Marx implica considerar que existe solamente un factor de la producción (el trabajo), ignorando la gestión empresarial, la innovación, el riesgo empresarial, el capital, etc. Si bien Marx establece su errónea teoría tomando los conocimientos vigentes en la ciencia económica de su época, se le puede “perdonar” ese error, y no así su prédica violenta, favorecedora de una interminable lucha de clases, mientras que tampoco resulta “perdonable” que parte de las generaciones actuales sigan fielmente las ideas de Marx, desconociendo teorías posteriores mejor adaptadas a la realidad y, sobre todo, minimizando las catástrofes sociales que el socialismo produjo a lo largo y a lo ancho del planeta.

También Marx razona en base a clases sociales, como lo hacían los economistas del siglo XIX. Con la teoría subjetiva del valor se inicia simultáneamente un análisis individual del comportamiento económico. Entre otros aspectos interesantes, se observa que, mientras que en el siglo XIX se suponía que el precio de un bien quedaba determinado por el costo del trabajo y de la materia prima, con la teoría subjetiva del valor se llega a la conclusión inversa, esto es, que el valor del trabajo y de la materia prima requeridos para la confección de cierto bien dependen finalmente del precio subjetivo que proviene del mercado.

Por ejemplo, mientras que antes se pensaba que el valor de un paquete de cigarrillos dependía del costo del trabajo para producirlo y del tabaco, en la actualidad se sostiene que el costo del tabaco y de ese trabajo dependen del valor subjetivo de los cigarrillos. Ello implica que, si por alguna razón, los fumadores dejaran de fumar, el costo del tabaco se reduciría hasta carecer de valor (excepto por alguna otra utilidad que pudiese tener).

En cierta forma, con el marxismo se repite la antigua competencia entre religión y ciencia, como en el caso de la Iglesia Católica cuando rechazaba las conclusiones científicas de Copérnico y de Galileo. Así, el marxismo se opone a la ciencia económica verificada, priorizando las creencias acerca de una supuesta infalibilidad de su “líder espiritual”. Ello se debe principalmente a que el botín a repartir entre los triunfadores de una revolución, implica poder y riquezas ilimitadas, atrayendo a políticos inescrupulosos y a delincuentes comunes que poco les interesa conocer la ciencia económica vigente.

Otra de las consecuencias de adoptar la teoría del valor-trabajo, para luego suprimir la propiedad privada de los medios de producción y establecer una “economía planificada”, es que es imposible planificar sin cálculo económico. Esta imposibilidad se debe a que, sin mercado, no existen los “precios de mercado” y el cálculo y la planificación son imposibles de realizar.

Seguramente que muchos se preguntarán por qué insistir tanto en teorías que se saben erróneas e inviables. La respuesta es que, en gran parte de los países, predominan fuerzas políticas que optan por teorías que les permita “redistribuir riquezas” desde el Estado para justificar plenamente su labor en política. Admiran las teorías económicas fallidas mientras rechazan las que concuerdan con la realidad y rechazan la verdad por cuanto con la mentira tienen mayores posibilidades de llegar al poder y de permanecer en el poder.