Los temas que constituyen las ciencias sociales pueden sintetizarse en dos títulos generales: teoría de la acción ética y teoría del conocimiento; temas en que, además, también se divide la filosofía, como filosofía práctica (ética) y filosofía teórica (conocimiento). De ahí que no resulte extraño que la religión admita también un aspecto ético y otro cognitivo, entre los cuales puede predominar alguno de ellos. Si tenemos en cuenta los Evangelios, se advierte que la religión es una actividad netamente ética, que busca prioritariamente el cumplimiento de los mandamientos bíblicos, estando todo conocimiento subordinado a tal promovido comportamiento.
Sin embargo, resulta frecuente observar que tal prioridad se altera en cuanto desde la religión se tiene en cuenta prioritariamente la creencia y la visión que tiene un hombre respecto del universo, antes que el posible cumplimiento de tales mandamientos. Este es el caso del religioso ante el científico, a quien califica como “ateo” por cuanto el requisito esencial de la ciencia experimental implica realizar descripciones en base a leyes naturales excluyendo posibles intervenciones de Dios. De ahí que, para que no sea considerado “ateo” por el religioso, el científico debería renunciar a la forma de pensar que siempre tuvo.
La prioridad ética de la religión requiere de un fácil acceso de su contenido al ámbito social, ya que tanto la persona con limitada intelectualidad como quienes adhieren a distintas posturas filosóficas, deben acceder a la ética natural por su sola condición de integrantes de la humanidad. De lo contrario, debería admitirse que el proceso de adaptación cultural al orden natural, a través de la religión, excluiría a numerosos sectores de la población mundial.
Recordemos que el mandamiento del amor al prójimo, que implica compartir las penas y las alegrías ajenas como si fuesen propias, no necesita, para su comprensión, de una elevada intelectualidad ni de una definida postura filosófica, ya que la universalidad es un requisito indispensable de la religión, que tiene como finalidad unir a los adeptos.
Las posturas religiosas más aceptadas son el teísmo, o religión revelada, y el deísmo, o religión natural. Mientras que la primera acepta la existencia de un orden sobrenatural, con frecuentes intervenciones de Dios (milagros), la segunda supone sólo la existencia del orden natural, identificándose con la ciencia experimental. De ahí que, para compatibilizar ambas posturas, el científico considera al milagro como un acontecimiento con muy baja probabilidad de ocurrencia. Richard Dawkins escribió: “Mi tesis es que los sucesos que comúnmente llamamos milagros no son sobrenaturales, sino sucesos naturales que forman parte de un rango de mayor o menor probabilidad. En otras palabras, si sucede un milagro, se trata de un increíble golpe de suerte. Los sucesos no pueden clasificarse como sucesos naturales frente a milagros…Si permitimos un tiempo infinito, o infinita oportunidades, cualquier cosa es posible” (Citado en “Dawkins en observación” de Scout Hahn y Benjamín Wiker-Ediciones Rialp SA-Madrid 2011).
Al atribuir a Dawkins el calificativo de “ateo” (no Dios), sin preguntarse si tal individuo cumple o no los mandamientos bíblicos, se observa claramente una postura religiosa en la que predomina lo cognitivo a lo moral. Luego, para dicha postura predominantemente cognitiva, creyente no será el que cumple con los mandamientos bíblicos, sino el que adopta una postura filosófica compatible con el teísmo.
Una forma más simple de unificar ambas posturas implica considerar a un Dios que interviene en los acontecimientos humanos respondiendo de igual manera en similares circunstancias, que es esencialmente el mismo comportamiento que muestra un conjunto de leyes naturales invariantes. Para el deísta, es mucho más admirable un Dios Creador de leyes naturales, y que, a partir de las leyes que rigen las partículas fundamentales, pudo prever todo el Universo resultante, que el Dios Creador del teísta, quien pocas veces tiene en cuenta tal posibilidad.
La realidad se presenta al hombre como una sucesión de causas y efectos en donde la causa inicial, para el teísta, es Dios. En cambio, para el deísta la causa inicial es la ley natural, accesible a nuestro conocimiento. El teísta por lo general pregunta desafiante acerca de quién hizo la ley natural, respondiendo el deísta que ése es su punto de partida, es decir, un punto de partida más simple que permite identificar la religión moral con la ciencia experimental. Si se le pregunta al teísta de dónde salió Dios, dirá entonces que ese es su punto de partida. En ambos casos se advierte que se prioriza el conocimiento a la ética, desapareciendo todo conflicto si se adopta el criterio ético.
Este tipo de planteo filosófico trae a la memoria las discusiones entre Albert Einstein y Niels Bohr. Para el primero, el nivel (o escala de observación) último, el de las partículas subatómicas, ha de estar regido por un estricto determinismo, todavía desconocido por el hombre; de ahí su expresión “Dios no juega a los dados”, mientras que para Bohr, en ese nivel han de regir leyes probabilísticas. Aunque nunca se pusieron de acuerdo en esa cuestión, ambos aceptaron las leyes de la física descubiertas por los físicos teóricos, que fueron comprobadas experimentalmente.
La desventaja evidente que muestra la religión sobrenatural es la diferencia esencial que divide a los seres humanos en seres conectados con lo alto y simples humanos sólo conectados con el mundo natural. Al igual que las diversas ideologías políticas, tiende a abrir posibilidades concretas para facilitar el gobierno mental del hombre sobre el hombre. Nuevamente predomina el conocimiento sobre el comportamiento, a pesar de que los simples mortales desconectados de lo sobrenatural tienen, sin embargo, iguales o mayores posibilidades de cumplir los mandamientos bíblicos que los seres “elevados”. José Enrique Miguens escribió: “Hablando en términos políticos modernos, el modelo platónico inaugura la serie de los discursos antidemocráticos de los esencialistas, o sea, de aquellos que fundamentan sus pretensiones de dominación política sobre los demás, en algún tipo de visiones o conocimientos superiores, ya sean estas de: esencias puras, verdades apodícticas, objetivos o intereses trascendentales, leyes universales de la sociedad y de la historia, o entidades conceptuales que son postuladas como absolutos”.
“Estas visiones o iluminaciones, según ellos les convierten en seres superiores a los demás hombres que, no sabemos, no queremos, no podemos o no se nos permite, acceder a ellas, lo que nos coloca por ese solo hecho en condición de subordinados, súbditos o peor aún, de subhombres”.
“Este tipo de convicciones siempre conducen a los que las mantienen, a encarar proyectos políticos de apoderamiento del poder, prescindiendo de la voluntad de los demás hombres o asumiéndose como sus únicos, excluyentes e indiscutibles agentes, llamados a redimirlos sin su permiso” (De “Política sin pueblo”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1994).
Si ponemos a prueba tanto la religión que prioriza el conocimiento como la que prioriza la ética, según el criterio de Immanuel Kant, quien sugiere “Obra como si la máxima de tu acción fuese a convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza”, observaríamos que no es posible uniformar las distintas creencias de tipo filosófico como para que adopten un criterio cognitivo universal, mientras que, priorizando la ética, y universalizando el cumplimiento de los mandamientos bíblicos, el mundo sería muy distinto al que en realidad es hoy en día.
Luego de los errores religiosos por los cuales fueron descalificados Galileo Galilei y Charles Darwin, por sus aportes al conocimiento universal, se pensaba que finalmente se habrían de tener en cuenta para superarlos en el futuro. Sin embargo, todavía sigue vigente la postura religiosa que se niega a aceptar el lugar que le corresponde a la religión, es decir, como promotora de una ética natural. Galileo Galilei distinguía el conocimiento científico, por el que se trataba de conocer “cómo es el cielo” del conocimiento religioso que buscaba la “salvación” del hombre, indagando “cómo se va al cielo”, escribiendo al respecto: “No habiendo querido el Espíritu Santo enseñarnos si el cielo se mueve o está inmóvil, ni si su figura tiene la forma de esfera o de disco o extendido como un plano, no si la Tierra está ubicada en el centro del mismo o a un lado, menos habrá tenido la intención de asegurarnos de otras conclusiones del mismo género”.
“Y si el mismo Espíritu Santo a propósito ha omitido el enseñarnos semejantes proposiciones, como nada concernientes a su intención, esto es, a nuestra salvación ¿podrá, pues, ser una opinión herética [la de Galileo], y que no se refiere para nada a la salvación de las almas? Yo aquí diré aquello que oí a una persona eclesiástica de muy elevado rango, esto es, que la intención del Espíritu Santo era enseñarnos cómo se va al cielo, y no cómo va el cielo” (De “Carta a Cristina de Lorena”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).
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