No resulta sencillo sintetizar el pensamiento de determinado autor por cuanto, aún cuando comprendamos las ideas básicas que lo orientan, no significa que con ello podamos también deducir las consecuencias posteriores que derivan de tales ideas básicas. Diversos autores pueden coincidir en su visión sobre la religión, la política o la economía, mientras que esas coincidencias se han de perder en cuanto el pensamiento se expande hacia las aplicaciones concretas en el acontecer cotidiano. De ahí que, en toda breve síntesis, sólo se pueda dar una orientación para un posterior estudio.
El pensamiento de Alberdi se caracteriza por haber sido aplicado a la reconstrucción de la República Argentina luego de la emancipación y de las guerras civiles, si bien sus ideas también son de aplicación para toda la América Latina. Para lograr tales objetivos apunta hacia la potenciación del individuo, como base de la sociedad que ha de conformar. De ahí que encuentre en el cristianismo un modelo de exaltación del individualismo. Juan Bautista Alberdi escribió: “La religión cristiana es el único medicamento que puede curar la República de sus achaques morales. Ella es la religión de la libertad porque enseña el dogma de la igualdad y el de la hermandad de los hombres, además de inculcar las cualidades del hombre libre: humildad, mansedumbre, indulgencia, desprendimiento”. “La religión misma es el primero de los bienes humanos” (Citado en “Alberdi y su circunstancia histórica” de Guillermo G. Mosso-Mendoza 1984).
En otra parte escribe: “Se dice a menudo que la religión cristiana es el fundamento de la libertad moderna; que el pueblo que no es cristiano no puede ser libre. Yo no conozco verdad más grande en la política moderna. Ha dicho Montesquieu, inspirado en la libertad inglesa, que la religión cristiana tiene el privilegio de hacer la felicidad de este mundo, sirviendo a la del otro. ¿Por qué razón el cristianismo es el secreto de la libertad moderna? Porque es la única religión que nos enseña a amar a nuestros enemigos; a responder a la ofensa con un servicio; al disidente como un hermano, en lo cual consiste la fraternidad, no de la familia, sino de la patria, de la sociedad entera” (De “El pensamiento vivo de Alberdi” de Jorge Mayer-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1983).
Guillermo G. Mosso sintetiza esta postura escribiendo: “El fin alberdiano es la libertad, es el bien, es el perfeccionamiento moral y espiritual del hombre, es el acceso de éste a mejores condiciones de bienestar y de cultura. La causa final en Alberdi es, en suma, la superación ética y moral del hombre –fin en sí mismo y no medio al servicio de otro fin, como enseñaba Kant-, anterior y superior al Estado, criatura humana obra de la misma Providencia que rige las relaciones entre los hombres, los hechos y las cosas”.
Mientras que la idea básica del cristianismo es la liberación del hombre respecto de la tutela de otros hombres, para ser gobernados por Dios a través de los mandamientos bíblicos, Alberdi vislumbra que tal Reino de Dios implica esencialmente un autogobierno. Así, el hombre se libera de otros hombres en la medida en que puede gobernarse a sí mismo. Mariano Grondona escribió: “Libertad es, entonces, autogobierno. Alberdi dice: «La vida civilizada es el camino, la libertad es el camino», para agregar algo que Mill había señalado en «On Liberty»: nadie puede saber mejor que cada persona lo que a ella misma le conviene. Por lo tanto, nadie puede sustituirnos. La decisión sobre lo que nos conviene pertenece a cada uno de nosotros. «La libertad es el mejor de los gobiernos por una razón palpable y natural. Como nadie es más amigo de sí mismo que uno mismo, nadie es mejor juez ni mejor administrador de lo que le interesa a su propia existencia que uno mismo»” (De “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).
La idea de autogobierno, como fin práctico por alcanzar, permite describir los procesos políticos bajo tal perspectiva. De ahí que Alberdi critica la continuidad del gobierno de tipo colonial que mantiene el país luego de la emancipación, que se prolonga hasta el caudillaje que impide establecer la unidad y posterior engrandecimiento de la nación. Grondona agrega: “He aquí una teoría original de la tiranía. «Pero estos hombres que se constituyeron en tutores de la sociedad a la cual habían liberado, en realidad no usurparon el poder. Porque la tiranía ocurre cuando la sociedad está en estado de minoría de edad». Es decir los tiranos no son la causa sino el efecto de la tiranía. El tutor es, en cierto modo, el producto del estado de minoridad de su pupilo”.
Acerca de la opinión de Alberdi sobre educación, Mariano Grondona escribió: “La teoría de la educación de Alberdi es fundamental. En los hechos, ganó Sarmiento. Para Alberdi, la educación no eran las escuelitas sino los hábitos, las costumbres, el cambio de los comportamientos. Alberdi prefería un campesino analfabeto pero interiormente libre a un abogado moralmente dependiente del Estado. ¿Qué hemos producido en mayor abundancia?”.
Mientras que los pueblos europeos elevaron su nivel de civilización luego de muchos siglos, no era aconsejable que el nuevo continente intentara establecer un proceso similar, largo y sufriente, por lo que Alberdi promovió la inmigración extranjera, especialmente del norte europeo, tal fue al menos su intención, escribiendo al respecto: “El único medio que queda por delante consiste en poner al país en camino de adquirir la inteligencia y la costumbre de la libertad y de educarse por sí propio en la práctica del gobierno por sí mismo. ¿Por cuál método? La migración de la Europa libre y civilizada educó la América libre antes y después de ser independiente…Ya pasó el tiempo en que los pueblos civilizados se hacían a fuerza de siglos. Hoy se improvisan en el Nuevo Mundo con los elementos que reciben ya formados del Antiguo” (Citado en “Los pensadores de la libertad”).
Alberdi observaba los distintos procesos que se producían en la América del Norte y el resto, advirtiendo las diferentes herencias recibidas. Grondona escribe al respecto: “Porque si bien se concretó la conquista, el rey [de España] se declaró dueño de todo, aun antes de haberlo descubierto. En el Norte, en cambio, todo era «res nullius», tierra de nadie, y el que la descubría se hacía dueño. El estilo español marcó la historia. Siempre las cosas fueron de alguien, y ese alguien las distribuyó…hasta que otro las redistribuyó, y así sucesivamente”.
“En el concepto anglosajón, de Locke a Nozick, nadie distribuyó la riqueza. Cada uno consiguió la que pudo con su trabajo. ¿Cómo voy a «redistribuir» eso, que no es producto de ninguna distribución anterior? En el concepto nuestro, en cambio, hubo una distribución. La riqueza se adquirió en nuestra sociedad, según la posición política en que uno estuviera. Alguien es el dueño de todo y lo va distribuyendo. Como nuestra base económica es que todo se distribuyó, todos se sienten con derecho a que se les dé algo”.
“Los campos se distribuyeron después de las campañas militares, la industria creció con protecciones. Cuando se descubrió el petróleo en la Argentina, en 1907, el presidente era José Figueroa Alcorta, conservador y liberal. Pero lo primero que hizo fue decretar que el subsuelo era del Estado. Reaccionó por reflejo, porque no era concebible en una sociedad como la nuestra que el ciudadano privado que encontrara petróleo fuera su dueño. Todo, antes de ser descubierto, ya era de alguien, quien lo distribuía. Este es el modo de adquisición de la riqueza que impugna Alberdi”.
“Hay dos métodos para obtener riquezas. El nuestro es un método político. Siempre hay alguien que es dueño eminente, porque la concepción del poder es patrimonial. En nuestro sistema, ser rico es haber obtenido beneficios de esa «eminencia», del virrey o del «libertador». En el otro sistema, el método es la libertad. Las cosas no son de nadie y la gente las consigue a través de su trabajo honesto y sin violar las leyes. Hay entonces una conexión profunda entre libertad y riqueza, porque la libertad en vez de distribuir la riqueza que hay, lleva a crear la que «no» hay; de ahí al desarrollo, a «la riqueza de las naciones» (Smith), no queda más que un paso”.
La libertad, asociada a la responsabilidad, es rechazada por el negligente que prefiere delegarla a otros con tal de no pensar y de no preocuparse por su situación. Alberdi escribe al respecto: “La libertad es una carga, un peso. No es un deleite. Es la carga agradable, que se impone gustoso el que fomenta su propio tesoro, y su propio valor. Para conservar entero este poder, que el país se reserva en garantía del que delega, debe ejercerlo incesante y continuamente. Lo mismo es dejar de ejercerlo un día, que empezar a perderlo…Los que se abstienen de intervenir en la política de su país pierden el derecho de quejarse de que son despolitizados. Porque son ellos mismos los que se dan el déspota del cual se quejan…El que renuncia a ejercer su libertad, no renuncia a un placer, renuncia a su propiedad privada, a su honor, a su hogar, a todo lo más caro para él en esta tierra. El papel más bello y fecundo de la libertad, o del poder del país por el país, no es el de delegado sino el de delegante. Es el del propietario del poder soberano, no es el de su administrador…Todo soberano, inclusive el soberano pueblo, paga su pereza con su corona”.
En cuanto al origen de la libertad que promueve, Alberdi agrega: “Cada América ha sido y será lo que es la Europa de que procede y se nutre. Hay dos Europas como hay dos Américas; la Europa autoritaria y la Europa libre; la una latina, la otra sajona, por el genio, no por la raza. Cada Europa tiene su correspondiente América, poblada de su pueblo, civilizada de su civilización, y dotada de sus costumbres, creencias, leyes, gustos, servidumbres y libertades. Cada Europa ha dado al Nuevo Mundo lo que podía darle, que es lo que ella tiene: la sajona le ha dado sus libertades; la latina le ha dado sus nobles servidumbres; y si le ha dado libertades, esas libertades han sido libertades españolas, libertades portuguesas, libertades francesas, libertades italianas, que son especie aparte de las libertades sajonas. La América del Sud puede preguntar a España, a Portugal, a Francia, a Italia si prefieren ellas su libertad latina a la libertad anglosajona de la Inglaterra y de los Estados Unidos” (De “Peregrinación de luz del día”-Editorial Choele-Choel-Buenos Aires 1947).
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