Si bien es posible advertir cierto progreso en la religión, junto a la moral sugerida, los avances y retrocesos que ambas sufren, impiden reconocer una verdadera evolución, esto es, un proceso que establezca mayores niveles de adaptación al orden natural. Arnold J. Toynbee escribió: “Si realizamos un examen de las religiones practicadas en diferentes épocas y lugares por numerosas sociedades y comunidades humanas de que tenemos algún conocimiento, nuestra primera impresión será de perplejidad a causa de su infinita variedad. Con todo, después de un análisis, esta aparente diversidad se resuelve en variaciones del culto del hombre, o en la existencia de no más de tres objetos u objetivos, a saber: la naturaleza, el hombre mismo, y una Realidad Absoluta que no es ni la naturaleza ni el hombre, pero que está en ellos y al propio tiempo más allá de ellos” (De “El historiador y la religión”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1958).
Al no existir uniformidad de religiones en una misma época, ya que distintas zonas del planeta presentan diferentes creencias, no podemos distinguir una clara secuencia temporal, por lo que sólo podemos contentarnos con descripciones generales, imprescindibles para tener una visión coherente del fenómeno religioso y de la actitud moral emergente en cada caso. Houston Smith escribió: “A pesar de que las religiones históricas cubren casi toda la Tierra, desde el punto de vista cronológico sólo constituyen la punta del iceberg religioso, dado que su existencia abarca menos de cuatro mil años, mientras que las religiones que las precedieron cubren un periodo de unos tres millones de años. Durante ese larguísimo tiempo, la gente vivía su religión de una manera completamente distinta, que debe haber configurado sus sensibilidades de forma importante. Nosotros las llamaremos religiones primitivas porque fueron las primeras, pero también nos referiremos a ellas como tribales, porque sus grupos eran casi siempre pequeños, o verbales, porque desconocían la escritura” (De “Las religiones del mundo”-Editorial Thassalia SA-Barcelona 1995).
Las primeras religiones que aparecen son aquellas en que el hombre primitivo observa fenómenos naturales incomprensibles a los cuales asocia ciertos dioses especializados que actúan en función de las respuestas humanas. Todo lo existente es considerado sagrado, de donde puede suponerse la existencia de cierto panteísmo primitivo. Surge un vínculo entre el hombre y los dioses, fundamentado en el temor por lo desconocido. Ese temor común los induce a establecer cierta asociación que bien puede denominarse “religión” por cuanto “une a los adeptos”; los hombres se unen entre sí al compartir temores comunes y por tener que acordar respuestas adecuadas para calmar o rendir homenajes a los dioses.
Posteriormente surge la idea de unificar a los diversos dioses en uno solo. Esta vez el Dios único presenta un criterio o una actitud definida respecto de lo que espera de los hombres. Implica el surgimiento de la religión moral. La suerte de cada ser humano no sólo dependerá de la voluntad de Dios sino también de la respuesta ética que ofrece el hombre ante la aparente voluntad de Dios.
Al existir distintas religiones monoteístas, y al tener distintas visiones de lo que Dios espera de nosotros, se producen diversos conflictos que hacen que la religión, en lugar de unir a los adeptos, resulte un factor de caos y violencia. Sin embargo, surge cierta esperanza con la aparición del concepto de “ley natural”, surgido de la ciencia experimental, como posible fundamento de la religión natural.
Una ley natural es un vínculo invariante entre causas y efectos, y está simbolizado por las funciones matemáticas, que ligan a dos o más variables numéricas en una forma definida. Todo lo existente está regido por dicha ley, por lo que esta vez no resulta necesaria la intervención ocasional de Dios en los acontecimientos humanos. Se reserva la idea de Dios como el supremo diseñador de las leyes naturales que dan lugar al universo conocido. El hombre, por lo tanto, ha de acatar la voluntad del Creador adaptándose a las leyes naturales establecidas. De ahí que la religión natural resulte indistinguible de la ciencia experimental.
Puede simbolizarse la secuencia histórica de la religión de la siguiente forma:
Visión panteísta de la realidad (todo es Dios)
Dioses que intervienen en los acontecimientos humanos
Dios único que interviene en los acontecimientos humanos
Dios que hizo leyes naturales y no interviene
Dios identificado con la ley natural
Esta aparente evolución parece orientarnos hacia una unificación de religiones, unidas a su vez con la ciencia experimental. Sin embargo, se presenta un problema importante y es la existencia del ateísmo, que rechaza toda existencia de Dios, de un orden natural y de una finalidad asociada a dicho orden. Supone, además, la inexistencia de una moral, de una verdad y de una cultura mejor que otras. Tal relativismo esencial impide cualquier principio de acuerdo, ya que, entonces, no nos orientaríamos por las leyes naturales, ni buscaríamos el bien y la verdad, sino que el más fuerte, o el más hábil con las palabras, habría de gobernar al resto de la humanidad.
Estas pseudo-religiones, con pretensiones de universalidad, ya se han conocido a través de los totalitarismos surgidos durante el siglo XX; nazismo y comunismo principalmente, incompatibles con la religión moral de otras épocas y con la ciencia experimental actual.
En cuanto a la respuesta moral del hombre, distinguimos tres actitudes principales:
Actitud moral: el hombre valora y acata las sugerencias morales
Hipocresía: el hombre valora las sugerencias morales pero sólo finge acatarlas
Cinismo: el hombre no valora ni acata las sugerencias morales y se jacta por hacer todo lo contrario
La validez de una sugerencia moral compatible con la ley natural tiene una doble verificación, ya que produce el bien si se la acata y el mal si se la rechaza. También las sugerencias erróneas, o incompatibles, presentan una doble verificación, ya que en ese caso acatarlas implica producir el mal y rechazarlas, posiblemente, producir el bien.
Las religiones tradicionales, en las cuales el hombre mismo es quien interpreta los supuestos mandatos del Creador, pueden considerarse como religiones subjetivas, ya que requieren de cierta fe o confianza en la interpretación de quien la predica. Por el contrario, las religiones que contemplan en forma directa las leyes naturales que rigen nuestra conducta, vendrían a ser religiones objetivas, si bien el error puede surgir por efecto de una inadecuada observación. Debido a la simplicidad de las sugerencias éticas, esta posibilidad resulta menos frecuente.
Las religiones bíblicas, al considerar que el hombre debe ser gobernado por Dios (Reino de Dios) y no por otros hombres, constituyen “teocracias indirectas”. Por el contrario, la religión natural, al sugerir de la observación directa de la realidad, constituye una “teocracia directa”, siendo posiblemente la religión que ha de predominar en el futuro.
Aun cuando alguien haya propuesto la mejor religión posible, ello no implica que habrá de ser aceptada masivamente, por cuanto podrá ser tergiversada mientras que sus difusores podrán ser difamados por parte de los ateos o de otras religiones. De todas maneras, es posible indicar los extremos del proceso del pensamiento religioso considerando un punto de partida panteísta (todo es Dios), seguido de politeísmos con dioses especializados, luego con un único Dios con exigencias morales para finalizar con la religión natural.
Los difamadores de la religión natural la califican despectivamente como “panteísmo”, asociándole injustificadamente una creencia tal que considera una piedra o un árbol como partes integrantes de Dios. En realidad, se trata de una religión que tiene su punto de partida en la existencia de leyes naturales invariantes, como vínculos entre causas y efectos; una idea poco accesible para el pensador no científico, que poco o nada tiene que ver con el panteísmo. J. M. Guyau escribió: “El ideal místico de los hebreos y de los cristianos parece confundirse con las teorías morales de la antigüedad en la vasta síntesis que propone Spinoza. La intuición intelectual es la naturaleza adquiriendo conciencia de sí”.
Muchas veces se asocia a la ley natural invariante cierta inmovilidad o ausencia de progreso, como si tales vínculos le dieran un carácter estático a la realidad. Por el contrario, así como el ajedrez permite establecer millones de partidas al tener unas pocas reglas fijas, la naturaleza pudo llegar a establecer la vida inteligente precisamente por disponer de unas pocas leyes invariantes. Tanto la química como la biología descansan en las leyes de la electrodinámica cuántica, que consiste en diversas interacciones de sólo tres partículas: electrón, positrón y fotón. Guyau escribió: “Lo que la filosofía moral y religiosa ha objetado y objetará siempre al panteísmo de Spinoza, considerado como un posible substituto de la religión, es su fanatismo optimista, en que todo se hace por la necesidad mecánica y brutal de las causas eficientes, sin especie alguna de finalidad interna, sin progreso verdadero” (De “La irreligión del porvenir”-Editorial Tupac-Buenos Aires 1947).
La ventaja de la religión natural radica en que, al considerar la existencia de leyes naturales invariantes y al descartar lo sobrenatural, hace recaer en la conducta moral todo lo que implique religión, descartándose el retroceso de tipo pagano que se advierte en ocasiones en que el creyente le pide a Dios que interrumpa momentáneamente las leyes por él establecidas, ignorando que es el hombre quien debe adaptarse a esas leyes.
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