Resulta conveniente, en alguna etapa de la vida, distinguir entre una tendencia que hemos de seguir y los objetivos a largo plazo que habremos de lograr, pudiendo darnos por satisfechos si alcanzamos progresos cotidianos, aun cuando estemos lejos del objetivo propuesto. De ahí la expresión bíblica: “A cada día le baste su propio afán”.
En la secuencia mencionada encontramos un punto de partida (planteamiento de objetivos alcanzables en el futuro), una actividad intermedia (medios para lograrlos) y finalmente el logro de aquéllos. El problema frecuente radica en la ausencia de proyectos concretos, que asociamos a una carencia de sentido de la vida, por lo cual pierde relevancia el resto de las etapas.
Podemos también definir objetivos, pero sin la voluntad necesaria para lograrlos, lo que implica, en cierta forma, que esos objetivos son nada más que deseos de buena suerte. Un inconveniente adicional es la poca paciencia para lograrlos o bien la sensación de fracaso permanente por no haberlos alcanzado todavía.
Es importante considerar que la vida consiste en todas las etapas mencionadas, sin menospreciar ninguna, como es el caso del estudiante que sueña con lograr su título universitario sin considerar sus estudios previos como una etapa valiosa en sí misma, ya que los afronta de manera de hacerla lo más breve posible.
Es necesario valorar las distintas situaciones teniendo presente este criterio, como es el caso del proceso económico de un país, ya que debemos considerar el ritmo de crecimiento de la economía, si es que así ocurre, antes que los resultados concretos por lograr. No es preocupante advertir todo lo que nos hace falta, siempre y cuando vislumbremos un crecimiento que posibilitará alcanzarlo en el futuro. Por el contrario, resulta preocupante la decadencia económica a pesar de que en el presente los objetivos del pasado hayan sido logrados satisfactoriamente.
En la mayor parte de las actividades humanas tenemos la opción de valorar prioritariamente la tendencia cotidiana en lugar del objetivo a largo plazo. En el caso de la economía, si consideramos al capitalismo como un medio eficaz para lograr el desarrollo, no deberíamos intentar ponerlo en práctica antes de adaptarnos culturalmente al mismo; ya que en ese caso las cosas no resultarán como se espera. De ahí que sólo debemos intentar una mejora paulatina que nos oriente en ese sentido. Los fracasos experimentados se deben a intentos de adopción sin previa preparación mental para su plena vigencia. Álvaro C. Alsogaray escribió: “La Economía Social de Mercado es una tendencia y no una ruptura dramática con todo el orden establecido. Da tiempo para que cada uno se adapte a las nuevas situaciones que se van creando, las cuales, por otra parte, abren nuevas y promisorias oportunidades. Sólo algunas medidas deben ser tomadas de una sola vez, sin vacilaciones ni temores, pero aun esas medidas no producen sino efectos paulatinos e individualmente controlables. En esta noción de tendencia y no de sujeción a un modelo rígido, reside una de las claves fundamentales de la acción política relacionada con el orden económico-social y la Economía Social de Mercado” (De “Bases para la acción política futura”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1969).
Debido a que ningún país es enteramente capitalista ni enteramente socialista, algunos piensan que una economía mixta es lo más aconsejable. Sin embargo, por tratarse de situaciones inestables, todo país ha de seguir uno de esos dos caminos, como tendencia a adoptar mirando hacia el futuro. El citado autor escribió: “En el gran marco de las tendencias políticas y económicas actuales este fenómeno se manifiesta de una manera bastante clara y con perfiles cada vez mejor delimitados. Las economías comunistas están tendiendo hacia soluciones basadas en el Mercado. Inversamente, las economías libres están incorporando dosis cada vez mayores de técnicas comunistas y colectivistas, que las alejan de aquellas soluciones”.
“Una apreciación simplista podría conducirnos de nuevo a pensar que la solución está a mitad del camino; que los comunistas se harán un poco más capitalistas y los capitalistas un poco más socialistas, y que al final todos nos encontraremos en un punto intermedio que representa al fin la gran salida. Por supuesto que dicha apreciación no es sino una superficial y elemental manera de ver las cosas, y que no es ese el desenlace futuro previsible de los procesos que están en marcha en la actualidad. Mi punto de vista a este respecto es mucho más pesimista, si es que no somos capaces de invertir a tiempo la tendencia que nos arrastra” (De “Política y economía en Latinoamérica”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1969).
En el caso de la ciencia tenemos casos en que el científico define desde pequeño el camino que quiere seguir mientras que al resto de su vida lo emplea en alcanzar sus anhelos y planes juveniles. Otros, en cambio, no tienen definido ningún plan, ni siquiera en ellos se despierta alguna vocación definida. Sin embargo, de adultos vislumbran alguna posibilidad concreta que perseguirán con cierto éxito. Como ejemplo del primer caso puede mencionarse al matemático Andrew Wiles, quien a temprana edad entiende el enunciado del “último teorema de Fermat” y dedica su vida a demostrarlo; cosa que finalmente logró.
Como ejemplo de científico que no tiene definido un tema en especial, sino que procede por tanteos hasta encontrar un problema que le despierte interés y pasión, puede mencionarse el caso de Luis F. Leloir. El destacado Premio Nobel argentino escribió: “Cuando yo estudiaba medicina no tenía idea de lo que deseaba hacer y tampoco de cual era el campo para el cual yo era apto. En relación con esto recuerdo haber discutido el problema con algunos de mis colegas en el hospital y uno de ellos me dijo: «Tú no eres muy inteligente pero quizás tendrás éxito porque eres perseverante»”.
Un error frecuente es cometido por quienes perseveran en planes poco realizables, o bien inaccesibles a sus aptitudes, sin advertirlo a tiempo. Alejandro C. Paladini escribe al respecto: “Los siete abandonos simbólicos de Leloir señalan su capacidad para advertir cuando un problema está agotado, no está «maduro» o se carece de la instrumentación necesaria para resolverlo. Ésta es una advertencia invalorable para los investigadores noveles que suelen malgastar años de labor por «enamorarse» de su tema, cuando más les valdría abandonarlo por otro” (De “Leloir. Una mente brillante”-EUDEBA-Buenos Aires 2007).
También en el ámbito empresarial encontramos industriales que, desde pequeños, sabían cuál era su pasión, como en el caso de la mayor parte de los constructores de automóviles. Hubo otros casos, de empresarios exitosos, que comenzaron sus actividades sin tener objetivos claros. J. C. Collins y J. I. Porras escribieron: “El 23 de agosto de 1937 dos ingenieros recién graduados, menores de 25 años y sin mayor experiencia en los negocios, se reunieron para hablar de la fundación de una nueva compañía. No tenían una idea clara de qué haría esa compañía. Lo único que sabían era que querían organizar una compañía en el campo amplio de la ingeniería electrónica. Se les ocurrieron muchísimas ideas sobre productos iniciales y posibilidades de mercado, pero no tenían una «gran idea» dominante que sirviera de inspiración para fundar una empresa”.
“Esos jóvenes eran Bill Hewlett y Dave Packard. Resolvieron fundar primero la compañía y después decidir qué harían. Sencillamente, echaron a andar ensayando cualquier cosa que les permitiera salir del garage y pagar las cuentas de la luz. Bill Hewlett dice: «En mis ocasionales charlas en las facultades de administración de negocios, el profesor de administración se escandaliza cuando les cuento que nosotros no teníamos ningún plan cuando empezamos –éramos oportunistas. Hacíamos cualquier cosa que nos produjera cinco centavos. Teníamos un indicador de línea de falla para el juego de bolos, un mecanismo de reloj para telescopios, un sifón de lavado automático para orinales y una máquina de choque para que la gente perdiera peso. Ahí estábamos, con unos U$S 500 de capital y ensayando cualquier cosa que nos consideráramos capaces de hacer»” (De “Empresas que perduran”-Grupo Editorial Norma-Bogotá 1995).
En el caso de la religión, si consideramos al “Amarás al prójimo como a ti mismo” como un objetivo concreto a lograr, veremos que es prácticamente imposible alcanzarlo, llegando incluso a desconfiar de su validez. Por el contrario, si lo consideramos como una tendencia o como un objetivo orientador, veremos que resulta mucho más efectivo.
Todo cambio social, con probabilidades de éxito, se ha de lograr a partir del cambio individual. Dicho cambio consiste esencialmente en ir modificando nuestra actitud característica hacia una postura cooperativa en lugar de competitiva. Recordemos que una actitud es, justamente, una tendencia a responder de igual manera en similares circunstancias; modificar nuestra actitud es algo alcanzable a nuestras decisiones, mientras que la posibilidad de compartir las penas y alegrías de toda persona que nos rodea, es un punto de llegada inaccesible que, sin embargo, tiene como objetivo orientarnos en la vida.
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