La palabra populismo nos da idea de una “leve enfermedad de la democracia” que produce estancamiento o atraso en un país. En cambio, la palabra totalitarismo nos da idea de una “grave enfermedad social” que entraña peligros reales para la vida de muchos de sus ciudadanos.
Desde el punto de vista político, el populismo adopta la forma de una autocracia en la cual un líder toma decisiones sin apenas escuchar a sus seguidores y mucho menos al pueblo. No pretende inmiscuirse en la vida de cada habitante con tal que no se entrometan con su gobierno. “Autocracia: Sistema sociopolítico en el cual las estructuras participativas se hallan prácticamente bloqueadas, de modo que el poder es ejercido en forma marcadamente centralizada y verticalista. Esta forma de poder no necesariamente ostenta legitimidad, aunque puede obtenerla –al menos parcialmente- por razones de índole parental, racial y/o consuetudinaria. Por extensión, se aplica el concepto al tipo de liderazgo ejercido en el grupo social en las antípodas del liderazgo democrático” (Del “Diccionario de Sociología” de E. del Acebo Ibáñez y Roberto J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).
Por otra parte, se entiende por totalitarismo un liderazgo similar al anterior, pero que no tolera disidencias y llega al extremo de agredir de alguna forma a quien no se suma a la voluntad del gobierno. Los autores mencionados escriben al respecto: “Totalitarismo: Término moderno con el que se designa un tipo específico de dominación política caracterizada por una tendencia a la hegemonía del Estado sobre todos los ámbitos de la vida social e individual. Se distingue de otras formas análogas de dominación como la tiranía, el absolutismo u otros sistemas autoritarios, pues mantiene una aparente estructura democrática o representativa, utiliza modernas tecnologías que atañen a sus fines –en especial las que se relacionan con el manejo de la opinión pública, la información-desinformación y la propaganda-, está vinculado ordinariamente a un partido político único o monopolizador, con una economía fuertemente centralizada, fundado en una ideología, y con la instrumentación de un fuerte sistema de control”.
Si consideramos al peronismo, en especial el de las primeras dos presidencias, se advierte que coincide bastante con la definición de totalitarismo antes indicada. Mariano Grondona escribió: “Desde el momento que no sólo le interesa mandar sino también lograr el consenso de aquellos a quienes manda, el totalitarismo ingresa con más ánimo que el autoritarismo en los campos gemelos de la educación y la comunicación. Al autócrata le interesa solamente que el pueblo obedezca. Su opresión se limita por ello al área política. Pero el totalitarismo no quiere sólo que le obedezcan; pretende además que le crean. No sólo quiere vencer, quiere convencer. ¿No es él, acaso, la voz del pueblo? El autócrata castiga sólo a las consecuencias de las ideas que difieren de las de él, a las conductas opositoras. El totalitario castiga a las ideas no bien nacen, antes que se materialicen en conductas. Pensar contra o incluso «sin» él, es el peor de los delitos”.
“Su manipulación del pueblo es, como lo dice su nombre, «total». Maneja la cultura, la economía y la política. No deja, o procura no dejar ámbito alguno desde el cual la libertad intente difundirse. El totalitarismo es más peligroso que el autoritarismo precisamente porque, en cuanto sistema negatorio del individuo es…perfecto” (De “Bajo el imperio de las ideas morales”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1987).
En el mismo sentido que los anteriores autores, Juan José Sebreli escribió: “A diferencia de una dictadura tradicional, que sólo requiere obediencia, el líder carismático pretende además la adhesión, un sentimiento o pasión colectiva que se parece al amor. En las dictaduras tradicionales basta con callar; en el totalitarismo, además, hay que salir a gritar. En las dictaduras tradicionales, las calles están vacías; en los totalitarismos están llenas de masas proclamando su amor al líder”.
“La dictadura tradicional mantiene dentro de ciertos límites la división entre el Estado y la sociedad civil; en el totalitarismo la sociedad civil es absorbida por el Estado, la vida privada por la pública, el individuo por la colectividad, no queda ningún resquicio de silencio y privacidad donde pueda refugiarse lo singular o lo diferente. Los derechos individuales son reducidos a mera formalidad jurídica, sólo tienen valor los supuestos derechos colectivos identificados con el Estado” (De “Crítica de las ideas políticas argentinas”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2002).
El totalitarismo comienza como un “imperialismo interno” en el cual los adherentes al líder tienden a imponerse sobre los sectores disidentes, que son considerados enemigos. Si se logra afianzar en un país, tiende a convertirse en un imperialismo con intenciones de dominar países extranjeros. Las ambiciones de poder no tienen límites apuntando hacia el poder mundial. Sebreli habla del “delirio de unanimidad que constituye la base emocional de los totalitarismos”.
En cuanto al peronismo, Sebreli escribe: “El Estado peronista se basó en la concepción jurídica de Schmitt; intentó en lo posible la destrucción de lo que despectivamente se llamó «demoliberalismo» y «partidocracia» y la transformación del régimen republicano en una dictadura totalitaria. El Poder Legislativo, en sus dos cámaras, Senadores y Diputados, quedó totalmente subordinado al Poder Ejecutivo”. “Del mismo modo fue subordinado el Poder Judicial”.
“La relación del Estado con el Partido único en los sistemas totalitarios es ambigua. En Italia el fascismo era un partido de Estado, en Alemania el partido nazi fluctuaba entre dominar al Estado o ser un órgano de éste. Con el peronismo ocurrió otro tanto; la glorificación del Estado, en la primera etapa del peronismo, se transformó a partir de 1950, en exaltación del partido peronista sobre el Estado. Si el peronismo comenzó identificándose con el Estado, en una etapa más avanzada, éste debió identificarse con aquél”.
“Según el Plan de Acción Política su finalidad era «luchar empleando todos los medios y conceptos a fin de que todos los habitantes de esta patria sean peronistas». Algunas de las medidas tomadas para este fin fueron la creación de la Cátedra sobre Justicialismo en el Colegio Militar y en la Escuela Superior de Guerra, y la afiliación obligatoria de los empleados públicos al Partido Peronista, así como la cesantía de todos los opositores…Perón se ocupó esta vez del empleado provincial no peronista: «Se lo deja cesante o se lo exonera por la simple causa de ser hombre que no comparte las ideas del gobierno: eso es suficiente»” (De “Los deseos imaginarios del peronismo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1992).
Puede decirse que el peronismo fue esencialmente una copia del fascismo y del nazismo, con las diferencias propias que la aplicación tuvo en los distintos pueblos. Sebreli agrega: “La organización del Partido Peronista no podía dejar de ser también netamente totalitaria y similar a la de los partidos fascista italiano y nacionalsocialista alemán, basados en la lealtad ciega e irreflexiva al líder, en la autoridad jerárquica más estricta y en la delación. La legitimidad estaba dada no por la elección de sus miembros, sino por la autocracia reconocida del Jefe, que se ha investido a sí mismo en virtud de su propia persona, de sus cualidades individuales, de su supuesta infalibilidad, de su carácter de hombre providencial, de «hombre del destino». «Mussolini siempre tiene razón», decían los fascistas, «y esto es verdad, primero porque lo ha dicho el General Perón, y segundo porque efectivamente es verdad», afirmaba Eva Perón”.
Entre las características de los sistemas totalitarios se encuentra la tendencia a destruir los partidos políticos rivales y a absorber desde el Estado a todos los medios masivos de difusión. Al respecto, Sebreli escribió: “El partido orgánicamente totalitario que se cree ostentador de la verdad absoluta, no puede obviamente soportar la existencia de otros partidos: el pluralismo democrático rompe la unidad monolítica, la unanimidad. El partido totalitario es por definición y esencia un partido único. El fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán comenzaron siendo un partido entre otros en el Parlamento, hasta que tuvieron suficiente poder como para prohibir la actuación de todos los opositores. El peronismo no pudo llegar del todo a esa etapa, pero desde el comienzo los partidos políticos opositores debieron actuar en la semiclandestinidad, con sus principales dirigentes presos o en el exilio, sus periódicos prohibidos, sin acceso a la radio, eliminada la libertad de expresión por la censura ejercida a través de la Secretaría de Prensa e Información, la declaración y la tortura convertidas en práctica cotidiana”.
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