domingo, 29 de mayo de 2022

La esclavitud emocional

Toda forma de gobierno mental del hombre sobre el hombre, trae asociada cierta esclavitud emocional. Tal esclavitud depende tanto del esclavizante como del esclavizado, y se establece principalmente bajo el predominio del odio.

Si se asocia la felicidad al amor, actitud por la cual compartimos las penas y las alegrías ajenas como propias, puede advertirse que, en cierta forma, el que odia también puede buscar cierta felicidad en el odio, ya que asocia al sufrimiento ajeno cierta alegría y al éxito ajeno cierta tristeza.

Como ejemplo ilustrativo de esta actitud puede mencionarse el caso de un simpatizante de Boca Juniors, quien se sentía feliz y eufórico en el momento en que River Plate descendía de categoría. Incluso cierta encuesta realizada entre simpatizantes del Real Madrid y el Barcelona, mostraba la predominante elección de la alternativa de desear la derrota del rival antes que el triunfo del propio equipo.

Puede decirse que en esta aparente igualdad entre el amor y el odio, en cuanto a los resultados emocionales, cae víctima gran parte de la sociedad, ya que la actitud anterior implica necesariamente que el éxito de la persona o del sector odiado producirá tristeza en el odiador, lo que no es otra cosa que la envidia. Luego, la envidia implicará un autocastigo cercano, inmediato y permanente, que amargará la vida del odiador.

Tal esclavitud emocional fue advertida por Jorge Luis Borges, quien escribió: "Odiando, uno depende de la persona odiada. Es un poco esclavo de la otra. Es su sirviente”, mientras que Friedrich Nietzsche escribió: “No se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior” (De “Citas y frases célebres” de Samir M. Laâbi-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2000).

El odio es utilizado ampliamente en política, especialmente por los sectores de izquierda. Los instantes de "felicidad suprema" le ocurren al izquierdista cuando alguna desgracia le sucede al enemigo; de ahí la expresión de "haber festejado" los atentados a las torres gemelas de Nueva York por parte de la dirigente Hebe de Bonafini, respaldada luego con una adhesión del 55% de los oyentes de una emisora radial de Buenos Aires.

Los ideales del guerrillero Ernesto Che Guevara, según su propia versión, sólo podrán ser conseguidos mediante el odio. Al respecto expresó: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal” (Citado en “Por amor al odio” de Carlos Manuel Acuña-Ediciones del Pórtico-Buenos Aires 2000).

Políticamente hablando, si uno quitara toda referencia al enemigo en el discurso populista o totalitario, perdería toda su fuerza y toda su elocuencia. En forma similar, los individuos que suspenden momentáneamente en sus conversaciones toda referencia al enemigo, se muestran incomunicativos y poco creativos hasta en un simple y elemental diálogo. Además, parecería que en esos casos se les quitara el sentido de sus vidas que consiste en ver liquidado o derrotado a su enemigo (por lo cual tendrían la imperiosa necesidad de cambiarlo por otro).

El que odia intensamente, jamás puede admitir que el enemigo tiene algo de razón, ni tampoco puede admitir que sus acciones sean positivas para la sociedad. De ahí que tiende a enmascarar la realidad con grandes dosis de mentiras. De ahí que el odio y la mentira vayan siempre juntos, y con la misma intensidad. Ernesto Sandler escribió: “Hasta hace muy poco, los científicos consideraban que la adhesión emocional a cualquier idea debía pasar por el filtro de la razón. Esta presunción daba por sentado que la adhesión emocional a una idea era posterior a un análisis objetivo y valorativo a cargo de nuestra mente racional. Recién cuando la conciencia terminaba de analizar y verificar racionalmente la certeza de una idea, se pasaba a un estrato mental dominado por las emociones subjetivas. Sin embargo, la neurociencia ha puesto de manifiesto que los mecanismos mentales no se dan habitualmente de esa manera ni transitan ese camino tan lineal y perfecto”.

“La neurociencia ha puesto en evidencia que los sentimientos, emociones, intuiciones y pasiones influyen notablemente en nuestra mente. Por ende, condicionan el análisis objetivo de las ideas antes de que intervenga la razón. Se ha comprobado que la mayoría de la gente sostiene ideas y adhiere a ellas sin haberlas analizado ni verificado empíricamente. Es decir que el paso de la conciencia racional a la conciencia emocional suele ser a la inversa de lo que antiguamente se sostenía. De esta forma, la adhesión a las ideas comienza habitualmente con los sentimientos y emociones subjetivas”.

“Este descubrimiento de la neurociencia explica por qué la mayoría de las veces la subjetividad suele predominar en la formación de un ideario, dejando de lado todo tipo de objetividad científica o verificación empírica. La influencia de los estados emocionales llega a ser tan importante que induce a la adhesión a ideas totalmente irracionales o que no describen objetivamente la realidad”.

“En el caso argentino, no hay duda de que las sucesivas crisis económicas, el desengaño por las promesas fallidas, la desesperanza ante los fracasos de los planes económicos y las promesas demagógicas, han contribuido a la construcción de un pensamiento colectivo sustentado en las emociones subjetivas, más que en la razón objetiva. Ante las reiteradas crisis, la gente duda de la certeza de las ideas de quienes se autoproclaman expertos. Los argentinos prefieren aferrarse a sus sentimientos primarios, a experiencias personales, a creencias sobre hechos ocurridos en el pasado y hasta a concepciones religiosas, antes de basarse en un conocimiento objetivo” (De “El Estado terminator”-Mucho Gusto Editores-Buenos Aires 2014).

sábado, 28 de mayo de 2022

La tiranía de lo colectivo

Por Alberto Benegas Lynch (h)

La obsesión malsana por el igualitarismo indefectiblemente conduce al empobrecimiento moral y crematístico

Seguramente el desafío mayor de nuestra época estriba en comprender el valor descomunal de la persona. Entender que cada uno de los humanos es único e irrepetible, por ende, con potencialidades exclusivas en toda la historia de la humanidad. No hay entonces justificativo alguno para que el grupo se imponga y tuerza las inclinaciones y vocaciones de cada cual. Solo es aceptable el uso de la fuerza cuando hay lesiones de derechos, de lo contrario debe respetarse de modo irrestricto los proyectos de vida de los congéneres por más que no los suscribamos.

El “ogro filantrópico” de Octavio Paz, es decir el aparato estatal, ha mutado su función de proteger y garantizar los derechos de la gente por su descarado atropello que anula la solidaridad y la caridad que como es sabido para que tenga sentido debe llevarse a cabo voluntariamente y con recursos propios. Lo contrario es un atraco. Un Leviatán desbocado que aniquila a la persona y como ha escrito Julián Marías, la persona no es solo lo que se ve en el espejo, es su interioridad única. Como apunta Roger Williams cada uno es extraordinario desde el punto de vista anatómico, bioquímico, y sobre todo psicológico.

Friedrich Hayek ha mostrado las características del individualismo como protector de la dignidad de cada persona y los correspondientes incentivos para la cooperación social. Las diferencias de cada uno es lo que hace atractivo y necesario el intercambio y las relaciones interpersonales como también diría Ortega y Gasset. Si ocurriera la inmensa desgracia de ser todos los humanos iguales no habría interés ni provecho en los intercambios culturales y materiales pues todos se dedicarían a lo mismo. Como he dicho muchas veces, hasta la simple conversación resultaría en un tedio mayúsculo pues sería igual a conversar con uno mismo. En economía, la división del trabajo está basada en la desigualdad de talentos y fuerzas físicas. Por ello es que la guillotina horizontal impuesta por los gobiernos conduce a un doble estropicio: por una parte destroza los incentivos para progresar puesto que la nivelación bloquea la producción de cantidades mayores a la marca niveladora y los que esperan redistribuciones lo hacen de balde por el primer suceso. Por otra parte, aniquila la esencial igualdad ante la ley para hacerla mediante ella con lo que el marco institucional civilizado queda amputado.

La obsesión malsana por el igualitarismo indefectiblemente conduce al empobrecimiento moral y crematístico. El delta entre los más ricos y los más pobres depende exclusivamente del comportamiento de cada uno en el supermercado y afines: al elegir con mayor o menor intensidad va estableciendo niveles de rentas y patrimonios. El comerciante que acierta con las preferencias de su prójimo obtiene ganancias y el que yerra incurre en quebrantos. Solo son objetables los que la juegan de empresarios mientras se alían en una cópula hedionda con el poder político de turno para alzarse con privilegios y así explotar miserablemente a los demás.

Habitualmente en los países más prósperos la diferencia entre el más rico y el más pobre es mayor lo cual no solo no es óbice para el progreso sino que es su condición para que los promedio ponderados de los salarios e ingresos en términos reales resulten más altos debido a la gran diversidad en un contexto donde todos cuentan con las mayores oportunidades posibles debido a dar rienda suelta a la energía creadora y a la consecuente productividad. El más eficiente como un efecto no buscado transmite su potencia a los marginales puesto que las tasas de capitalización fruto de anteriores ahorros constituyen la única causa de mayores salarios. No se trata de recursos naturales, de climas ni de etnias, se trata de mayores inversiones (como hemos ejemplificado antes, el continente africano abriga la mayor dosis de recursos naturales y la miseria está muy extendida, mientras que Japón es un cascote habitable solo en un veinte por ciento).

Gustave Le Bon destaca las barrabasadas de los grupos a contramano del individuo y concluye que “en las multitudes lo que se acumula no es el talento sino la estupidez”. En materia educativa es muy necesario abrirla a la competencia a los efectos de contar con auditorías cruzadas de las muy diversas instituciones y estructuras curriculares para lograr los máximos niveles de excelencia en un contexto donde pueda extraerse lo mejor de cada estudiante, al contrario de sistemas burocráticos que dependen del los caprichos de lo que sucede en el vértice del poder estatal en procesos de la siempre nefasta igualación.

Estas consideraciones de más está decir no solo no se oponen a las faenas en equipo sino que las promueven como parte medular de las metas y aspiraciones individuales que muchas veces se logran de mejor manera aliados en equipos voluntariamente establecidos. Son los espíritus colectivistas los que se oponen a estas iniciativas al imponer todo tipo de cortapisas dentro de un país y al injertar tarifas, aranceles y cupos a las migraciones de personas y a la entrada de mercancías.

Ludwig von Mises nos enseña que “la distinción principal de la filosofía social de Occidente es el individualismo. Su meta se dirige a la creación de una esfera en que el individuo es libre de pensar y actuar sin ser restringido por la interferencia de aparatos sociales de coerción y opresión, el Estado. Todos los logros espirituales y materiales de la Civilización Occidental fueron el resultado de la operación de esta libertad.” Desde luego como ha escrito Jorge García Venturini, la referencia a Occidente no alude a un lugar geográfico sino al espíritu de libertad.

En otra oportunidad he escrito sobre lo que sigue pero dado el empecinamiento con la idolatría del colectivismo, es pertinente reiterar parte de lo dicho. Aldous Huxley resume sus preocupaciones en la alarmante moda de conceptos tales como la necesidad de adaptarse y ajustarse a los otros, al pensamiento grupal, a lo socialmente aceptado, en definitiva a la disolución de lo personal en aras de lo colectivo.

Es curioso que los que usan la pantalla de la unión de todos en realidad separan y generan aislamiento y conflictos permanentes entre los miembros de la sociedad. Interfieren permanentemente en los arreglos voluntarios de sus integrantes. En definitiva alimentan una secuencia sin solución de continuidad de guerras sin cuartel de todos contra todos. Para recurrir a la terminología de la teoría de los juegos, en lugar de abrir paso a la suma positiva donde ambas partes ganan en un acuerdo voluntario, provocan la suma cero. Los megalómanos de siempre intervienen en el mecanismo de precios con lo que indefectiblemente se generan faltantes y desajustes de todo tipo al tiempo que desdibujan los únicos indicadores con que se cuenta para saber dónde invertir y donde desinvertir al efecto de aprovechar del mejor modo los siempre escasos factores productivos.

El individualismo machaca sobre la importancia de la descentralización del poder político y el federalismo. Rechaza de plano las cargas fiscales insoportables, deudas estatales astronómicas, inflaciones galopantes y gastos públicos desmesurados en el contexto de regulaciones que asfixian las libertades. Considera una estafa sideral los sistemas denominados de seguridad social pero que son de llamativa inseguridad antisocial debido a la succión de ingresos de todos pero con especial saña contra los más débiles.

Las discusiones semánticas a veces no son constructivas pero como las palabras sirven para pensar y para comunicar pensamientos es a veces de interés detenerse en algunos vocablos clave. Estimamos que ese es el caso del individualismo tan vapuleado y poco comprendido en nuestra época.

Huxley sostiene que la importante y por cierto muy verdadera visión de Eric Blair -que como es sabido firmaba con el pseudónimo de George Orwell- se refiere a la acción imperturbable y maliciosa del Gran Hermano sobre las libertades individuales, en cambio el primer autor apunta a algo peor aún, es decir, al pedido de la gente para ser esclavizada en base a lo antes descrito y especialmente debido a una educación perversa que como queda dicho donde más que educar se adoctrina con lo que las personas mutan a la condición de autómatas esclavizados. Abrigo grandes temores de lo anticipado por Huxley respecto a tecnologías de avanzada en manos de gobernantes para el control de la gente, por ejemplo, entre muchos otros casos, el peligro que encierra la digitalización coactiva de todas las transacciones monetarias para eliminar efectivos y así perturbar y dirigir de un modo más efectivo la vida y las haciendas de las personas, para no decir nada de la sugerencia de algunos energúmenos sobre la obligatoriedad de instalar un chip en el cuerpo de cada uno.

A su vez en el terreno laboral, en el contexto del individualismo, los sindicatos se desempeñan como asociaciones libres y voluntarias y de ninguna manera como entidades que imponen representaciones y aportes forzosos ni huelgas que sean distintas al derecho a no trabajar para en vez imponer procedimientos violentos e intimidatorios para los que quieren seguir con sus tareas laborales.

En este razonamiento debe destacarse que las llamadas “conquistas sociales” como la entronización de salarios mínimos y equivalentes indefectiblemente provocan desempleo. Y debe tenerse en cuenta que la incorporación de mayores productividades liberan recursos humanos y materiales para atender otras necesidades para lo cual los comerciantes son incentivados en la capacitación de personal al efecto de sacar partida de los nuevos arbitrajes que las circunstancia ofrecen.

Allí donde hay acuerdos libres entre las partes no hay tal cosa como sobrante de aquel factor indispensable para abastecer las ilimitadas necesidades de la gente. Poner palos en la rueda conduce al empobrecimiento. Cuando se dice que los gobiernos deben inmiscuirse en esta materia para equilibrar las fuerzas dispares en la contratación laboral no se tiene presente que es del todo irrelevante el estado de la cuenta corriente de las dos partes, lo definitorio son las antedichas tasas de capitalización. Las partes podrán disponer de recursos suculentos o estar en la quiebra, esto es indistinto lo trascendental es que el ingreso se establece por las tasas de capitalización y no por la voluntad y la condición de las partes.

Milton Friedman escribe la introducción a la colección de la revista The Individualist Review que se inauguró en abril de 1961 donde señala que siguió las huellas de una entidad anterior de 1953 fundada por Frank Chodorov bajo el nombre de Intercollegiate Society of Individualists. Friedman destaca lo consignado en el editorial del primer número de la referida revista académica que apuntaba a fortalecer los valores de “la empresa privada y libre y a la estricta imposición de límites al poder del gobierno” y anunciaba se abocaría al “compromiso con la libertad”, una publicación en la que Friedman formaba parte de su Consejo Editorial y también colaboraba con ensayos de su autoría junto con otros destacados colegas. También en esa introducción Friedman apunta que el establecimiento de la Mont Pelerin Society en 1947 -la academia internacional como la denominaba Hayek- ayudó mucho a refutar las falacias tejidas en torno al individualismo y a explicar sus enormes beneficios respecto a su consideración por las autonomías individuales y el consiguiente estímulo a las más extendidas aperturas a las relaciones contractuales entre las personas de todo el globo.

Se ha exhibido hasta el cansancio las tretas en las que está complotado un grupo para afirmar falsedades frente a gráficos varios en las pantallas que se muestran a todos y que finalmente resultan en que un sujeto no informado que se lo invita al grupo termina por sostener las mentiras que dicen todos los demás. Esto para explicar la malsana tendencia a dejarse empujar por lo colectivo.

En resumen, el individualismo resalta y resguarda la condición humana de cada cual en cuyo contexto la función de los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno deben cuidar y preservar el derecho de cada uno de los miembros en su jurisdicción y abstenerse de manejar el fruto del trabajo ajeno. La hipocresía colectivista pretende ocultar resultados altamente negativos con un discurso mentiroso dirigido a conquistar a incautos y desprevenidos frente a la avalancha de miserias que invariablemente generan las granjas colectivas y equivalentes que siempre hundieron a la gente en las hambrunas y las miserias más desgarradoras vía de lo que en ciencia política se conoce como “la tragedia de los comunes”, es decir, lo que es de todos no es de nadie. El colectivismo aplasta al individuo y a sus derechos que son anteriores y superiores a todo gobierno.

(De www.infobae.com)

viernes, 27 de mayo de 2022

Comentario al libro «Los fundamentos de la libertad» de Hayek

Por Jesús Huerta de Soto

Si La acción humana de Mises ha sido el tratado de economía que más ha influido en el pensamiento liberal español en los últimos cincuenta años, Los fundamentos de la libertad de F. A. Hayek, alumno dilecto de Mises y premio Nobel de economía en 1974, es el libro que más influencia ha tenido, y aún sigue teniendo, sobre el pensamiento jurídico, político y moral de los liberales españoles. Son cohorte los pensadores de nuestro país amantes de la libertad que han bebido intelectualmente de este libro una y otra vez: desde la Presidenta de la Comunidad de Madrid, hasta el flamante gobernador socialista del Banco de España, pasando por múltiples pensadores, políticos, sociólogos y periodistas de todos los colores y partidos políticos.

El libro, de nuevo, fue originariamente publicado en 1961 por la Fundación de Ignacio Villalonga, ese gran político valenciano, nacionalista y liberal, que al ver frustrada su carrera política por el advenimiento del franquismo (llegó a ser Presidente de la Generalitat de Cataluña durante la 2ª República) se vio obligado a refugiarse en el mundo empresarial como artífice del grupo industrial y financiero del Banco Central hasta los años setenta del siglo pasado. Siete son las ediciones de este clásico publicadas en nuestro país, la última por Unión Editorial hace poco más de un año con una limpia y revisada traducción de José Vicente Torrente, siendo más de veinticinco mil los ejemplares hasta ahora vendidos y distribuidos en nuestro país de Los fundamentos de la libertad de Hayek durante los pasados cincuenta años.

Aunque Hayek fue un economista de la escuela austriaca de primera magnitud que profundizó y amplió las contribuciones a la ciencia económica de su maestro y mentor Ludwig von Mises, oponiéndose sin descanso a Keynes y a los teóricos positivistas del equilibrio e ingenieros sociales de la escuela de Chicago como Friedman y Knight, a partir de 1960 se dedicó prioritariamente a estudiar los fundamentos jurídicos y morales de la economía de mercado frente a la estrecha moral, corrupta e intervencionista, propia de los epígonos de la estatolatría que en la década de los sesenta del pasado siglo todo lo parecían invadir.

Hayek advierte cómo la democracia no sometida al imperio de la ley entendida en su sentido material, como norma abstracta aplicable a todos por igual sin atender a circunstancia particular alguna, se convierte en un sistema dictatorial y odioso en que las mayorías coyunturales de cada momento se dedican a explotar y coaccionar sistemáticamente a las minorías. La corrupción del sentido tradicional de la ley se materializa en la continua promulgación de una confusa maraña de mandatos legislativos y reglamentos que pretenden organizar toda la vida en sociedad pero que, por la imposibilidad científica de incorporar en los mismos toda la información y conocimiento práctico-empresarial necesario, en vez de solucionar los problemas (por ejemplo, en el ámbito de la violencia de género) tienden a agravarlos y a hacerlos de más difícil solución (la legislación de discriminación positiva a favor de la mujer al violar el principio de igualdad ante la ley, está incrementando los conflictos conyugales, las denuncias dudosas o simplemente falsas y, en última instancia, la violencia de género a menudo protagonizada por desesperados que ante la arbitrariedad del sistema legal y judicial deciden tomarse la justicia por su mano).

Hayek nos demuestra cómo a este proceso corruptor del concepto de ley le acompaña con carácter paralelo un proceso generalizado de corrupción de la justicia. Ésta deja de entenderse como la adaptación, en mayor o menor medida, del comportamiento humano a las normas generales y abstractas del derecho material, y pasa a ser concebida como la impresión más o menos emotiva que en determinada situación social se crea un observador externo, al margen de que el comportamiento de los partícipes observados en el proceso social se haya sometido o no a los principios generales del derecho material. En suma, no hay nada más injusto que este concepto espurio de justicia “social”, pues la misma se utiliza para justificar las agresiones más dañinas sobre el cuerpo social con el objetivo de redistribuir la renta e igualar los resultados del proceso social, al margen de que los participantes en el mismo se hayan comportado o no justamente desde el punto de las normas tradicionales de derecho material.

De acuerdo con Hayek, la legislación —en oposición a la ley consuetudinaria— es arbitraria y fruto del socialismo, corrompe el concepto tradicional de derecho consuetudinario en sentido material y prostituye y destruye la verdadera justicia, sustituyéndola por un concepto espurio de “justicia social” que es incompatible con la cooperación pacífica y armoniosa de los seres humanos, destruye la paz social, fomenta la violencia y paraliza el avance de la civilización.

Impecable es el análisis de Hayek sobre la evolución y corrupción del rechstaat o Estado de derecho durante los últimos doscientos años, como impecable es su análisis crítico sobre el Estado del bienestar y el socialismo que amplía en dos obras posteriores también traducidas y publicadas en español, Derecho, legislación y libertad, recién publicada en su segunda edición en un solo volumen por Unión Editorial; y La fatal arrogancia: los errores del socialismo, publicada en diversas ediciones, la última dentro de la serie de Obras Completas de F. A. Hayek, colección en veintidós volúmenes cuya edición en español (en la que ya se han editado siete volúmenes) me honro en dirigir para los países de habla hispana, y que está siendo publicada por Unión Editorial, en paralelo con las ediciones en inglés, alemán y japonés.

Hayek ha sido, sin duda alguna, una de las figuras intelectuales más importantes del siglo XX. Gracias al esfuerzo y dedicación de un nutrido grupo de seguidores españoles, todas sus obras importantes han estado disponibles desde un principio al alcance del intelectual, del político y del economista español. Y si hoy nuestro país puede considerarse en alguna medida más tolerante y proclive a la libertad económica y al liberalismo político que hace cincuenta años, ello se debe en gran parte a este importante libro que, en poco más de quinientas páginas, recoge de forma contundente todos los argumentos a favor del Estado de derecho, el sometimiento de las autoridades a la ley, la igualdad de todos los ciudadanos ante el mismo derecho sin discriminación positiva alguna, la defensa de la propiedad privada en todos los órdenes e instancias sociales y el impulso de la iniciativa privada, la libertad de empresa y del sistema económico capitalista como único sistema social compatible con la moral, la naturaleza del ser humano y el avance de la civilización.

Hayek termina su ya clásica obra con un postscriptum titulado “Por qué no soy conservador” donde denuncia la cortedad de miras y el estatismo que son propios de las derechas conservadoras que tanto daño hacen al avance de la sociedad y, sobre todo, tanto en común tienen con los socialistas de todos los partidos, a la hora de desconfiar de las posibilidades del ser humano para, cooperando libre y pacíficamente entre sí, hacer avanzar hacia cotas inimaginables de progreso la civilización humana.

Por eso, y a pesar de lo grave que parezcan las dificultades que nos acechan por doquier, el hecho de que casi al final de la primera década del presente siglo XXI todavía sigan agotándose rápidamente las sucesivas ediciones de Los fundamentos de la libertad de Hayek que se publican en nuestro país, es una muestra evidente de que lo más granado de nuestra juventud y de nuestros intelectuales está bebiendo de las mejores fuentes del pensamiento liberal y de que todavía España tiene grandes posibilidades de reencontrar su destino, frente al estatismo de todos los colores, como sociedad libre y abierta.

(De www.mises.org.es)

miércoles, 25 de mayo de 2022

Argumentos del mayor líder socialista

Desde una perspectiva personal y subjetiva, puede afirmarse que Jorge Bergoglio constituye el máximo promotor del socialismo a nivel mundial. Ello se debe principalmente a su influencia en millones de católicos que ven, a través de su liderazgo, que el comunismo no es tan malo y que el liberalismo no es tan bueno como se dice.

Los pronunciamientos del, entonces, arzobispo de Buenos Aires, no difieren esencialmente de lo que la mayor parte de los socialistas repiten a diario y que, en forma de eslogan de fácil acceso, llegan a las mentes desprevenidas. Alberto Benegas Lynch (h) escribió: "Dijo el Cardenal Bergoglio en la referida alocución [conferencia inaugural en el Alvear Palace Hotel] que «La crisis económico-social y el consiguiente aumento de la pobreza tiene sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad de las personas y de los pueblos. En este contexto, reiteramos la convicción de que la pérdida del sentido de la justicia y la falta de respeto hacia los demás se han agudizado y nos han llevado a una situación de inequidad»".

"Más adelante subrayó la importancia de la «justicia social», la «igualdad de oportunidades», el daño de «las transferencias de capitales al extranjero», que debe exigirse la «distribución de la riqueza», señaló los perjuicios de las desigualdades patrimoniales y la necesidad de «evitar que el empleo de recursos financieros esté moldeado por la especulación», todo en el contexto de que la «deuda social» -que a su juicio reviste carácter eminentemente «moral»- consiste en reformar «las estructuras económicas» en el sentido antes expresado" (De "Vivir y dejar vivir"-Fundación Libertad-Rosario 2013).

Un contra-argumento efectivo implica que, para satisfacer cualquier objetivo benéfico, se necesita obtener dinero. Y para obtener dinero en forma lícita, es necesario producir e intercambiar luego lo producido, beneficiando de alguna manera a los demás. Murray Rothbard escribió: "Una de las acusaciones más comunes contra el mercado libre (incluso por parte de muchos de sus amigos) es que refleja y fomenta un «materialismo egoísta» desenfrenado. Aunque el mercado libre —el capitalismo sin trabas— es el que mejor promueve los fines «materiales» del hombre, los críticos argumentan que distrae al hombre de los ideales más elevados. Aleja al hombre de los valores espirituales o intelectuales y atrofia cualquier espíritu de altruismo".

Al respecto, David Gordon comenta: "Rothbard responde a esta crítica de forma sorprendente. Dice que el dinero es sólo un medio, no un fin. La gente busca el dinero para conseguir lo que quiere, pero los fines que tiene la gente no tienen por qué ser «egoístas» o «materialistas». Cada persona debe decidirlo por sí misma".

Se dice que la economía de mercado es un proceso efectivo para traducir las demandas y necesidades de la gente por medio de la producción de bienes y servicios que las satisfacen. Rothbard escribe: "En primer lugar, no existe un «fin económico». La economía es simplemente un proceso de aplicación de medios a los fines que una persona pueda adoptar. Un individuo puede aspirar a los fines que quiera, «egoístas» o «altruistas». A igualdad de otros factores psíquicos, a cada uno le interesa maximizar sus ingresos monetarios en el mercado. Pero esta renta máxima puede utilizarse para fines «egoístas» o «altruistas». Qué fines persiga la gente no le importa al praxeólogo. Un empresario de éxito puede utilizar su dinero para comprar un yate o para construir un hogar para huérfanos indigentes. La elección es suya. Pero la cuestión es que, sea cual sea el objetivo que persiga, primero debe ganar el dinero antes de poder alcanzarlo" (De https://mises.org/node/59047)

martes, 24 de mayo de 2022

La crisis global

Mientras que en la Argentina finaliza el auge del liberalismo en la segunda década del siglo XX, con el ascenso de Hipólito Yrigoyen al poder, en Europa finaliza un auge similar en la misma década, con el inicio de la Primera Guerra Mundial. Con altibajos, se inicia una época antiliberal y totalitaria, que aún se mantiene ya que persisten los nacionalismos y los intervencionismos de tipo socialdemócrata. Alberto Benegas Lynch (h) escribió: "Piénsese lo que se piense de las soluciones y recetas cotidianas en los diversos países del orbe, hay pocos que dudan que estamos frente a una crisis de proporciones mayúsculas de la que sólo vemos la punta del iceberg".

"Las causas de tamaño desbarajuste no se gestaron de la noche a la mañana, se remontan a lejanos tiempos. Los aparatos estatales vienen inflándose a pasos agigantados de hace añares. Solo consideremos que antes de la Primera Guerra Mundial, la participación del gasto público giraba en el orden del tres al ocho por ciento del producto bruto interno. Hoy en algunos lares del llamado mundo libre alcanza al sesenta por ciento y en general ronda el cuarenta. El respeto a los derechos individuales en aquella época era ampliamente reconocido y protegido" (De "Vivir y dejar vivir"-Fundación Libertad-Rosario 2013).

Respecto de los "buenos tiempos" liberales, el historiador A.J.P. Taylor escribió: "Hasta agosto de 1914 un inglés sensible y cumplidor de la ley podía pasar por la vida y prácticamente no notar la existencia del Estado, más allá del correo y la policía. Podía vivir donde quisiera y como le gustara. no tenía ningún número oficial ni cédula de identidad. Podía viajar al extranjero y dejar este país sin pasaporte y sin ningún permiso oficial".

"Podía adquirir con su moneda cualquier otra sin restricción o límite alguno. Podía comprar bienes de cualquier país del mundo en los mismos términos con que podía hacerlo localmente. A esos efectos, un extranjero podía pasar su vida en este país sin informar a la policía. El inglés pagaba impuestos en una escala modesta, menos del ocho por ciento del ingreso nacional" (Citado en "Vivir y dejar vivir").

Por su parte, Benegas Lynch (h) agrega: "Stefan Zweig en su autobiografía subraya cómo en el siglo de oro de la Viena cosmopolita, el respeto a la propiedad, la seguridad en los transeúntes y en los hogares, la solidez de la moneda, la estabilidad en el trabajo, las mejoras en los niveles de vida de todos era consecuencia de que los gobiernos gobernaban muy poco y por la calle era valorado y reconocido un cantante de ópera o un literato pero no un político que pasaba desapercibido: «nuestro emperador Francisco José, en sus ochenta años, nunca leyó un libro más allá del Reglamento Militar» pero «celebrábamos la libertad del individuo que estimábamos como el bien más sagrado de todas las cosas»".

La causa principal de la crisis global, parece ser la búsqueda de la igualdad, pero no de la igualdad asociada al "Amarás al prójimo como a ti mismo", sino a una igualdad material y social desvinculada del proceso empático emocional. De ahí que la mayor importancia que adquiere el Estado estriba en establecer cierta igualdad económica y social quitando al sector productivo para retribuir al poco productivo. El citado autor escribe al respecto: "Tal vez el mayor malentendido de nuestra época consista en el concepto de igualdad. En lugar de comprenderlo como igualdad de derechos ante la ley, se pretende la igualdad de resultados lo cual es incompatible y mutuamente excluyente con la primera igualdad mencionada, puesto que para utilizar la ley como instrumento igualador de resultados, necesariamente debe imponer la desigualdad de derechos".

"Y la consecuencia inexorable de este travestismo que se traduce en la destrucción de marcos institucionales clave es el mayor empobrecimiento. El delta entre mayores y menores ingresos o el Gini Ratio que mide la dispersión del ingreso no resultan datos relevantes, lo medular es que todos progresen, es decir, el mejoramiento en el promedio ponderado, lo cual se logra maximizando las tasas de capitalización que son fruto de marcos institucionales civilizados, entre los que sobresale el respeto a los derechos de propiedad".

"Al fin y al cabo, las desigualdades de patrimonios e ingresos son el resultado directo de los juicios emitidos por la gente respecto de las distintas eficiencias para atender sus respectivos reclamos (a menos que se otorguen privilegios a pseudoempresarios en cuyo caso se contradicen las bases de la sociedad abierta). Este es el sentido por el que el premio Nobel de Economía Friedrich A. Hayek ha resumido la idea en The Constitution of Liberty: «La igualdad de las normas de derecho es el único tipo de igualdad que puede asegurarse sin destruir la libertad»".

domingo, 22 de mayo de 2022

Putin y la nueva "guerra santa"

CIRILO I DECLARA LA GUERRA SANTA

Por Rodolfo Enrique Gallo del Castillo

Entre tantas antiguallas que se llevó el polvo de la historia en Rusia figurará, seguramente, aquella famosa frase de Carlos Marx: "La religión es el opio de los pueblos". Y uno de los fracasos más flagrantes del marxismo-leninismo en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, además de su sistema económico inviable y fatal, fue la prédica del ateísmo militante como política obligatoria del Estado.

Luego de perseguir durante décadas todo atisbo religioso de cualquier índole, tipo y color, de mandar a campos de concentración y a la muerte a millones de fieles de las más diversas religiones, incluidos sus patriarcas, obispos, metropolitas, rabinos, arzobispos, seminaristas, profesores, adláteres, diáconos y monaguillos. De enviar a institutos psiquiátricos de reeducación mental a muchos creyentes porque, en algunas épocas, se sospechaba que ninguna persona sana mentalmente podía creer en Dios y era urgente salvarlo de esa locura.

Luego de haber gastado ingentes recursos económicos en difundir el ateísmo como doctrina oficial del Estado Soviético por todo su inmenso territorio, y de haber destruido casi completamente a la Iglesia Cristiana Ortodoxa Rusa, en tiempos de Stalin, este lider soviético decidió terminar con ese esfuerzo inútil y aprovechar esa Iglesia para tener algún viso de tolerancia religiosa con vistas al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, donde seguramente precisaría convocar a creyentes de distintas religiones para colaborar con la magna tarea de vencer a Hitler.

Por supuesto, lo hizo al modo de Stalin, nombrando como seminaristas, prelados y obispos a agentes de la ex KGB, totalmente controlados por el servicio secreto soviético.

De esa manera, obtuvo el concurso de fieles ortodoxos que, con tal de salvar su religión y sostener sus fueros, pasó por encima el alto precio de delatar a sus acólitos y ponerse al servicio de un gobierno absolutamente totalitario.

De todas maneras, esa política absolutamente mancomunada entre religión y Estado, fue la moneda corriente en el Imperio Romano de Oriente, o Imperio Bizantino, en cuyo extremo occidental Norte había surgido la nación rusa, primero en Kiev y luego en Moscú. Pero ya en la época anterior a la Caída de Constantinopla (1454) en manos de los turcos, el emperador de Bizancio, denominado Basileus, estaba de manos dadas con el Patriarca de Constantinopla, es decir, de la Iglesia Ortodoxa de Oriente.

Eran como dos brazos del mismo cuerpo, o dos caras de la misma moneda, actuando de una forma tan mancomunada, que ese estilo de gobierno sin distancias entre el poder temporal y el espiritual, pasó a la historia como Sinfonía Bizantina.

A partir de 1454, el príncipe de Moscú logró crear el Patriarcado Cristiano Ortodoxo con sede en esa ciudad y, a partir del tiempo de los zares, la Sinfonía Bizantina siguió incólume su destino de profunda amalgama entre el poder político ruso y la autoridad religiosa del Patriarca de Moscú.

Toda esta Sinfonía fue supuestamente muerta y sepultada por Lenin, primero, y por Stalin después. junto con los cadáveres de los últimos Romanoff. Pero, como vimos, el mismo Stalin resolvio resucitar al culto de la Iglesia Cristiana Ortodoxa Rusa con el simple arbitrio de convertir a sus sacerdotes, metropolitas y obispos en agentes de la tan temida y letal KGB. A su manera, esta Iglesia había resucitado.

TIEMPOS DE CAMBIO

Primero con la glasnot (transparencia) de Gorbachov, a fines de los años 80' del siglo XX, y luego con la implosión de la URSS, en 1991, pareció que soplaban nuevos vientos de libertad en la ex Unión Soviética, y se asistió a vientos de libertad en la nueva Federación Rusa, y también en otros países, especialmente en Ucrania.

Justamente, la última porción de Ucrania incorporada por la Unión Soviética había sido la parte occidental, también llamada Galitzia que había estado siempre bajo el Imperio Austro Húngaro, o países de su órbita.

Debido a la mayor tolerancia de las autoridades católicas en esa región, había prosperado la Iglesia Cristiana Ortodoxa Greco-Católica, de rito ortodoxo (sus misas son mucho más solemnes y duran unas dos horas) pero bajo la autoridad de Roma, de los Papas.

Cuando Stalin anexó la Galitzia comenzó una persecución implacable contra esta Iglesia y deportó a todas sus autoridades, acólitos y muchos de sus más importantes fieles a los campos de concentración fatales conocidos como gulags, muchos de ellos ubicados en Siberia.

Las persecuciones policiales fueron feroces y este culto pasó a llamarse Iglesia de las catacumbas, desde 1945 hasta 1986, aproximadamente.

AGRESION SANTIFICADA

Una vez más, la Sinfonía Bizantina luce en la Federación Rusa con todo su esplendor. El actual Patriarca de Moscú, Cirilo I (Krill, en ruso) ha calificado la anexión de Crimea, la guerra civil en el Donbás, y la cruel invasión de Putín a Ucrania, dispuesta en la noche del 24 de febrero de 2022, como capítulos victoriosos de una Guerra Santa contra la Fuerzas del Mal de los países occidentales.

Esto ha provocado una reacción impresionante por parte de las otras Iglesias Cristianas Ortodoxas, pese a que la rusa es la más importante. Pero, si bien todos los Patriarcados Cristianos Ortodoxos están en pie de igualdad, la primacía espiritual la tiene Bartolomeo I, Patriarca Ecuménico (es decir, universal, primus inter pares) de Constantinopla.

En 2019 Bartolomeo I reconoció como "autocéfalo" y "autárquico" (con su propia cabeza o autoridad, y sus propios recursos económicos) al Patriarcado de Kiev, con su patriarca llamado Epifanio.

Esto le valió a Bartolomeo I el más absoluto rechazo por parte de Cirilo I, quien desconoció su preeminencia espiritual, el nombramiento de Epifanio en Kiev, y retiró su deber de comunión con el Patriarca de Constantinopla, por primera vez en mil años de historia.

Ocurre que Putín, a través de Cirilo I, quiere inaugurar una especie de nuevo Vaticano en Moscú, con autoridad sobre todos los fieles ortodoxos rusos en el planeta Tierra. Un cisma inédito en toda la historia de la Iglesia Cristiana Ortodoxa, heredera de Bizancio.

En estos momentos, Cirilo I arrecia sus críticas sobre Zelenski y los ucranianos que lo siguen, a los cuales califica como "al servicio de la diabólica sociedad depravada norteamericana y europea". El mayor argumento del Patriarca de Moscú y de Putin para descalificar a Occidente es su protección a los homosexuales y otros tipos de depravación moral. Por lo tanto, califica la invasión rusa a Ucrania como una "cruzada civilizadora en defensa de los más puros valores cristianos".

Por su parte, los cristianos ortodoxos ucranianos sostienen que Putin "es Hitler redivivo" y que piensa someterlos a todos cuantos no responden a los dictados ni a la Iglesia del Kremlin, a un sistema de esclavitud idéntico al imperante en tiempos de la Unión Soviética, donde los únicos sacerdotes autorizados eran los agentes de la KGB.

Para tener una idea de cómo gastan recursos en materia religiosa Cirilo I y Putin, el 9 de Mayo de 2020 (Día de la Victoria Patriótica) inauguraron una enorme nueva basílica ortodoxa, en honor del Ejército Ruso, en una plaza muy cercana a Moscú, en cuyo lugar de honor figuran, en forma muy grande y visible, en mosaicos multicolores: Stalin, Putin y la Península de Crimea.

A los ucranianos solamente les queda pelear por sus vidas, su religión, su territorio y su destino. Stalin y Putin ya llegaron a los altares.

(De www.laprensa.com.ar)

sábado, 21 de mayo de 2022

Estado justiciero vs Libertad individual

Entendida la libertad como la inexistencia de alguna forma de gobierno mental o material del hombre sobre el hombre, aparece el Estado como una institución que se opone a dicha libertad, aunque no siempre así ocurre. Para compatibilizar la existencia del Estado con la libertad individual, desde el liberalismo se propone un Estado asociado a un gobierno limitado e impersonal, es decir, ejercido a través de leyes y constituciones.

No todos los sectores liberales coinciden con la necesidad del Estado, ya que algunos vislumbran una futura y próxima sociedad sin Estado. Resulta evidente que, si todos los seres humanos del planeta, pusiéramos en práctica el mandamiento bíblico del amor al prójimo, no harían falta ejércitos, policías, cárceles, jueces, abogados, etc., ni tampoco un Estado. Pero los seres humanos reales estamos un tanto lejos de tal cumplimiento, por lo que hacen falta todos los mencionados.

El liberalismo clásico admite que el Estado se involucre en temas como educación, salud y seguridad. Y para ello requiere de aportes de toda la población, vía impuestos. En este caso, es posible interpretar los gastos en educación, salud y seguridad como inversiones que realiza la sociedad en beneficio de todos. Sin embargo, otros caracterizan a los impuestos como un robo, ya que no advierten que tales actividades favorecen directamente a muchos e indirectamente al sólo aportante de impuestos.

Distinto es el caso del Estado que busca la igualdad social, entendida como igualdad económica, considerando que la función principal del Estado implica sacarle dinero al sector productivo para obsequiarlo a sectores parasitarios, como es el caso de la Argentina actual. Tal Estado "justiciero" es mirado con buenos ojos por aquellos que igualmente admiran al delincuente que "roba al rico para darle a los pobres", que no es otra cosa que una justificación para ejercer la delincuencia sin ser calificado como delincuente.

La búsqueda de la libertad personal generalmente es vista como la total desvinculación de situaciones de obediencia, sin tener presente que el orden social se establece bajo una gran cantidad de situaciones de mando y obediencia. Obedecemos al médico, al docente o al policía de tránsito sin que por ello dejemos de ser personas libres. Mariano Grondona escribió: "Toda sociedad está compuesta por un conjunto enorme de relaciones de poder, de relaciones de mando y obediencia. Una persona es un «haz» de relaciones de poder; con respecto a algunas personas, será el origen de una relación de mando; con respecto a otras deberá obedecer" (De "Política y gobierno"-Editorial Columba-Buenos Aires 1969).

Siempre conviene distinguir entre objetivos de corto plazo y tendencias hacia el largo plazo, que es, por lo general, el objetivo lejano en donde aparecen las coincidencias. Sin embargo, los caminos propuestos no siempre coinciden. La libertad plena y la desaparición del Estado parece ser el objetivo final propuesto por liberales, marxistas y cristianos. Marx supone que el camino hacia el comunismo, y la desaparición del Estado, es el socialismo. Tal camino propuesto implica la "dictadura del proletariado" y la "abolición de la propiedad privada de los medios de producción", lo que equivale a decir que, para llegar a la llanura, debemos caminar en dirección a las montañas.

En el caso del cristianismo, la libertad plena aparece cuando nos orientamos a través de las leyes naturales, o leyes de Dios, por lo cual se establece el Reino de Dios desapareciendo toda forma de gobierno del hombre sobre el hombre. El acatamiento de los mandamientos bíblicos es el camino para lograr tal objetivo.

En el caso del liberalismo, en donde encontramos posturas no siempre coincidentes, se propone la división de los grandes Estados en agrupaciones de mando y obediencia mucho más pequeñas. Hans-Hermann Hoppe escribió: "Contrariamente a sus predecesores que aspiraban simplemente a reemplazar un gobierno grande por uno más pequeño, los liberales del nuevo cuño prolongan la lógica secesionista hasta el final. Proponen la secesión ilimitada, es decir, la proliferación sin restricción alguna de territorios libres e independientes, hasta que la jurisdicción estatal se extinga".

"Por ello -y apartándose completamente de los proyectos estatistas de «integración europea» y de un «Nuevo Orden Mundial»- defienden una visión del mundo dividido en decenas de miles de cantones, regiones y ciudades libres; en centenares de miles de ciudades libres independientes- al estilo de las hoy pintorescas ciudades de Mónaco, Andorra, San Marino, Liechtenstein, Singapur y, hasta no hace mucho, Hong Kong- y todavía más distritos y barrios libres, económicamente integrados gracias al libre comercio (cuanto más pequeño es un territorio, mayor es la presión económica para que adapte el libre comercio) y un patrón monetario internacional basado en el oro".

"Si esta alternativa liberal se ganara a la opinión pública, la liquidación del «Fin de la historia» socialdemócrata impulsaría el renacimiento liberal" (De "Monarquía, democracia y orden natural"-Unión Editorial Argentina SA-Buenos Aires 2013).

Previamente a la posibilidad secesionista sin límites, será preciso que todo habitante del planeta se sienta "ciudadano del mundo" y acepte acatar las leyes naturales, o leyes de Dios, principalmente las asociadas a la empatía emocional. Bajo esta condición será posible una lenta desaparición del Estado y el acceso definitivo a la libertad personal plena.

domingo, 15 de mayo de 2022

De la ilusión al desencanto

Por Jorge Martínez

DOCE LIBROS SOBRE EL ASCENSO, APOGEO Y DERRUMBE DEL FENOMENO COMUNISTA

1. Diez días que conmovieron al mundo de John Reed (1919). Fue de las primeras obras que construyeron el mito de la revolución triunfante. Periodista e hijo de una acaudalada familia estadounidense, Reed viajó a Rusia y vivió los hechos que relata, por eso el libro desborda de intensidad y cercanía. Su punto de vista es el de los bolcheviques, a quienes pinta con tonos luminosos (la primera edición incluía un prólogo de Lenin). Reed fue el prototipo del "compañero de ruta". Se incorporó a la Internacional Comunista pero pronto se retiró, disconforme con sus prácticas autoritarias.

2. Teoría y práctica del bolchevismo de Bertrand Russell (1920). Aunque no siempre fue un modelo de probidad intelectual, Russell exhibe en este libro un apego a la verdad que es raro entre los miembros de su especie. Como tantos otros, el británico quiso conocer de primera mano el experimento bolchevique. Y lo que vio no le gustó. En estas páginas registra su desencanto y el carácter esencialmente despótico de los gobernantes de la nueva Rusia, a quienes compara con musulmanes o puritanos. También objeta el uso que hacían de la guerra civil para justificar la violencia y los atropellos. Pocos repararon en su diagnóstico exacto y temprano.

3. Nosotros de Yevgueni Zamiatin (1921). Este mundo de pesadilla es el antecedente más claro de todas las distopías literarias modernas, en especial 1984, de George Orwell. La crítica al comunismo es obvia. Se trata del Estado Unico donde reina el Bienhechor. Allí las personas quedaron reducidas a números y los individuos se fundieron en un "nosotros" inabarcable. El amor ha sido desterrado y sólo impera el "bienaventurado yugo de la razón". La contracara es la antigua fe: en su adoración al Estado, el nuevo poder quiere presentarse como una religión secular, con su liturgia y sus dogmas. Zamiatin escribió esta obra corrosiva entre 1919 y 1921 pero sólo en 1988 se conoció en la URSS.

4. La condición humana de André Malraux (1933). Esta novela impresionante que cimentó la reputación de su autor, contribuyó también como pocas a asociar la figura del revolucionario a la del héroe. Sus protagonistas, valientes y abnegados, son comunistas que luchan y mueren para tomar el poder en China. Representan a la vez un cierto nihilismo de Malraux y su compromiso con la causa, a la que adhirió hasta fines de la década de 1930. Según Pierre de Boisdeffre, "el comunismo fue para él, como para tantos otros, la única religión capaz de llenar el vacío creado por la agonía del cristianismo".

5. Stalin de Boris Souvarine (1935). Fundador del comunismo en Francia, Souvarine rompió con el partido en 1924. Un decenio más tarde publicó este libro monumental, que es más que una biografía -la primera, por otra parte- del entonces líder máximo soviético. Sus capítulos historian el movimiento revolucionario ruso, el éxito en 1917 y los desvaríos iniciales de sus líderes. Con paciencia y abundante información, cuenta cómo hizo Stalin ("intrigante y maniobrero consumado") para encaramarse hasta la cima, en esa "marcha lenta y prudente hacia el poder exclusivo y absoluto".

6. Regreso de la URSS de André Gide (1936). Simpatizante tardío del comunismo, Gide hizo en 1936 el viaje obligado a la patria de la Revolución. A su retorno escribió este librito en el que deslizó tibias críticas a lo que conoció de primera mano. Gente haciendo horas de fila para conseguir almohadones, hogares despersonalizados con "la misma fealdad en muebles, el mismo retrato de Stalin y nada más", un pueblo pobre y sumiso. "Dudo que hoy en ningún otro país, aun cuando fuera la Alemania de Hitler el espíritu sea menos libre, más doblegado, más temeroso (aterrorizado), más avasallado", escribió. Gide pagó cara su rebeldía. De la noche a la mañana pasó de ser un escritor festejado por todo el aparato comunista a un "monstruo fascista" y un "autodeclarado burgués decadente". Gajes de la disidencia.

7. El cero y el infinito de Arthur Koestler (1940). En esta novela Koestler dramatiza su propia ruptura con el comunismo, al que por años sirvió como un brillante soldado. Su tema es el de los llamados "Procesos de Moscú". Un viejo comunista, Rubashov, es obligado mediante largos interrogatorios a admitir las falsas acusaciones que le endilgan los esbirros del "Número Uno". Las interminables discusiones al final giran en torno al dilema básico sobre los fines y los medios. Como Rubashov, Koestler había dejado de creer que "una necesidad colectiva justifica todos los medios". Su principal objeción al comunismo ya no era política o ideológica, sino moral.

8. 1984 de George Orwell (1949). Aunque el paso del tiempo y una interpretación interesada convirtieron a esta novela en una denuncia de todas las dictaduras, Orwell la escribió con la idea precisa de cuestionar a los regímenes del modelo soviético. Su distopía apenas exagera rasgos concretos de la Rusia estalinista. La reescritura del pasado, el uso distorsionado del lenguaje, la obsesiva demonización de ciertos enemigos, la vigilancia permanente del Gran Hermano existieron y fueron padecidos por cientos de millones de personas en las tiranías marxistas. El gran mérito de 1984 es haber mostrado hasta qué punto ese control totalitario buscaba -y conseguía- deshumanizar a sus víctimas.

9. El testigo de Whittaker Chambers (1952). Olvidado ya en el mundo de habla hispana, este libro es un clásico que se sigue leyendo en Estados Unidos. Es la formidable historia de un espía comunista, el propio Chambers, que se dio vuelta y delató a sus jefes y cómplices y la vasta conspiración oculta que integraban. Uno de ellos era Alger Hiss, subsecretario de Estado en los años finales de Franklin Roosevelt, y quien hasta el día de su muerte se negó a admitir la acusación de espionaje. Desacreditado en su momento por una intensa campaña de prensa, el testimonio de Chambers contra Hiss se demostró exacto tras la caída de la URSS y la apertura de sus archivos secretos. Uno de los rasgos que más impresiona de su vida es la convicción de que la pugna contra el comunismo era, en el fondo, un combate espiritual. En su caso, la ruptura con la ideología fue el primer paso de una profunda conversión religiosa.

10. Archipiélago Gulag de Alexander Solzhenitsin (1974). En buena parte de los círculos culturales de Occidente fue necesaria la tardía aparición de este libro para romper al fin con el mito comunista. Mezcla de memorias, diario personal, crónica, historia oral y cuaderno de notas, Archipiélago Gulag reveló con toda crudeza la magnitud del totalitarismo soviético y el espantoso destino de sus víctimas en los campamentos de trabajo forzado de Siberia y el Artico. Solzhenitsin combinó sus recuerdos personales de prisionero con incontables testimonios de esas "riadas" humanas que abastecían la maquinaria opresiva. Su aporte ayuda a entender por qué también el comunismo fue un crimen contra la humanidad.

11. Mea Cuba de Guillermo Cabrera Infante (1993). En la segunda mitad del siglo XX, Cuba fue la nueva meca revolucionaria. Ninguna obra desenmascaró mejor ese invento de propaganda que esta colección de artículos y ensayos de Cabrera Infante. Con apasionado ingenio, el notable escritor exiliado, antiguo líder del movimiento que tomó el poder en 1959, refuta las mentiras y los engaños del castrismo, "la Castradura que dura", y se trenza con los pertinaces defensores del régimen caribeño entre la intelligentsia de Europa, Estados Unidos y América latina. Merece destacarse su respuesta antológica a uno de ellos, Rodolfo Walsh, en "Invitation to Walsh", de 1968.

12. El pasado de una ilusión de François Furet (1995). En este ensayo brillante, que es de lo mejor que se escribió sobre el fenómeno comunista en el siglo XX, Furet no se propuso trazar la historia del comunismo o la URSS, sino la del influjo de la idea comunista sobre la política y la cultura: su "recorrido imaginario", que "es más misterioso que su historia real". Para generaciones de militantes y simpatizantes el comunismo fue, ante todo, una ilusión inmune a los percances de la realidad. Ese hechizo explica su vigencia y la cerrazón de sus adeptos ante los innumerables horrores que provocó. También permite comprender por qué sigue siendo una opción viable para minorías tan ruidosas como obcecadas.



LOS INTELECTUALES, LA PROPAGANDA Y LA ESCRITURA DE LA HISTORIA

Por Jorge Martínez

"Y después de eso empezaron los problemas".

Con esa frase anunciaba George Orwell su regreso a Barcelona a fines de abril de 1937, luego de haber pasado casi cuatro meses en el frente de Aragón, combatiendo como voluntario de las milicias del trotskista Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). A poco de su llegada, la ciudad condal estalló en un conflicto abierto entre el gobierno republicano apoyado por los comunistas, y las milicias anarquistas y del POUM. Era la guerra civil dentro de la guerra civil. Combates callejeros, detenciones masivas, delaciones, torturas, ejecuciones. Orwell lo contó todo en Homenaje a Cataluña: la violencia entre supuestos camaradas, sí, pero también las mentiras, el clima de sospecha y la campaña de desinformación orquestada desde Moscú. El larguirucho escritor inglés, dos veces herido en el combate por una revolución que imaginaba pura, se iría de España para siempre decepcionado del utopismo comunista y sus mendaces defensores.

No sería el único. Arthur Koestler, marxista secreto, entró en España con la cobertura de ser un corresponsal de prensa de un diario británico asignado al cuartel general de Franco. Esa había sido la idea genial de Willy Münzenberg, cerebro propagandístico de la Internacional Comunista, para insertar un espía en el corazón del enemigo. Pero el plan no funcionó. Koestler escapó por poco de que lo arrestaran y huyó a París sólo para volver a intentarlo luego con menos suerte aún. Los nacionales lo atraparon y lo mantuvieron preso por tres meses bajo la amenaza de ejecutarlo. Mientras esperaba la muerte en la celda 40 de la Cárcel Central de Sevilla, "donde cada día era el día del Juicio Final", Koestler se dio a reflexionar acerca del sentido de la lucha en la que estaba empeñado, su moralidad y el problema del fin y los medios.

Al final la presión internacional -orientada por Münzenberg- hizo que Franco le perdonara la vida. Pero el hombre que salió del calabozo sevillano ya no era el mismo que había entrado: atrás, escribió en La escritura invisible, dejaba el "tortuoso mundo de las artimañas y los engaños, puesto al servicio de una utopía inhumana". El mundo por el que hasta entonces había luchado en cuerpo y alma.

Si al comienzo los dos bandos del conflicto español tenían una cierta paridad militar, en el plano cultural las diferencias eran abismales. La gran masa de los intelectuales y artistas de izquierda del mundo, fueran progresistas o revolucionarios, se alinearon con la República. A los nombres de Orwell y Koestler deben agregarse, en rápida mención, los de André Malraux, W.H. Auden, Stephen Spender, Louis Aragon, Pablo Neruda, un jovencísimo Octavio Paz, Ernest Hemingway, John Dos Passos, Paul Eluard, Antoine de Saint-Exupéry y, desde luego, los españoles Pablo Picasso, Rafael Alberti (que luego partiría al exilio), Miguel Hernández y Federico García Lorca (ambos muertos durante la guerra), José Bergamín, Antonio Machado o Ramón J. Sender.

Artistas militantes

Arte y militancia se mezclaban entre los republicanos. Malraux, encarnación del escritor aventurero, organizó una escuadrilla de aviación en los primeros meses del combate, viajó por Estados Unidos defendiendo la causa republicana y en 1937, todavía bajo el influjo del estalinismo, publicó La esperanza, una de las grandes novelas surgidas de la guerra. Su efectividad propagandística solo fue superada por el Guernica de Picasso y, tal vez, por la más popular -aunque no la mejor- de las novelas de Hemingway: Por quién doblan las campanas.

El norteamericano presumía de independencia frente a los agentes comunistas de la República pero la historia demostró que también él fue usado para imponer el relato que dictaban los soviéticos. Sólo así se explica su negativa a acompañar a Dos Passos, un antiguo amigo literario, en el reclamo por la suerte de José Robles Pazos, profesor y traductor izquierdista que fue secuestrado y asesinado por las fuerzas republicanas. Dos Passos nunca pudo aceptar el crimen de quien había sido su traductor al español (le debemos una excelente versión de Manhattan Transfer), como tampoco la frialdad con la que Hemingway le comunicó la noticia, al tiempo que le reprochaba sus ingenuas simpatías por los anarquistas. Esa muerte injusta terminó con la amistad entre ambos.

El bando nacional también contó con la adhesión de algunos intelectuales, dentro y fuera de España. Dionisio Ridruejo, José María Pemán, Manuel Machado, Pedro Laín Entralgo, Paul Claudel, Robert Brasillach, Henri Massis, Pierre Drieu La Rochelle, Hilaire Belloc, Evelyn Waugh o Ezra Pound tomaron partido contra el espíritu revolucionario (anarquista, comunista y anticristiano) que animaba a los republicanos. Mientras duró el conflicto sus voces exaltadas de ningún modo pudieron contrarrestar al potente coro de sus adversarios. Silenciados los cañones, esa disparidad se profundizó. Ocurrió entonces lo insólito: el bando derrotado en el campo de batalla fue el que se impuso en la contienda por la historia. "La guerra civil española -escribió el historiador inglés Antony Beevor- es uno de los comparativamente pocos casos en los que la versión más aceptada de los hechos fue escrita más persuasivamente por los derrotados que por los ganadores del conflicto".

Afirmación pertinente pero incompleta: el mismo fenómeno se verificó después del enfrentamiento interno argentino de los años "70, que fue nuestra moderna guerra civil.

(De www.laprensa.com.ar)

El Estado para el individuo vs. El individuo para el Estado

Una forma alternativa de describir la diferencia esencial entre democracia liberal y totalitarismo consiste en observar que, en el primer caso, se considera que el Estado debe existir pensando en los beneficios que ha de otorgar a todo integrante de la sociedad. En el segundo caso, por el contrario, se supone que es el individuo el que debe renunciar a sus beneficios personales buscando el beneficio del colectivo, a través del Estado.

Desde la postura democrática no se advierte que necesariamente exista una oposición entre los intereses personales y los sociales, mientras que, desde la postura totalitaria, se supone que todo beneficio individual necesariamente se ha de oponer a los intereses de toda la sociedad, tratando de justificar, de esa forma, el gobierno mental y material, de quienes dirigen el Estado, sobre el resto de la sociedad. Giacomo Martina escribió: "El nacionalismo es ante todo la consecuencia de la concepción hegeliana del Estado ético, encarnación del espíritu absoluto, desligado de toda forma trascendente, fuente de todos los derechos y superior a la persona".

"Como decía en 1919 un notable jurista italiano de extrema derecha, Alfredo Rocco, la persona es únicamente «órgano de la nación, instrumento, medio para los fines nacionales, elemento transeúnte e infinitesimal de la nación, célula del organismo nacional», mientras que la nación por su parte «tiene una tarea que cumplir: la de perfeccionarse y desarrollarse...El nacionalismo es, así, una doctrina de deber y de sacrificio; deber de la nación de cumplir su misión para con la humanidad, deber del individuo de dar cuanto tiene, sus bienes, su actividad, su vida, por la nación de la que es célula y órgano»".

"El nacionalismo tomó formas diversas en los distintos países, pero por todas partes fue transformando el amor a la patria en culto idolátrico a la patria, que envuelve el Estado con una autarquía espiritual y material, considera la coexistencia pacífica como una utopía, fomenta el desprecio hacia otros pueblos, agudiza peligrosamente las cuestiones de prestigio y tiende a concebir la política internacional sobre la base de la violencia" (De "La Iglesia, de Lutero hasta nuestros días"-Tomo IV-Ediciones Cristiandad-Madrid 1974).

En la antigüedad, cuando no existían los Estados modernos, y las leyes existentes eran las impuestas por la religión, existía también la división entre quienes consideraban que la religión estaba al servicio del individuo y los que admitían que el individuo debía estar al servicio de la religión, por lo que Cristo expresó que "el día festivo ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el día festivo".

Entre los promotores de los totalitarismos aparecen quienes tienen ilimitadas ansias de poder, por una parte, y también el hombre-masa que observa en el Estado la posibilidad de trascender en la historia aún siendo una pequeña parte del mismo, renunciando además a toda posibilidad de trascender en forma individual. Buscando que tampoco trasciendan los demás, excepto los líderes políticos totalitarios.

Mientras que el ideal democrático se conforma con individuos que se sienten "ciudadanos del mundo", el egoísmo básico de todo el que apoya el nacionalismo lo conduce a sentirse solamente ciudadano de su propia nación. Cuando el egoísmo se acentúa, llega la etapa del odio al extranjero y a los demás países, lo que ha de conducir a conflictos armados, como ha sido frecuente durante la mayor parte de la historia de la humanidad.

sábado, 14 de mayo de 2022

Variantes libertarias

Bajo el título de liberales o libertarios, existe una amplia variedad de posturas, principalmente respecto del rol del Estado en la sociedad. Además del punto de vista económico, existen divergencias respecto del punto de vista cultural o moral, por lo que las posturas y los posteriores desencuentros se amplían bastante.

Por lo general, cuando se habla de liberalismo, sus defensores presuponen que se trata de la postura a la que ellos adhieren. Sin embargo, unos proponen una economía de mercado con un Estado presente mientras que otros promueven la abolición del Estado. En el primer caso implica que el Estado interviene hasta el preciso momento en que puede perturbar el proceso autorregulado del mercado. De ahí que Ludwig von Mises acepta la existencia de empresas estatales, siempre y cuando se rijan por el mercado, escribiendo al respecto: “Si en una sociedad basada sobre la propiedad privada de los medios de producción algunos de éstos pertenecen al gobierno o a las municipalidades y son manejados por ellos, no se puede hablar de un sistema mixto que combina socialismo con propiedad privada. Mientras sólo estén en manos del Estado algunas empresas, permanecerán las características de la economía de mercado que determinan la actividad económica. En este caso también las empresas públicas, como compradoras de materias primas, bienes semielaborados y trabajo, y como vendedoras de bienes y servicios, deben adaptarse al mecanismo de la economía de mercado” (De “Planificación para la libertad”–Centro de Estudios sobre la libertad–Buenos Aires 1986).

El antiestatismo de algunos sectores, por el contrario, sostiene que el Estado debe abolirse descartando la posibilidad de empresas estatales. Pol Victoria escribió: "En un bando están quienes desconfían del Estado y confían en el sector privado, y en el otro bando están quienes confían en el Estado y desconfían del sector privado. Si sólo hubiera dos agrupaciones de diversos idearios, en ese sentido son aliados, pero luchan en el mismo bando a favor del sector privado. Pero no olvidemos que, en otro sentido, a la vez son idearios contrincantes. Los unos creen que el Estado moderno debe estar controlado y limitado. Los otros creen que debe ser demolido. Los liberales clásicos piensan que el Estado moderno es, aunque un mal, un mal necesario. Los austrolibertarios piensan que se trata de un mal innecesario que hay que evitar y desmantelar".

"En la contraposición anti-socialista están: el austrolibertarismo, el liberalismo, el minarquismo y el anarco-individualismo o «ancap», todos amigos de la libertad. En la mitad, entre el socialismo y la libertad, a medio camino se encuentran: neo-liberalismo, neo-conservatismo, liberalismo-clásico, conservatismo-clásico (paleo-conservatismo), carlismo-tradicionalista" (De "El Manifiesto austrolibertario"-Unión Editorial SA-Madrid 2019).

Si alguien que adhiere a la Economía Social de Mercado, que tan buenos resultados produjo en la Europa de pos-guerra, lee lo anterior, advertirá que "está a medio camino entre socialismo y libertad", lo cual resulta inaceptable. Esta división, surgida en la posmodernidad, trae implícito cierto debilitamiento del liberalismo, lo que puede advertirse en la Argentina cuando el minarquista Javier Milei califica públicamente de "hijo de puta" al economista Roberto Cachanosky, mientras que, fanatizados jóvenes seguidores de Milei, adoptan casi masivamente la actitud agresiva contra el citado economista. Personalmente he observado el bloqueo de mi cuenta en Twitter, que hace inaccesible leer a Milei, quien posiblemente me considerará un "socialista" aún cuando alguna vez integré una lista de la UCD de Álvaro C. Alsogaray.

Pareciera que los anarquistas de mercado pretenden cortar las raíces del liberalismo clásico en su objetivo destructor del Estado, ya que consideran "opositor" incluso al que promueve su limitación o adaptación al mercado. De la misma manera en que un árbol se debilita cuando cortan parte de sus raíces, así ocurre con toda postura ideológica. Pol Victoria escribió: "En muchos países a este liberalismo clásico también se le conoce con el nombre de «conservatismo», político y económico. Este bebe no solamente de Smith y sus sucesores económicos, sino también de pensadores políticos como Tocqueville, Burke, Donoso-Cortés y otros, o en el caso de Estados Unidos de los padres fundadores como Adams, Franklin, Jefferson y otros".

Si todo ha de funcionar correctamente con la eliminación del Estado, no habría ningún inconveniente con la aceptación de tal abolición. Sin embargo, la libertad plena que otorgaría una sociedad sin Estado, no asegura la previa adopción de responsabilidad individual. El mercado no trae una moral incorporada "de fábrica", como es el caso de algunos accesorios de automóviles, sino que la moral debe incorporarse desde sectores ajenos a la economía. De lo contrario se cae en el economicismo, por el cual se supone que no sólo hay que eliminar al Estado sino que habría que dejar de lado las ciencias sociales, la religión y la filosofía. Todos los problemas sociales y humanos se arreglarían mágicamente eliminando al Estado, lo que no sería ya liberalismo sino un pleno anti-socialismo (ya que el socialismo propone resolver mágicamente tales problemas eliminando la propiedad privada).

martes, 10 de mayo de 2022

La fatal arrogancia

Refiriéndose a la mentalidad de los líderes socialistas, Friedrich Hayek titula su último libro como "La fatal arrogancia". Al considerar la imposibilidad de conocer toda la información necesaria, en una economía nacional, para establecer decisiones al respecto, advierte una segunda imposibilidad práctica de la economía socialista, siendo la primera la imposibilidad del cálculo económico al no disponer de precios relativos en una economía sin mercado.

La palabra más usada, en la propaganda socialista, es seguramente la "igualdad". Sin embargo, lo esencial del socialismo práctico radica en la existencia de una clase dirigente, que toma decisiones por la mayoría de la población, mostrando una desigualdad social evidente. En esto cabe la siguiente expresión: "Dime de qué te jactas y te diré de qué careces".

A pesar de tales contradicciones, y de los pobres resultados que produce el socialismo, todo indica que en la actualidad predomina netamente respecto de alternativas diferentes. Pol Victoria escribió: "Casi todo lo que conocemos en el siglo XXI es puro socialismo: con distintos nombres y matices, las opciones políticas y económicas socialistas tienen denominaciones habituales como comunismo, socialismo, anarco-colectivismo, social-democracia, cristiana-democracia, liberal-democracia, nazismo, fascismo, falangismo, sindicalismo, keynesianismo, neo-keynesianismo, crony-capitalismo, populismo, progresismo, nacionalismo, globalismo, derechismo, izquierdismo, todos enemigos de la libertad" (De "El Manifiesto Austrolibertario"-Unión Editorial SA-Madrid 2018).

Quienes impulsan todas las variantes socialistas son, por una parte, quienes sacrifican la libertad por una aparente seguridad, optando por un "camino de servidumbre", y son las masas envidiosas que pretenden liberarse de ese defecto ante una publicitada "igualdad económica". Por otra parte, las variantes socialistas son impulsadas por quienes se sienten infinitamente superiores al resto y por ello aducen el derecho a dirigir la vida de todos los integrantes de la sociedad. El complejo de superioridad, sin embargo, se debe generalmente a la búsqueda de limitar un siempre presente complejo de inferioridad.

Pol Victoria escribió al respecto: "El socialismo peca de orgullo, de arrogancia. Los socialistas o colectivistas creen que tienen capacidad de controlar la sociedad política y de dirigir la economía, o al menos de corregirla y orientarla. Es la fatal arrogancia de creer que una persona o un grupo de personas, peor aún, de burócratas (o tecnócratas, es casi lo mismo), son capaces de conocer y de acumular la cuasi-infinita información que fluye entre millones de personas diariamente, creen que son capaces de entender esa información, y por tanto se creen capaces de tomar las mejores decisiones para todos".

"Cada persona maneja tan solo una diminuta fracción de la información y toma decisiones basadas en esa información de la que dispone, porque la observa a su alrededor, la analiza y actúa en consecuencia. Los demás hacen exactamente lo mismo. Cada uno observa, mide, calcula, compara, decide, y si no acierta vuelve a observar, medir, calcular, comparar y decidir, hasta que acierte".

"La fatal arrogancia consiste en creer que alguien sabe mejor lo que la sociedad necesita que la sociedad misma. Consiste en creer que otro sabe mejor que uno mismo lo que a uno le conviene. La tesis no es que uno siempre acierta en las propias decisiones, claro que no, pues frecuentemente nos equivocamos. La tesis es que, si ni siquiera uno acierta sobre sí mismo, mucho menos acierta un tercero sobre la vida de uno".

"La probabilidad de equivocarse se multiplica cuando es otro quien toma las decisiones por uno. Si incluso nosotros mismos carecemos de información suficiente y de criterio suficiente, mucho más carece de información y de criterio el poder centralizado. Por eso el socialismo no puede ni podrá funcionar jamás. Porque equivocadamente considera que los que detentan el poder centralizado conocen mejor que los mismos ciudadanos sus propias necesidades y las mejores maneras de satisfacerlas".

sábado, 7 de mayo de 2022

Antiestatismo

Puede definirse como "antiestatismo" toda tendencia política y económica cuya principal función consiste en eliminar el Estado. Se supone que ello conducirá a una mejora generalizada de la sociedad en todos los aspectos. De ahí la expresión "los impuestos son un robo", ya que el Estado existe siempre que pueda ser mantenido con los aportes obligatorios que impone a los integrantes de la sociedad.

Cerca de esta postura se encuentran quienes proponen un Estado financiado, no con impuestos obligatorios, sino con pagos voluntarios de los contribuyentes. Especialmente en el caso argentino, ello conduciría a la abolición del Estado por la pobre voluntad de cooperación que se advierte en la mayoría de las personas. Justamente, la causa principal de la severa crisis es la tendencia al saqueo generalizado del Estado, tanto por parte de políticos como de empresarios, empleados estatales y demás.

Desde el liberalismo tradicional se acepta la existencia del Estado, no sólo para promover una economía de mercado sino también para otras funciones sociales. Álvaro C. Alsogaray, en su reforma socioeconómica, propuso (entre otras medidas): "Abolir el Estado Comerciante y el Estado Industrial, limitando al Estado a sus verdaderas funciones: Justicia, Relaciones Exteriores, Defensa Nacional y Seguridad Interior, Educación Básica, Salud Pública y Preservación del Medio Ambiente, Previsión y Seguridad Social, Obras Públicas, Vivienda Mínima y otras realizaciones y actividades que la comunidad -no los gobiernos- quieran confiarle dentro de los límites establecidos por la Constitución Nacional" (De "La opción es liberal"-UCEDE).

Mientras que la propuesta anterior sigue los lineamientos básicos de la Economia Social de Mercado puesta en práctica en la Alemania de posguerra, y en otros países europeos, el antiestatismo y el anarcocapitalismo pocas veces, o nunca, han sido puestos en práctica. Alfred Müller-Armack escribió: "La economía social de mercado no presupone un Estado débil, sino que ve más bien en un Estado democrático fuerte la garantía del funcionamiento de este orden. El Estado no sólo está presente en función de la seguridad del ejercicio del derecho privado. Precisamente gracias a la economía social de mercado se ha visto confirmado en una de sus tareas esenciales: intervenir en favor del mantenimiento de una auténtica competencia como función política (en el sentido de Eucken, Frank Böhm y Miksch). El orden de competencia, asegurado por el Estado, anula asimismo factores de poder y los canaliza hacia el mercado".

"De esta suerte, una competencia socialmente apta para funcionar tiende a prevenir la acumulación de fortunas unilaterales provenientes de privilegios económicos. Por otra parte, este proceso también sienta bases para correcciones y transferencias de ingresos del Estado a los sectores más alicaídos de la población. Pero condición previa para cualquier intromisión de esta clase por parte del Estado es su compatibilidad con la economía de mercado y la correspondiente formación de réditos. Es decir, que el objetivo social debe ser logrado con medidas conformes con el mercado, sin estorbar el desarrollo de precios propiamente de mercado".

"Este postulado de la conformidad de Estado y mercado constituye el decisivo contraste entre este tipo de economía y el dirigismo. En este último, mercados enteros son paralizados por precios decretados. Y con ello amplios sectores de la población se ven perjudicados y padecen finalmente una notoria falta de los bienes indispensables para la vida. Por la conformidad con el Estado se distingue asimismo la economía social de mercado del intervencionismo. Este mezcla los entre sí contradictorios elementos del dirigismo con los de la economía de mercado según su conveniencia, hasta tanto se eliminen mutuamente e impidan la producción" (De "El orden del futuro" de Ludwig Erhard y A. Müller-Armack-EUDEBA-Buenos Aires 1981).

En la actualidad se observa cierto entusiasmo en muchos jóvenes ante la posibilidad de destruir todo lo que implique el Estado, en lugar de pensar en limitarlo a las funciones propias que han permitido, en muchas ocasiones, establecer el resurgimiento de la sociedad.

Cabe agregar que, sin una mejora ética generalizada y sin las ideas y conocimientos que la promuevan, no será posible el resurgimiento que todos esperamos, si bien la reducción del Estado producirá mejoras evidentes en el corto y mediano plazo.

lunes, 2 de mayo de 2022

Radicalismo: Alem y Alvear vs. Yrigoyen y Alfonsin

En los últimos tiempos, la UCR (Unión Cívica Radical) se caracteriza por ser un partido político democrático en política y totalitario en economía. Mientras acepta que la sociedad es suficientemente madura para tomar decisiones políticas acertadas, como lo es la elección de gobernantes, considera que no lo es en cuanto a las decisiones económicas, por lo que estas últimas deberían quedar a cargo de los políticos que dirigen al Estado.

De similar forma con lo que ocurre con el cristianismo, religión en la que muchos son los que abogan por un retorno al cristianismo original, o primitivo, en el radicalismo ocurre otro tanto. Alberto Benegas Lynch (h) escribió: "Hay muchos dirigentes radicales que apuntan a retomar el origen de su partido y abandonar recetas estatistas que tanto daño le han hecho a nuestro país: a todos sus miembros pero muy especialmente a los más vulnerables".

Es oportuno mencionar que, a partir de la gestión de Raúl Alfonsín, la UCR entró como miembro de la Internacional Socialista, confirmando su tendencia totalitaria en economía. Sin embargo, en las primeras épocas, desde su fundación, sus principios fueron compatibles con el liberalismo.

A continuación se transcribe parcialmente un artículo de Alberto Benegas Lynch (h) en el cual se brinda un panorama histórico del partido mencionado:

"Para esta nota periodística me limito a ejemplificar con Leandro N. Alem en su participación en el célebre debate sobre la federalización de Buenos Aires en la legislatura provincial. En esa ocasión Alem dijo que «La tendencia autoritaria se desenvuelve entre nosotros de una manera alarmante. Son los partidarios de esa escuela que atribuyen al ´poder social´ derechos absolutos e independientes, sin pensar que sólo es un encargado de armonizar y garantir los derechos de los asociados. Son los que pretenden en la ´autoridad suprema´, puesto que sus órdenes deben ser cumplidas y acatadas sin observación ni control de ninguna especie […] No es esta nuestra teoría, ni ha de ser, por cierto, la de todos aquellos que aman sinceramente nuestras instituciones democráticas […] Más el poder es fuerte, más la corrupción es fácil. Para asegurar el poder legítimo, es necesario impedir a todo trance que él exagere sus facultades y es indispensable buscarle el contrapeso que prevenga lo arbitrario […] En economía como en política, estrechamente ligadas, porque no hay progreso económico si no hay buena política, una política liberal que deje el vuelo necesario a todas las fuerzas y a todas las actividades […] Si, gobernad lo menos posible, porque mientras menos gobierno extraño tenga el hombre, más avanza la libertad, más gobierno propio tiene y más fortalece su iniciativa y se desenvuelve su actividad […] esto es la autonomía, comenzando desde el individuo, garantida en sus manifestaciones regulares pero nada más que garantida»".

"Esto es sólo una muestra del pensamiento y los valores del fundador del Partido Radical. Desafortunadamente con el tiempo ese partido fue cambiando de rumbo hasta producir un tajo -también radical- y separarse de los principios sobre la base de su constitución original, especialmente a partir de la Declaración de Avellaneda en 1945 y luego su incorporación a la Internacional Socialista con lo que se le dio la espalda al liberalismo inicial del todo consistente con las propuestas alberdianas insertas en nuestro texto constitucional de 1853/60".

"El jeffersoniano y doctor en jurisprudencia Leandro N. Alem se pronunció con elocuencia y detenimiento sobre temas de derecho, filosofía y de la economía en sus muy diversas facetas monetarias, fiscales, laborales y de comercio exterior. Los trabajos de mayor peso que resumen con tonalidades diversas el pensamiento de Leandro Alem son los de Enrique de Gandía, Telmo Manacorda, Bernardo González Arrili, Francisco Barroteveña, Félix Luna y Ezequiel Gallo. La impronta de Alem fue desdibujada en varios tramos, primero por Hipólito Yrigoyen que como escribió el fundador del radicalismo en 1895 al aludir al «pérfido traidor de mi sobrino Hipólito Yrigoyen» (su padre era casado con Marcelina Alem, hermana de Leandro). Desvío luego confirmado por lo consignado más arriba, desde luego en sentido contrario debe destacarse la importantísma actuación del gobierno de Alfonsín en cuanto al juicio a las juntas militares por los procedimientos aberrantes e inaceptables en el combate al canalla y siempre criminal terrorismo en el contexto de lo escrito, por ejemplo, por Graciela Fernández Meijide, aunque en el resto de los asuntos sociales ese gobierno fracasó rotundamente por no haber prestado atención a los consejos y reflexiones demandadas por Alem en muy diversas circunstancias como una ruta para lograr el bienestar de nuestro país".

"Es del caso recordar algunos aspectos de los gobiernos de Yrigoyen en cuanto a sus 18 intervenciones federales a las provincias (14 de las cuales sin ley del Poder Legislativo), su desprecio por el Congreso al cual no visitó para la alocución inaugural, su rechazo a las muchas propuestas de interpelaciones parlamentarias, su insistencia con el incremento de la deuda estatal vía empréstitos, el aumento del gasto público, el incremento de gravámenes como el de las exportaciones, su indiferencia por la marcha de la Justicia quedando vacante la cuarta parte de los juzgados federales, la «semana trágica», el comienzo del control de precios a través de los alquileres que derivó en el célebre voto en contra de tamaña disposición por parte de Antonio Bermejo en la Corte (escribió que «la propiedad no tiene valor ni atractivo, no es riqueza, propiamente, cuando no es inviolable por la ley y en el hecho»), las acusaciones de dolo no atendidas por hechos imputados en relación al área de ferrocarriles y la disposición de fondos públicos para lo que se denominó Defensa Agrícola y la clausura de la Caja de Conversión lo cual sentó la primera base para el deterioro del signo monetario".

"Como una nota al pie, al efecto de ilustrar el ambiente del momento a contramano de todo lo propugnado por Alem, transcribo las declaraciones del ministro de gobierno -Carlos María Puebla- del primer gobernador radical de Mendoza José Néstor Lencinas (aunque luego enemistado por razones de poder político con Yrigoyen): «La Constitución y las leyes son un obstáculo para un gobierno bien intencionado». Por su parte, a Yrigoyen no lo caracterizaba la modestia, por ejemplo -en lo que puede entenderse de su lenguaje oscuro y generalmente incomprensible- escribió en Mi vida y mi doctrina: «Estoy profundamente convencido de que he hecho a la patria inmenso bien y poseído de la idea de que quien sabe si a través de los tiempos seré superado por alguien, y ojalá que fuera igual»".

"Luego de la primera presidencia de Yrigoyen se sucedió el interregno de los «antipersonalistas» de la mano de la excelente presidencia de Alvear para luego recaer en el segundo mandato de Yrigoyen, depuesto por la revolución fascista del 30 con la creación de la banca central, las juntas reguladoras, la destrucción del federalismo fiscal y el establecimiento del impuesto a los réditos, para más adelante -con el golpe militar del 43- acentuar notablemente el estatismo en medio de corrupciones alarmantes, controles cambiarios, de precios, de arrendamientos y alquileres, detenciones y persecuciones arbitrarias y torturas lo cual se agudizó en la última etapa con las matanzas de la Triple A, imposición de un sistema quebrado para los jubilados, ataques a la libertad de prensa y el establecimiento de sindicatos autoritarios basados en el fascismo mussoliniano que perjudicaron (y perjudican) especialmente a los más necesitados".

"Como escribió Emilio Hardoy en Confieso que he vivido «los militares que conspiraron y triunfaron, además de acatar incondicionalmente la autoridad del general José F. Uriburu, estuvieron imbuidos de las ideas de Acción Francesa de Charles Maurras y el fascismo italiano de Benito Mussolini, habían difundido en círculos intelectuales. Esto a pesar de la lucha de algunos para contrarrestar esta infame tendencia, especialmente en su defensa de los aliados en el concierto internacional en medio de simpatías con los totalitarismos». Y más adelante consigna que «los conservadores que institucionalizamos el fraude electoral y con torpeza incomparable impedimos que Marcelo T. de Alvear fuera de nuevo presidente y, en definitiva, conseguimos que lo fuera Perón»".

(Extractos de Alem y Milei, dos caras de la misma moneda en www.infobae.com)

domingo, 1 de mayo de 2022

Jugando a ser como Dios

Con el nombre de Dios, y la idea de Dios, asociamos la causa de nuestra existencia en el universo. El Dios Creador de las diversas religiones, o bien el proceso evolutivo asociado a leyes naturales invariantes, en cierta forma son enfrentados por algunos seres humanos que pretenden establecer sociedades artificiales respondiendo a la necesidad personal de desempeñar un papel semejante al del Dios Creador o al del proceso evolutivo.

Antes de establecer la sociedad artificial, junto al "hombre nuevo" que responda a tal proyecto, resulta necesario rechazar y destruir los atributos humanos que provienen del Dios Creador o del proceso evolutivo. Tal fue la intención de Platón, uno de los primeros desafiantes del orden natural. Máximo Simpson Grinberg escribió: "En el libro VI de la República, Platón define al filósofo-rey como un pintor divino que, luego de «borrar» todo lo existente, diseña sobre una tabla, ya limpia de adherencias del pasado, la nueva sociedad y el nuevo hombre, acordes con el modelo ideal que sólo los filósofos pueden conocer y contemplar".

"Este «pintor» y «tejedor» de la trama social, este «artista» que reorganiza la sociedad según un modelo divino e inmutable, es calificado por Platón como «pintor de organizaciones políticas». Y en tal carácter, su primera tarea como gobernante es desbrozar el terreno: «los filósofos se harán cargo de la ciudad y de las costumbres de sus habitantes como de una tabla rasa que deben pintar, y que han de limpiar ante todo».
«A menudo tendrán necesidad de borrar algunos rasgos y pintarlos de nuevo hasta que hayan agotado sus esfuerzos en trazar caracteres humanos que sean agradables a los dioses en la mayor medida posible».
«¿Se exasperarán todavía contra nosotros cuando nos oigan decir que hasta el día en que los filósofos no tengan autoridad absoluta sobre la ciudad no habrá remedio para los males de ésta, ni de los ciudadanos, ni podrá llevarse a la práctica la organización política que hemos imaginado en teoría?»" (De "El viaje y la utopía"-Varios autores-Editorial Atuel-Buenos Aires 2001).

Por lo general, los que juegan a ser como Dios, advierten que en la limpieza previa les sobran algunos millones de individuos que seguramente no se adaptarán al nuevo diseño, por lo que deberán hacerlos desaparecer, como ha sucedido en el siglo XX con los diversos totalitarismos (comunismo y nazismo). El citado autor agrega: "Junto a los campos nazis de exterminio para la purificación de la raza humana, tal vez el ejemplo más escalofriante es el del filósofo-rey de Camboya, el «pintor» Pol Pot. Para construir su sociedad «perfecta», Pol Pot encaró primero la tarea de cambiar el material humano necesario a tal fin. Su régimen fue acusado de eliminar a más de un tercio de una población de cinco millones de habitantes, por la sencilla razón de que el hombre «viejo» no siempre puede transformarse en uno «nuevo». Entonces, el único camino para edificar una sociedad igualitaria es la eliminación física de los no-iguales. En palabras de un oficial del régimen: «Lo que está podrido se corta, lo que está infectado se lo mutila; lo que es demasiado largo, se lo reduce a la justa medida; cortad una maleza, rebrota; hay que desarraigarla»".

El iniciador del "juego a ser como Dios" en gran escala, fue Lenin, quien reclamaba, como Platón, la obediencia incondicional de las masas, escribiendo al respecto: "La subordinación incondicional a la voluntad única es absolutamente necesaria. La revolución exige hoy la subordinación incondicional de las masas a la voluntad única de los dirigentes del proceso del trabajo".

El calificativo de sociedad totalitaria se asocia a la intromisión de quienes dirigen al Estado en las decisiones personales e íntimas de todo individuo. Platón escribió: "Siendo, pues, así las cosas por naturaleza, es necesario establecer una reglamentación que prescriba a todos los hombres libres la manera de emplear cada una de las horas de su tiempo, sin interrupción, desde el amanecer hasta la madrugada y la salida del sol siguiente".

"No podrá componer nada que pueda contradecir lo que la ciudad considera legal, justo, bueno o bello; una vez escrito su poema, no podrá darlo a conocer a ningún particular, antes de haber sido leído y aprobado por los jueces que para ello hubieran designado los guardianes de las leyes" (Citado en "El viaje y la utopía").

Puede decirse que la diferencia esencial entre creyente y ateo, en cuanto a sus posturas filosóficas, implica la aceptación de la existencia de un orden natural al que nos debemos adaptar, por parte del primero, y la aceptación de propuestas humanas derivadas del "juego a ser como Dios", para ser impuestas masivamente, por parte del segundo.

La ética intervencionista

En un país en donde la gente fuese muy ahorrativa (y poco inversora), la mayor parte del circulante monetario estaría guardada "bajo el colchón". En ese caso, para evitar el consiguiente proceso recesivo, se considera razonable cierta emisión monetaria, por parte del Estado, para evitar la paralización de la economía.

Como esta situación no es muy frecuente, la aplicación de tal intervención estatal, en el proceso económico, tiende a promover inflación, entre otros inconvenientes. Tal es esencialmente la "solución" que aplican los seguidores de John Maynard Keynes.

La creencia básica del keynesianismo implica suponer que la mayoría de las personas tiende a ahorrar en forma excesiva, lo que no siempre resulta verdadero.

También promueven el intervencionismo los sectores que suponen que el rico es un hombre malo y perverso y que el pobre es bueno y trabajador. Tal creencia induce a quienes conducen al Estado a tratar de traspasar las riquezas de los afortunados para ubicarlas en manos de los pobres, constituyendo un Estado justiciero y compensador.

Como el capital es la principal herramienta para la producción, su traspaso de los sectores productivos a los que no lo son, tiende a limitar la creación de riquezas y a promover la pobreza generalizada.

Los promotores de la economía de mercado aducen que la riqueza lograda por el empresario eficaz constituye un premio que lo estimula a seguir produciendo, mientras que la pobreza es un indicio de una predisposicion poco favorable a la productividad. De ahí que el intervencionismo tiende a eliminar los estímulos para la creación de riquezas.

Puede considerarse como ética intervencionista a una ética que, en cierta forma, utiliza la ley de la oferta y la demanda, pero en forma poco asociada a la libertad de elección, siendo la oferta, en este caso, el conjunto de deberes y obligaciones asociados a los integrantes de la sociedad, mientras que la demanda es el conjunto de derechos peticionados por dicha sociedad. De ahí que el intervencionista, keynesiano o socialista, considera que el Estado debe favorecer esa demanda (derechos) para lograr cierta igualdad social, pero sin hacer otro tanto con la oferta (deberes).

Cuando en una sociedad predominan los derechos y se olvidan los deberes, nadie verá satisfechos los primeros por cuanto nadie cumple con los segundos. Los conflictos subsiguientes establecerán la principal característica de tal sociedad.

Si alguien tiene aptitudes para el trabajo y la producción, el Estado intervencionista, en la búsqueda de igualdad económica, le extraerá recursos para compensar el trabajo y la producción deficitarios de los poco aptos. En lugar de estimular la producción, se estimula la inacción del que produce y la vagancia del que no lo hace.

Si alguien carece de aptitudes morales (por ser vago o delincuente), la sociedad tiende a evitar que goce de ciertos derechos básicos debido a su incumplimiento de deberes esenciales. Sin embargo, el Estado intervencionista, en la búsqueda de igualdad social, tiende a protegerlo de la gente decente, a quienes considera perversos y excluyentes. Por ese camino se llega a la eliminación de todo mérito ético, ya que se entiende por "igualdad social" cierto igualitarismo que contempla una igualdad de derechos sin contemplar el cumplimiento de los deberes respectivos.

Para colmo tal Estado ha creado un "lenguaje inclusivo" que tiene como finalidad caracterizar como excluyente a quienes no lo usan.

Promover los derechos y no los deberes, equivale a promover la demanda en lugar de hacerlo con la producción. El intervencionismo económico produce tan malos resultados como el moral.